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Andalucía, la viga y la paja

Virginia Pérez Alonso

Directora de 'Público'

Andalucía, la viga y la paja
El candidato del PP a la reelección de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, a las puertas de la sede del partido en Sevilla agradece a toda la gente que le espera tras lograr una histórica mayoría absoluta en Andalucía, con 58 de los 109 escaños del Parlamento andaluz, y ha frenado las expectativas de Vox de entrar en el Gobierno autonómico, hoy domingo 19 de junio. EFE/José Manuel Vida

El PP se ha convertido en una aspiradora de votos en Andalucía y, por tragar, no solo se ha embuchado los de Cs (que queda borrado del mapa político andaluz), sino también una parte de los del PSOE. Ese partido a cuyas siglas eligieron no arrimarse en exceso tanto Juanma Moreno Bonilla como su jefe, Feijóo, en anteriores elecciones en Galicia, ha sumado más votos que toda la izquierda (si incluimos ahí al PSOE). Va a resultar que la estrategia de alejar el ascua de la sardina funciona para frenar el impulso de Vox, cuyas ambiciones de entrar en la Junta se han topado con una mayoría absoluta, cuando todo apuntaba a que los gobiernos de coalición eran tendencia ya consolidada.

Pero los caminos de la política son inescrutables y esa extrema derecha que irrumpió por primera vez en un Parlamento español en las andaluzas de 2018, y que ahora gobierna en Castilla y León, se dibuja como un Vox sin opciones de entrar en San Telmo aunque gane dos diputados. Será tercera fuerza; ni siquiera liderará la oposición. 

Ese frenazo es, sin duda, la mejor noticia de una noche que deja un resultado desolador para el centro izquierda. El varapalo para el PSOE andaluz es histórico: por primera vez baja de los 33 escaños (pierde tres) y se deja casi 130.000 votos. Mientras, el apresurado experimento de Por Andalucía se queda con solo cinco diputados. Si a estos les sumamos los de Adelante Andalucía, la izquierda saca en total siete escaños. Siete frente a los 17 de 2018; más de 170.000 votos perdidos. La enésima constatación de que la división de la izquierda se castiga, ley electoral mediante, porque si ambas formaciones hubieran constituido una única candidatura habrían obtenido 12-13 diputados.

Como intento de unir la izquierda, Por Andalucía llegó tarde y, sobre todo, llegó mal. Dejó la sensación de que esa unión no existía más que por un interés electoralista de cara a los comicios generales. Y, ese poso, sumado a las prisas, no dio margen para que Inma Nieto pudiera construir siquiera una ilusión de gobierno progresista. Por no hablar de que la formación nacía ya coja, sin Teresa Rodríguez, que optó por un camino independiente con Adelante Andalucía tras su expulsión del grupo parlamentario a petición de Podemos.

No parecen los mejores mimbres para provocar la emoción entre unos votantes ya desmovilizados y desmotivados. Cuando se llega desfondado a una carrera, difícilmente  se pisa el podio. Y, en este caso, Por Andalucía se estrenó con una estrategia más de contención de daños que de triunfo electoral. Tampoco ha funcionado azuzar el miedo hacia Moreno quien, emulando al Feijóo más eficaz en Galicia, no solo se apartó de las siglas del PP, sino que adoptó un discurso más o menos moderado y de perfil andalucista que, a la luz de los resultados, ha convencido. 

Por tanto, sin capacidad para construir un proyecto seductor y viendo sólo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio, esa izquierda difícilmente podía aspirar a rentabilizar la debacle socialista.

Lo mismo aplica para el PSOE de Juan Espadas, máxime cuando el partido lleva sangrando por la herida y perdiendo votos desde 2012. ¿A quién le pareció una buena idea pensar que sólo con el "que viene el lobo-Vox" estaba el trabajo hecho? Parece que los socialistas aún no han salido del aturdimiento que les produce ver 'su' Comunidad gobernada por la derecha; no en vano, desde las primeras elecciones, en 1982, Andalucía votó al PSOE sistemáticamente... Hasta 2018, cuando PP y Vox sumaron más que el partido de la rosa y Moreno logró gobernar practicando un dificilísimo equilibrio: apoyarse en Vox, pero ingeniándoselas para ganarse la confianza del votante de centro.  

Y, en la política, como en el comer y el rascar, todo es empezar: porque lo que ha ocurrido este domingo de 2022 es, ni más ni menos, que un voto de continuidad al primer Gobierno no socialista en cuarenta años. Si Andalucía votó PSOE durante casi medio siglo por miedo a la derecha, ese miedo se ha esfumado. Y recuerda a lo sucedido en las elecciones generales de 1996 y 2000. En las primeras, Aznar ganó al casi sempiterno Felipe González por la mínima; pero en las siguientes, el entonces líder del PP obtuvo una mayoría absoluta que fue el inicio de muchas de las políticas neoliberales que la ciudadanía sigue pagando aún hoy. 

El PSOE es un maestro en el arte de nadar y guardar la ropa: preconiza progresismo, pero sólo hay que mirar el sentido de su voto en el Parlamento español con los impuestos a las grandes fortunas, por ejemplo, para entender que su izquierdismo en el ámbito de lo social no suele ir acompañado de políticas económicas acordes. Tal vez el electorado andaluz esté demandando un posicionamiento ideológico más claro a 'su' partido electo durante cuarenta años. Desde luego, si el éxito futuro del PP pasa por la aparente moderación de discurso (que no de acción), el PSOE va a tener que dar un paso al frente y significarse en este sentido; máxime con unas izquierdas a su izquierda claramente debilitadas, que suman este 19J su tercer fracaso consecutivo, compartido con el socialismo: Madrid, Castilla y León y, ahora, Andalucía... Con una Comunidad Valenciana en capilla electoral y no pocos nubarrones en el frente.

En 2023 habrá elecciones generales y con ellas y las autonómicas y municipales se cerrará un ciclo abierto en Madrid en 2021. Son dos tipos de comicios muy distintos y se vota diferente y atendiendo a claves distintas en unos y en otros. En el ámbito estatal, las encuestas señalan al PSOE como el partido con mayor intención de voto, con un PP que le pisa los talones, unos resultados autonómicos que dan alas a Feijóo y unas izquierdas que pierden fuelle a la espera del proyecto de Yolanda Díaz. Si la política es un estado de ánimo, las derechas van sobradas de optimismo; mientras, a la izquierda se le gasta el reloj de tanto mirarlo.

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