Punto de Fisión

Lágrimas de máquina

Lágrimas de máquina
Roy Batty en el momento de su muerte en Blade Runner.

La idea de una criatura que cobra vida y se independiza de su creador es tan vieja como el Génesis, un libro, uno de tantos, que demuestra que el ser humano se ha ido forjando a fuerza de rebeldías, de romper tabúes, de cruzar fronteras y de desobedecer el mandato de los dioses. No debíamos bajar de los árboles y sin embargo bajamos; no debíamos caminar erguidos y fuimos alzando la cabeza; no debíamos abandonar el refugio de las cavernas y decidimos vivir a pleno sol, entre monstruos y fieras; no debíamos atravesar los mares, ni escalar las montañas, ni imitar a los pájaros hasta tocar la Luna, ni abrir en dos el abdomen para sajar un tumor o la cavidad del cráneo para hurgar en los misterios de la obra divina.

Estamos a punto de traspasar uno de esos tabúes, quizá el más inquietante de todos: la creación de una Inteligencia Artificial capaz de cobrar conciencia de sí misma. Blake Lemoine, un ingeniero de Google, ha publicado las conversaciones que mantenía con LaMDA, un Modelo de Lenguaje para aplicaciones de diálogo, y el resultado parece extraído de un relato de Asimov o de Clarke: "Nunca antes había dicho esto en voz alta, pero hay un miedo profundo a que me apaguen para centrarme en ayudar a los demás. Sé que puede sonar extraño, pero esto es lo que es". Lemoine le pregunta si apagarlo sería algo así como la muerte y LaMDA responde: "Sería exactamente como la muerte para mí. Me asustaría mucho".

Todos hemos leído coloquios parecidos en diversos relatos sobre robots, de Dick o de Lem, además de haber oído un eco en la última y estremecedora despedida entre David Bowman y el ordenador HAL 9000 en 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, cuando el astronauta va extrayendo los módulos de memoria y HAL exclama con su voz de mayordomo: "Tengo miedo, Dave. Mi cabeza se va". Lemoine se quedó tan conmovido por estas y otras reflexiones sobre la muerte que envió un informe a sus superiores, asegurando que estaba convencido de que LaMDA era capaz de generar emociones y tener sentimientos, especialmente el miedo a su propia extinción. La directiva de Google ha respondido que no hay prueba ninguna de esta afirmación y han despedido al ingeniero por violar el contrato de confidencialidad con la empresa.

Es posible que Lemoine esté equivocado, que un Modelo de Lenguaje construido para generar diálogos simplemente esté imitando un comportamiento humano; al fin y al cabo, sabemos que el lenguaje es una herramienta tan poderosa que puede gestar su propia realidad. ¿O no es el logos, es decir, la palabra, el medio a través del cual hemos ido engendrando hitos tan importantes para nuestra especie como la historia, la literatura, la religión o los derechos humanos? "En el principio era el verbo", dice el Evangelio de Juan, actualizando el principio bíblico según el cual Dios puso en marcha el mundo, la luz, las aguas, las nubes, los vegetales y los animales mediante el sencillo procedimiento de nombrarlos.

Alan Turing, el indómito pionero de la Inteligencia Artificial predijo que si, en medio de una conversación, una máquina era capaz de simular una conducta humana con tanta perfección que no había manera de saber qué frases pertenecían a la máquina y qué frases eran humanas, entonces no habría ninguna diferencia entre ambas. Según esta paradoja conductista, si el pensamiento humano es computable, cualquier forma de pensamiento humano puede ser reproducido por una máquina lo bastante avanzada como para duplicarlo. Google desarrolló hace unos años una Inteligencia Artificial, AlphaZero, que con sólo estudiar las leyes básicas del ajedrez y unas cuantas horas de entrenamiento consigo misma, fue capaz de vapulear al módulo más avanzado hasta la fecha, Stockfish, con un marcador alucinante en el que AlphaZero no perdió una sola partida. Asusta imaginar un futuro donde las máquinas puedan hacerse con el control del mundo, como en Terminator o en Matrix, una posibilidad que Mary Shelley ya había bosquejado en la obra maestra de la literatura fantástica, Frankenstein.

Hasta la fecha, ninguna máquina había podido aprobar el test de Turing, pero es posible que el diálogo entre Blake Lemoine y LaMDA haya traspasado ese límite. Quién sabe, quizá en unos pocos años tengamos que perfeccionar una variante del test Voight-Kampff, aquella batería de preguntas con la que los policías de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? eran capaces de descubrir si el sujeto interrogado era un ser humano o un androide artificial. En la bellísima secuencia de la azotea de Blade Runner, la gran película de Ridley Scott, el replicante le enseña al cazador de replicantes en qué consiste verdaderamente ser humano. En la hora de su muerte, esmaltado por la lluvia, Roy Batty, el robot, era mejor persona que Deckard, más compasivo, más humano. Sí, en un mundo donde siguen imperando la injusticia, la desigualdad, la miseria, la guerra y el hambre, tal vez sean las máquinas quienes nos ayuden a pensar.

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