La clase obrera protagoniza esta excepcional exposición fotográfica

George Bretz. Minero usando barrena de carbón. Mina de Carbón de Kohinoor, al este de Pensilvania (EE UU), 1884. Foto: Universidad de Maryland, condado de Baltimore.

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El crítico de arte y fotógrafo catalán Jorge Ribalta ha sido el comisario de esta casi irrepetible exposición, ‘Genealogías documentales’, que alberga el Museo Reina Sofía hasta el próximo lunes, 27 de febrero. En ella se exhiben algunas fotografías antiguas, de mediados del siglo XIX, de las que apenas se cuentan ejemplares en el mundo. Ribalta propone una doble mirada para una doble revolución: la de la fotografía y la de las clases populares. Los pobres, los excluidos, el lumpen-proletariado…, la clase trabajadora en su conjunto es la protagonista de esta excepcional exposición.

Todo empezó en 2011, con la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939. Ese fue el inicio de toda una narrativa que ha compuesto Ribalta para repensar la manera en que se ha utilizado el discurso documental en la historia de la fotografías. “Partiendo de que lo documental no es puramente lo que se opone a la ficción, como se suele entender de forma un poco banalizada, ello aparece históricamente en los años 20 del pasado siglo para representar el nuevo protagonismo político adquirido por parte de la clase trabajadora”, en sus propias palabras. Es en este punto donde sobresalen fotografías publicadas en medios de comunicación comunistas de Alemania y la URSS, una suerte de autorrepresentación de la clase trabajadora ligada a su promoción.

El pequeño ciclo de exposiciones continuó en 2015, con Aún no. Sobre la reinvención del documental y la crítica de la modernidad, posicionada en los años 70, tras el mayo parisino del 68. “La historia de la preguerra, ese vínculo entre lo documental y la política del movimiento obrero, queda borrada por la Guerra Fría, al menos en Occidente, y solo cuando aparece una nueva generación de artistas politizados es cuando resurge”, explica Ribalta.

En esos años, además, se produce cierta historización del movimiento de la clase obrera entre lo documental y lo político. La muestra, por aquel entonces, sirvió para mapear la década larga de los 70 identificando los polos de debate y teorizando la relación entre lo documental y los movimientos sociales que, claramente, no eran iguales que cuatro décadas antes.

“En los años 30 la representación del trabajador era la del obrero industrial, muy masculinizado, en una fábrica. En los 70 las luchas políticas han adquirido otro cariz y sobresalen las minorías raciales y de género, se abordan las consecuencias del conflicto de Vietnam y el discurso poscolonial”, explica el comisario. Y en esa nueva constelación, la geografía también se diversifica dejando algo atrás al hombre blanco europeo y entrando de lleno latinoamericanos y africanos.

Dentro de este ciclo, Marc Pataut fue el protagonista de una tercera exposición que tuvo lugar en 2018. Esta especie de coda se centraba en su trabajo de forma monográfica: “Se trata de un caso emblemático de vínculo de práctica fotográfica y el surgimiento de los precarios y los movimientos de antiglobalización de los años 90”, enuncia Ribalta.

Así llegamos a 2023, momento en el que Genealogías documentales viene a cerrar este hilo conductor entre fotografía y movimiento obrero y yendo a los inicios del mismo. “Esta mirada a la protohistoria, incluso antes de que surja el discurso documental como un arte específico, muy de los años 20, posee ciertas prácticas que se remontan casi al origen de la fotografía misma”, subraya el comisario.

De la mano, fotografía y revoluciones transitan desde 1848, año en el que se publica el Manifiesto Comunista y se da la primera revolución fotografiada y el nacimiento del movimiento obrero tal y como lo entendemos en la actualidad, hasta el surgimiento del movimiento obrero organizado ya a finales del siglo XIX y principios del XX. Ribalta, de esta forma, mapea las fuerzas, tendencias y discursos que anticipan el género documental propiamente dicho.

Los pobres, los excluidos, el lumpen-proletariado, la clase trabajadora en su conjunto es la protagonista en todas y cada una de las diferentes salas que cobijan esta excepcional exposición. La primera de ellas se concentra en 1848, aunque pronto da paso a la siguiente, dedicada a ese surgimiento de los estados-nación y las campañas fotográficas que les acompañan. Es ahí donde, pese a no existir todavía la fotografía como un hobby amateur, aparecen personajes populares, criados, vagabundos y gente de la calle, esas personas que vivían en la periferia de los monumentos nacionales.

Otra sala se concentra en los grandes ensanches llevados a cabo en algunas ciudades europeas como París, Madrid, Viena y Barcelona. Esas grandes reformas urbanas intentaron adecuar la ciudad a la industrialización, y de ahí el surgimiento de ese proletariado, los barrios pobres, la marginalidad urbana.

La siguiente estancia se centra en las primeras representaciones del trabajo industrial principalmente vinculadas a la fábrica y las obras públicas, así como la mina. Se trata de iconografías que en España, por ejemplo, ilustran la construcción del canal de Isabel II. “Además, todo ello se entrelaza con el trabajo forzado que se veían obligados a realizar los presos”, puntualiza Ribalta.

Los usos disciplinarios de la fotografía tienen una sala única. En ella aparecen los discursos médicos, antropológicos y judiciales tan en boga a finales del XIX. Es aquí donde los heridos en las guerras saltan al negativo y donde la fotografía antropológica construye un discursos de alteridad respecto al primitivo, el enfermo e, incluso, el considerado como criminal.

Escenas de trabajo en los talleres Krupp, Esen. Fotógrafo desconocido.

Escenas de trabajo en los talleres Krupp, Essen (Alemania), 1899. Fotógrafo desconocido.

Barricada en la rue de la Roquette, plaza de la Bastilla (París), 1871. Fotógrafo desconocido.

La muestra termina con una sala en la que se combinan imágenes de algunas revoluciones con las del nacimiento del movimiento obrero organizado, como los 1 de mayo o las Internacionales socialistas. Más ejemplos: la Comuna de París de 1871 y la Revolución rusa de 1917. Termina con Lewis Hine, “la gran figura emblemática del cambio de siglo que con su trabajo de denuncia del trabajo infantil para una organización se convirtió en el emblema de lo que sería el fotógrafo documental del siglo pasado”, ilustra el comisario. También aparece Paul Strand como “esa figura moderna que marca la transición en la segunda década del XX hacia lo que se entiende como fotografía moderna, también muy politizado”.

Genealogías documentales está ideada en ese tiempo algo lejano pero todavía temible de confinamiento pandémico. “Aquello hizo muy difícil la investigación e impidió la posibilidad de viajar. Hemos contado con una limitación muy ardua, además de que parece que la pandemia ha tenido cierto efecto en los museos y archivos a la hora de complicar los préstamos”, explica el fotógrafo y crítico de arte.

Ese ha sido el motivo por el que muchas instantáneas que a Ribalta le hubiera gustado exponer finalmente no cuelgan de las paredes del Reina Sofía, pero eso no es óbice para haber conseguido una muestra difícilmente igualable. “Hablamos de obras muy delicadas, sujetas a periodos muy largos de descanso y que de por sí es difícil obtener un préstamo. Sería muy raro volver a ver expuesto junto todo lo que hay aquí”, defiende el comisario. Sin ir más lejos, posiblemente es la primera vez que se hace algo como lo que hay en la sala centrada en 1848: “Hablamos de que a lo mejor en el mundo hay unas 10 fotografías de aquello y aquí hemos reunido cinco. Parece que no es nada, pero es realmente difícil”.

Las obras proceden de países como Francia, Inglaterra, Australia, Estados Unidos, Rusia, Alemania y España. Según el comisario, “esto tiene un coste astronómico. Primero el traslado de la obra, con varias personas miembros de los museos prestadores para supervisar el montaje, y luego hacer marcos especiales y vitrinas climatizadas. Toda esa parte de producción que conlleva el hecho de que se trata de obra antigua es extremadamente cara”.

Tal esfuerzo ha sido muy aplaudido por la comunidad académica centrada en la historia de la fotografía, y ya ha conseguido sus resultados. Por el Reina Sofía han pasado estudiantes de Alemania y de California, por ejemplo, que visitaban Madrid con motivo de la exposición. Además, el libro también está llamado a ser un éxito: “Reúne a 15 autores de diferentes países”, concluye Ribalta, “que escriben ensayos cortos pero componen un gran proyecto desde el punto de vista intelectual que interpela a la comunidad internacional formada por los estudiosos de la historia de la fotografía”.

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