Otras miradas

¿Dónde está la izquierda italiana?

Daniel V. Guisado

Logotipos de los partidos de extrema derecha Fratelli d'Italia, League y Forza Italia. -REUTERS
Logotipos de los partidos de extrema derecha Fratelli d'Italia, League y Forza Italia. -REUTERS

Italia se acerca a una de las elecciones más determinantes cuya incertidumbre, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de casos, no viene por los resultados sino por las consecuencias que traerán los mismos. A escasos siete días de que se abran las urnas el oso está cazado y su piel vendida. El país vecino tendrá probablemente uno de los gobiernos electos más derechistas de Europa. Los efectos de dicho ejecutivo sobre la política nacional e internacional, por el contrario, plantean más preguntas abiertas.

Sin embargo, esta ecuación resuelta tiene otra expresión que está recibiendo menos atención mediática y analítica. La izquierda, disgregada, impotente y un tanto pesimista obtendrá una derrota sin paliativos. La historia de una derecha subida al monte y triunfante es también la de una izquierda aturdida incapaz de influir en el debate o generar el suficiente compromiso ciudadano como para disputar unas elecciones reñidas.

Lejos quedan las décadas del Partido Comunista más grande de Occidente. Una tragedia bien conocida y recogida en las memorias de Lucio Magri. Tras la decisión del último dirigente, Achille Occhetto, de converger con las tesis socialdemócratas, todo lo que representó el PCI (cuadros, militantes, ideas y votos) se internó en una vorágine de escisiones, reconversiones y sucesiones cuyas consecuencias todavía persisten hoy día. De aquellos barros llegó el Partido Democrático de la Izquierda, los Demócratas de Izquierda, Refundación Comunista y una larga lista de formaciones hasta llegar al Partido Democrático, un matrimonio político impulsado por las alas moderadas comunista y progresista democristiana con la intención de competir con la gran coalición de Silvio Berlusconi y ocupar la centralidad de la política italiana.

Un objetivo que falló rápidamente cuando la crisis financiera rompió los ejes tradicionales y alumbró una fuerza populista que, a diferencia de países como Grecia o España, llevó hasta las últimas consecuencias pragmáticas el rechazo de la ideología. El Movimiento 5 Estrellas consiguió congregar votantes de derechas, de centro, de izquierda y aideológicos en uno de los experimentos políticos más llamativos de las últimas décadas. Un populismo puro, en palabras del profesor Marco Tarchi, que consiguió taponar esa potencial salida progresista a la crisis del 2008 a la par que congregar en su interior aspectos medioambientalistas, asamblearios y progresistas. El padre padrone Beppe Grillo, a la sazón impulsor y jerarca del experimento, acogió entre los suyos figuras anti-establishment (Alessandro Di Battista) con otras de izquierda (Roberto Fico) y pragmáticas (Luigi Di Maio).

La moderación de un partido con orígenes comunistas que abraza en la actualidad tesis liberales, soltando por el camino distintas expresiones progresistas, y el taponamiento que provocó una fuerza outsider que convirtió el populismo en un fin en sí mismo, son probablemente dos de las causas más significativas de la compleja y estéril galaxia progresista incapaz de dar una batalla competitiva a lo que representan Giorgia Meloni y Matteo Salvini.

Prueba de esta desorientación reside en los odios, alianzas y gobiernos que han ido sucediéndose en Italia estos últimos años. Del gobierno "nacional-populista" entre el Movimiento y la derecha radical de la Liga hasta el gobierno técnico de práctica unidad nacional de Draghi.

La terminación que supuso este último ha reanudado el juego político y configurado un escenario tripolar que no pocos analistas ven similar al que se enfrentó Francia hace unos meses. La "democracia de los tres bloques" que comentó Piketty encuentra su traslación italiana en la forma de un bloque nacionalista de derechas, actualmente hegemonizado por Giorgia Meloni, cuya fuerza de arrastre ha conseguido atraer a todos los restos liberales que trató de tejer Silvio Berlusconi tras la caída de la Primera República y, de forma bastante acelerada, fagocitar el populismo de Matteo Salvini, cuyos apoyos adolecen si los comparamos con los de hace tan solo dos años.

Esta derecha nacionalista consigue proyectar unidad partiendo de odios cruzados y heterogeneidades históricas, pero cuyo ideario básico, esto es, euroescepticismo, políticas económicas nativistas, y un fuerte foco securitario y tradicionalista, es ampliamente compartido. A diferencia de Francia, este bloque es enormemente dominante.

El polo liberal, encarnado por Macron, encuentra también su homologación en Italia, donde el Partido Democrático y todos los restos que se han desprendido de él en los últimos años son los protagonistas. Enrico Letta, así como Carlo Calenda y Matteo Renzi, han convertido a Draghi en su guía y a sus políticas en su programa. Apoyado masivamente por urbanitas, clases relativamente acomodadas y con estudios superiores, este bloque liberal se encuentra mucho más fragmentado y débil que el francés.

Por último, un complejo bloque progresista formado por numerosos satélites políticos. El primero de ellos es la Alianza Roji-Verde, una coalición de última hora entre Izquierda Italiana y Verdes que, a pesar de ir con el Partido Democrático por supervivencia electoral, presenta un ideario más izquierdista. También se hallaría la Unión Popular formada en torno a la figura del exalcalde de Nápoles, Luigi De Magistris, que claramente ha optado por aprovechar la estela francesa.

Por último, y la clave de bóveda de este tercer polo, el Movimiento 5 Estrellas. Tras una fase de impugnación pura, la experiencia gubernativa ha provocado que numerosas piezas (y dirigentes) del partido hayan ido desprendiéndose estos últimos años. No es casual que politólogos como Piero Ignazi, observadores minuciosos de la experiencia populista italiana, haya determinado que la actual formación ha llegado a una fase protolaborista tras pasar de la tecnocrática (2009-2013) y antiestablishment (2013-2019). Si bien esta ulterior evolución se ha debido más a las constricciones de la competición electoral (actualmente el Movimiento solo puede crecer a la izquierda) que a una vocación sincera, no cabe dudas que las propuestas con más protagonismo durante esta campaña electoral son progresistas: desde la afirmación del rédito de ciudadanía hasta políticas ecologistas ambiciosas, pasando por el salario mínimo. A pesar de ello, la retórica populista sigue estando muy presente.

Prueba de la potencial sinergia son los intentos que hubo de unir estas distintas patas políticas, que sin embargo se encontraron con la gravedad del sistema electoral, la obsesión por conservar las siglas y las prisas de un calendario diseñado para votar rápidamente. Llegado a este punto, el polo progresista, pudiendo llegar al 25 de septiembre con un potencial 17%, se encontrará subordinado al PD (Alianza Roji-Verde), aislado (M5S) y desaparecido del parlamento (Unión Popular).

Pero como con las elecciones, aunque el resultado electoral de este bloque sociológico lo sepamos de antemano, todavía desconocemos el futuro que vendrá. En opinión de quien escribe, el potencial existe porque un segmento significativo de la población italiana, que no vive meramente de la nostalgia o de lo perdido hace décadas, tiene una predisposición a abrazar la defensa del medio ambiente, el rechazo a la xenofobia y una apuesta decidida por reducir la desigualdad y mejorar las condiciones sociales. La demanda existe aguardando una oferta creíble, unitaria y valiente.

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