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El gran lavado de imagen del régimen chino

Las autoridades han hecho todo lo posible para proyectar una visión de Pekín que oculta muchas realidades incómodas

ANDREA RODÉS


Uno de los lugares más populares de Dawanglu, un moderno barrio de oficinas y apartamentos para la clase acomodada en el este de Pekín, era el mercado al aire de libre de Dongjiao. A primera hora de la mañana, el olor a frito de las dan bing, unas tortas de harina con cebolletas, huevo y salsa de soja, que los chinos toman para desayunar, atraía hacia el mercado a decenas de obreros inmigrantes, amas de casa y empleados de oficina.

La estampa de este mercado callejero, con los rascacielos modernos de fondo, su olor penetrante a comida, el bullicio del gentío y el ruido ensordecedor del tráfico, hubiese atraído a cualquier extranjero que visite Pekín durante los Juegos Olímpicos. Lamentablemente, no podrá ocurrir: Dongjiao, como decenas de mercados y puestos callejeros de Pekín, fue cerrado el pasado mayo, víctima de la campaña de limpieza de imagen impulsada por las autoridades de la capital antes de los Juegos.

El régimen ha hecho todo lo posible para asegurar que los visitantes se lleven la impresión de un país moderno en pleno auge, donde no existen problemas, y mucho menos de tipo político. El Gobierno ha repartido documentos para indicar a los ciudadanos con más posibilidades de ser entrevistados por periodistas extranjeros durante los JJOO cómo deben responder a preguntas consideradas 'delicadas', como la situación en el Tíbet o los disturbios en el periplo de la antorcha olímpica.

Gracias a los mecanismos de propaganda y a una fuerte manipulación mediática, el Partido Comunista ha conseguido generar un clima general de desconfianza hacia la prensa occidental, acusada de manipular la realidad para estropear la imagen de China.

Los extranjeros tampoco conocerán el tráfico espantoso habitual de Pekín: para reducir el nivel de contaminación en el aire, que puede poner en peligro la seguridad de los atletas, se ha reducido el número de coches a la mitad, alternando la circulación diaria según matrículas pares e impares, y no se descarta prohibir hasta el 90% de los vehículos privados si la contaminación persiste durante las competiciones.

El mercado de Dongjiao está ahora oculto tras una enorme valla publicitaria. Cientos de vendedores perdieron su trabajo al ser desalojados sus tenderetes y nadie sabe muy bien lo que ocurrirá después de los Juegos. 'Dicen que el mercado reabrirá en septiembre', explica un repartidor de fruta.

Con la camiseta sudada y los pies descalzos apoyados sobre el salpicadero de la furgoneta, el repartidor intenta dormir un rato mientras su compañero habla por el móvil y se hurga la nariz con la uña larga del dedo meñique. En China, tocarse la nariz en público, escupir o dejarse crecer la uña del meñique para presumir de que uno ya no trabaja en el campo, son hábitos socialmente aceptados.

Pero todas estas peculiaridades, mezcla de herencia cultural y de sociedad en vías de desarrollo, es algo que el Gobierno intenta ocultar gracias a una insistente campaña de educación pública. Los pekineses han dejado de escupir, de empujarse en las colas del metro e algunos incluso de arremangarse la camiseta por encima del estómago -una costumbre de los hombres para evitar el calor- si se topan con algún turista extranjero.

Las autoridades han pretendido incluso reprimir la curiosidad innata y el carácter extrovertido de los chinos, a los que algunos llaman 'los italianos de Asia', mediante la publicación de una lista oficial con las 'ochos cosas que no se pueden preguntar' a un extranjero, las bage buyao wen. Entre ellas, figuran el salario, la edad, religión o las relaciones sentimentales, cuestiones que los chinos lanzan de buenas a primeras con total naturalidad. La intención es limitar el contacto entre los pekineses y los más de 500.000 visitantes extranjeros que se espera.

El temor a hablar mal de los JJOO por miedo a consecuencias también se palpa en el aire. Al ser entrevistados por Público, una pareja de inmigrantes de Henan, recolectores de basura reciclable en Pekín, rechazó dar su opinión ante el riesgo de perder su trabajo y ser expulsados de la ciudad, como otros miles de inmigrantes, porque los centros de recogida de basura de la capital han sido cerrados para 'garantizar la higiene y seguridad' durante el evento.

Tras insistir mucho, la basurera Zhao Ying por fin habla: 'No queremos que nada estropee nuestros Juegos'.

 

DERRIBOS

Se destruyeron barrios antiguos

La falta de libertad de prensa en China ha dificultado que muchos pekineses hayan podido denunciar casos de expropiaciones ilegales o de destrucción del patrimonio histórico cometidos con el objetivo de mejorar la imagen de Pekín. Bajo el lema “New Beijing, Great Olympics”, Pekín ha invertido millones de euros en levantar modernos edificios de diseño, como el Estadio Olímpico, el nuevo Teatro Nacional o la sede de televisión pública CCTV, del arquitecto holandés Rem Koolhas. En algunas ocasiones ha sido a costa de la destrucción de barrios antiguos, como los hutongs, calles de casitas bajas construidas alrededor de un patio interior, tradicionales de Pekín. Alegando razones de seguridad, las autoridades han expulsado a miles de inmigrantes y ciudadanos sin permiso de residencia en la ciudad. Los más afectados han sido los trabajadores de la construcción, forzados a coger “vacaciones olímpicas” y regresar a sus pueblos porque muchas de las obras de la ciudad han sido detenidas para reducir la polución durante los Juegos.

PERSECUCIÓN

La excusa del terrorismo

Las medidas extremas de seguridad en Pekín se han cebado sobre todo sobre la comunidad tibetana y la uigur, la minoría étnica musulmana que habita en la provincia noroccidental de Xinjiang. El temor a que estos grupos aprovechen los Juegos para denunciar la discriminación que sufren desde hace años ha llevado al Gobierno a exagerar las amenazas de separatismo y terrorismo para justificar la represión sobre ellos. En los últimos meses han desaparecido de Pekín decenas de restaurantes musulmanes y de vendedores ambulantes. También temen manifestaciones de la secta religiosa Falun Gong, perseguida en China, o de ciudadanos civiles, víctimas de la corrupción de las autoridades locales. Organizaciones internacionales han denunciado la intimidación que están sufriendo los peticionarios que acuden estos días a Pekín para presentar sus quejas al Gobierno central. Pocos pekineses confían en que los tres parques de la ciudad habilitados para manifestarse durante los JJOO puedan utilizarse sin conllevar consecuencias posteriores.

SEGURIDAD

Más controles y cierre de bares

Con unas 440.000 personas movilizadas para garantizar la seguridad durante los JJOO –desde fuerzas paramilitares a patrullas de policía y voluntarios– Pekín se ha convertido en una especie de show de Truman, donde todo parece perfecto y ordenado, pero orquestado desde arriba. Sentados frente a la puerta de sus casas, jugando a las cartas, los pekineses saludan a los extranjeros con una sonrisa y un acogedor “heellooo”. Pero el ambiente que se respira no es el de una enorme fiesta, con multitudes celebrando la llegada de los JJOO. No hay verbenas al aire libre y bares abiertos hasta altas horas de la noche. Los cortes de tráfico, las medidas de seguridad y el cierre de locales han estorbado el ritmo de vida de los pequineses. Los locales nocturnos deben cerrar más pronto de lo habitual, se han cerrado las terrazas nocturnas y cancelado espectáculos y conciertos. En los barrios frecuentados por extranjeros también se han cerrado las populares tiendas de DVD pirata y muchas peluquerías, que esconden prostíbulos.

VIGILANCIA

Voluntarios patrullan la calle

Los voluntarios, vestidos con camisetas azules y con una sonrisa permanente en los labios, están por todas partes, preparados para atender al visitante con un inglés muy limitado. La ilusión de poder participar en los JJOO les hace olvidar el bochorno y el apuro de no entender al extranjero. La mayoría son estudiantes y hacerse voluntarios les permite quedarse en Pekín en verano. Las universidades cerraron un mes antes por el evento, obligando a los estudiantes de fuera de la capital a regresar a sus pueblos natales. Al margen de estos voluntarios oficiales, las calles de Pekín se ha llenado también de vecinos que lucen una banda roja atada al brazo donde se lee: “voluntarios de seguridad”. A cambio de una camiseta blanca con el logo olímpico y el de la marca de la cerveza que patrocina los JJOO, Yanjing, se han ofrecido a vigilar las calles de Pekín y alertar a las autoridades de cualquier incidente. Su eficacia es cuestionable, teniendo en cuenta de que la mayoría son gente mayor, no hablan una palabra de inglés y deben utilizar su propio móvil en caso de emergencia. 

CENSURA

 Un control férreo de la Red

Ante la presión de la prensa internacional el Gobierno chino cedió un poco en el férreo control que mantiene sobre Internet y permitió el acceso a portales antes vetados, como los de Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Pero muchas otras páginas de información sobre temas como el conflicto en el Tíbet siguen bloqueadas. El presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, admitió ayer que fue “ingenuo” al creer que el régimen chino sería más permisivo de cara a los Juegos. Los más de 250 millones de cibernautas chinos sufren la censura de Internet, incluidos los periodistas locales, para quiénes el bloqueo en la Red es sólo un obstáculo más en un país donde no existe la libertad de expresión y de prensa. Los medios de comunicación chinos, controlados por el Gobierno, están sometidos a un férreo control sobre todo lo que publican. Criticar algún aspecto de los JJOO puede acarrear graves consecuencias para un periodista chino, desde la pérdida del puesto de trabajo al arresto domiciliario o la cárcel. 

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