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Colombia, Francia, España: cinco reflexiones sobre el ciclo que viene

Pablo Bustinduy

Simpatizantes del candidato presidencial Gustavo Petro celebran tras una jornada de elecciones presidenciales, hoy, en el Movistar Arena, en Bogotá (Colombia). La izquierda accederá por primera vez a la Presidencia de Colombia luego del triunfo obtenido este domingo en la segunda vuelta electoral por el exguerrillero y exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, de la coalición Pacto Histórico. EFE/ Carlos Ortega
Simpatizantes del candidato presidencial Gustavo Petro celebran tras una jornada de elecciones presidenciales, hoy, en el Movistar Arena, en Bogotá (Colombia). EFE/ Carlos Ortega

Los resultados electorales en Colombia y Francia chocan frontalmente con los obtenidos por las fuerzas de izquierdas en Andalucía. Vaya dicho por adelantado: no creo que los resultados de Petro y Mélenchon puedan ser utilizados como proyecciones; no son ejemplos, profecías o lecciones sobre nuestra propia experiencia. Sí creo que, en un momento crítico, ambos procesos nos dan la posibilidad de abrir el campo de análisis y tratar de comprender mejor un tiempo político difícil, pero no exento de posibilidades. Ese es el propósito de estas reflexiones inmediatas.

1. Es difícil exagerar la importancia que reviste el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia. No solo se trata de un hito histórico para el país, que será gobernado por la izquierda por primera vez en sus dos siglos largos de independencia. Tras las victorias recientes en Chile y Honduras, y a pocos meses de las elecciones presidenciales en Brasil, la presidencia de Petro hace incontestable que en el subcontinente se ha abierto un nuevo ciclo político de carácter progresista. Esta fase post-bolivariana se apoya en lugares a los que la izquierda no había llegado en el pasado reciente -México, Chile, Perú, Colombia- y permite vislumbrar el final de décadas de conflictos militares, excepcionalidad y violencia política en América Latina. La reinvención de las dinámicas de cooperación regional, desmanteladas por los gobiernos de la derecha, será decisiva para proteger este ciclo político de las sacudidas geopolíticas en el subcontinente, y pueden convertirlo en un actor regional de enorme potencial estabilizador para un mundo en crisis. En un momento geopolítico dramático y de gran plasticidad, la izquierda tiene de nuevo un centro de gravedad en América Latina.

2. En Francia, la Unión Popular de Jean-Luc Mélenchon ha obtenido un resultado extraordinario en las elecciones legislativas. Hace apenas unos meses, las dinámicas políticas del país parecían selladas, con una izquierda presa de la impotencia y la resignación. Es cierto que tras estas elecciones la desafección política permanece, y que la extrema derecha ha logrado consolidar un importantísimo avance ante el descalabro del macronismo y la tripartición del espacio político del país. Pero es imposible ignorar el formidable despliegue de agencia y virtud política que, en unas pocas semanas, ha llevado a construir esta poderosa alianza política, reunida en torno a un liderazgo claro y un programa ambicioso, capaz de dar forma a un espacio político innovador, plural y eficaz. No dejarse encasillar, disputar la iniciativa y las posiciones dadas, articular un discurso enraizado en el momento social, rehacer un horizonte creíble de movilización. Todo esto ha sucedido en Francia de manos de la Unión Popular, que ha demostrado que los espacios políticos en Europa siguen siendo inestables y que las olas conservadoras y reaccionarias no son en absoluto inevitables.

3. Ambos procesos demuestran que el momento político está en disputa, y que los imaginarios y las herramientas programáticas de la izquierda son perfectamente capaces de articular proyectos competitivos y convincentes. Colombia y Francia dan testimonio de candidaturas pujantes, ideológicamente creativas, capaces de motivar a su electorado en condiciones muy adversas. La repolitización del trabajo, del bienestar, de la fiscalidad; la construcción de horizontes de sociedad basados en la protección del ambiente y la democratización de la economía; la defensa de la paz, de los derechos sociales, del feminismo, de la capacidad de lo público para brindar cuidados y protección en un momento de radical incertidumbre... Son elementos competitivos, capaces de movilizar en el sur y en el norte, allí donde la izquierda irrumpe por primera vez y donde se está reinventando tras muchas experiencias insatisfactorias o fallidas. De nuevo, no se trata de inducir a una esperanza ciega ni de caer en extrapolaciones sencillas. Pero frente a la sensación de angustia o al fatalismo político, ayer quedó constatado que esa tarea es perfectamente viable y productiva.

4. En un contexto geopolítico desquiciado, Francia y Colombia dan cuenta de una batalla transversal por la resignificación del Estado. En un libro reciente, el teórico Paolo Gerbaudo plantea la idea del neoestatismo como clave para comprender el tiempo político que viene: el Estado retorna como objeto de una disputa por satisfacer la demanda de protección y control social ante un mundo que se ha vuelto cada vez más caótico y peligroso. La clave para la izquierda no parece estar en la polarización ideológica ni en la confrontación entre posiciones e identidades ya dadas, sino en la capacidad de proyectar horizontes de certidumbre. Se trata de dibujar la acción política como fuente de protección, de estabilidad y de progreso en un momento en que el futuro solo parece presentarse bajo forma de catástrofe o de amenaza. Y se trata de hacerlo de manera creíble.

5. La traducción europea de este momento tiene una complejidad añadida, marcada por el agotamiento del ciclo político que se inició en 2008 y a la vez por su prolongación. La economía política de Europa está en una crisis profunda, abierta, que afecta tanto al plano material como al ideológico. La guerra, la crisis energética y la inflación pesan tanto como la profunda desorientación de la política económica y exterior de la Unión: no hay una idea hegemónica de futuro, ni correlaciones de fuerza fijadas, ni otra certeza que no sea la de una profunda reorientación del poder europeo en los años por venir. En ese contexto, la izquierda debe saber leer tanto el momento geopolítico como el momento social: la paradoja es que ambos tensionan a menudo en direcciones distintas. De ahí nace la asimetría entre el estado de ánimo de la izquierda y su capacidad de pensar. Dicho de otra manera: quizá no sea tiempo de grandes esperanzas, pero es posible que no haya en décadas para la izquierda un momento más crítico, más decisivo y también con un potencial mayor para la ambición. Mientras se contaban los votos en Andalucía, Mélenchon describía ante sus bases las grandes oportunidades que se abren para rehacer la organización de un mundo que se acaba, un mundo incapaz de contener el caos. De esa paradoja nace una tarea inmediata; también una responsabilidad sin excepción.

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