Otras miradas

ETA, deja alguna vivienda

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche' (Akal)

ETA, deja alguna vivienda
Vista del tráfico en la A-5 con una panorámica de Madrid al fondo. (EFE)

ETA ya no mata ni en Madrid ni en ningún otro sitio, lo que ahora mata en Madrid y en muchos otros sitios es no tener casa.

Hace unos días, mi vecino José, que es viejo aunque aún no tenga el pelo gris, me contaba en una esquinita oscura de Puerta del Ángel, nuestro barrio, que los tiempos han cambiado demasiado rápido y él ya no es capaz de entender nada.

Desde el Paseo de Extremadura, la arteria principal de un barrio que vive agachado entre el río Manzanares y la A5, me explicaba como explican todas las personas mayores (señalando mucho al horizonte y dibujando figuritas de aire cálido en el cielo), que Puerta del Ángel, hace no mucho, era conocido como el Triángulo de la Muerte.

Según me relataba, durante los años ochenta, noventa e incluso principios de los dos mil, la ya extinta banda terrorista ETA se cebó con nuestras callejuelas de edificios de colores y casas con humedades por, solo en parte, tratarse de un barrio militar.


Cercana a la zona de acuartelamientos de Campamento, la antigua carretera de Extremadura, que moría en la rivera del pequeñísimo Manzanares, estaba repleta de modernos edificios militares los cuales contrastaban con las infraviviendas en forma de casas viejas que se expandían por las calles más estrechas del barrio.

Dada esta circunstancia, el grupo terrorista realizó numerosos atentados en esta zona, entre ellos, el del teniente del Ejército de Tierra Miguel Peralta, en 1994, que murió cuando la bomba lapa de su coche estalló en pleno Paseo de Extremadura, a la altura del número 6.

Tras este último hecho, la prensa de sucesos de la época empezó a apodar como Triángulo de la Muerte el dibujo imaginario que formaban las Torres Militares de Puerta del Ángel (las dos megalómanas construcciones que se erigen nada más acabar el Puente de Segovia y custodian ambos flancos del Paseo de Extremadura), el ya inexistente estadio Vicente Calderón y la Ermita del Santo.


José me seguía contando muchas más cosas, como que en aquel momento, frente a las Torres Militares, no había parque del Manzanares alguno –eso que ahora llamamos Madrid Río–, sino una amalgama de vías de tren, accesos a la M-30 y salidas de la carretera de Extremadura que parecían arterias podridas por la polución de un cadáver abierto sobre la mesa de un forense; también me contaba que la calle Caramuel, que ahora se puede recorrer saltando de terraza en terraza de bar, estaba llena de adictos a la heroína que te obligaban a evitar pasearla de noche; incluso que en una de esas calles, en 2017, se habían cargado a tiros a Niño Sáez, un alunicero reconocido por pegar palos de noche y repartir dinero a los vecinos de día (su fama es tal que, en la señal junto a la que le mataron, hay un pequeño altar a su memoria que renuevan semanalmente con flores frescas).

Para mi amigo viejo las cosas en el barrio, sin embargo, no han cambiado, sino que han ido a peor. Han ido a peor, al menos, de una forma diferente.

Ahora, ETA no existe y los yonkis del caballo son solo un mal recuerdo para madres que se enlutaron demasiado jóvenes, sin embargo, el Triángulo de la Muerte sigue siendo el Triángulo de la Muerte porque, así seguimos, la gente todavía no puede vivir en paz.

Es cierto que ya no matan a nadie, pero ahora no se puede vivir porque, el barrio, al cual los buitres inmobiliarios han empezado a llamar Bruclin por estar al otro lado del río (piensen en Brooklyn, el barrio de moda de Nueva York al otro lado del Hudson, y retocen por el suelo de la risa ante tal muestra de ingenio por parte de los especuladores inmobiliarios patrios), cada vez es menos accesible: lo quieren convertir en una zona de ricos.

Alquilar un piso se ha convertido en una quimera imposible de conseguir, en una especie de camino del héroe sin fin alguno, pues el héroe, ya os lo digo yo, muere antes de conseguir un techo asequible bajo el que vivir.

Con un rápido viaje por Idealista, el portal (chupóptero) inmobiliario, a uno le entran ganas de llorar al ver que los pisos en las Torres Militares, epicentro de ese triángulo de la muerte al que nadie quería ir a vivir, ahora se venden por no menos de 700.000 euros y se alquilan por unos 1600 (los de una habitación en las plantas más bajas, claro; si quieres más luz y espacio, ráscate todavía más el bolsillo).

Los gobernantes de Madrid, pensemos en Díaz Ayuso, viven en una rueca electoralista que los hace no fijarse en los problemas de verdad, en los problemas que tenemos la gente de barrio hoy en día, que no son otros que los precios desorbitados de la escasa vivienda disponible.

ETA no existe, gracias a Dios, y Madrid (hablo de Madrid porque es desde aquí desde donde lo estoy escribiendo, pero podéis cambiarla por la urbe española que os dé la gana) es una de las ciudades más seguras del mundo: nuestro problema no es ni el terrorismo ni la delincuencia, sino que no tenemos techo.

El reaccionarismo de nuestra derecha más trumpista (y los intereses inmobiliarios, que en el barrio se sabe todo) ha provocado que los auténticos problemas que vivimos sean sustituidos por fantasías capciosas que tratan de mover el conflicto social a un terreno que, repito, no es real.

ETA no está acabando con la vida en mi barrio: son las inmobiliarias.

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