Otras miradas

El día P

Marta Nebot

El Antonio Magariños, el estadio del Estudiantes adosado al Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, está hasta la bola. Hay más gente que en una final de Copa. Están tod@s. La ilusión tampoco falta y, como el miedo, resulta contagiosa. Los políticos, los simpatizantes, los periodistas y los curiosos se la llevarán en parte a casa. Hay actos, como éste, en los que hasta los que están trabajando en festivo y a desgana y piensan y votan lo contrario se impregnan del buen rollo de los protagonistas de la jornada.

En primera fila, l@s líderes y exlíderes y l@s históric@s y tod@s los que significan y han significado algo en la izquierda. Las imágenes de sus charlas en los corrillos antes de que empiece el acto destilan respeto, camaradería, sueños compartidos conseguidos y no tanto. Parece un reencuentro de un equipo deportivo que hace décadas que no se ve las caras. Con los años las diferencias y las peleas se diluyen y afloran el cariño y el valor de la lucha y del tiempo compartidos, de la vida que se va, de los recuerdos que deja y de los que están por llegar. La estampa parece tener como pie de foto aquello de "la izquierda unida jamás será vencida". Huele a la victoria posible: un nuevo Gobierno de coalición de izquierdas.

En la segunda fila y en las siguientes, los líderes intermedios de las quince formaciones políticas que por primera vez se van a sumar. Finalmente no están solo los morados que se iban a atrever a contrariar a su Secretaría General, aún a riesgo de ser represaliados durante la campaña electoral en ciernes para las autonómicas y municipales de mayo. Gracias al cambio de postura de última hora de la dirección de Podemos están también tod@s sus mandos intermedios.

El último en llegar es Pablo Iglesias, que no quiere ponerse en primera fila. Las cámaras a su alrededor le delatan y Yolanda Díaz sale de entre bambalinas para abrazarlo y rogarle que se siente con el resto, en el lugar de honor que le tienen reservado. Alberto Garzón también se acerca y al poco se les unen Íñigo Errejón y Carolina Bescansa. Al final, cede y, mientras se dirigen juntos a sus lugares pegados a los de Irene Montero e Ione Belarra, el público se pone en pie y vuelve a corear lo que corearon sin éxito en el Congreso de Vistalegre de 2017, el de la ruptura entre Iglesias y Errejón: "unidad, unidad, unidad, unidad...". Los periodistas que cubrimos aquella discordia, que terminó con la victoria del primero y la defenestración del segundo con todo su equipo, vivimos un dèjá vu curioso: la unidad que se pidió entonces no fue posible, sin embargo, por fin su momento ha llegado y con él la esperanza.


El discurso de Yolanda Díaz repasa los méritos de tod@s ell@s, los avances sociales y económicos alcanzados y los retos alcanzables por alcanzar. Emociona y resulta rotundo: lo logrado merece conseguir más. Nadie duda después de oírla de que apoyarla es lo mejor que se puede hacer para intentar evitar que los herederos de los fascistas lleguen al Gobierno y destruyan lo conseguido. Ella es la única líder posible. Hasta Pablo Iglesias se levanta y la aplaude con ganas, probablemente reflexionando sobre lo bien que eligió sucesora aunque le haya costado permitir que de verdad le suceda.

En el mogollón de la salida flota una idea: el bucle de la historia ha dejado de ser infinito en éste día, El Día P, el día en que por fin pudimos.

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