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Barack Obama, en busca del tiempo perdido

Al presidente de EEUU se le acumula el trabajo en su sexto aniversario. Tan solo le quedan dos años de mandato para concretar la multitud de promesas que hizo en 2008.

Barack Obama en una rueda de prensa en la Casa Blanca con motivo de la visita de David Cameron la semana pasada. /REUTERS
Barack Obama en una rueda de prensa en la Casa Blanca con motivo de la visita de David Cameron la semana pasada. /REUTERS.

ROBERTO MONTOYA

Periodista y escritor

Barack Obama tiene prisa; dentro de dos años, exactamente el 20 de enero de 2017, tendrá que retirar sus pertenencias y las de toda su familia de la Casa Blanca. Ese día dejará de ser el hombre más poderoso de la tierra, como lo fueron los 43 presidentes estadounidenses que lo precedieron, para pasar a ser el expresidente.

Y las cuentas no le salen, comprueba aterrorizado que no le queda tiempo para concretar la cantidad de ilusionantes promesas que hizo durante su campaña electoral de 2008 y que reiteró y amplió el 20 de enero de 2009 y días siguientes, tras iniciar su primer mandato.

Barack Obama es consciente de la expectativa que provocó entre los 69 millones de estadounidenses que lo votaron en noviembre de 2008 -en 2012 bajaron a 59,5 millones- y cómo ilusionó a muchos millones más a aún nivel mundial.

Un afroamericano llegaba a sentarse en el trono de la Casa Blanca por primera vez en los más de dos siglos de vida de EEUU como nación independiente, y con un programa electoral con indudables toques progresistas, radical incluso para los parámetros estadounidenses.

Todo parecía posible. Obama hablaba de otro Estados Unidos, de un país donde una profunda reforma fiscal frenaría la escandalosa desigualdad social; donde una no menos profunda reforma sanitaria daría cobertura a más de cuarenta millones de personas totalmente desprotegidas; un país donde once millones de inmigrantes indocumentados serían legalizados y donde se llevaría a cabo una reforma laboral para defender los pisoteados derechos de los trabajadores e impedir la criminalización constante de quienes se atreven a sindicalizarse.

La reforma fiscal no pudo prosperar por la enconada oposición republicana, ni la reforma laboral y el proyecto de reforma sanitaria se fue descafeinando más y más

La reforma fiscal no pudo prosperar por la enconada oposición republicana, ni la reforma laboral; el proyecto de reforma sanitaria se fue descafeinando más y más y puede ser desmontada totalmente por quien suceda a Obama dentro de dos años. Desde 2009 se han deportado más inmigrantes ilegales que en la era Bush, pese a lo cual el presidente promete legalizar a cinco millones de sin papeles, menos de la mitad de los que prometió al iniciar su primer mandato.
En materia de seguridad y derechos civiles Obama no desmontó la Patriot Act, ese paquete de leyes antiterroristas “temporales” que implantó Bush tras el 11-S y que fue renovándose año tras año hasta el día de hoy, y que permite al Big Brother pinchar teléfonos, interceptar emails, correo postal, revisar cuentas bancarias o fichas médicas de cualquier ciudadano en EEUU sin autorización judicial.

Cuando Obama hablaba de una nueva era

El presidente demócrata hizo también muchas promesas al mundo entero, y le habló con un tono de simulada humildad, con un talante aparentemente diferente al de Bush; aseguró que EEUU trataría a los demás países “de igual a igual”; en la Universidad de El Cairo en junio de 2009 tendió una rama de olivo al Islam; un año antes, durante su campaña electoral, había hablado también en Berlín como “un ciudadano del mundo más”.

Durante la campaña de 2008 Obama se distanciaba de la cruzada planetaria de “el Bien contra el Mal” lanzada por George W. Bush tras los atentados del 11-S y desterraba del vocabulario oficial el concepto de “guerra contra el terror”

Barack Obama se distanciaba de la cruzada planetaria de “el Bien contra el Mal” lanzada por George W. Bush tras los atentados del 11-S; desterraba del vocabulario oficial el concepto de “guerra contra el terror”; aseguraba que se investigarían los crímenes cometidos bajo ese paraguas; que se prohibiría terminantemente la tortura a los prisioneros; que se cancelaría el programa de secuestros de la CIA y los traslados de sospechosos de terrorismo a centros de tortura propios o situados en países aliados y se cerrarían las prisiones secretas.

El flamante presidente prometía cerrar en el plazo máximo de un año, en enero de 2010, la prisión de la ilegal base naval estadounidense enclavada desde 1903 en la provincia cubana de Guantánamo, y se comprometía a eliminar los tribunales militares y juzgar ante tribunales federales a sus 242 prisioneros, liberando a todos aquellos que fueran inocentes, y trasladando a cárceles de alta seguridad continentales a quienes fueran condenados por ser considerados culpables.
Sonaba muy bien, todos querían que fuera realidad, que EEUU fuera interna y externamente la democracia que siempre dijo ser. Para muchos otro mundo era posible a partir del triunfo de Obama. 'Superman' se había corporizado en Obama. Pero el globo se desinfló rápidamente, y ahora sabemos que más rápidamente de lo que creíamos.

Obama había descubierto en las capacidades del drone la solución perfecta para llevar a cabo silenciosamente ejecuciones extrajudiciales de sospechosos de ser miembros de Al Qaeda o de cualquier otro grupo terrorista enemigo de EEUU

Tres días después de asumir el poder, el 23 de enero de 2009, cuando las promesas del presidente seguían cubriendo las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo, el Obama comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses daba luz verde en secreto al primer ataque letal con drones de su mandato. Un avión no tripulado artillado, operado desde una base militar de EEUU, a más de 10.000 kilómetros de distancia de su objetivo, disparaba sus misiles hellfire en la aldea de Zeraki, en Waziristán Norte, Pakistán, contra un bloque humilde de viviendas para matar a un supuesto líder terrorista. El resultado, más de una decena de muertos, mayoritariamente mujeres y niños.

A este ataque siguieron otros y otros, Obama había descubierto en las capacidades del drone la solución perfecta para llevar a cabo silenciosamente ejecuciones extrajudiciales de sospechosos de ser miembros de Al Qaeda o de cualquier otro grupo terrorista enemigo de EEUU, con o sin el consentimiento del país en el que se encontrara.

El presidente demócrata adoptaba así como propia aquella amenaza de Bush de perseguir al enemigo “hasta cualquier oscuro rincón del mundo”, pero lo hacía sin ruido, sin cámaras presentes, sin dar parte de cada uno de esos ataques con drones realizados por la CIA o el Pentágono más que a la ultrasecreta Comisión de Inteligencia del Senado.

Los ataques con drones se multiplicaron en poco tiempo. Si desde 2002 hasta enero de 2009 Bush había autorizado 48 ataques mortales, con decenas de muertos, Obama ya había superado esa cifra once meses después de llegar al poder, cuando viajó a Oslo a once meses de llegar al poder, para recibir el Premio Nobel de la Paz.

En los seis años transcurridos ya son cerca de 5.000 las personas asesinadas en más de 400 ataques de ese tipo en países como Pakistán, Afganistán, Irak, Yemen, Libia, Somalia, Mali, más de 1.000 de ellos víctimas civiles, objetivos errados o “daños colaterales”, personas que se encontraban cerca físicamente del individuo a abatir. El Bureau of Investigative Journalism, uno de los observatorios más rigurosos en el registro de ataques con drones, considera que solo entre el 1,5% y el 2% de las víctimas eran “objetivos de alto valor”, según los criterios del Pentágono y la CIA, muchos otros simples milicianos de base, muchas veces reclutados incluso a la fuerza.

Es un programa limpio, sin riesgo alguno para las fuerzas estadounidenses, sin cadáveres de soldados que vuelven a EEUU en bolsas de plástico negras cerradas, menos antipopular, más económico; los drones son más baratos que los cazas tradicionales y la formación de sus pilotos u operadores también. Es un trabajo invisible salvo para las propias víctimas, con prácticamente nula cobertura mediática en Occidente, con ningún tipo de denuncia firme de parte de la llamada comunidad internacional, con la ONU mirando para otro lado.

Obama no hizo juzgar a ninguno de los responsables de las torturas y asesinatos de la era Bush

Coherente con esta política de continuidad de la “guerra contra el terror” de su predecesor por otros medios, Obama no hizo juzgar a ninguno de los responsables de las torturas y asesinatos de la era Bush, ni aceptó extraditar a los militares que asesinaron en Bagdad a José Couso en 2003 ni tampoco a los 26 agentes de la CIA reclamados por la Justicia italiana por secuestrar en 2003 en Milán y trasladar y torturar durante cuatro años en una cárcel de Egipto al imán musulmán Osama Mustafá Hasan Naser, Abu Omar.

Obama tampoco cerró la prisión de Guantánamo, ni eliminó los tribunales militares y mantiene todavía en ese campo de concentración del siglo XXI a 122 de los 242 prisioneros que heredó seis años atrás. Ahora tiene prisa, devuelve prisioneros a sus países de origen después de años de tortura y cautiverio, de suicidios y de forzar a comer con sondas nasofágicas a quienes realizan huelgas de hambre, y presiona y chantajea a países aliados para que reciban a algunos de los que con toda seguridad serían torturados o asesinados en caso de devolverlos a sus países originarios.

Aún así Obama tiene dificultades para cerrar Guantánamo; el Pentágono considera que hay cerca de 40 presos “potencialmente peligrosos” que deben permanecer allí indefinidamente, aunque no pueda presentar cargos contra ellos.

El presidente intenta también acabar rápidamente y como sea las guerras de Irak y Afganistán tras el rotundo fracaso militar de EEUU, sus aliados de la UE y de la OTAN, aunque esos dos países estén sumergidos en una espiral de violencia incontrolada, con el Estado Islámico asentado con su autoproclamado “califato” en parte del territorio iraquí, y con los talibán afganos con más fuerza que en la última década y con posibilidad de recuperar el poder del que los desalojó Bush en 2001 a base de bombazos que devastaron el país.

Obama se ha involucrado en la guerra de Libia ayudando a que este país se convierta en un estado fallido; ha fracasado estrepitosamente en Siria; ha seguido respaldando la política genocida israelí, sancionando incluso a las autoridades palestinas por atreverse a pedir el ingreso en la Corte Penal Internacional, el único tribunal internacional con competencias en crímenes de genocidio, de guerra y lesa humanidad, del cual, obviamente, ni EEUU ni Israel son miembros.

Obama ha potenciado cada vez más a la OTAN, sumándose a sus aliados de la UE para expandirse a Ucrania y colocarse a las puertas mismas de Rusia. Durante la era Obama la NSA ha ampliado aún más su espionaje masivo a millones de personas a nivel mundial, tal como lo demostraron los documentos revelados por Edward Snowden.

Pero el presidente tiene prisa para conseguir que su Administración pueda ser recordada por algún hecho positivo, y para no ponérselo tan difícil al candidato demócrata a sucederlo. Y por eso, al intento de cerrar a corto plazo el acuerdo nuclear con Irán, de cerrar Guantánamo y de firmar un acuerdo con China para combatir el cambio climático -aunque EEUU no ha ratificado el Protocolo de Kioto paradójicamente-, ha sumado la carta Cuba, anunciando semanas atrás la reanudación de las relaciones con la isla.

Y la llamada comunidad internacional le aplaudió. “Ahora le toca mover ficha a Cuba”, dijeron al unísono los mass media. La decisión de Obama en realidad no es más que un acto de pragmatismo. Lo dijo él mismo al anunciarlo: “el bloqueo no funcionó” y “los hermanos Castro siguen en el poder”. Tiene su mérito, sí, es el primero de los once presidentes que pasó por la Casa Blanca desde 1959 en entender que a la revolución cubana no se la podría derrotar ni aunque se asfixiara hasta el límite a su pueblo durante más de medio siglo.

Obama sabe también que sin restablecer las relaciones con Cuba, EEUU no podrá recuperar el terreno perdido en América Latina y el Caribe hace años

Es un presidente realista, cómo no. Tan realista, por fin, que ha sabido ver que cerca del 60% de los estadounidenses quiere que se levante el bloqueo; tan realista como para ceder finalmente también la presión de la Cámara de Comercio estadounidense, cuyos empresarios le dicen que China, Rusia, Brasil, España y otros países invierten en grandes proyectos en la isla, mientras ellos quedan fuera de la fiesta.

Y Obama sabe también que sin restablecer las relaciones con Cuba, EEUU no podrá recuperar el terreno perdido en América Latina y el Caribe hace años. La oleada de gobiernos democráticos progresistas que irrumpió en la región a partir del triunfo de Hugo Chávez en 1998 dio vueltas las cosas, cambió las reglas del juego, reintegró a Cuba, hundió el ALCA, vació de contenido a la OEA y creó organismos de integración regional como el ALBA, Unasur, la Celac y otros, de los que EEUU quedó excluido.

Pero el bloqueo a Cuba aún sigue en pie y aunque Obama no alargue el proceso intentando poner una y mil condiciones políticas y de liberalización económica a La Habana, difícilmente podrá desmantelar totalmente una estructura legal tan compleja antes de 2017.

El presidente tiene ahora prisa, sí, no hizo sus deberes cuando contaba con un apoyo nacional e internacional indiscutible, optó por conceder, por no enfrentarse con la oposición republicana, con los sectores más conservadores de su propio partido ni con los poderosos lobbies, y ahora, con tono victimista, intenta lavar sus culpas, pretende justificar que todo lo que prometió y no hizo ha sido exclusivamente porque se lo impidieron hacer, que sigue siendo ese buen senador afroamericano al que los malos le arrebataron el traje de Superman ni bien llegar al poder.

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