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Amatrice, entre la devastación
y la esperanza

Se cumplen diez días del terremoto que sacudió el centro de Italia y causó 295 muertos. Más de 2.500 personas se quedaron sin hogar. Viven repartidas en una docena de campamentos de acogida a la espera de que el Gobierno les facilite una nueva vivienda.

Un bombero pasa entre los escombros de los edificios hundidos en Amatrice tras el terremoto. - EFE

AMATRICE (ITALIA).- Alcanzando la localidad de Amatrice (Italia), a unos 160 kilómetros, la segunda mitad del camino es prácticamente sólo de curvas, en subida. Amatrice, junto a Accumoli y Arquata del Tronto, han sido los pueblos que más han sufrido el terremoto que tuvo lugar en la madrugada entre el 23 y 24 del pasado agosto. Las cifras son desoladoras: 295 víctimas mortales y más de 2.500 personas sin hogar. Los tres pueblos, si no están destruidos por completo, están, al menos, irreconocibles. El peor terremoto en Italia desde hace siete años.

Conforme uno se va desplazando hacia este pueblo de la provincia de Rieti y de la región Lazio (la misma región a la que pertenece Roma) se imagina que, poco a poco, empiece la devastación. Sin embargo no es así. Hay localidades que sí han sufrido daños, y otras que no. Cuando falta una veintena de kilómetros, empieza a ser más complicado acceder a las zonas afectadas por el seísmo, por obvios motivos. Las carreteras provinciales si no están cortadas porque son peligrosas o porque están inservibles, están bloqueadas por las propias Fuerzas Armadas italianas con el objetivo de facilitar el acceso a quienes estén aportando ayuda física y concreta dentro del estado de emergencia.

Llegando a Amatrice por la avenida principal, ahí sí que empieza la devastación. Tanto a la izquierda como a la derecha del camino, aparecen decenas de edificios, todos ellos dañados

El cartel de llegada a Amatrice provoca una amargura indescriptible: “Uno de los pueblos más bonitos de Italia”, y no le falta razón. Este pequeño pueblo rodeado de montañas, además, es la cuna de uno de los platos más conocidos de la gastronomía italiana, la pasta all’amatriciana, cuyos ingredientes son la quintaesencia de la cocina romana: tomate, guanciale (carrillo de cerdo, a poder ser de Amatrice) y pecorino (queso curado de oveja). Hace unos días, antes del terremoto, locales y romanos se estaban preparando precisamente para festejar los 50 años de la fiesta local que, todos los veranos, celebra esta receta de toda la vida, nacida entre la campiña y los Apeninos.

Llegando a Amatrice por la avenida principal, ahí sí que empieza la devastación. Tanto a la izquierda como a la derecha del camino, aparecen decenas de edificios, todos ellos dañados a causa del imparable seísmo que también ha golpeado otras pedanías de las 68 en total que tiene esta localidad italiana. Los que transitan por el lugar son fundamentalmente bomberos, militares y periodistas: “Increíble…madre mía”, es lo que se oye una y otra vez entre los presentes en un relativo silencio. La conocida como “zona roja”, donde nadie puede pasar ─salvo algunos cámaras de televisión, cuando la Protección Civil italiana lo autoriza─, empieza en la entrada al centro histórico, donde se encuentra la Iglesia de San Agustín, hoy sin campanario. De ahí en adelante, poniendo la mirada hacia el final de la céntrica avenida Umberto I, Amatrice ha dejado de existir.

Varias familias permanecen en el exterior de las tiendas instaladas por las autoridades italianas para acoger a los afectados por el seísmo. - REUTERS

Varias familias permanecen en el exterior de las tiendas instaladas por las autoridades italianas para acoger a los afectados por el seísmo. - REUTERS

Volviendo un poco atrás, a un kilómetro aproximadamente, entre el asilo de ancianos y el helipuerto, se encuentra uno de los campos de acogida de la Protección Civil italiana, el más cercano al centro de Amatrice, montado por los voluntarios en 24 horas, tan sólo un día después del fatídico terremoto. Es uno de los tantos campos de acogida distribuidos por la geografía de la zona, alrededor de unos 20 kilómetros a la redonda. Por razones de privacidad hacia los nuevos habitantes de las tiendas construidas por los voluntarios, no está permitida la entrada a los periodistas si no es acompañado por un miembro de la Protección Civil italiana.

Caminando entre las tiendas, las caras son de asunción de la realidad y de cansancio. Hay quien acepta mejor
lo ocurrido

“Cada tienda puede acoger aproximadamente unas diez personas”, explica Andrea Cardoni, uno de los responsables de coordinación del lugar,. “A veces este número varía en base a si es necesario o no incluir a más miembros de una misma familia. Si tenemos que alojar a 12 personas para que pueda estar unido todo un núcleo familiar, debemos hacerlo”, comenta el voluntario italiano. En este campo de acogida caben aproximadamente unas 200 personas sin contar otras 50 destinadas a alojar voluntarios procedentes de toda Italia.

Caminando entre las tiendas, las caras son de asunción de la realidad y de cansancio. Hay quien acepta mejor lo ocurrido, y hay quien no; depende sobre todo si la persona en cuestión ha tenido que reconocer el cuerpo de algún familiar en los últimos días. En el “mejor” de los casos, quien no ha perdido a alguien querido, sin duda ha perdido su casa: “Es increíble cómo, hace tan sólo unos días, yo quería simplemente que llegaran las fiestas del pueblo”, admite Giovanni, un hombre de unos 70 años, que de vez en cuando sale del recinto para acercarse a las zonas llenas de escombros.

“Es increíble cómo, hace tan sólo unos días, yo quería simplemente que llegaran las fiestas del pueblo”

Dentro de la emergencia, quienes están en el campo de acogida tratan de volver a la “normalidad”, en la medida de lo posible. Los más jóvenes juegan al voleibol, hay quien juega a las cartas, hay quien lee el periódico que los voluntarios de la Protección Civil italiana se encargan de traer a diario en paquetes de unos 20 ejemplares. Los niños, quienes pronto empezarán el curso escolar, son atendidos por pedagogos expertos para que exterioricen sus sensaciones en relación a la nueva realidad. Aquí los supervivientes del terremoto pueden ducharse, desayunar, almorzar y cenar. “También ofrecemos alimentos aptos para alérgicos y personas de otras culturas”, explica Andrea Cardoni, haciendo referencia a la comida existente también para los musulmanes.

Además de la enorme cantidad de vehículos militares y de los bomberos, pasan a menudo motoristas con motos de cross. “Son motociclistas privados que, con sus vehículos todoterreno, están ayudando para llevar medicinas o alimentos a los habitantes de las pedanías de Amatrice, muchas de ellas incomunicadas”, explica el voluntario.

Soldados italianos transportan el féretro de una de las víctimas mortales del terremoto. - REUTERS

Soldados italianos transportan el féretro de una de las víctimas mortales del terremoto. - REUTERS

En total hay más de 2.500 personas sin hogar que hoy viven repartidas en una docena de campos de acogida, bajo el amparo de la Protección Civil italiana. Pero ¿qué pasará con ellas? ¿Hasta cuándo podrán vivir en las tiendas de los campos de acogida? ¿Cuándo podrán volver a vivir en su pueblo? Muchas de estas preguntas, ahora, no tienen respuesta. Lo que sí ya se conoce es que la prioridad del Gobierno de Matteo Renzi es que los afectados no terminen viviendo en barrios periféricos, alejados del centro de la localidad, como sí ocurrió tras el terremoto de L’Aquila en 2009.

El Ejecutivo italiano defiende que entre cuatro y cinco semanas, más o menos, las personas afectadas por el seísmo puedan dejar los campos de acogida y vivir en unas casas de madera

El Ejecutivo italiano defiende que entre cuatro y cinco semanas, más o menos, las personas afectadas por el seísmo puedan dejar los campos de acogida y vivir en unas casas de madera, cercanas a Amatrice, cuyo coste para el Estado sería de aproximadamente unos 600 euros el metro cuadrado y que servirían para alojar las familias afectadas hasta que se complete la reconstrucción, lo cual podría durar años. Aún así, el Gobierno transalpino sigue barajando varias opciones urbanísticas post terremoto, que sean lo menos invasivas posible. El arquitecto de referencia del Ejecutivo, Renzo Piano, considera que “hay que reconstruir de forma ligera [de peso y de tiempo], pero siempre junto a las poblaciones y teniendo un cuenta sus necesidades”.

Mirando hacia adelante en la autopista Roma-L’Aquila, en dirección a la Ciudad Eterna, hay un sonido de batería y un estribillo que vuelve, persistentemente, a la cabeza. De forma inoportunamente oportuna. Es la canción My City Of Ruins, que Bruce Springsteen escribió para el álbum The Rising (2002), marcado fuertemente por la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Quince años después, en el concierto de hace unos días en su Nueva Jersey (Estados Unidos) natal, el Boss dedicó la pieza musical en honor a las víctimas del terremoto en el centro de Italia: “Ahora hay lágrimas en la almohada / donde dormimos, cariño. / Tomaste mi corazón cuando de fuiste. / Sin tu dulce beso, / mi alma está perdida, amiga mía. / Dime, ¿cómo puedo empezar de nuevo? / Mi ciudad está en ruinas”. Los medios de comunicación se irán poco a poco, y muchos, en Amatrice, temen que el Gobierno ralentizará, antes o después, su acción y todo pasará al olvido. Pero la gente, en su altísima dignidad, por el momento, no piensa irse. Aunque Amatrice sea su ciudad en ruinas.

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