Punto de Fisión

Jorge Pardo: un concierto en la Luna

Jorge Pardo: un concierto en la Luna
Cartel de la película 'Trance'.

Se acaba de estrenar en las salas españolas Trance, un documental de Emilio Belmonte sobre la figura de Jorge Pardo, un objeto de 104 minutos forjado a fuerza de amor y devoción que deja al espectador sin aliento. Como explicó Carlos Aguilar en la presentación en los cines Renoir la noche del jueves, en Madrid, la estructura libre, sin ataduras temporales, argumentales o temáticas, es lo que hace de Trance un soberbio estudio cinematográfico y un ejemplar único en su género. Belmonte no habla de la infancia ni de la juventud, no entrevista a especialistas, no recoge escenas del pasado, no repasa siquiera por encima la enorme discografía de Jorge Pardo, sino que mueve la cámara como el torno de un alfarero alrededor de su vida, su música, sus colegas y amigos, moldeando un poliedro de luz y sonido que se iguala al jazz en el sentido de la improvisación y al flamenco en el vigor, el arrebato y el fuego.

Digo improvisación aunque imagino el trabajo que habrá detrás de esta soberbia obra de montaje después de haber quintaesenciado un centenar de horas de filmación y haber descartado montones de secuencias. Tras unos enloquecidos compases de la flauta, la pantalla se abre con la voz de Jorge hablando sobre un sueño que tuvo, un sueño en el que entra en un avión muy raro en uno de cuyos asientos le espera Paco de Lucía. Jorge le pregunta dónde van y Paco sonríe al responder: "¿No lo sabes? Vamos a dar un concierto en la Luna". Ese relato onírico proporciona el tono fundamental de la película: la existencia nómada de los músicos, la tristeza fundida en alegría, la pena por el maestro ausente, la persecución de algo imposible que se hará realidad siempre que se ponga suficiente empeño.

A pesar de que la carrera de Jorge Pardo se fraguó en el sexteto de Paco de Lucía, el guitarrista no vuelve a aparecer a lo largo del documental más que en el recuerdo de quienes tanto lo admiran y en una foto que Jorge muestra brevemente a cámara. Y, sin embargo, la sombra Paco alienta como un espíritu detrás de los conciertos y las juergas que se suceden de un lugar a otro de la geografía española y mucho más allá, de oriente a occidente, entre el violín de Ambi Subramaniam y el piano de Chick Corea. Diego Carrasco, Tomás de Perrate, Antonio Serrano, Duquende, Diego del Morao... son multitud los cantaores y guitarristas flamencos que escoltan la flauta y el saxo de Jorge a lo largo y lo ancho de una hora y media larga, y la pantalla se incendia, casi literalmente, durante la soleá de la bailaora Ana Morales.

Pero Trance revela también el otro lado del escenario, el tedio de los desplazamientos, las horas de espera en anónimas habitaciones de hotel, los problemas domésticos y familiares: el precio que un artista tiene que pagar por mantener vivo su arte. Hay una conversación en una piscina donde su hijo le reprocha el poco caso que le hace y un mensaje telefónico en que su pareja se lamenta por las citas canceladas y el escaso margen que la música deja a su relación. Las charlas con el promotor con el que intenta levantar un espectáculo que reunirá a más de una docena de artistas en escena, con los ajustes milimétricos para fijar fechas y acordar salarios, expresan de un modo más banal la dificultad de montar un concierto en la Luna.

En el centro del documental gira una palabra casi tabú, "fusión", el territorio mestizo donde Jorge Pardo se ha movido toda la vida, el desprecio de quienes creen que toda tradición debe permanecer inalterable y de los que iban a la tienda de discos a devolver La leyenda del tiempo (la obra maestra de Camarón, donde también colaboró) porque aquello no sonaba como tiene que sonar el flamenco. Son muchos los ejemplos que podrían ponerse, empezando por la propia flauta de Jorge Pardo, teñida de taranto y bulería, pero hacia el final de Trance el colombiano Edmar Castañeda muestra que un arpa puede transfigurarse en guitarra. Ni siquiera se sabe de dónde viene el término "flamenco", aunque se especula que su origen deriva de la expresión andalusí "fellah min gueir ard", que quiere decir "campesino sin tierra". Lo que sí se sabe es que nació y creció fundiendo melismas árabes, cantos sefardíes, folklore castellano y quejíos gitanos. La pureza no existe, dice Jorge Pardo, la pureza no es más que una mezcla que se ha olvidado.

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