/ Cultura

Luna Miguel. Foto: Penguin Random House / Martina Matencio (@Lalovenenoso)
Luna Miguel. Foto: Penguin Random House / Martina Matencio (@Lalovenenoso)
Luna Miguel. Foto: Penguin Random House / Martina Matencio (@Lalovenenoso)
Luna Miguel. Foto: Penguin Random House / Martina Matencio (@Lalovenenoso)

Luna Miguel: «No sirve de mucho ser un boom en la prensa si siguen imperando los nombres masculinos en los premios»

La escritora madrileña, ganadora de galardones internacionales de poesía como el Premio Hermanos Argensola, cambia de bando y forma parte del jurado que ha elegido a la vencedora del Premio Lumen de Novela, que resurge después de dos décadas.

Aurora Muñoz

Estamos de enhorabuena. Hoy se falla el Premio Lumen de novela, que resurge después de dos décadas para reconocer la mejor literatura escrita por mujeres. Este histórico galardón, que se convocó durante los años 1994-1999, vuelve con una dotación de 30.000 euros para la ganadora e incluye la publicación de la obra escogida en todo el territorio de habla hispana. El jurado de esta edición ha valorado 407 manuscritos procedentes de Argentina (33), Colombia (23), Chile (10), España (272), Estados Unidos (18), México (37), Perú (7) y Uruguay (7). En esta ocasión, las escritoras Ángeles González-Sinde, Luna Miguel y Clara Obligado, la directora de la librería Rafael Alberti (Madrid), Lola Larumbe, y la directora literaria de Lumen, María Fasce han sido las encargadas de escoger a la sucesora de otras autoras con este reconocimiento como Ángeles de Irisarri, Ana Rodríguez Fischer, Clara Obligado, Alicia Giménez Bartlett y Clara Usón. Público ha tenido la ocasión de conversar con una de las responsables de este fallo: la poetisa y ensayista Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990). Con ella, reflexionamos en esta entrevista sobre el oficio de escribir y la etiqueta de «literatura femenina».

 

Ver esta publicación en Instagram

 

Una publicación compartida por Luna Miguel (@lunamonelle)

Este galardón permanecía dormido desde 1.999, ¿por qué es tan importante su regreso?

El Premio Lumen es importante porque viene a formalizar algo que está pasando por fin en el mundo literario, que es la visibilización de escritoras, del buen trato a sus obras y  no solo existe un reconocimiento a autoras españolas, sino también a muchas procedentes de América Latina.

En la época en la que vivimos es muy fácil sumarse al feminismo sin ser feminista, es muy sencillo decir una cosa para limpiar la imagen y luego hacer otra. Por eso es importante que existan este tipo de galardones, porque suman en la ayuda a que esto deje de ser una moda y a que las caras de las autoras no aparezcan solo bajo titulares sobre el boom de las escritoras latinoamericanas o de las millennials. Esto ya es muy cansino. No sirve de mucho ser un fenómeno en la prensa si, a la hora de la verdad, cuando toca pagar adelantos, conceder becas o premios, siguen imperando los nombres masculinos y los de siempre, dominando. Hay que afianzar otros gestos y el Premio Lumen puede ser una de esas herramientas.

En estas dos últimas décadas han pasado muchas cosas desde una perspectiva feminista. ¿Notas que la industria editorial también se ha puesto las gafas moradas?

Ponerse las gafas moradas es una expresión que no me gusta mucho, porque cualquiera puede quitárselas. A mí me gustaría pensar que la mirada es morada y que la sociedad está atravesada ya por una serie de preguntas que nos ayudarán a dibujar un panorama literario más plural, que nos permitirá acceder al edificio de lo canónico y airearlo un poco, porque ya empezaba a oler a muerto.

Yo trabajo para un gran grupo editorial y la mayoría de las compañeras que tengo son mujeres, editoras muy comprometidas, y es inevitable que, si todas estamos viviendo un cambio social importante, eso se refleje también en nuestra labor; pero más importante todavía es que seamos también participes de ese cambio social. que propongamos nuevas aproximaciones y hagamos que quien vaya a las librerías pueda sentirse acompañado. Debemos contribuir a la recuperación de autoras olvidadas y a la amplitud de nombres diferentes de personas que antes no podían llegar al centro. Hablo de voces migrantes como Munir Hachemi o Margaryta Yakovenko, hablo de voces feministas y de voces trans como Alana S. Portero o Elizabeth Duval. Todo eso es un reflejo de lo que está pasando en la sociedad, pero también es una necesidad, porque todas esas voces ya escribían antes de que estuviera de moda a apoyarlas. Era casi un acto de justicia que tuvieran la posibilidad de llegar a las librerías, que no es otra cosa que poder comunicarse con miles de lectores.

En Poesía masculina (2021) intentabas salir de tu propia corporeidad y adoptar una mirada masculina entre tus versos. El poema Conversación sobre feminismo en un bistrot de la bastilla reza: «Yo solo quiero ser un hombre bueno / (incluso si soy hombre al fin y al cabo)». ¿Nos siguen faltando «hombres buenos» que hagan, de verdad, un ejercicio revolucionario y se pongan del otro lado?

No creo en la bondad. [Ríe] Bueno, en realidad sí, pero ese concepto de «el hombre bueno» es una ironía. Es el retrato de un hombre desesperado que intenta parecer bueno para cumplir con el papel de «aliado», que tan difícil y absurdo es la mayoría de las veces.

Ese mismo año publicabas con Lumen el ensayo Caliente, un libro sobre el placer y el deseo femeninos. Este es un camino por el que han transitado autoras históricas y obras contemporáneas clave como La vida sexual de Catherine M, pero sigue pareciendo una selva amazónica en la que hay que seguir abriendo paso con un machete, incluso en las canciones. Solo hay que recordar las críticas que le cayeron a Rosalía por Hentai. ¿Por qué se nos niega el relato sexual?

Vivimos en una sociedad fundamentalmente quejica. Nos asusta el placer de los otros y muchas veces pensamos solo en el nuestro, pero nunca en el de los otros. No pensamos que lo que nos gusta a nosotros puede no gustarle al resto y que nuestro cuerpo es diferente al de los demás. Nos asusta el relato sexual de otras personas porque creemos que va contra nosotros, nos asusta ver a una mujer empoderada porque creemos que va contra nosotros, nos asusta a pensar que van a enseñar a poner preservativos o hablar de la del consentimiento a nuestros hijos porque pensamos que eso también va contra nosotros. Somos bastante envidiosos del cuerpo de los demás y somos, sobre todo, incomprensivos con el placer del resto. Vengo de dar unas clases en el Centro de la Cultura Española en Ciudad de México, donde impartía un taller sobre literatura y sexo. A pesar de que nos reímos muchísimo, las palabras que más surgieron entre las alumnas eran pudor y dolor. Eso ya es signo de algo.

Cuando salió Leer mata, contabas que enfermaste cuando leíste Ulises de James Joyce (1922) en tres días y volvió a sucederte algo parecido con Ana Karénina​, de León Tolstói (1878). ¿Por qué la literatura puede ser una experiencia mucho más inmersiva que cualquier película en 3D u otros formatos vanguardistas?

La lectura implica poner todo el cuerpo. Leer es un gesto que, al contrario de otros productos culturales audiovisuales, requiere de una aproximación directa del cuerpo al producto que tenemos entre las manos. El peso de ese libro exige una atención y no nos lo da todo fácil. No vemos los colores fácilmente, tenemos que imaginarlos. No escuchamos los diálogos, tenemos que ponerles nosotros su ritmo y su voz. Requiere una entrega total y por eso es tan difícil leer, pero también es lo que lo hace tan grato. Yo lo llamo la lectura somática y teorizo sobre cómo lo que leemos pasa a formar parte de nuestro organismo. A veces, leer causa marcas irreparables en nosotros.

En aquel momento te pusiste a prueba sobre el escenario del Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque en Madrid y leíste durante más de 48 horas seguidas. Aquello formaba parte de un proyecto de dramaturgia: La muerte de la lectora. Te propongo que cambiemos el punto de vista. ¿Morirá la literatura en la era de las reproducciones rápidas y las ansias de inmediatez?

A mí, que me interesa que coqueteo con lo escénico, me resultó un placer poder poner el cuerpo literalmente en ello. Disfruté mucho esa performance, pero yo no creo que la literatura muera por la reproducción de alta velocidad. Mirar una pantalla y leer son puntos de vista inevitablemente distintos. No forman parte de lo mismo, ni son combinables. Yo puedo estar enganchada a Instagram muchas horas, pero también leo muchísimo. Si miramos la literatura solo como mero objeto de consumo para la distracción, a lo mejor sí, pero creo que quien mira una película más extensa o quien se engancha a series tiene también una predisposición al aprendizaje, a la formación y a la alimentación del alma. A mí me encanta mirar TikTok y también leer. Una cosa no imposibilita la otra.

 

Ver esta publicación en Instagram

 

Una publicación compartida por Luna Miguel (@lunamonelle)

En la segunda temporada de la serie Valeria, las protagonistas asisten a ciclo de poesía y vermú dedicado a tu obra. Ver un recital de poesía en una serie de Netflix, ¿es la confirmación de que el género se está renovando y ha encontrado una derivada mainstream?

Soy muy admiradora de su autora y de todas estas adaptaciones que se están haciendo de libros mainstream. Me apetecía salir y es un gesto que agradezco mucho. Me parecía bonito meter el discurso de una poeta que no vende ni 5.000 libros dentro de un producto que consumen miles y miles de personas. Esa experiencia me ha permitido conocer una parte de la producción cultural que me resultaba ajena y, visto con el tiempo, no puedo decir nada que no sea positivo. Además, el poema que se lee en Valeria relata el aborto que viví en 2015 y poder contar eso en un espacio como ese, en el que parece que se está hablando de amor, de cosas tiernas, cotilleos y chismes, me hizo ilusión. Me gustó poder estar ahí con un poema sobre mi sexualidad y sobre la pérdida de un bebé.

Entre 2019 y 2020 dirigiste Caballo de Troya, un sello que se aleja de los centros literarios habituales. En paralelo hay otras editoriales, como Espinas, que trabajan por recuperar a las mujeres olvidades en la literatura universal. En ese sentido, ¿cuáles son los proyectos contemporáneos más interesantes que has descubierto recientemente?

Caballo de Troya fue un placer. De hecho, mi trabajo actual es una extensión de lo que hacía allí. Yo soy scout y editora en Penguin Random House. Busco firmas y proyectos de autoras jóvenes. Voy a festivales, viajo a ferias del libro y de cómic, asisto a talleres y conozco a voces nuevas que me obligan a tener los ojos bien abiertos. Me ha encantado trabajar recientemente en este sello con Sara Torres, Sara Barquinero y Carla Nyman. En cuanto a otras editoriales, me parece que conozco a Óscar García Sierra desde que era adolescente prácticamente y aquí publiqué en un blog sus primeros poemas. Ahora es uno de los novelistas más impresionantes del catálogo de Anagrama. Hay veces en las que no me tocará ser su editora, porque para eso también hay un mundo plural de editoriales y de catálogos diferentes, pero eso no quiere decir que una no deba seguir apoyando aquello en lo que cree. María Sánchez, Elena Medel, Lola Nieto, Jaime Martínez y Ernesto Castro no solo autores, son mi familia.

En El coloquio de las perras reivindicas a autoras de la literatura latinoamericana como Elena Garro, Gabriela Mistral o Aurora Bernárdez. ¿Se ha escondido a las madres del realismo mágico detrás de García Marquéz?

Creo que se las ha escondido detrás de cualquier cosa, hasta de una ínfima piedra. La burla y el poco respeto que se ha tenido por María Luisa Bombal, Elena Garro o Juana de Ibarbourou es increíble. Podría darte el nombre de las tres mejores escritoras de cada país latinoamericano nacidas a finales del siglo XIX y todas tendrían una historia muy parecida de ninguneo, de haber estado fuera absolutamente de los programas de estudio y del canon. Por suerte, hay modas que son útiles y la visibilización de la palabra feminismo ha ayudado a que todas estas injusticias con nuestras grandes clásicas empiecen a ser menos evidentes.

Cuando publiqué El coloquio de las perras en 2019, en ese año prepandémico, ir a la librería y comprar un poemario de Gabriela Mistral volvía a ser algo accesible, después de mucho tiempo. Cuando por fin algo cambia, hay que afianzarlo, mencionar a aquellas personas a las que admiramos y no parar nunca de reivindicarlas. Más que haber estado escondidas detrás de un solo hombre, yo creo que han estado escondidas en sus propias tumbas y las sepulturas muy fácilmente empiezan a ser anónimas, se borran sus nombres, sus epitafios y, a veces, hay que hacer el esfuerzo de ir a quitar el musgo y las hierbecillas que impiden ver el nombre que hay en esa lápida. Me parece que es un ejercicio difícil y duro. Nos dolerán los brazos, pero es imprescindible.

A lo largo de esta entrevista hemos hablado mucho sobre la invisibilidad, pero las redes sociales podrían ser un foro para que la poesía recuperase su plaza pública en formato breve. ¿Los seguidores son un buen aval?

Yo agradezco muchísimo que haya gente que quiera seguirme en Twitter o en Instagram, pero no me parece que sean aval de nada. Esas cifras solo pueden servir para adivinar el alcance material y publicitario que podría tener alguien.

Los seguidores no son compradores, pero sí que son un acompañamiento. Estos días, en México, he podido conocer a gente que me lleva siguiendo desde que yo tenía 22 años. Han pasado una década conmigo. En mi club de lectura hay personas que me ayudaron económicamente en Patreon [web de micromecenazgo para proyectos creativos] a llegar a fin de mes y a poder comprar libros para seguir estudiando.

Siempre dudo de cuál es el alcance verdadero en redes sociales e intento también que no me afecten. Trato de no escribir ni hacer nada específico para ese entorno, sino para mí y para ese lector ideal que uno tiene en la cabeza, para investigar y para crecer. Hay que tener mucho cuidado con ellas. Veo a muchos escritores jóvenes sufrir por las redes sociales y creo que es algo que todavía tenemos que estudiar. Quedaría para hablar con mil personas sobre la absurda vida, que a veces nos entrega a las redes y nos fuerza a ser personas que en realidad no somos.