Otras miradas

El independentismo: un soufflé que no baja

Montse Melià

Periodista

Manifestación independentista con motivo de la Diada este domingo en Barcelona. -EFE/ Alejandro Garcia
Manifestación independentista con motivo de la Diada este domingo en Barcelona. -EFE/ Alejandro Garcia

El pasado domingo centenares de miles de personas salieron a la calle en Barcelona para mostrar su apoyo al independentismo. A pesar de las diferencias entre ERC y Junts que llevaron a la cúpula republicana a no asistir por primera vez a esa manifestación, muchos de los que les votan sí fueron. Precisamente muchos de los que fueron lo hicieron para demostrar que ni les gustan las peleas de los partidos de la coalición de Gobierno, ni consideran que estén haciendo mucho por solucionar el conflicto. Se entiende que lo que quieren estos manifestantes es que se tomen decisiones en la línea de la autodeterminación o en la de la convocatoria de un referéndum. Es una posición firme y de ahí no se apean. Y son muchos, mayoría o no, son suficientes para ser tenidos en cuenta. Y eso no implica que no se tenga en cuenta a los que defienden lo contrario. Así pues, lo único que puede aclarar un poco las cosas es precisamente poder saber cuántos son en realidad.

El independentismo en Cataluña no es un soufflé, aunque a 600 kilómetros de Barcelona muchos se muestren convencidos de que esto es así. Pero no es así. Muchos están desencantados porque creyeron, erróneamente, que la independencia era un hecho al alcance de la mano porque así se lo contaron, otros irredentos están convencidos que sigue siendo posible, aunque no saben cómo ni con quién ni probablemente estén dispuestos a determinados sacrificios. Otros muchos se sienten engañados, con razón, por unos dirigentes que les anunciaron la llegada inminente a la tierra prometida sin tener ninguna certeza y, lo que es peor, sin tener ninguna evidencia a la que agarrarse.

A pesar de todo, ahí siguen, lo que demuestra que es una ideología muy arraigada en una parte substancial de la población catalana y que, con afirmar de tanto en tanto que esto se ha acabado, no se va a acabar. Y como no se va a acabar algo habrá que hacer. ¿O va a resultar que estos ciudadanos no forman parte de esta democracia tan asentada y se les tiene que dejar aparte como a los tontos? Que pueden seguir así manifestándose año tras año sin que nadie haga nada por ellos. Eso no puede acabar bien. Tampoco es cierto que la mayoría se dejara convencer por un atajo de dirigentes que solo pensaban en su propio interés. Si fuera así los años de cárcel y los discursos más apaciguados de muchos de esos dirigentes tras el fracaso del procés, hubieran reducido mucho el volumen de los seguidores. Y tampoco ha sido así. Ahí siguen y son muchos más de los que se cree. Por qué aunque muchos hayan abandonado la calle, eso no significa que abandonen su apoyo al movimiento separatista. Son los que, si hubiera una votación, seguro que acudirían a apoyar la secesión.

Total, que año tras año la Diada demuestra que el conflicto existe porque una parte de la ciudadanía de Cataluña apuesta por la independencia, mientras que a la otra parte ya le va bien que las cosas sigan como están. Y el caso es que los separatistas no se conforman con que las cosas sigan igual. Una situación bastante insostenible que en el fondo impide gobernar la Generalitat como se debería, puesto que casi todo está contaminado por unos o por otros. De casi todo se hace la misma lectura y así es imposible avanzar.

En el fondo, la única solución posible es un referéndum pactado. Es la única forma de saber exactamente el apoyo que tiene el independentismo. Si el apoyo es mayoritario quedará claro que algo habrá que hacer, son las reglas de la democracia. Si no también quedará claro que el tema estará muerto por unos cuantos años.

La constitución no permite celebrar un referéndum, pero tampoco lo permitía en Quebec, Canadá, y hallaron una vía para convocarlo. O sea que imposible del todo no es. Hay que ponerle voluntad en bien de todos.

La posible convocatoria de un referéndum no tiene porqué inquietar a nadie, más allá de los aspectos legales, puesto que se trata de que todo el mundo pueda expresar su voluntad sin cortapisas. Lo que sucede es que esta cuestión se convirtió desde el inicio del procés en una arma arrojadiza sin igual para la derecha política. La prueba es que no hay discurso de sus líderes que no salga este tema, el de la independencia más que el referéndum, a colación. Y eso que desde la aplicación del artículo 155 de la Constitución no ha habido situaciones complicadas más allá de la negativa a retirar una pancarta por parte del presidente Torra o la negativa de Laura Borrás a retirar el acta a un diputado. Nada que desestabilice ni plantee un pulso al Estado.

En definitiva, o se acomete de verdad una negociación/diálogo constructiva, tendente a superar este callejón sin salida o nadie sabe como puede acabar, más allá de alimentar los discursos de la derecha que no duda en emplear malas artes cuando está en el gobierno, como demuestra la Operación Cataluña.

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