Dominio público

Sobre la BBC y el NYT, un desahogo

Ana Pardo de Vera

Inmigrantes encaramados a la valla fronteriza de Melilla. EFE
Inmigrantes encaramados a la valla fronteriza de Melilla. EFE

Entramos hace más de un mes en año electoral. El debate partidista sobre las medidas (o no) de quienes gobiernan, cogobiernan o aspiran a hacerlo se rodea de un ruido enorme y desagradable, grosero incluso: "Que te vote Txapote" es la mejor muestra del bajo nivel, de la vulgaridad y la falta de empatía del momento que vivimos; y que va para largo (elecciones municipales, autonómicas, generales, formaciones de gobiernos coaligados a falta de mayorías absolutas ...) El trabajo de la prensa se hace cada vez más difícil, tratando de apartar la porquería para ver la noticia en medio de todo este carajal de competencia electoral y discursos de marketing para alumnos de primaria.

Y no se trata solo de que los y las periodistas -y hablo de profesionales, no de la calaña que se hace pasar por tales- debamos ir con cuidado con cada presunta información que manejamos; es que además nos enfrentamos a una resistencia férrea de las instituciones para confirmarla o descartarla, a una presión insoportable por dar noticias virales a la velocidad de la luz, al trabajo añadido de tener que desmentir las manipulaciones, intoxicaciones o mentiras de "la calaña" a la que antes me he referido y a una precariedad creciente que se ha visto en toda su crudeza con el terremoto en Turquía y Siria con el que amanecimos el lunes: a falta de corresponsales (What is this?) en la zona o cerca, muchos medios de comunicación han tenido que llamar a periodistas (o no) que pudieran hacer las coberturas de forma urgente desde el lugar de los hechos, probablemente, pagándoles una miseria y sin contrato.

Bien, habrán notado que en el momento en que escribo este texto (noche de lunes), no tengo mi mejor día: la tragedia de Turquía y Siria, con su contabilizador imparable de muertos y víctimas, de fotos que vas pasando una y otra vez, de directos y sustos con réplicas eternas te estampan contra otras noticias que parecen irrelevantes. Todo, en realidad, carece ahora de importancia, pero hay que publicar la noticia de Froilán y su desmadre continuo, el pulso político entre los dos socios de gobierno por la ley de libertad sexual, Aznar dando lecciones de feminismo en un foro del PP, el bochorno de los trenes previstos para Cantabria que no se ajustan a los túneles ...

Y en medio de todo esto, dos informaciones de dos grandes medios internacionales, muy graves ambas, que se confirman equivocadas, como mínimo, y al menos en uno de los casos, han sido corregidas. Por un lado, The New York Times publica el 23 de enero que un grupo supremacista ruso estaría detrás del envío de cartas bomba en España. The New York Times no es cualquier periódico; para los periodistas, al menos para mí, es EL PERIÓDICO, una referencia, pero mientras el Gobierno de España muestra en silencio su extrañeza, la Embajada de Rusia aquí se chotea en Twitter por la avidez de la prensa española con las informaciones que llegan de EE.UU., parte (muy) interesada en la guerra de Ucrania ("La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad")


Dos días después, la sonrojante realidad da la razón a Rusia y se la quita a The New York Times o a sus fuentes, los servicios de espionaje de Washington y Londres, sostiene el diario. "La Policía detiene a un jubilado de Burgos por el envío de las cartas explosivas a Sánchez y a embajadas", titula Público 48 horas después de la bomba (sic) del NYT. Un jubilado. De Burgos. Nada más que añadir.

Este mismo lunes, recordando lo del imperialismo ruso que se ha montado él solito un jubilado de Burgos, me llega otra nueva, que al parecer, colea desde hace semanas: el reportaje de la BBC sobre la llegada masiva de migrantes -sudaneses, sobre todo- a Melilla, que fue tomado como referencia para tantas instituciones y medios, ha sido rectificado: muertos que eran "cuerpos sin vida" ahora son "cuerpos inmóviles". Lo más cercano a la verdad parece ser un muerto en suelo español -nada ha sido oficialmente confirmado-, desvelado por la investigación conjunta de El País, Lighthouse Reports, Le Monde, Der Spiegel y Enass ("Un testigo y agentes marroquíes grabados mientras arrastraban a las víctimas apuntan a que hubo al menos un muerto en suelo español", dice el diario de Prisa).

 

La prensa necesitaba saber e informar sobre qué estaba pasando en Melilla en junio de 2022, ante la alarma de ONGs y seres humanos desesperados que lograban entrar en suelo español contando barbaridades de las fuerzas de seguridad. Público logró en exclusiva imágenes de gendarmes marroquíes actuando en suelo español, El País se hizo con otras de la brutalidad de estos agentes contra los sudaneses ... y la BBC hizo un reportaje escrito y audiovisual hablando de muertos que no estaban confirmados y que fue utilizado como referencia para mucha gente. Ahora se ha matizado (un decir); primero el texto y después el documental.

¿Convierte el error de la BBC en menos grave la tragedia de Melilla? En absoluto, y ése es otro debate igualmente importante por lo que España se juega como democracia (con Marruecos siempre ayudando), pero sí provoca confusión y distanciamiento público de la prensa. Con razón, pues nos encontramos en un momento de fuerte desprestigio del oficio y de reconsideración de nuestro trabajo ante los avances tecnológicos, las redes y el acceso ilimitado por muchos canales a información directa, no siempre veraz y contextualizada, así como a fuerzas globales autoritarias que reniegan del periodismo ("La información soy yo") con métodos burdos pero eficaces.

La falta de transparencia de las instituciones a la hora de informar, su lentitud y una opacidad buscada o no (hay que tener en cuenta la seguridad, desde luego, pero no usarla como coartada para todo) tampoco ayudan a dar la mayor y mejor cobertura del derecho constitucional a la información que tienen los ciudadanos y ciudadanas. Merecemos una prensa que quiera, pueda y sepa hacer su trabajo, así como democracias que la amparen con todo su aparato institucional al servicio de hacerse mejores a sí mismas. Qué menos.

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