Este artículo se publicó hace 4 años.
Los amigos de Trump en Oriente Próximo se preparan para Biden
Los mandatarios de Oriente Próximo, que durante los últimos cuatro años han contado con un valedor excepcional en Washington, ven con alarma un cambio de inquilino en la Casa Blanca. Aunque si vence tendrá que hacer frente con urgencia a la crisis del coronavirus, Joe Biden ya ha dado indicaciones de que algunas políticas de Donald Trump en la región se modificarán sustancialmente.
Eugenio García Gascón
Los sondeos que desde hace meses pronostican una victoria de Joe Biden en las elecciones del tres de noviembre están obligando a los aliados de Donald Trump en Oriente Próximo a prepararse para una futura administración que está dando señales de que habrá unos cuantos cambios de política en la región.
Desde Israel a Turquía y desde Egipto a Arabia Saudí, todos los dirigentes ven con preocupación el respeto a los derechos humanos que defienden Biden y sus asesores, una cuestión en la que Oriente Próximo hace aguas sin excepción. Los países afectados desean que el sector progresista de los demócratas no marque las políticas de Biden. De hecho, Biden se ha desmarcado de los progresistas y ha dicho que será él personalmente quien establezca las coordenadas.
El país central de la política americana en la región es Israel, el más estrecho aliado de Washington desde tiempo inmemorial, que durante el mandato de Trump ha obtenido grandes beneficios sin ceder en ningún frente, desde el traslado de la embajada a Jerusalén al reconocimiento de la soberanía sobre el Golán sirio, pasando por la anulación del acuerdo nuclear con Irán y por la normalización de relaciones con distintos países árabes.
Un asunto urgente sobre la mesa es precisamente el acuerdo nuclear con Irán. Biden era vicepresidente cuando Barack Obama firmó el pacto en 2015 y durante la campaña ha indicado su posición favorable a reactivarlo con algunos retoques. Es un acuerdo trascendente que la debilucha Europa apoya, pero lógicamente desagrada a Israel porque un aspecto clave en la política israelí consiste en mantener la máxima tensión con Teherán para atraerse a los países árabes que odian el chiismo.
Aunque el primer ministro Benjamín Netanyahu desea con todas sus fuerzas que Trump gane las elecciones, los israelíes están en contacto con el equipo de Biden tanto directamente como a través de las poderosas organizaciones judías de EEUU que defienden a pies juntillas todos los excesos que comete Israel en los territorios ocupados militarmente, tanto palestinos como sirios, desde la guerra de 1967.
El problema palestino continuará vivo desde el momento en que Israel se niega frontalmente a la creación de un estado viable en los territorios ocupados. Es muy difícil que Biden fuerce a Netanyahu o a su sucesor a retirarse de Cisjordania y el Golán, y la pasiva actitud de Europa no augura nada bueno en este asunto.
Para los israelíes el escenario más grave es que una victoria de Biden se complemente con que los demócratas tomen el control del Senado, una posibilidad que recogen los sondeos. Aunque numerosos senadores demócratas son más proisraelíes que Netanyahu, es evidente que una situación así no quedaría exenta de problemas.
Uno de los países más preocupados es Turquía. Biden ha realizado duras declaraciones contra el presidente Recep Tayyip Erdogan, invectivas que incluso muestran una animadversión personal hacia Erdogan, pero que lógicamente han agradado a Israel, Arabia Saudí y Egipto, puesto que dan a entender que Biden se dispone a limitar la expansiva política exterior de Erdogan por la región y su defensa del islam político.
Una victoria de Biden junto con una mayoría demócrata en el Senado sin duda traerá limitaciones para numerosos países. Eso explica que desde distintas latitudes se estén acelerando los contactos con la Casa Blanca para firmar contratos de compra de armas avanzadas y acuerdos que estrechen las relaciones con EEUU en previsión de un cambio de administración.
Los países árabes temen que vuelva a ocurrir lo que ya sucedió cuando Obama prestó su respaldo a las llamadas primaveras árabes de 2011, pero el Oriente Próximo de ahora es bien distinto al de Obama. El islam político se persigue hoy con saña y cualquier indicio de islamismo, por pequeño que sea, se reprime sin la menor consideración.
Otros países para los que pintan bastos son Arabia Saudí y Egipto. Numerosos senadores demócratas están preocupados por la situación de los derechos humanos en esos dos países. En Egipto la represión es considerable pero es la única manera que permite que el presidente Abdel Fattah al Sisi continúe en el poder.
En Arabia Saudí ocurre tres cuartos de lo mismo. El objetivo del joven príncipe Mohammed bin Salman es relevar cuanto antes a su padre, cuya edad y salud sugieren que no podrá seguir vivo mucho tiempo. Dentro y fuera del país hay una oposición fuerte al príncipe, quien además ha cometido numerosos errores en política exterior al amparo de la influencia israelí, desde la guerra de Yemen al bloqueo de Qatar.
Todas estas circunstancias hacen que el presidente preferido por árabes e israelíes sea Trump y que una posible victoria de Biden se vea con preocupación en la mayoría de los países. Naturalmente, la principal y más inmediata ocupación de Biden será combatir la crisis del coronavirus, de manera que no dispondrá de muchas horas para abordar las urgentes cuestiones que suscita Oriente Próximo. Si es así, la represión continuará, tanto en Israel como en Arabia Saudí o Egipto.
Sin embargo, es posible que la nueva Casa Blanca reactive la diplomacia que Trump ha ninguneado en sus cuatro años de mandato, cuando ha tomado las decisiones más importantes a través de asesores directos como su yerno Jared Kushner, decisiones que sistemáticamente han ignorado la experiencia de los funcionarios del departamento de Estado.
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