O puede ser una oportunidad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña de las elecciones del 28M que los socialistas celebran esta tarde en Barcelona. EFE/Enric Fontcuberta
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña de las elecciones del 28M que los socialistas celebran esta tarde en Barcelona. EFE/Enric Fontcuberta

Acabo de volver después de dos semanas en Chile. Casi justo para votar. En Chile hace solo un año que apareció el Partido Republicano, la réplica de Vox en ese país. De modo que me he tirado dos semanas explicando a quien ha querido escucharme que no se puede responder al mensaje que ponen en el debate público porque esa es su forma de crecer. También he insistido en que no se pueden hacer las políticas que ellos harían, porque eso desdibuja a los partidos sociales de izquierda que pierden su capacidad competitiva. Alguien me preguntó en una charla si podía ilustrar esto último con algún ejemplo: "la desaparición del socialismo europeo es prueba de ello".

Ayer pasé levemente por alguna tertulia radiofónica y me sorprendió cómo los tertulianos leían estas elecciones en claves que no comparto en absoluto. Para empezar, el tema central de estas elecciones ha sido la desaparición de Ciudadanos, que ha generado un enorme chorro de voto útil hacia el PP. El otro temazo ha sido de maldita desagregación de la izquierda, que ha debilitado muchísimo el voto social. En decenas de provincias y ciudades se han perdido decenas de miles de votos por culpa de esta desunión. Cosa que no le ha pasado a los ultraderechistas, que han representado el voto unido de una España miedosa y cansada, vacía de propuestas constructivas para la clase trabajadora. Y así su líder, Abascal, subía ayer a su tribuna, haciendo creer que su partido estaba compuesto de verdaderos héroes que, pese a haber sufrido "ataques físicos" en muchos casos, habían triunfando contra viento y marea. Aquellos que atacan -y lo digo porque lo he sufrido en mis carnes- se presentan como víctimas. 

En un chat de colegas me preguntaba un amigo de fuera de España que si había diferencia entre la política migratoria que harían el PP y el PSOE. Me vi a mí misma, estos dos últimos años, haciendo correr chorros de tinta en este espacio, arremetiendo contra Marlaska. Creo que no se puede hacer una política más de derechas que la que ha hecho el Gobierno en Interior. Pero luego pensé en el trabajo de Escrivá, en sus reformas de la Ley de Extranjería. Habría sido muy de agradecer una regularización extraordinaria, como quería el ministro cuando llegó al poder, pero esta reforma de Extranjería habría sido poco probable con el PP en el gobierno. También recuerdo emocionada los bellísimos discursos de Fernández Vara (Extremadura) y de su escudero de Cooperación Internacional, Ángel Calle, en las inauguraciones y clausuras del Congreso de Periodismo de Migraciones de Mérida. Palabras de ánimo y fuerza, de confianza en un discurso de derechos y de diversidad, un alegato de lo público y contra el odio. De modo que sí, amigo, sí que hay diferencia entre los dos partidos, pero quizás no la suficiente, y sin duda, ese ha sido uno de los errores de los socialistas. 

Hace un par de años la organización More in Commons publicó un análisis de percepción extremadamente interesante, 'Navegando la incertidumbre', que combinaba encuestas cuantitativas con un enorme trabajo de entrevistas personales y grupos focales. Los resultados para España eran esperanzadores y extremadamente interesantes:  "A pesar de la crispación de los últimos años, las fricciones relacionadas con la cuestión catalana y otras tensiones regionales, y lo que muchos describen como una situación económica y laboral difícil, en España hay casi tanto optimismo como pesimismo de que las diferencias entre españoles se pueden superar". En este informe también se habla mucho de la juventud como el espacio de mayor oportunidad para el cambio hacia cualquiera de los dos lados del espectro. Pese a que ha pasado un año y medio, para mí la conclusión es clara y sigue vigente: hacen falta propuestas políticas ilusionantes, sólidas y decididas. También hace falta un discurso desprovisto de culpas y con menos "repartos de carnets". Eso lo han visto claro la ultraderecha y Ayuso, que acogen a todos los que se quieran ver reflejados, mientras los bienpensantes nos arreamos a porrazos y nos acusamos de nuestras miserias más obvias a golpe de crisis mediática. No digo que no sea indispensable la autocrítica para avanzar, pero constructiva y esperanzadora siempre mejor. 

En su discurso de despedida, el efímero candidato de Podemos al Ayuntamiento de Madrid denunciaba que muchos medios no le habían dado bola. Nuestra democracia está cooptada, sugería. Sin duda no es fácil enfrentarse a unos medios que son marcadamente de derechas en nuestro país, pero Manuela Carmena lo hizo hace ocho años y Pablo Iglesias hace diez. El secreto fue entender lo que las personas necesitaban, ser empáticas y propositivas y, sobre todo, presentar candidaturas unidas. Manuela, además de eso, ofreció amor en un debate público lleno de mierda. 

Estas elecciones pueden ser una catástrofe para las personas que creemos en un modelo social basado en los derechos y la diversidad... O pueden ser una oportunidad. Si las lecturas se hacen correctamente, es posible que nos encontremos en julio con dos propuestas de izquierdas dispuestas a devolvernos la ilusión perdida. La sociedad española es mucho mejor de lo que la están dejando ser, pero eso tiene remedio. Ahora hace falta una enorme dosis de valentía e inteligencia emocional. Las políticas de centro las gana el PP. Los discursos de odio los gana Vox. Pues ya saben, fuera de eso está el futuro.