Posos de anarquía

La política se vacía en imágenes

La política se vacía en imágenes
Alberto Núñez Feijóo durante la feria de abril de Sevilla. - PP

Sucede siempre, pero en plena precampaña electoral la asistencia de la clase política a toda suerte de eventos públicos, desde el día de Sant Jordi a la feria de abril, se acentúa. No aportan gran cosa, pues el transcurso de los acontecimientos seguiría su curso con o sin ellos, sin que condicionen en modo alguno su éxito o fracaso. Sin embargo, están, dedican tiempo a ello, mucho tiempo, considerando los viajes que implican, llegando a cuestionar la utilidad de este proceder.

Vivimos en el imperio de la imagen. Es un hecho. Las redes sociales, que los partidos políticos manejan con una pericia variopinta, han amplificado el poder de la iconografía. Cualquier líder político de primer orden cuenta con su perfil propio en redes sociales y, en los que casos en los que no, es el del propio partido el que nutre álbumes completos con sus posados en los diferentes actos por los que pasa.

Hubo un tiempo en que era la ciudadanía la que se aproximaba al político o política de turno para fotografiarse. Llegaron los teléfonos móviles y, con ellos, los autorretratos (selfies) que han contagiado esta conducta obsesiva a nuestros representantes públicos. Desde su punto de vista, es una manera de controlar su propia narrativa, de compartir con el público general cómo y dónde quieren aparecer. Rodeado de trajes de flamenca, besando un ramillete de niños, acariciando a una vaca, emulando a un Kennedy en el avión privado o mirando al infinito en el cuarto de baño. Todo vale.

Esta corriente compulsiva que termina por dar giros de tuerca hacia lo privado, hacia la esfera personal, ha generado una demanda ciudadana de presencia política en actos públicos y, por su puesto, de su representación en redes sociales. La máxima 'quien se mueve no sale en la foto' se ha convertido en religión, apartando a los representantes y a la ciudadanía de la esencia de la política.

La discusión pública se desvía, importando más una feria de abril repleta de políticos que el hemiciclo del Congreso con el aforo completo. ¿Cómo hemos llegado al punto en que tratemos a nuestros representantes como celebridades y el público general se quede anclado en lo superficial? ¿Nos hemos dejado engañar o hemos sido nosotros mismos y mismas quienes nos hemos querido conformar con esos señuelos que nos alejan de lo sustancial?

Al político o política, obviamente, le favorece el actual escenario, aunque no en todos los casos consigan posar con la misma naturalidad y, en algunos, la impostura quede retratada. Detrás de un completo álbum abrazando perretes de diferentes tamaños, colores y razas, ¿quién se puede acordar del protocolo de la vergüenza que se llevó por delante la vida de miles de personas mayores en residencias?

Tratar al político como una celebridad desvía la atención sobre lo que realmente importa. La ciudadanía debería dejar de querer ver a sus líderes en las casetas de la feria y más en el Congreso, debería transformar ese escrutinio visual al representante en favor de una disección con teleobjetivo de sus medidas políticas, sus propuestas legislativas. No queremos representantes ni fotogénicos ni con carisma; deseamos políticos efectivos y eficaces, capaces de actuar con sentido de Estado y que sus obras hablen por sí solas, sin necesidad de posados tras los cuales hay poco que rascar. A fin de cuentas, quien parece muy social, en demasiadas ocasiones tiende más a la sociopatía... y en nuestra política tenemos algún que otro ejemplo de ello.

Más Noticias