Dos películas sobre la maldad, sobre la estupidez y la política

Dos películas sobre la maldad, sobre la estupidez y la política
Fragmento de la película 'Tár'. — Universal Pictures

Tár, o sobre cómo maltratando a los tuyos vas hacia el abismo

Tár es una película inquietante dirigida por un resucitado Todd Field (su último largometraje es de 2006) que protagoniza hasta que duele una inmensa Cate Blanchett. Aun sin ser el corazón de su argumento, la película tiene que ver con la política de la cancelación, tanto con sus expresiones idiotas (¡No quiero interpretar a Bach! ¡Era un misogino! dice un joven estudiante de música negro y homosexual desde una identidad sentida que le puede llenar su momento vital pero que le estrecha el mundo) como también con sus razones de avance social (sociedades más decentes donde cada vez es más difícil mirar hacia otro lado cuando hay un abuso de poder). Pero es una película que va mucho más allá de la política de la cancelación: es una película sobre un alma poderosa que se va perdiendo hasta que, sin espejos y con las rutas interiores devastadas, ya no sabe dónde está.

La protagonista, una directora de orquesta cuya fama en la Filarmónica de Berlín ha llegado a la altura de von Karajan, ha vendido su alma al diablo por la gloria, creyendo que, dueña de los tiempos exactos de la música también podía adueñarse de los tiempos de la vida. Desde la arrogancia de directora de orquesta cree que igual que es capaz de descifrar los misterios de la Quinta Sinfonía de Mahler, podía descifrar el misterio de las personas y de sus sentimientos. Sabiendo que el "piensa mal y acertarás" vale para triunfar en una sociedad encanallada, olvidó que esa fórmula, simplista y eficaz como un cañonazo, no sirve para llevar una buena vida. Te termina abandonando todo el mundo. O acabas, fracasada, dirigiendo una orquesta -o lo que sea- para un público que en vez de etiqueta va vestido con extravagantes disfraces como en una alocada fiesta del 31 de diciembre.

En su ruta al éxito, la "maestro" Tár olvida a su familia (a la que quiere regresar cuando está en el fango pero ya es tarde). Más que amigos tiene intereses e intercambia amoríos y afectos con ese usar y tirar que señala Eva Yllouz como la sensibilidad propia del neoliberalismo. Su lesbianismo, lejos de ser un factor de sensibilidad se convierte en una razón más para la dureza, demostrando que no hay ninguna lectura colectiva de sus dolores sino solamente un uso personal de los mismos (pensemos en la pléyade de políticos homosexuales de extrema derecha, desde el malogrado holandés Pim Fortuyn a Alice Weidel, la líder de Alternative für Deutschland, sin olvidar al dirigente del PP Javier Maroto). En ese modo funcional donde todo son piezas de sus necesidades, usa su trabajo para obtener favores sexuales e, implacable, castiga desde su poder a quien no le conviene.

En algún momento de la película pensé en la Cruella de Vil de Disney, una, obsesionada con los abrigos, otra, con las partituras. La música tiene más misterio. Cruella también es una mujer de éxito -no la femme fatale de Hollywood cuya maldad estriba en hacer sufrir a algún idiota- que genera envidia social. Parte de su triunfo tiene que ver con su absoluta carencia de empatía. Las mujeres malvadas en el cine con frecuencia son mujeres que usan lo que Catherine Hakim llamó capital erótico, el uso del atractivo femenino para alcanzar metas que, fuera de ese atajo, han quedado tradicionalmente lejos de las mujeres sin herencia.

Lydia Tár es un mala inquietante porque, al tiempo, es muy humana. Le ha costado mucho llegar a donde ha llegado, algo que celebra la sociedad que se cree meritocrática. Nadie le ha regalado nada y sabe que es una mujer, además homosexual, en un mundo donde los hombres mandan (le divierte tener la misma suite de hotel en donde estuvo Plácido Domingo, con quien comparte su manera de relacionarse con los subalternos).

Qué terrible oír tan bien la música y no oír los consejos de la gente que te rodea. Los dioses ciegan antes a la gente a la que quieren perder. Si esto puede tener aromas y ejemplos políticos, completen ustedes la partitura.

Como le ocurre al neoliberalismo (y también a la izquierda que deja de ser de izquierdas), le persiguen sus fantasmas, los cadáveres escondidos en su armario que buscan, como los pueblos, alguna redención que, tarde o temprano, llega (no por algún tipo de idiota optimismo o teleología religiosa, sino como un mandato desmostrado y efectuado del homo sapiens desde que tenemos noticia: siempre terminamos rebelándonos contra las desigualdades).

La caída hacia el infierno de Tár es el de la pérdida del control, de la impotencia de la arrogancia, de la confusión de la realidad con los pensamientos cuando tus fuentes están viciadas, el de errores de bulto que van poniendo la soga en tu propio cuello. Termina haciéndose daño en su cuidado cuerpo. Pero ni siquiera así escucha. Qué terrible oír tan bien la música y no oír los consejos de la gente que te rodea. Los dioses ciegan antes a la gente a la que quieren perder. Si esto puede tener aromas y ejemplos políticos, completen ustedes la partitura.

Almas en pena de Inisherin, o de cómo maltratar a tus amigos es maltratarte a ti mismo

Déjenme seguir haciendo un poco de spoiler (destripar el argumento, vamos). En las Almas en pena de Inisherin, la hermosa película sobre el destino terrible del alma irlandesa dirigida por Martin McDonagh, un paisano rompe inexplicablemente con su amigo del alma. Sin causa aparente, y tras compartir año tras año la soledad acompañada de la taberna, el pasar absurdo de los días, las mareas y las nubes y un tremendo aburrimiento en un paisaje isleño rodeado de inmensidad, aislado, tan hermoso como abrumador, el hechizo de la fraternidad lo entiende por acabado y la amistad se da por terminada.

No hay pistas de por qué se ha disipado el cariño. Quizá músicos que vienen de fuera se hayan entrometido, quizá gente que tenía cuitas con su antiguo amigo le fue malmetiendo, quizá las habladurías de las augures y las tenderas (que eras las demoscópicas de las aldeas) han ido enfriando el afecto. Sólo hay algo de una claridad contundente: no quiere nada con su viejo amigo. Puede ir al bar, claro, porque viven en una isla, pero, por favor, no me saludes.

El amigo despechado, interpretado por Colin Farrel, no entiende nada de nada. ¿Cómo es posible que después de pasar toda una vida juntos ahora nos alejemos? ¿Por qué lo haces? ¿Qué oscuras razones te habitan? NI su hermana, la única sensata de todo este entuerto, puede explicárselo. Todo es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma. ¿Alguien le habrá hablado mal de mí? ¿Estará enfermo? ¿Qué malos pensamientos le han robado la sonrisa? ¿Alguien le habrá dicho que será más feliz sin mí?

Pero aún peor es la respuesta del enemistado a los requerimientos de su eterna pareja de tranquilas borracheras. Para hacerle ver a su insistente antiguo amigo que ya no quiere verle más, toma una decisión terrible que, en verdad,  le castiga más a él que a su viejo colega. Es decir, que romper una amistad de tanto tiempo, es una forma de mutilación, aunque el absurdo le quita todo sentido a esa desesperada cirugía de los sentimientos. Ese cuerpo fragmentado, roto, disminuido, no le impide seguir tocando el violín. Pero ese violín ya no puede sonar igual porque se llena de sangre. El paisaje inmenso no ha variado, la guerra en la isla de enfrente a veces arrecia, a veces se detiene, las vacas siguen produciendo su leche, la tendera sus murmullos, los estibadores sus chanzas y el tabernero sus equilibrios. Pero ya nada es igual.

Cualquier parecido con lo que hace la izquierda por aquí y por allá es pura coincidencia. ¿Cómo va a romper nadie con su mejor amigo dirigiéndose al abismo de la mutilación? ¿Por qué sabiendo que estás en una isla, donde enfrente, en la isla mayor, tiene lugar una guerra que te amenaza, vas a fragmentar tus fuerzas debilitándote ante cualquier inclemencia? La magia de la película seguramente es el absurdo en medio de la belleza. El hechizo de la izquierda, muy al contrario, es la razonabilidad en medio de un mundo cada vez más feo.

El votante de la derecha no pasa factura a sus políticos, sean corruptos, traidores, desleales, mentirosos, ladrones... No hay almas en pena en la derecha. Ni siquiera Pablo Casado anda penando. La izquierda, sin embargo, es implacable.

Todos en la izquierda tienen siempre profundas razones para desencontrarse y es verdad que algunas razones son incontrovertibles,algunas más sólidas, otras más endebles, pero todas construidas desde la razón. Hasta el punto en que incluso algunos pueden señalar víctimas y verdugos. Los cinco partidos de izquierda que se presentaron en Francia y fueron responsables de que pasara a la segunda vuelta Macron y Le Pen, es decir, la derecha contra la extrema derecha, tenían, con toda seguridad, enormes razones para presentarse como cabecitas de ratón y no pactar con el más grande (la France Insoumise de Mélenchon). El hecho real es que las izquierdas se dividen y al final, los hacedores de la fealdad del mundo, se salen más fácilmente con la suya. Y a los viejos amigos, mutilados y dolidos, les ahorcan juntos. Mientras la gente, educada en la antipolítica, no quiere que le trasladen problemas. Quiere soluciones. El votante de la derecha no pasa factura a sus políticos, sean corruptos, traidores, desleales, mentirosos, ladrones... No hay almas en pena en la derecha. Ni siquiera Pablo Casado anda penando. La izquierda, sin embargo, es implacable.

Almas en pena de Inisherin es la historia de dos idiotas, donde la única esperanza la presenta la hermana del idiota que decide no entrar en el juego. Cuando los caminos se terminan empieza el verdadero viaje.

 

¿Con quién compites Ulises? o de la Crónica de una muerte anunciada como metáfora gastada

El futuro de la izquierda suele estar lleno de spoilers. Vamos, que se sabe cómo suele terminar. Así que me permitirán que insista en esta mala costumbre. Sabemos que con alguna probabilidad vamos al acantilado, lo vemos, nos representamos el golpe e intentamos cambiar el rumbo. Pero hay algo más fuerte, como un viento que viene de algún choque de corrientes de diferente temperatura, que sigue empujándonos y empujándonos hacia el abismo. Seguramente la izquierda opera su magia con este juego perverso de avances y retrocesos. Así es el viento del progreso. Pero cuántas víctimas.

Las metáforas son solo eso, metáforas. Que ayudan a pensar pero que tampoco son la solución. Aunque quien desprecia a los poetas, como quien desprecia a los locos, seguro que se cree más listo de lo que es y termina no entendiendo las señales. Que pueden ser infinitas pero inútiles.  Quienes andan envueltos en el manto de la insensatez ven rebotar las realidades en el muro de su mirada levitante.

En España hay elecciones municipales y autonómicas, que son las que asientan los proyectos políticos. Ahí está el ejemplo de Ciudadanos y el de Podemos, que podía haber desaparecido si hubiera seguido despreciando su presencia territorial. No hay política transformadora solo desde los gobiernos del Estado.

Quienes han diseñado el papel que viene representando Yolanda Díaz se equivocaron. Desde el encuentro en Valencia sin Podemos en noviembre de 2021 hasta la afirmación la semana pasada de que "Sumar no será un fracaso si no está Podemos" (que, como diría el elefante de Lakoff, es la más clara afirmación de que será un fracaso). Miremos hacia delante. El problema no es equivocarse, sino perseverar en el error. Yolanda Díaz ¿no tendría que hacer campaña municipal y autonómica por las formaciones políticas que la hicieron Ministra y Vicepresidenta? ¿No tendría que regresar al buen entendimiento con la principal fuerza transformadora en España, esto es, Podemos? Ione Belarra ha tendido la mano.

También se ha equivocado Pedro Sánchez al ayudar a crear el monstruo de la discordia -que salió seguramente de la misma inteligencia que diseñó la exitosa moción de censura en Murcia-. No puedes ocultar a Podemos, silenciar a Ione Belarra y a Irene Montero, incluso en las leyes que ha presentado Podemos, darle todo el protagonismo a Yolanda Díaz frente a las ministras de Podemos y luego decir, cuando ves el abismo, que espera que "encajen todas las piezas del puzzle". Porque no queda serio y porque se abunda en la fragmentación que tanto tenemos que desterrar. Que Yolanda Díaz le quite votos al PSOE no le sirve de nada al bloque de izquierdas. Hay que lograr votos que en verdad sumen.

La inmediatez de las redes es un desastre. Mucha gente dijo hace días estupideces (como recomendarle a Yolanda Díaz que rociara con napalm a Podemos) y ahora reculan porque son impulsivos pero no idiotas. Bienvenido sea todo lo que de verdad sume. Escuchemos a las metáforas. Aunque estén gastadas. Y si no, que se lo digan a la crónica de una muerte anunciada.