Punto de Fisión

Fernández Díaz: like a virgin

Fernández Díaz: like a virgin
Jorge Fernández Díaz, pensativo, en una comparecencia pública durante su etapa como ministro del Interior. EUROPA PRESS

Jorge Fernández Díaz es uno de esos personajes que te los encuentras entre las páginas de una novela y no te lo crees: un sacristán motorizado, un unicornio con boina, un alarde de imaginación que el lector perspicaz achacaría de inmediato al exceso de cazalla, a la falta de medicación o simple y llanamente a la gilipollez del escriba. Ya es bastante inverosímil un chupacirios que en pleno siglo XXI asegura que se salvó de un accidente mortal -después de quedar atrapado entre las cuatro ruedas de un coche- gracias a que su ángel de la guarda le echó una mano, que redescubrió a Dios en un casino de Las Vegas y que asegura tener línea directa con la Virgen María. Pero que dicho chupacirios ascienda al cargo más trascendental de un gobierno, la jefatura del ministerio del Interior, quizá haya que atribuirlo a un milagro. A fin de cuentas, todo lo que rodea la podredumbre del PP desde hace décadas -pruebas volatilizadas, testigos fallecidos repentinamente, maletines de dinero negro salidos de la nada- roza lo sobrenatural. Tiene cojones que Iker Jiménez cada fin de semana se dedique una y otra vez a las caras de Bélmez o a las pistas de Nazca y no reúna un equipo de parapsicólogos para desenredar los acojonantes misterios de Génova 13.

De todos esos misterios sin resolver, Fernández Díaz es el único que recurre al argumentario religioso y a la imaginería medieval, como un don Quijote enloquecido por la lectura de catecismos y vidas de santos, tropezando con partidos políticos y pilas de agua bendita. En un mensaje de video que lanzó en plena pandemia, comentó que el Papa Benedicto XVI le había dicho: "Mire, el diablo quiere destruir España, y yo le dije: santidad, ¿usted sabe los problemas que tenemos en estos momentos? Y me refería especialmente a Cataluña. Santidad, por favor, rece por España. Nos hace mucha falta". Más adelante, Fernández Díaz especifica que el Papa no hablaba del espíritu del mal, sino del diablo en persona, el mismo que viste y calza, quien odia a España por los servicios prestados a la iglesia de Cristo. Ya saben, Contrarreforma, inquisiciones, autos de fe, judíos y moriscos masacrados. Benedicto le dejó, eso sí, un mensaje de esperanza: que el diablo sería derrotado gracias a cuatro herramientas fundamentales: la humildad, la oración, el sufrimiento y la devoción a la Santísima Virgen.

De humildad poco se le puede pedir a un hombre que tiene a Marcelo, su ángel de la guarda, para que le aparque el coche. Las oraciones son todas suyas y el sufrimiento todo nuestro. En cuanto a la devoción a la Santísima Virgen, no hay más que leer su última columna en La Razón, un alucinante tripi teológico que no podría ser más antiguo ni aunque lo hubiera escrito en cuaderna vía con una pluma de ganso. Al leerlo da la sensación de que el periódico viene fechado en carbono 14 y de que Fernández Díaz, en lugar de correo electrónico, ha utilizado una paloma mensajera o el Espíritu Santo. El ex ministro explica con su habitual clarividencia que la guerra de Ucrania tiene mucho que ver con el misterio de Fátima, aunque la referencia en el titular al ICM que pondrá fin al conflicto hace pensar en organismos afines al FMI o al BCE: Instituto de Cangrejería Militar, Indecente Cagada Ministerial, Invocación al Culto Mariano. Mariano Rajoy, se entiende.

En realidad, con esas mayúsculas tan cordiales, Fernández Díaz habla del Inmaculado Corazón de María, cuyo triunfo definitivo, según anunciaba el misterio de Fátima, no se produjo con la caída del comunismo y la fallida conversión de Rusia. En la última línea pronostica que la paz no vendrá por las armas, sino por la práctica de la devoción y el rezar mucho el rosario. Probablemente, en lugar de enviar unos cuantos tanques Leopard a Ucrania, el Gobierno debería enviar un regimiento de curas, dos divisiones de monaguillos y un paso de Semana Santa. Lo que no se entiende muy bien es por qué Fernández Díaz, en su particular lucha con los demonios catalanistas y podemitas, no recurrió a la oración y a los arcángeles del cielo y decidió recurrir a Villarejo, a una brigada policial calcada de un especial de Mortadelo y Filemón y a unos servicios secretos de lo más ordinario. Debe de ser por eso mismo, por su falta de fe, que Dios lo ha castigado. Quizá nos lo aclare en sus próximas columnas de prensa, un género en el que está a punto de resucitar el mester de clerecía. No es probable que, pese a la acusación de la Fiscalía, acabe entre rejas, pero hay que recordar que en la cárcel se han fraguado las páginas más gloriosas de la literatura española. Entre ellas, el Quijote, aunque en su caso bien podría ser el Cipote.

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