Dominio público

La igualdad, con sangre entra

Ana Pardo de Vera

Irene Montero, ministra de Iguadad. -EFE
Irene Montero, ministra de Iguadad. -EFE

Cuando leí las intenciones del equipo de la ministra Irene Montero de amparar por ley la petición de bajas temporales por dismenorrea ("Dolor intenso pélvico y abdominal que aparece en la mujer antes o durante la menstruación. Se caracteriza por provocar un dolor parecido al de un retortijón, pero más intenso, y puede llegar a acompañarse de náuseas, vómitos o mareos"), pensé inmediatamente: "A ver qué carallo argumenta ahora la derecha, política y de todo pelaje, para negarnos este derecho". Mi sorpresa llegó cuando escuché los peros de UGT y de la vicepresidenta Calviño, cuya contundencia para no hacerse una foto solo con hombres esta semana aprovecho para reconocerle con grandes aplausos.

Durante toda mi vida, he conocido a mujeres que han sufrido una incapacitación visible en su palidez por el terrible dolor que les provocaba la regla: amigas que no podían ir a clase, tiradas en la cama y atiborradas de ibuprofeno o, incluso, Nolotil para las más afortunadas, con la sensación de tener un millón de alfileres removiéndose en sus entrañas. A algunas les ocurría de vez en cuando y a otras, todos los puñeteros meses. Ya trabajando, se cogían días de vacaciones que perdían porque les era literalmente imposible dar un paso para ir a ninguna parte.

Las mujeres llevamos, por tanto, con este dolor, desde que el ser humano es ser humano, pero como era una "cosa de mujeres", nadie se molestó en considerarlo. Como cuando vamos al médico cuando nos encontramos mal y, a partir de los 40-50 años especialmente, o son las hormonas o la premenopausia o la menopausia o la postmenopausia o la ansiedad. El caso es mandarnos a casa con ibuprofeno o ansiolíticos. Lo cuenta espectacularmente bien la doctora Carme Valls en Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), es decir, que está probado cientifícamente que la ausencia de perspectiva de género en la medicina, primero, anula su aplicación después en muchos ámbitos más, como el laboral. Los médicos, en general, no te dan la baja por tener la regla dolorosa ni las mujeres vamos a pedirla por lo mismo, porque se considera algo normal y no lo es.

Hombres y mujeres somos (debemos serlo, estamos en ello) iguales en derechos y libertades, pero nuestros cuerpos son distintos y como tales, tienen dolencias diferentes. El argumento de UGT o Calviño para rechazar la propuesta de Montero podría calificarse de aurora boreal, sino fuera porque no tengo por qué dudar del feminismo del sindicato ni de la vicepresidenta. ¿Qué temen, entonces, reconociendo que muchas mujeres sufren dismenorrea y eso les impide trabajar sin sufrir un infierno? Dicen que es el miedo a nuestra estigmatización a la hora de acceder a nuevos empleos o de ascender en los adquiridos, porque aumente la discriminación por el hecho de ser mujeres que podrían cogerse dos o tres días de baja por un dolor menstrual.


Me parece imposible que ni Calviño ni la UGT ni las mujeres -de los señoros que hablan de su "dolor de huevos" en Twitter, ni hablo si no es para chotearme- que muestras sus reticencias o rechazo directo a esta medida no hayan pensado por un momento qué habría pasado si cuando se logró el permiso de maternidad, hubiese pesado ese mismo argumento: si pedimos la baja por tener un bebé, habrá discriminación para contratar a mujeres; y la sigue habiendo, pero en la lucha estamos las y los feministas denunciándola y educando a la sociedad en la igualdad. O cuando se aprobó el permiso de paternidad obligatorio porque, de lo contrario, la conciliación siempre recae sobre las mujeres. Atendiendo a las razones de Calviño o a la UGT para rechazar la baja por dismenorrea, no existirían esos permisos.

Los y las discriminadores de género buscan mujeres sin hijos ni hijas y sin intención de tenerlos, es un hecho. Que trabajen lo máximo posible sin interferencias personales. Máximo rendimiento con el mínimo coste, herramientas de trabajo no sintientes ni mucho menos dolientes, humanoides. Neoliberalismo puro.

La obligación de los gobiernos feministas es ir avanzando en la igualdad en derechos y oportunidades de hombres y mujeres y esa batalla -creo que nos avalan siglos de lucha- no es fácil. Siempre hay resistencias, revisen la Historia: desde el voto hasta las cuentas bancarias, pasando por el aborto. Y ni siquiera lo conseguido está asegurado. Ahí tenemos a Macarena Olona, deseando vicegobernar en Andalucía para borrar de un plumazo toda la igualdad que pueda, y no solo la de género. La de Vox cree que está donde está (por desgracia para nosotras) gracias a su esfuerzo, y qué risa, oigan, como le recordó la ministra de Igualdad.


Aprobar cada derecho de las mujeres es un inmenso obstáculo y siempre puede ser utilizado en nuestra contra, particularmente en una sociedad como la española, donde la derecha católica tiene un lugar predominante en la economía y en las instituciones del Estado, pero si no se hace, no se curan el sufrimiento y la precariedad que provocan la ausencia de ellos. No avanzamos y hay que hacerlo con determinación, como ha decidido Igualdad con su nueva legislación sobre el aborto y las demás medidas a favor de nuestros derechos, por impopulares que parezcan ante el dominio del machismo y sus altavoces. Porque también hay leyes que educan. Y si no, que paren los hombres, a ver cómo lo resuelven.

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