Dios es blanco

Una mujer viste con un lazo de Ucrania. -Rober Solsona / Europa Press
Una mujer viste con un lazo de Ucrania. -Rober Solsona / Europa Press

"Después de escucharos a todos, a mí lo que se me viene a la cabeza es que Dios es blanco". 

Se hizo el silencio en la sala. No se trataba de una situación incómoda, todas sabíamos que el comentario de Thimbo Samb, actor y activista de origen senegalés, tenía toda la razón de ser. Fernando Antolín había explicado cómo se había creado la asociación Keymyr y cómo habían conseguido hasta un avión para sacar a gente que huía de la invasión rusa en Ucrania. La creación de la organización no solo les había permitido ayudar directamente a una gran cantidad de gente sino que les había inspirado y generado una ilusión olvidada y devuelto una fuerza que ellos creían que ya no tenían. Fernando es un hombre de fe y contaba su historia en esos términos, hablando de su relación con Dios. 

"De dónde yo vengo hay guerras donde mueren niños y mujeres todos los días. Y nadie les manda aviones para traerlos. No me entiendan mal, la labor que ustedes hacen es maravillosa, es increíble y necesaria, pero escuchándoles me pregunto por qué parece más fácil conseguir ayuda para unas personas, que para otras. Deberíamos intentar ayudar a todo a el mundo", prosiguió Thimbo.

"Tienes razón que puede dar esa impresión, entiendo tu sentimiento. Yo estuve tres meses en el Congo el año pasado. Y volví devastado. Lo que viví ahí fue tremendo. Pero tuve la sensación de que no había nada que yo pudiera hacer para cambiarlo. Me pareció que el problema me superaba", respondió Fernando.

Este es el punto crítico de la historia. Miles de personas de nuestro país se volcaron para prestar ayuda al pueblo ucranio tras la invasión rusa. Ese desborde de solidaridad generó mucha sorpresa entre quienes llevan años preocupándose por ayudar a las que huyen de otros países africanos o árabes ante la indiferencia de la opinión pública, de los líderes de opinión y de los medios de comunicación.

La invasión de Ucrania la hemos sentido como un conflicto muy cercano. En gran parte es porque las fronteras de Ucrania son todas europeas. De hecho se puede llegar en coche hasta la frontera sin tener que parar en ningún control fronterizo, sin tener que pedir un visado, sin tener que cambiar de moneda, usando el roaming por defecto de nuestro teléfono móvil. Esto ha permitido a quienes han querido, llegar hasta allí sin problema. A los medios de comunicación convencionales se han sumado periodistas freelancers, organizaciones no gubernamentales y personas individuales que querían ayudar y no sabían cómo. Esto ha generado una enorme cantidad de información que se ha ido retroalimentado durante los primeros meses de conflicto. Es decir, que no solo hemos tenido una cobertura permanente de la guerra sino que hemos recibido infinidad de historias de vida emocionantes e inspiradoras co-protagonizadas por gentes de nuestro país.

Es también cierto que las personas ucranianas nos recuerdan a la visión más convencional que tiene nuestra sociedad de sí misma. 'Nosotras'. No sólo porque tengan un fenotipo caucásico, como se ha dicho en muchos sitios, sino porque tienen un estilo de vida occidental con un 'desarrollo' muy parecido al nuestro. La forma de vestir, de peinarse, la organización del país, las ciudades, Ucrania ha sido un destino no solo de turismo internacional de cercanía pero también de estudios, porque formaba parte del programa Erasmus. En un espacio narrativo como el que vivimos la invasión de Ucrania es un cuento distópico más, la guerra inevitable, que viene a unirse al virus destructor y la crisis económica. Lo maravilloso del tema es que en lugar de quedarse paradas atenazadas por el miedo, las personas de nuestro país reaccionaron y decidieron ayudar. Como explicaba Fernando Antolín, miles de personas recuperaron la fe en sí mismas y en su capacidad de ser agentes de cambio. Se combinó la información con la empatía por mimetismo, pero también –e igualmente importante o más– con el sentimiento de que sí que se podían cambiar las cosas. Y eso, obró el milagro. 

Como expresó la periodista Fabiola Barranco, lo que ha sucedido es maravilloso pero ahora hay que coger toda esa fuerza, esas ganas y esa generosidad y extenderlas más allá. Estamos en racha y hay que aprovecharla. Para eso necesitamos una narrativa del procomún, que se aleje del asistencialismo, de la pena o del rechazo. La comunidad estará mejor si todas las personas que la componen están mejor. Los derechos individuales dependen completamente de los derechos colectivos, en este sentido o todas tenemos derechos o todas nos quedaremos sin ellos. Y la solidaridad con el pueblo ucraniano ha demostrado que sí que podemos cambiar las cosas, muchos pequeños cambios hacen un cambio grande, muchas pequeñas ayudas hacen una gran ayuda. 

Toda esta conversación tuvo lugar en el museo de las misiones salesianas, un sitio lleno de generosidad y de historias inspiradoras. Un espacio muy recomendable para recuperar la ilusión por cambiar las cosas y encontrarse con gente diversa y estupenda, y donde los debates imposibles tienen lugar con la franqueza y el amor necesarios para seguir avanzando.