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Cartel promocional con los protagonistas de 'Todaslas veces que nos enamoramos'.
Cartel promocional con los protagonistas de 'Todaslas veces que nos enamoramos'.
Fotograma de 'Todas las veces que nos enamoramos'.
Fotograma de 'Todas las veces que nos enamoramos'.

‘Todas las veces que nos enamoramos’: una serie millennial que escapa de los clichés del amor romántico

Saber que pasará al final no es siempre lo más importante de una historia. Esa es la tesis de Carlos Montero en esta comedia romántica de Netflix en la que se dinamitan las bases del género.

Aurora Muñoz

Ay, el amor romántico… Puede que sea la construcción social con más peso en nuestra cultura y una de las más determinantes en nuestro recorrido sentimental. Está por todas partes: en las canciones que escuchas por la radio, en los cuadros de las grandes pinacotecas y, por supuesto, en las grandes películas de la historia del cine, hasta en las series que nos acompañan en las sesiones de tardeo casero. Nos sabemos de memoria todos los clichés del esquema «chico conoce chica» y las consecuencias de no cumplir con los estándares del amor cortés que fueron codificadas en el siglo XII por Andreas Capellanus. Desde entonces —que no os engañen—, no se ha inventado nada. Asistimos a estos culebrones casi como a ver la saga de Scream, con el manual de bajas justificadas en la mano. Sin embargo, le seguimos pidiendo a la industria audiovisual una comedia romántica nueva cada poco tiempo. Otra más, que sea la definitiva. Esa de la que te sabes todos los diálogos y, en plena adolescencia, acaba convirtiéndose en la sal de tus palomitas. ¿Quién puede decir que no a desconectar con su dosis pautada de romances ajenos?

Netflix ha vuelto a intentarlo el pasado 14 de Febrero e incluyó en su catálogo Todas las veces que nos enamoramos, una nueva serie que prometía entrar de lleno en el top de las más vistas en pleno Día de los Enamorados. Y lo consiguió. Vaya si lo consiguió. Carlos Montero, su creador, se las sabe todas sobre el oficio de contar rolletes adolescentes. Puede que todavía no lo sepas, pero este director, guionista y productor gallego es responsable de todos los pelotazos de audiencia que transcurren en institutos, véase Al salir de clase, Física o Química, Élite o El desorden que dejas. Con este palmarés, no puede pasarnos desapercibida la frase con la que Irene Lamala Cabezudo, una de las protagonistas —interpretada por Georgina Amorós—, arranca su guion: «Sí, esta es una de esas historias donde ya sabes lo que va a pasar. O a lo mejor no, a lo mejor no sabes lo que va a pasar.  O casi, y querrás verla igual». Su personaje en la serie quiere ser directora y se enfrasca en contar una historia de amor.  «Es la perspectiva de alguien que se conoce la teoría, pero que, aunque se vea estúpido como narrador omnisciente de una comedia romántica, no pueda evitar ser ese estúpido», explica Montero en declaraciones para Europa Press. En inicio, sus compañeros de piso se ríen de ella cuando se enteran del proyecto y, como si se tratase de Diez razones para odiarte, desarrollan un decálogo espontáneo de motivos para desterrar la idea y entregarse al odio a los pastelones. Evidentemente, como el lector podría aventurar, toda esa argumentación cínica y descreída acaba por reflejarse en la propia vida de los personajes. Así es como Montero se burla de sí mismo y desmonta su serie desde dentro. No solo eso. Deconstruye su propio pasado porque, en el fondo, Amorós tiene poco que ver en esta ocasión con su papel de Cayetana en Élite y las tramas de Las Encinas. Esta vez será el propio Montero, muchos años atrás.

Viaje de DeLorean hasta la Complutense de ‘Tesis’

Montero dejó un pueblo de Galicia, Celanova, a los 18 años para estudiar Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid. Como los personajes de su serie, llegaba con ganas de beberse la capital y aprovechar todas las oportunidades que le pudiera entregar. Él desempacó sus maletas cargadas de sueños —una frase tan manida como certera— piso de Malasaña en 1990, mientras que sus criaturas habitan el barrio de Tetuán en 2003. Las diferencias —gentrificación al margenson casi testimoniales. Como cantaba Eva Amaral en uno de los temas de Estrella de Mar que el creador escogió para el episodio de presentación, «no sabe a dónde va. Pero, sí, sabe que algún día llegará». Esa es la clave. Montero hace un ejercicio de regresión a aquellos años de facultad en los que la humanidad parecía dividirse entre aquellos que prefieren Átame o Mujeres al borde de un ataque de nervios. No había otra opción que amar el cine y, si era español, mejor.

La banda sonora va añadiendo capas y matices a la historia, capítulo tras capítulo y, sin embargo, el creador pone en boca de Da —uno de los maravillosos secundarios al que da vida Carlos González — una frase que contradice la evidencia. «A las canciones de amor no hay que hacerles mucho caso. A Lope de Vega, siempre», le espeta a Irene justo después de recitarle de memoria los versos del soneto 126, publicado en 1634 y conocido popularmente como Esto es amor. De nuevo, ironía modo on.

Madrid también puede ser la ciudad de las estrellas

La serie está llena de referencias a directores de Goya: Pedro Almodóvar —del que Montero fue asistente personal cuando era un veinteañero y el manchego andaba con la preproducción de Hable con ella—, Julio Medem o incluso Alejandro Amenábar, que se marca un cameo en la serie para perder el suyo. El realizador hispano-chileno fue precisamente uno de los compañeros de piso de Montero en aquella etapa y juntos formaron un trío inseparable con Mateo Gil, que un par de los ocho episodios que completan la temporada. En una entrevista con El Mundo, el creador habla de lo que significó su amistad, forjada en una etapa llena de inseguridades y ganas de triunfar: «Vivir con Alejandro y Mateo era muy estimulante, pero también muy frustrante porque pensaba que no tenía ese talento y no iba a llegar».

Algo así es lo que le sucede a Julio Mera, el personaje que interpreta Franco Masini —uno de los rostros más reconocibles para el fandom por su papel de Luka Coluccii en el nuevo Rebelde—.  Solo que en versión romance post adolescente. «Lo que más me gustó de ella es cómo me miraba. Y que alguien con su talento, viera en mí que yo también lo tenía. Eso fue lo que me enganchó», reconoce este estudiante de derecho entre las líneas de guion, en alusión a Irene. Ambos personajes se ven arrastrados a una historia de idas y venidas que tiene un punto La la land. Montero nos los vende como dos veinteañeros con una química brutal que, puede que en otro momento de sus vidas estuvieran hechos para estar juntos, pero se conocen justo en el instante en el que el único foco posible es luchar por alcanzar sus metas.

Hay referencias tentadoras, como una pequeña escena en la que los protagonistas se tumban en mitad de la calle como sucede en ¡Olvídate de mí! o El Diario de Noa, donde los protagonistas se dejan llevar por el flechazo de una noche de verano. Se sienten invencibles y están dispuestos a todo hasta que el clasismo y la oposición familiar dan en la línea de flotación de la pareja.

Almudena Ocaña, una de las guionistas del proyecto, supo ver la metáfora de que nada sucede en terrero neutral, tampoco en el amor. La vida y todos sus condicionantes pueden dar uno u otro final a nuestras historias, según resulte de hostil el entorno que las envuelve. Ella trató de llevar a sus protagonistas a una encrucijada donde el amor no siempre es más grande que la vida. Un estudio de psicólogos de las universidades de Missour-St. Louis y la Erasmus de Roterdam concluyó que solo podemos enamorarnos una vez de la misma persona. Sin embargo —y aquí llega el cliché irrenunciable—, los giros de la trama impiden que Irene y Julio corten el hilo invisible que les une. Claro que, nadie quiere ver la felicidad televisada y el telespectador aguarda sus recurrentes intentos malogrados como las polillas acuden a la luz. Y eso que, hasta pocos días antes de su estreno, la serie llevaba el título provisional de Meet Cute.

Ni rastro del clásico arquetipo del ‘mejor amigo gay’

Esta serie tiene, entre otras bondades, el objetivo de vengarse de la historia de las comedias románticas en todos esos aspectos en los que resulta sonrojante incluso para los entusiastas de este placer culpable y, afortunadamente, la representación de identidades LGTBIQ+en el audiovisual ha ido evolucionando para dejar atrás aquellos personajes unidimensionales a los que Hollywood negaba el sueño americano. «No estaba dispuesto a ser el típico marica de la comedia romántica», adelanta Carlos González, que da vida a Da, uno de los compañeros de piso y facultad de Irene. «He intentado darle la vuelta a mi personaje. No me quiero conformar con las referencias que he tenido», reivindica. El actor lleva a este proyecto después de bordarlo en Maricón Perdido, en la que interpretaba a Bob Pop en su serie autobiográfica. «Quería hacer algo totalmente alejado. A mí me ven como al gordo de tierno, pero es que no me dan la oportunidad de coger otros personajes y darme el tiempo de prepararlos. No he hecho un casting jamás, no ya para interpretar a un chico hetero, sino simplemente con una personalidad más oscura. Yo soy actor, tengo esa capacidad y quiero interpretar», ha defendido a este medio.

Da [de Damián] tiene poco que ver aquellos perfiles de los 90 que figuraban en el guion solo como apoyo y guía de la protagonista femenina, como el personaje interpretado por Rupert Everett en La boda de mi mejor amigo (1999) o Stanford Blatch, de Sexo en Nueva York. Da es el amigo que todo el mundo quisiera tener, pero también es un tipo valiente y respondón, cuando la situación lo requiere. Este universitario, capaz de sacarle un paralelismo fílmico a casi cualquier momento memorable, queda lejos de ser el must have de la cheerleader de turno. «Es un tío que tiene un potencial, una cultura y una habilidad de la que todavía no es consciente, porque tiene dieciocho años. Lleva tantos años encerrado en su pueblo, metido en su habitación consumiendo cine, leyendo cómics y libros, que ha llegado a Madrid y se ha soltado como una perra», bromea González. «Tiene ganas de beber y de conocerse sexualmente, de saber quién es, porque lleva muchos años conviviendo con una familia biológica, pero no representa ya nada más para él», destaca el actor.

Este pasado no representa una rémora para su personaje que tiene claro quiénes son los que, llegado el caso, deberían sentir vergüenza de sí mismos. «Mi personaje tiene frases de guion que yo nunca me he atrevido a decir en mi vida, pero esos son los regalos que te da ser actor. Muchas veces es curativo», asegura. La promoción, a veces, sirve para algo más que poner en funcionamiento el boca a boca, así que González ha querido aprovecharla para lanzar un mensaje a padres como los de Da: «Mucha gente debería pensárselo dos veces antes de tener hijos, porque hay una responsabilidad emocional muy fuerte entre seres humanos que, si no la sabemos sostener, mejor no dar el paso».

La primera vez de Blanca Martínez

A estas alturas, la serie ya lleva disponible en la plataforma más de una quincena y los espectadores han podido gestar su propia opinión, pero durante el lanzamiento la crítica fue unánime con el buen hacer de los secundarios. Montero también ha querido romper los esquemas tradicionales y los amigos de la pareja principal no figuran en un segundo plano como en los coros de un musical. De hecho, en algunas escenas se llevan algunas de las mejores líneas de diálogo y tienen la profundidad suficiente para enamorarnos. Al fin y al cabo, la mayoría de nosotros no encontramos nuestro reflejo en los guapos oficiales, sino en esos otros personajes que tocan suelo. «A veces nos clasifican como si fuéramos ganado y la realidad es que muy a menudo no está tan claro cuál es el personaje protagonista», se queja González, que se niega a reducir la potencialidad de su personaje a gags frescos. «Lo más importante es que las altas esferas empiecen a forzar un poco más el cerebro y miren a la calle para que la gente encuentre personajes que con los que empatice», añade.

Jimena es un ejemplo perfecto de secundario que, además de apoyar a la protagonista, sufre y experimenta unos conflictos internos que, en algunos momentos, llegan a eclipsar la línea argumental principal. Blanca Martínez es la actriz que le da vida. «Lo que más me gusta de esta serie y de Jimena es que nada de su trama tiene que ver con su físico. Jimena está gorda, pero podría ser coja y sería exactamente lo mismo», resalta. «Me encanta que los adolescentes vean reflejado en una serie a una chica con un cuerpo no normativo que no es la pobre muchacha que tiene que cambiar para gustar al chico o porque le hacen bullying. El acoso escolar y la gordofobia existen y hay que reflejar eso, pero también hay representar otras realidades con otros cuerpos que simplemente existen y ya está. Eso me parece un regalazo», desarrolla Martínez.

Este es el debut audiovisual de la actriz, que se enfrentó a su primer casting de ficción un 30 de agosto. «El 1 de septiembre me llamaron, justo cuando estaba intentando meter las bolsas de la compra en el portal y tuve que soltarlo todo para sentarme en el rellano un rato, porque no me lo podía creer», rememora. Fotogramas recoge el otro lado de la historia. «Nada más verla, dije: eres tú, para qué voy a dar más vueltas. Es lo primero que hace y es increíble el talentazo que tiene. De repente es muy técnica, pero a la vez muy intuitiva», afirma Montero.

Esta fascinación se extiende hacia el resto de elenco, que incluso se han ido juntos de vacaciones. El universo millennial que ha recreado la directora de arte, Carlota Casado, los mantuvo en una burbuja de los 2000, entre posters de Chenoa, conversaciones de Messenger y teléfonos Nokia hasta que terminó el rodaje. De todo aquello queda un grupo de buenos amigos que nos ha legado una serie que se devora, de un tirón, en poco más de seis horas. ¿Regresarán con una nueva temporada para descubrirnos que en 2023 sigue habiendo esperanzas para el amor?