Dominio público

Tocando las narices y los cuadros

Ana Pardo de Vera

Mi favorito de Monet ni siquiera es ese cuadro de la serie Les Meules (Los pajares), sino La pie (La urraca), pero los activistas contra el cambio climático que han atacado la obra del impresionista francés expuesta en el Museo Barberini de Potsdam, al sur de Berlín, lanzándole "una sustancia viscosa" que resultó ser puré de patata me han indignado tanto como los que hace unos días echaron sopa de tomate sobre Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres.

Ante la grandeza y la fragilidad de una obra de arte atacada en un entorno seguro, la mente se bloquea, cierras los ojos o te los tapas, pero dejas una ranurita breve para poder ver una y otra vez ese vídeo viral en el que una amenaza asquerosa e imprevista cubre una pieza única, universal. Habría sido más coherente -pensamos, por ejemplo- un lanzamiento de chorro de puré de patatas o de tomate sobre la cara de los máximos responsables de Coca Cola, Pepsico o Nestlé, por ejemplo, que siempre figuran en el top ten de las empresas más contaminantes del planeta.

Al fin y al cabo, ¿en qué contaminan dos cuadros de tanto valor pictórico, histórico, cultural... y económico? Es verdad que los activistas -que están en su derecho de serlo y además, son imprescindibles para que espabilemos en nuestro confort de sofá y redes sociales- tienen que llamar la atención, pero, carallo, no con esas inocentes pinturas que tanto nos alegran la vista en este mundo de infinitas tonalidades de gris (el gris del humo, el gris del mar contaminado, el gris del ave cubierta de fuel, el gris de la ventana sucia por la chimenea industrial, el gris del rostro del asmático, el gris de la tripa de los peces muertos en el Mar Menor, el gris del vapor del estiércol de macrogranja, el gris de la ceniza de los incendios forestales, el gris del suelo cuarteado por la sequía ... )

Sí, el lanzamiento de purés sobre dos obras de arte al más alto nivel, esquivando todos los controles de seguridad, me ha cabreado pero bien, y cómodamente desde este ordenador en el que escribo, he pensado que menuda mente (mentes) retorcida y fría la que ha ideado esta estrategia de protesta, que ya podían haberse desnudado en Times Square, enseñado las tetas, haberse tirado en paracaídas con una pancarta o quemado unos cuantos trajes de firmas de moda que aún se resisten al #furfree (libre de pieles).


Y ahora que han tenido la paciencia de leerme hasta aquí, díganme: ¿Cuántas no hemos pensado lo mismo al sentirnos vulnerables y atacadas en algo que consideramos nuestro, de todas, de todos, que es el arte? ¿Cuántos no hemos pensado, al menos por un momento, que los activistas deben serlo contra lo que destroza el mundo y dejarnos al resto en paz, que bastante tenemos ya? Por eso precisamente es por lo que hay que felicitar y aplaudir al movimiento alemán Letzte Generation por su acción del pasado fin de semana con puré de patata y a los británicos de Just Stop Oil, por la suya con sopa de tomate de hace diez días: nos han interpelado de forma salvaje, probablemente la única manera -que no la última- de que reaccionemos y pensemos algo más en esta cuenta atrás que es la destrucción del mundo, al menos, tal y como lo conocemos.

"Nosotros somos los que decidimos lo que es políticamente posible. Podemos redefinirlo y cambiar nuestras normas y comportamientos. Cada décima importa, cada tonelada de CO? importa y siempre importará. Nunca será demasiado tarde para salvar lo que podamos salvar", Greta Thunberg, este fin de semana también, en una entrevista a El Paísreprochando la falta de compromiso real de los políticos, pero también de aquéllos/as a los que no gusta que les sermoneen ni les toquen las narices o los cuadros. Nosotros, sí, tú y yo.

Más Noticias