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Jimina Sabadú, en el Estupenda Café Bar. Foto: Instagram.
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Jimina Sabadú: «Tinder es lo más parecido a jugar a Jumanji»

El mercado del sexo y las relaciones de pareja también se rige por la ley de la oferta y la demanda. La escritora analiza cómo se han transformado las citas en la era de las apps.

Aurora Muñoz

Hace casi 25 años del estreno de Sexo en Nueva York, una serie de Darren Star (Beverly Hills 90210, Melrose Place) que tuvo su momento dorado y fue considerada una ficción revolucionaria por colocar en prime time un discurso deslenguado y explícito sobre la vida sexual de las mujeres. Ni siquiera entonces podría considerarse un relato atrevido, sobre todo teniendo en cuenta que Catherine Millet, la crítica de arte francesa que fundó Art Press, publicó tres años después de este estreno un volumen sobre sus encuentros sexuales, que involucraban a desconocidos y a grupos de hasta 150 personas. A su lado, las aventuras de estas neoyorquinas parecen una historieta de Purita Campos regada con unos cosmopolitan, sin embargo el mérito innegable que hay que concederle a esta serie que tiene como punto de partida el best seller de homónimo de Candace Bushnell es que logró convertirse en un éxito televisivo en un contexto muy señoro, a años luz del Me Too, en HBO, una cadena donde, hasta entonces, la mayoría de las producciones de su catálogo estaban dirigidas mayoritariamente al público masculino. Lo compramos.

Carrie Bradshaw llegó a nuestras pantallas en un momento de bonanza económica y, aun así, frivolizaba a menudo con que no podía pagarse una casa porque todos sus ahorros estaban puestos en zapatos. Era parte del personaje y su aura pija, con una moral casi puritana en muchas ocasiones. Su discurso sobre la libertad sexual de las mujeres intenta tapar a duras penas una sucesión de relaciones tóxicas, una exaltación mal disimulada de los cuerpos femeninos normativos y cierto romanticismo trasnochado. Hay que admitirlo, no podemos juzgar a un producto creado como arma de distracción masiva a finales de los noventa como el culpable de todos nuestros males sentimentales, aunque resulta tentador y la columnista del New York Post, Julia Allison, hizo el intento. Si cuela, cuela.

Lo que si podemos asegurar es que Sexo en Nueva York ha envejecido mal, como algunos hits del pop español y, sin embargo, su influencia permanece. Desde entonces, la mayoría de los lectores imagina a las columnistas y periodistas de tendencias como un cliché aspiracional que escribe desde un Mac en un apartamento del Greenwich Village. Ya quisieramos. Jimina Sabadú, en cambio, solo tiene de irreal el pseudónimo bajo el que escribe. Se lo inventó de niña, cuando jugaba con sus vecinos, y con esta firma ha ganado los Premio Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Hoy, como Francisco Umbral, viene a hablar de un libro que acaba de cumplir un año en el mercado, La conquista de Tinder. Se trata de un ensayo donde analiza los cuatro años que pasó inmersa en aplicaciones de citas y disecciona la popularización del fenómeno. En siglo XXI, querida Bradshaw —estés en el universo paralelo que estés— todos los salseos arrancan en la palma de la mano.

Cuentan las malas lenguas que tu «primera vez» tuvo que ver la búsqueda de una justa venganza. ¿Qué parte de la leyenda es real y cuál apócrifa?

 ¡Es cierto! Fue una venganza por mobbing que no surtió efecto, pero ejecute la venganza por otro lado. Soy muy creativa. Tenía amigas que estaban en Badoo, que es otro estilo; estuve en su día en Meetic; pero a Tinder llegué porque sabía que un tío asqueroso de la empresa estaba poniéndole los cuernos a una novia y presumía mucho de los sitios a los que iba con los ligues y pensé que lo pillaría en la aplicación, pero es más listo de lo que creo o, a lo mejor, no estaba en Tinder porque era tan clasista que lo vería de pobres, así que nunca le encontré.

 

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En este libro citas en varias ocasiones La rebelión de las masas de Ortega y Gasset. Detengámonos en un fragmento: «Hoy se pueden comprar muchas más [cosas], porque la industria ha abaratado casi todos los artículos». Si hacemos un símil con las películas de Disney, no se puede conseguir que alguien se enamore de ti, como decía el genio de Aladdin, no podemos comprar el amor pero, ¿estamos nosotros a la venta?

El abaratamiento de la producción tiene cosas muy buenas, como que todos tengamos zapatos en el primer mundo, y cosas malas, como que no valoremos nada. Si puedes comprarte zapatos en cualquier momento, no tratas bien los tuyos. No valoramos las cosas porque las tenemos muy accesibles. Ya nadie arregla las cosas, las tiran. Sale más económico, pero es antiecológico y, si me apuras, ni siquiera es bueno para uno mismo. Hemos acabado por hacer lo mismo con las relaciones: si puedes acceder a gente con mucha facilidad, no le concedes tanto valor.

Esa dinámica tiene una parte buena y es que no tenemos que quedarnos con la primera persona que nos encontramos en el pueblo o en la pandilla, sino que podemos conocer a personas fuera de nuestro entorno, con perfiles muy diferentes. Me parece atractivo conocer en estas apps a gente que no es como tú, pase algo o no, pero me ha encantado conocer a un tío que se dedica a la historia, a otro que es contable e incluso a un taurino, que es algo muy alejado de lo que me puede gustar. Son tipos con los que no tengo nada que ver pero, aunque sea durante una conversación corta, descubres cómo ve esa persona del mundo.

El tema es que hay un momento en que la oferta es tan abrumadora que te puede producir cierta saturación y, en una ciudad muy poblada como es Madrid, todos los perfiles acaban por parecerte el mismo y piensas en cómo de repetidos estamos. Nadie te satisface ni para lo más elemental, que puede ser una conversación, o lo más primario, que puede ser el sexo. Los chicos, a su vez, se encuentran con una enorme oferta a la que no pueden acceder, porque ninguna queremos nada con ellos. Eso acaba por desarrollar frustración, un odio que pueden vehicular de maneras muy distintas. Hay quien intenta de salir de ella con una mentira y finge ser lo que la otra quiere escuchar o trata de diferenciarse de alguna manera absurda. Debemos pensar en estas aplicaciones como una gama de grises, pero si eres más o menos buena persona, probablemente, tengas más frustración que alguien a quién le da todo le da igual.

El gran recurso que encontraron para Aladdín no es exacto en las personas, ahí está la mentira. Tú puedes fingir que eres quien no eres para provocar gustarle a otro, es lo que se conoce como enamoramiento por simpatía. A mí la gente que lo hace me da asco, para empezar, pero hay una estrategia mejor: convertirte en alguien deseable pero inaccesible. Como dicen un amigo, no hay nada menos sexy que la disponibilidad.

En el capítulo sobre La revolución industrial del amor introduces una pregunta que podrían estar haciendo muchos psicoanalistas en estos momentos a otro corazón roto que se sienta en el diván: «¿Cómo recuerdas tu vida sentimental en 2005?». Esto puede ser cómo bucear en la deep web: si pasas, mejor no dejar rastro… ¿Crees que la marejada de citas acaba por dejarnos la sensación de haber ido a comer en plato frío e insípido todo el rato?

Somos trogloditas con una tecnología alienígena del futuro y tenemos una vida que está muy por encima de lo que nosotros podemos procesar como seres humanos en este punto evolutivo.

Hay una cosa que no sabía antes de escribir el libro y descubrirla me ha hecho sentir muy mal. Nadie te da like, porque le apetece realmente estar contigo, sino porque eres la que respondió. Le dan like a todo. Eso te explica muchos rechazos. No es que no le gustases superficialmente, es que eras el último plato de todos. Yo prefiero no pensarlo mucho porque me pongo un poco triste. Al final, no nos gusta sentirnos despreciados ni sentirse la opción de descarte.

Aun así, recuerdo a gente que he conocido y me lo he pasado muy bien, sobre todo en Badoo. También es cierto que la época en la que yo lo usaba coincidió justo con la gran crisis económica del 2007 – 2008. La gente tenía ganas de divertirse en todos los ámbitos de la vida, era una etapa en la que lo lúdico tenía un peso más específico, pero también es cierto que hay algunas citas a las que ojalá pudiera volver en el tiempo y no enrollarme con semejante pan sin sal.

 

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Una de tus tesis es que todos los problemas de Tinder nacen de la desigualdad intrínseca que tenemos hombres y mujeres a la hora de acceder a las relaciones sexuales. ¿Dirías que nos relacionamos de forma diferente pero, al final, no salimos del Día de la Marmota con esto del amor romántico?

No estoy en contra del amor romántico, solo me opongo a las relaciones tóxicas de dependencia. Es que es verdad que son colindantes, pero las relaciones completamente profilácticas no son mucho más sanas. Creo que hay maneras generacionales de ver el amor romántico, por ejemplo, la gente que tenga de 41 a 47 años, en muchas ocasiones, he conserva una visión donde el drama es una parte elemental. Hubo un chico con el que hablé mucho y al final no quedé, al que le gustaba mucho una película maravillosa de Álvaro Fernández Armero que se llama Todo es mentira. Trata una relación muy tóxica con una vibra muy fresca y dos actores que, en ese momento, estaban en estado de gracia: Coque Malla y Penélope Cruz. Puede que la gente no vocalizara, pero era muy de verdad. Hace poco volví a verla y entendí por primera vez a aquel chico de Tinder. Hemos crecido con estas películas generacionales, como Reality Bites, y entendemos las relaciones desde ese prisma.

Breve encuentro, de David Lean, es otro ejemplo. Va de una pareja que se enamora en la coincidencia entre coger un tren y el siguiente. Es del año 45 y también se ha convertido en una cinta icónica por el código que refleja. Ella acaba por arrepentirse de haber soñado esa relación porque no deja de ser una infidelidad, aunque no sea de facto. Representa otra forma de ver las relaciones y es una película con la que ahora mismo muchos nos podemos identificar. Ahora nos encontramos en Facebook o Instagram y puede seguir la relación o no. Lost in Translation, de Sofia Coppola, llegó justo antes de la expansión de las redes sociales y muestra un momento de la vida en el que uno se pregunta «qué hubiera pasado sí…». Incluso podríamos retrotraernos a Las cuatro y diez, la canción de Aute, donde una pareja se encuentra para tomar un café y recuerdan una relación pasada, ya de adultos, y se van cuando a ella se le acaba la hora de la coartada. Todo es verdad, pero cada uno tenemos unas referencias y diferentes formas de ver la vida. Por desgracia, nos corresponden distintos papeles en esto.

Pero no hay que irse al cine, toquemos un tema actual: ERC, Junts y la CUP  han denunciado que un policía infiltrado tenía relaciones «sexoafectivas» con activistas. Me llama mucho la atención que la mayoría de los tíos con los que he debatido el asunto lo ven lícito, incluso gracioso y heroico. En cambio, todas las tías —entre las que me incluyo— lo vemos mal independientemente de nuestra ideología, nos parece una traición. Eso te hace plantearte cómo es posible que les parezca normal engañar a una tía como si la hubieran burlado al estilo de Don Juan Tenorio. No se trata ya de conseguir el engaño, sino la recompensa, que es el sexo. El triunfo consiste en someter el sentido crítico de esas tías, hacer que bajen la guardia y engañarlas. Ahí ves que hay una tradición muy enquistada.

En el lado contrario, tengo el recuerdo de una cita de Rafael Azcona en la que hablaba de la prehistoria del tambor. Decía que una mujer se enamora de un hombre porque es el mejor tocando este instrumento y, cuando lo consigue, guarda el tambor debajo de la cama para que no vuelva a tocar nunca. No quiere que nadie más lo escuche. Su relato bebe de la antropología, que ha constatado que en sociedades más primitivas, cuando llega el momento de emparejarse, se pierde el componente lúdico del sexo.

 

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Antes de Meetic, parecía impensable que alguien en la veintena dejase en manos de un algoritmo su vida sentimental. ¿Cómo se lo ha montado tan bien Tinder como para que todo el mundo, a pesar de haber escuchado 500 historias de terror y fracaso en la plataforma, sienta curiosidad y entre a hacer swipe?

Más que historias de terror con moraleja, son el tren de la bruja. Cuando te montas en la atracción, sabes que lo vas a pasar mal, pero casi de broma. Sabes que te van a dar sustos y unos escobazos, pero es una parte de diversión porque somos seres humanos y necesitamos emociones. Nos están prometiendo salir de nuestras vidas más o menos rutinarias. Tinder es lo más parecido a jugar a Jumanji sin la posibilidad de que te toque la casilla de quedarte en la selva, como le pasó a Robin Williams. Te preguntas qué habrá ahí dentro, como si escuchases el «pum pum pum» de los tambores.

Hay una película muy infravalorada que se llama American Playboy, con Ashton Kutcher, en la que dice: «Ahora entiendo por qué las salidas y las llegadas del aeropuerto de Los Ángeles están en plantas diferentes. Así los que aterrizan no ven cómo todos los que lo intentaron se marchan con el corazón roto». Es algo así.

A pesar de los recursos virtuales para conseguir el match, ¿sigue teniendo sentido tirar de garito para ligar o eso ya quedó para los tiempos de Carrie Bradshaw y las chicas de Sexo en Nueva York?

El bar no va a morir porque haya apps. La gente sigue intentando tirar la caña allí, aunque es verdad que es más fácil geolocalizar tu foto en Instagram y ver quién está conectado. Eso lo ha hecho todo el mundo. Total, va a pasar exactamente lo mismo, pero más rápido: no te va a marear, vais a follar y si resulta una mierda o no se le levanta porque está borracho, te vas a acabar haciendo una paja y ni tan mal.

El término ‘responsabilidad afectiva’ no nació en la aplicación, pero se ha convertido en la salvaguarda de una legión que podría fundar perfectamente una plataforma de afectados por el goshting. ¿Podemos fiarnos de esas etiquetas o casi son más bien una red flag?

Si alguien me dice «responsabilidad afectiva» o algo del palo «los tíos somos lo peor», cualquier cosa que me suene mínimamente a que intenta ser mi colegui; lo único que pienso es: «Corre Sarah Connor, corre por tu vida». Eso siempre va a ser mentira cochina. Cualquiera que verdaderamente sea un aliado feminista o tenga sensibilidad no va a tener la urgencia de definirse como tal. En general, todos estamos en contra del asesinato. Si alguien te lo explicita, seguro que te preguntas por qué lo saca a colación. Los tíos necesitan distinguirse del resto y hacen lo que pueden.

Acaba de pasar San Valentin y de pronto parece que el mundo se ha convertido en una especie de arca de Noé, donde todo el mundo tiene que ir por parejas. Hagamos apuestas, ¿habrá superávit de super like este mes?​

Pues mira, yo creo que no. Si en San Valentín vas buscando pareja a la desesperada es porque tienes 14 años o un problema muy serio, que también los hay. Salvo estas excepciones, da mucho corte de rollo quedar en torno a las fechas de San Valentín porque es una fecha en la que todo parece una apuesta en firme. ¡Buf! Es muy espinoso. Mi consejo, para no iniciados, es que nunca olvidéis estas claves: lleva siempre la ropa interior limpia; cuidado con quién hablas; no mandes fotos; dónde pongas el coño, no pongas la cara; guarda todas las conversaciones de WhatsApp y; si quedas, dale a alguien de confianza tu ubicación por si acaso.