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Afganistán decide su futuro en solitario mientras EEUU retira sus tropas

La retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, que se inició el sábado y se completará el 11 de septiembre, abre un periodo de gran incertidumbre en que será difícil gestionar la violencia. La presencia de EEUU ha durado dos décadas pero no ha acabado con los talibanes ya que estos controlan más de la mitad del país y pronto podrían conquistar Kabul.

Fotografía facilitada por el Ministerio de Defensa de Afganistán que muestra a un soldado estadounidense y a un soldado del Ejército Nacional Afgano (ANA) dándose la mano.
Fotografía facilitada por el Ministerio de Defensa de Afganistán que muestra a un soldado estadounidense y a un soldado del Ejército Nacional Afgano (ANA) dándose la mano. Ministerio de Defensa de Afganistán / EFE

El sábado las tropas estadounidenses iniciaron una retirada incondicional de Afganistán siguiendo instrucciones del presidente Joe Biden, decidido a poner fin a la guerra más larga en la que ha estado implicado EEUU, casi 20 años, un conflicto que ha causado miles de muertos y deja en manos de los afganos la gestión de un futuro incierto y amenazante.

Desde la invasión soviética de 1979, este país de más de 30 millones de habitantes se ha visto inmerso en un conflicto que se ha cobrado la vida o ha dejado heridas a más de 100.000 personas, contando a más de 2.000 muertos estadounidenses. La violencia sistemática ha empobrecido a la gente hasta extremos que hacen que la ayuda exterior sea vital para su subsistencia.

En un país donde las transiciones políticas suelen ser violentas, la población es plenamente consciente de que la retirada estadounidense abre un horizonte en el que los talibanes jugarán un papel central.

Un dato que abunda en la crisis: según la ONU, los ataques contra civiles han experimentado un incremento de un 38% en los seis meses posteriores al inicio de las negociaciones de paz en septiembre último entre los talibanes y una delegación gubernamental, en comparación con el mismo periodo de hace un año.

La más reciente oleada de violencia incluye una campaña de asesinatos dirigidos contra mujeres, periodistas y progresistas en general que se han atribuido a los talibanes aunque estos aseguren que no atacan objetivos civiles.

La complejidad de la situación puede verse en el hecho de que varios medios internacionales, como la agencia Reuters, han indicado que los talibanes han estado protegiendo las bases de Estados Unidos y otras potencias occidentales, obrando como escudos frente a otras organizaciones islamistas aún más hostiles a los estadounidenses.

El temor al caos es tan grande que a fines de abril el departamento de Estado instruyó a sus empleados de la embajada en Kabul que puedan realizar su tarea desde el exterior a que abandonen la capital y trabajen telemáticamente. En cuanto a los ciudadanos estadounidenses que no son funcionarios, Washington les ha pedido que se vayan "tan pronto como sea posible".

Incluso el futuro más inmediato es una incógnita puesto que los talibanes exigieron una retirada completa de los estadounidenses antes del 1 de mayo, tal como la administración de Donald Trump acordó con los talibanes en febrero de 2020.

En ese acuerdo los talibanes se comprometieron a no llevar a cabo ataques contra las tropas de EEUU, pero ahora consideran que Washington ha incumplido su parte del trato y están estudiando la posibilidad de reanudar los ataques, lo que complicaría la retirada.

Distintos analistas consideran que los talibanes no están por la labor de formar un Gobierno de amplia base con otras formaciones políticas, lo que sugiere que la inestabilidad seguirá presente de manera indefinida, y probablemente pronto significará el inicio de una nueva guerra civil con el peligro de que Kabul caiga en manos de los talibanes.

El gobierno de Kabul, que cuenta con el apoyo de Washington, se sustenta sobre una frágil coalición entre el presidente Ashraf Ghani y su anterior rival Abdullah Abdullah, presidente del Consejo de Reconciliación Nacional. Se trata de un ejecutivo al que no reconocen los talibanes, que fueron expulsados del poder en la invasión estadounidense de 2001 y que hoy controlan de una manera más o menos clara más de la mitad del país.

Solo una pequeña fracción de afganos confía en que el gobierno de Kabul sea capaz de hacer frente a los talibanes, y la retirada estadounidense sin duda contribuirá a reducir la moral de los enemigos de los talibanes, para quienes la religión constituye un elemento central de la ideología que desean imponer sobre el conjunto de la población.

Además, el Ejército afgano confiaba en la ayuda de las tropas estadounidenses para mantener el control en algunos frentes importantes, pero ahora la retirada de esas tropas puede incapacitar al Ejército afgano y bajar su moral a la hora de hacer frente a los talibanes, probablemente hasta causar el colapso del ejército de Kabul.

Después de más de 40 años de guerra, Afganistán no está preparada para un futuro normal. La persistente guerra y la inestabilidad del gobierno no son las mejores cartas para apostar por el porvenir, especialmente si se considera que la economía está en ruina y que Afganistán es uno de los países más pobres del planeta. Por si todo esto fuera poco, la incidencia de la pandemia ha hecho que la ONU estime que el índice de pobreza pronto alcanzará al 68% de la población.

Según Le Monde, los veinte años de presencia estadounidense han convertido Afganistán en un narco-estado que para subsistir depende de la ayuda exterior en un 80% del presupuesto del Gobierno de Kabul.

De poco consuelo es que el presidente Biden dijera la semana pasada ante miembros del Congreso que una prueba del liderazgo de Estados Unidos en el mundo es el hecho de que la retirada de tropas se hará de manera ordenada, responsable y transparente después de haber conseguido el objetivo de derrotar a Al Qaeda.

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