La caza del gas europea se traduce en 'colonialismo verde' y apagón en los países pobres
Las fuertes demandas de la UE por más y más GNL han provocado apagones y falta de electricidad en hogares, colegios y hospitales de Pakistán y Bangladés.
María G. Zornoza
Bruselas-
La guerra en Ucrania ha supuesto un cambio tectónico en la arquitectura energética de la Unión Europea. Desde el inicio de la invasión rusa a su país vecino, la búsqueda de hidrocarburos alternativos ha sido una de las grandes obsesiones de los europeos. Pero esta caza desesperada del gas también tiene una cara B: el colonialismo verde y el apagón en países empobrecidos que no pueden hacer frente a los desorbitados precios que marca el mercado global.
Antes del estallido del conflicto en Ucrania, la UE importaba el 40% de todo su gas de Rusia. La energía era una de los elementos más consolidados en esta relación bilateral. Ni siquiera la anexión rusa de Crimea hizo mella en ella. Pero el 24 de febrero de 2022 todo cambió. Entre los grandes cambios de paradigma que deja la contienda se encuentra la energía. A finales de ese año, el gas ruso en territorio comunitario cayó al 15%.
La energía se ha convertido en el oro de estos tiempos. Y la UE se ha volcado en acumular stock y asegurar sus reservas de gas natural para evitar cualquier conato de desabastecimiento o racionamiento energético. En 2022, el bloque importó 135.000 millones de metros cúbicos de gas natural licuado (GNL). "Esto ha tenido un efecto totalmente demoledor para cientos de millones de personas en países pobres. India o Brasil no han podido hacer frente a los precios actuales. Bangladesh y Pakistán, que suman 500 millones de personas, están sufriendo apagones", explica a Público Vijaya Ramachandran, directora del Institute Breakthrough.
Los países en desarrollo corren el riesgo de quedarse sin electricidad
La geopolítica energética se encuentra en una situación de competencia brutal con una oferta mucho más reducida que la demanda y un estado permanente de inestabilidad. Todo ello ha provocado que los precios del gas natural licuado se hayan multiplicado durante los últimos meses a lo largo y ancho del globo. Y son los países pobres los que, de nuevo, quedan en el fuego cruzado de este cocktail molotov fruto de la volatilidad y del imperio de los mercados. Los europeos han visto sus facturas de la luz multiplicarse, pero los países en desarrollo corren el riesgo de quedarse sin electricidad ante la incapacidad de mantener esta carrera energética. "Al desprenderse del gas ruso, Europa ha desestabilizado el mercado global de GNL, que comenzó el 2022 con un equilibrio precario después de un turbulento 2021", recoge un informe de la consultora Rystad Energy.
"Cuando me preguntan qué hago en mi día a día contesto que buscar recursos energéticos por todo el mundo", llegó a señalar Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, durante los primeros compases de la guerra. La gran alternativa al gas ruso que llegaba por gasoductos como el Nord Stream ha sido el Gas Natural Licuado. Las importaciones de GNL en 2022 experimentaron un récord histórico en suelo europeo incrementándose un 60% y posicionando a Estados Unidos como el principal suministrador de la UE muy por delante de Rusia o Catar. Durante este milenio, Asia había sido la principal región del mundo en importar GNL. Pero en el nuevo escenario, los países y compañías productoras han preferido subirse al carro del momentum actual y ofrecer sus recursos a países ricos que pagan más. Los buques de carga se han redirigido a Europa incumpliendo en muchas ocasiones los contratos cerrados previamente con otros países.
"Colonialismo verde"
Explica Ramachandran que el colonialismo verde es la estrategia mediante la cual las naciones ricas de Europa y de Estados Unidos utilizan todo el petróleo, carbón y gas -energías no limpias- que desean, mientras que presionan a los países africanos para que desarrollan energías renovables solamente. Los países ricos han sido y son los responsables de la mayoría de emisiones contaminantes en el planeta, pero delegan la responsabilidad compartida y el sacrificio a los países en desarrollo. Mil millones de personas del África sub-sahariana emiten menos del 1% de las emisiones de Co2. "Los países europeos y norteamericanos exportan sus responsabilidades del cambio climático a los países pobres en lugar de tomar decisiones políticas difíciles en sus casas", afea a este periódico Jacob Kincer, experto del Energy for Growth Hub.
La transición climática y la apuesta por las renovables es el objetivo –sobre el papel- número uno de la Unión Europea en el presente y futuro cercano. Pero la llegada de la guerra ha puesto de relieve algunas contradicciones. Bélgica continúa ampliando la vida de sus centrales nucleares; Alemania la de sus minas de carbón y el bloque ha catalogado recientemente la energía nuclear como limpia, por lo que se beneficiará de subsidios y ayudas previamente pensados para energías renovables. Pero en paralelo, ponen resistencia al desarrollo e inversión de infraestructuras gasísticas en países africanos que serían vitales para su seguridad energética, desarrollo económico y mejora de las condiciones en el día a día.
"Los europeos están siendo egoístas hacia los países más pobres y no reconocen las consecuencias que sus acciones tienen sobre el resto", asegura la experta. "Deberían ser más conscientes de que sus demandas por más y más GNL han provocado apagones y falta de electricidad en hogares, colegios y hospitales como Pakistán y Bangladés. "Miles de millones de personas en todo el mundo no tienen el lujo de simplemente cerrar las fuentes de energía más fáciles. Y su precio lo pagan millones de personas en Pakistán, Nigeria y otros muchos lugares", coincide Kincer.
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