Otras miradas

No son tus hijos, aunque te apellides Kardashian

Diana López Varela

Son tantos los famosos, famosas y famosillos que se han sumado a la grotesca moda de arrancar bebés de las entrañas de sus madres que la lista empieza a hacerse interminable. La última, la influencer millonaria Khloé Kardashian que, siguiendo la estela de su hermana Kim, anunciaba hace unos días que tendría a su segundo hijo por este método. En España, la explotación reproductiva de las mujeres es ilegal y está reconocida como nula de pleno derecho en el artículo 10 de la Ley sobre técnicas de reproducción humana asistida que deja claro que la filiación de los hijos con su madre será determinada por el parto. Además, la alteración de la filiación que se da siempre en la subrogación aparece tipificada como delito en el Código Penal que subraya que quienes entreguen a un menor mediante una compensación económica, quienes lo reciban, y los que intermedien, serán castigados con penas de prisión que van de los seis meses a los cinco años. ¿Cómo se come entonces que durante la celebración de las fiestas del Orgullo un grupo de personas compradoras de bebés (la mayoría, hombres) se hayan paseado con algarabía bajo un cartel que rezaba "Son nuestros hijos" y que no haya existido ni media condena por parte de nuestra ministra?

La paradoja es que el código penal no establece castigo alguno para los ciudadanos que optan por esta práctica en el extranjero, ni para las agencias que operan en el tráfico de menores. Es más, tal como señalan desde Stop Vientres de Alquiler el Estado español facilita el fraude de Ley permitiendo registrar a estas criaturas en los consulados en el extranjero (a cargo del portador del semen). La última modificación de la Ley orgánica de Salud Sexual y Reproductiva prometía prohibir la publicidad de las agencias y fomentar campañas institucionales que reforzasen la ilegalidad de estas prácticas, pero, por lo que se ve, nada va a prohibir a los compradores hacer apología de esta clase de explotación del cuerpo de las mujeres. Conviene recordar, además, que la gestación subrogada es una violación flagrante de los derechos del menor cuya compra-venta vulnera completamente su dignidad como personas, tal como ya advirtieron el Tribunal Supremo, el Parlamento Europeo y diversos organismos internacionales. Conviene recordar, una vez más también, que ser padre o madre no es ningún derecho humano recogido por ningún tratado internacional.

"Podemos confirmar que True tendrá un hermano que fue concebido en noviembre. Khloé está extremadamente agradecida a la mujer que está llevando el embarazo por esta bendición tan bonita", rezaba el comunicado de la familia Kardashian. Tan agradecidos están todos los compradores con las madres gestantes que no hay ni rastro de ellas en ninguno de estos felices anuncios. El borrado es sistemático. Imposible saber cómo se han encontrado durante el embarazo, cómo han parido (o las han hecho parir, normalmente a través de partos programados y cesáreas), qué secuelas físicas o emocionales acarrean desde el momento en que unos desconocidos arrancaron a esa criatura caliente de sus cuerpos, a veces aún cuando el cordón umbilical las unía a ellas, tal como se puede ver en numerosas fotografías que circulan por las redes sociales y que me dejan tan perpleja como horrorizada. Nada sabemos tampoco de cómo se encuentran todas esas mujeres en un posparto sin bebé, en duelo por una criatura viva a la que jamás podrán volver a ver porque es el mercado, amigas. El desagarro de esos hijos, privados desde el día de su nacimiento de lo único que conocen -el cuerpo de sus madres-, no me lo quiero ni imaginar. Eso sí, lo que sabemos, y muy bien, es que todas las gestantes lo hacen libremente, porque son muy generosas y muy empáticas y ¡algunas incluso disfrutan embarazándose para otros! El mismo guion que podría escribir tu putero de confianza.

Las justificaciones con las que se blanquea la explotación reproductiva son numerosas y cubren todas las casuísticas posibles. Mientras se nos negaba la realidad de las mujeres ucranianas que habían sido obligadas a parir solas en medio de la guerra, nos llegaban multitud de relatos lacrimógenos de los compradores. Desdichadas historias de personas que, sin ningún cargo de conciencia, reclamaban al Gobierno español hacerse cargo de su pedido, ahora abandonado en búnker a miles de kilómetros a cargo de enfermeras también secuestradas por un contrato. Es fascinante que el mismo sistema que nos empuja a retrasar nuestras maternidades 10, 15, 20 años nos invite al mismo tiempo a explotar nuestros propios cuerpos y los de otras mujeres más vulnerables para conseguir tener hijos con los que compartir código genético. Decía Siri Hustvedt en su libro Madres, Padres y demás que el ADN se ha convertido en el nuevo sueño griego del parto masculino.


Leo en una revista femenina que promueve el blanqueamiento de esta técnica de reproducción que en la modalidad conocida como gestación subrogada gestacional (o total) se utiliza la fecundación in vitro de la pareja heterosexual para, según ellos, "desvincular a la gestante de cualquier relación biológica" con la criatura. El estupor es total cuando la perversión del lenguaje se confabula con el neoliberalismo para negar el hecho evidente de que no hay nada más biológico que la gestación. El origen de la vida está en nuestros vientres. Todo sucede en el cuerpo de una mujer.

Señala también la autora americana que "La fantasía del ADN excluye la realidad temporal de la gestación. Excluye todos los cambios que forman parte de su nueva realidad corporal en el embarazo, durante el cual se modifican sus sistemas cardiovascular, renal, endocrino, inmunológico y metabólico. Nadie sabe exactamente qué le sucede a su sistema nervioso, pero parece haber cambios detectables, como la reducción de la materia gris en su cerebro. El embarazo no es lo mismo que el útero. No es un útero que alberga un alma de ADN predestinada. Es un proceso activo de metamorfosis constante en el cuerpo materno maduro". Durante el embarazo el intercambio celular entre madre y feto es inevitable y los estímulos físicos y emocionales que afectan a la primera tienen también consecuencias sobre el desarrollo de esa futura persona. Y sabiéndolo como lo saben, los dueños del ADN intentan contralar lo incontrolable con cláusulas contractuales absurdas e indignas que implican todo tipo de abstinencias de la madre, pero que no evitan el estrés y la desconexión emocional a la que ellos mismos, someten a sus futuros hijos.

Por más modernas que parezcan, las ideas que justifiquen usar a las mujeres como agujeros, hornos o incubadoras son incompatibles con el feminismo y con el progresismo. Nuestros cuerpos, nuestras sexualidades y nuestras maternidades deben estar fuera de la necesidad económica y de los deseos ajenos. Normalizando este tipo de prácticas corremos el riesgo de que lo que ahora les hacemos a mujeres más pobres, algún día nos lo hagan a nosotras o a nuestras hijas, cuando la necesidad apriete.


Entro desde mi casa en España en la web de una empresa dedicada a la explotación reproductiva y les escribo diciéndoles, literalmente, que estoy interesada en un vientre de alquiler. La pregunta que me hacen no me la espero, porque aún habiendo puesto en el formulario que soy española, me dicen si quiero serlo yo, o si lo necesito. Les digo que quiero, que necesito el dinero. Parece que no les sorprende la respuesta y me piden esperar un momento para hablar con un responsable de la empresa. Horrorizada, salgo del chat. "Las ideas peligrosas se esconden a plena vista. Rehuir la biología de la gestación cuesta caro", recuerda Siri Hustvedt.

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