Otras miradas

¡A la mesa!

Leonor Cervantes Vargas

Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas y fundadora de Filosofía en Los Bares

¡A la mesa!
Imagen de George Dolgikh en Pixabay

Estás sentado a la mesa junto a unas ocho personas más. De repente, alguien a quien quieres, alguien a quien además conoces, comienza a contar una anécdota. Conforme pasan los segundos, te vas dando cuenta que la persona que narra está comenzando a mentir: añade detalles que dan dramatismo pero que no ocurrieron, incluye un giro cómico que no pasó y termina con una frase épica que desde luego no dijo. Todos escuchan enganchados y al final alguien entona: "¡Desde luego que lo que no te pase a ti!". Decides permanecer en silencio durante todo el relato. De hecho, cuando acaba, miras a los ojos al cuentacuentos y sonríes como uno más. En un par de minutos te han sido otorgadas un millón de claves. Tomas consciencia de lo mucho que disfrutas a esa persona, a la que ni te has planteado por un instante contradecir en público. Además, estás jovial y es que te sientes ahora una especie de elegido; pues, o bien tú sí viviste la historia real o bien a ti sí te fue otorgado el verdadero testamento. Pero, sobre todo, sabes que quien narra introduciendo mentiras sin previo consenso ve en ti un compinche leal. Estás ahora ansioso de que esa cena termine, porque lo mejor está por llegar: poder preguntar en la furtiva intimidad por qué ha cambiado los detalles, por qué ha cambiado incluso el final, por qué ha mentido a esa pregunta y no a otra, por qué ha mentido a ese comensal y no a otro. A ti aún te aguarda una carcajada y el postre de la complicidad.

Esta situación y otras tantas son observables en cualquier mesa de Navidad. ¡Ay, la Navidad! Las cosas claras y el chocolate espeso: la Navidad, con sus interminables eventos, su adoración continua a la familia y sus miles de compras obligadas, es uno de los momentos del año de mayor asimilación y naturalización del capitalismo y de los elementos que necesita este para su reproducción. A nadie se le descubre la pólvora si se afirma esto. Pero, además, de la mano de estos elementos, la Navidad es uno de los momentos del año que más autoexigencia generan. En Navidad todos debemos ser felices, ¡es el milagro de la Navidad! Por supuesto, también debemos tener ganas de ver a todos aquellos que hemos visto en contadas ocasiones a lo largo del año y también de pasar horas con aquellos que estamos hartos de encontrarnos: familiares, compañeros de trabajo, compañeros de universidad, antiguos amigos, antiguos alumnos, antiguos cualquier actividad en la que nos hayamos apuntado en algún momento de nuestras vidas. A esto se suma que, al llegar el 31 de diciembre, más nos vale poder hacer un buen balance del año vivido y, ya puestos, sacar sobresaliente en infinitas categorías de este túnel del terror por los diferentes meses del calendario. ¿Cuánto he leído/salido de fiesta/ido a conciertos o al cine/viajado/incluso ligado a lo largo del año? Y esto no acaba aquí, pues siempre se puede hacer más fino el tamiz de la autoexigencia: ¿en qué mes lo he hecho más? ¿es una ratio normal en comparación con la del resto de mortales? ¿el año pasado lo hice mejor? Además, como siempre se puede mejorar, ahora toca redactar los propósitos de Año Nuevo. Por si aún no has tenido suficiente, puedes juntar todo esto con la figurita oculta del roscón de la perfección: la comparación con los otros, y así ver si tus Navidades son lo suficientemente buenas. Comparar familias, tradiciones, regalos, menús... todo vale. Finalmente, a todo lo que en esta vida sea violento, siempre se le puede sumar un elemento más duro, vivirlo siendo mujer y/o LGTB+ en este sistema. Probablemente, si lo eres, la Navidad es el momento en el que tendrás que estar más "guapa"; aguantar comentarios, miradas o silencios indeseados; soportar coincidir en un evento con alguien en contra de los derechos de tu colectivo; o ver cómo la carga mental y la posterior elaboración de cenas y regalos corre de tu cuenta. ¡Navidad, Navidad, dulce Navidad! Aquí nadie se baja del carro: odiar a un familiar, no vestirse correctamente para un evento y no tener fuerzas para salir de la cama en Nochevieja no se contempla.

Escrito todo esto pudiera parecer que detesto estas fiestas; pero lo cierto es que tengo jerseys navideños, escucho a Mariah Carey y me gusta la Navidad. Y es que la Navidad es también la época del año para cabalgar contradicciones. Me gustan estas fechas porque me permiten una actividad que disfruto desde niña: observar las situaciones que se dan alrededor de una mesa. Me pregunto cuánto tiempo pasamos junto a los otros alrededor de una mesa, por cuántas mesas diferentes pasamos a lo largo de nuestra vida e incluso qué dice de nosotros que compremos mesas desplegables.

Una mesa es siempre un lugar donde una puede delatarse. Una vez descubrí que se me estaba siendo infiel por cómo dos personas se sentaban en una mesa en una reunión de amigos. Por cómo se miraban, por cómo mantenían su propia conversación en paralelo a la conversación general de la mesa, por cómo venían vestidos diferentes a cómo solían venir a esos encuentros. Tiempo atrás, otros amigos, en una mesa de otra reunión de amigos, comenzaron a intuir que yo estaba con uno de los integrantes porque cuando él olvidó un detalle para seguir contando una anécdota yo instintivamente se lo facilité para que pudiera continuar su narración. "¿Y tú cómo sabías eso? ¿Me he perdido algo?" me preguntó una amiga al salir de la cena. Lo cierto es que una mesa es el lugar perfecto para jugar a contemplar el amor.

Lo desagradable de observar a una pareja que ya no se escucha mutuamente, donde uno incluso interrumpe para desdecir al otro o, sin más, pasa los momentos de gloria de su acompañante mirando el móvil. Lo tierno de descubrir que una amiga pasa ese año retransmitiendo la cena por su teléfono porque anda hablando con alguien que no ha sido invitado al evento. Lo canalla de ver a dos comensales flirtear en directo, ansiosos de alargar la sobremesa. Sentados en una mesa a todos se nos caen las caretas en el momento en el que esperamos a que algunos vuelvan del baño para contar algo; mientras que, en cambio, de otros nos resulta indiferente que se incorporen a mitad de la narración. ¿Quién no tiene seleccionado en esta vida su auditorio imprescindible? Esta cuestionable criba la tenemos todos.

Una mesa es también el gran escenario de los gestos de amor pequeños y silenciosos. Me gusta cuando en un grupo de amigos se alza la frase "cuéntalo tú, que tú lo cuentas mejor" y todos, como si de un bien a la comunidad y a la belleza se tratara, recogemos nuestro ego y permitimos que aquel que evoca de forma más cómica las situaciones, narre algo que todos vivimos. Me gusta también, cuando alguien azuza a otro a que cuente una historia, "tú tienes una anécdota buenísima con esto, cuéntala", se escucha a veces. Por supuesto, nada más tierno que permitir al otro contar y recontar aquella historia que has escuchado mil veces, solamente por verle ilusionado. De la mano de qué se dice y qué se calla en una mesa, no hace falta recordar el famoso mantra acerca de la importancia de felicitar en público y criticar en privado. Nada más cálido que dos personas entrando en una cena mientras una de ellas entona un, "¿os ha contado ya la buena noticia?", en ese momento es como si extendiéramos una alfombra roja a nuestro acompañante.

Os deseo en estas fechas cenas de Navidad más cargadas de estas situaciones que de interrogatorios amparados en la supuesta impunidad que confiere una mesa navideña. De esas cenas, donde, en pos del milagro de la Navidad, parece que podemos decir en voz alta lo que se nos ocurra y donde todos, familiares problemáticos, jefes-empleados, compañeros que hicieron bullying y compañeros que lo sufrieron, debemos ser amigos. Sobre todo, os deseo en estas fiestas, que os sentéis en la mesa con quien de verdad queráis y disfrutéis observando los pequeños detalles que estos muebles de cuatro patas generan.

Y aunque pueda ser pedir demasiado, en estas fechas en la que todo parece posible, os deseo también que tengáis a alguien -una amiga, un familiar, un compañero, un amor- con quien volver de cualquier cena y poder pasar el camino comentando lo saboreado. Os deseo a alguien con quien podáis intercambiar una mirada en mitad de cualquier evento y sepa exactamente qué estáis pensando. Alguien que os abrace tanto como manoseamos esa servilleta que vamos deshilachando, rasgando e incluso haciendo bolitas a lo largo de la cena. Alguien que os haga sentir la alegría e inocencia que sentíais de niños al mezclar todas las bebidas en la mesa de los pequeños. Os deseo sentaros en una mesa junto a alguien con quien compartáis la cotidianidad suficiente para poder decir "prueba tú este plato que te va a gustar.". Por supuesto, os deseo a alguien que os ceda esa parte del plato que sabe que es vuestra favorita. En estas fiestas, os deseo a alguien que aproveche los huecos en los que los otros salen a fumar para sentarse en la silla que ha quedado vacía a vuestro lado y que jamás os cambie el sitio para evitar quedarse él con la pata de la mesa entre las piernas. Os deseo, en definitiva, felices fiestas y, sobre todo, disfrute y complicidad.

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