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China asume el vacío geoestratégico de Trump en América Latina

Pekín dobla su apuesta por el antiguo "patio trasero" EEUU. Espacio del que obtiene materias primas para diversificar su dependencia energética y de abastecimiento, y en el que despliega sus líneas de financiación preferenciales para abordar grandes proyectos.

El presidente de China, Xi Jinping, junto a su homóloga chilena, Michelle Bachelet. - AFP

DIEGO HERRANZ

MADRID.- China ha desembarcado plenamente en América Latina. Tras un largo decenio, desde 2006, en el que el gigante asiático ha tomado posiciones inversoras en mercados muy selectivos de la región ─táctica que le granjeó el apelativo de ‘la mano invisible’, acuñado desde el Centro de Desarrollo de la OCDE─, el brazo financiero de la segunda economía global ha empezado a sacar músculo. Al son del desamparo político que la futura Administración Trump va a imponer al antiguamente llamado "patio trasero" de EEUU, término propio de la jerga que usa el Departamento de Estado, y que trasladará también a las naciones asiáticas de la otra orilla del Pacífico.

En paralelo, el dirigente republicano enterrará el lema asumido durante el último mandato de Barack Obama de ‘más comercio y distensión política’ para crear un mercado libre de aranceles sobre el que fluyera la mitad del PIB global y el 44% de los flujos comerciales del planeta. China, que siempre ha buscado ejercer de puente geoestratégico entre Asia y América, ve en este doble golpe de timón de la Casa Blanca una oportunidad de oro. Sobre todo, en Chile, Perú y México, países del Pacífico americano, las economías regionales más boyantes del último decenio y tres de los principales socios comerciales de Pekín.

El presidente chino Xi Jinping ha prometido duplicar el comercio bilateral y triplicar las inversiones con la región para 2025 tan sólo 10 días después de la victoria de Donald Trump en EEUU

De hecho, el presidente Xi Jinping, escasamente diez días después del triunfo electoral de Trump, se fue de viaje por América Latina. Su tercera visita oficial a la zona desde 2013. Con una marcada agenda comercial e inversora. En pleno desánimo colectivo en países como México, donde las proclamas proteccionistas de la futura Administración de EEUU, con menciones expresas a modificaciones sustanciales en el NAFTA, el área de libre comercio entre ambos países y Canadá, y una amenaza velada para construir un muro fronterizo que contenga los flujos migratorios hacia suelo estadounidense, han hecho tambalear a su divisa, el peso, y distorsionado las relaciones bilaterales. Tampoco en las grandes latitudes del sur han sentado demasiado bien las presiones del lobby agrícola norteamericano para que Trump introduzca tarifas y barreras no arancelarias a materias primas como el etanol o el acero, bienes del que Brasil es el gran productor mundial, o la petición que, desde los Estados del interior que le dieron la llave de la Casa Blanca, le han hecho llegar para que eleve los subsidios y las ayudas a la soja o a los cereales, maniobra que perjudicaría seriamente al sector exportador argentino.

La decisión de sacar a América Latina del radar diplomático de Washington ha consolidado el compromiso de Jinping de duplicar el comercio bilateral con la región, en 2025, hasta alcanzar el medio billón de dólares (casi la mitad del PIB español), e incrementar desde los 85.000 millones de dólares actuales, hasta los 250.000 millones, los flujos de inversiones chinas.

Pero, ¿qué compra y en qué invierte el gigante asiático en América Latina? Pekín busca, sobre todo, diversificar sus fuentes de energía y encontrar en la región nuevos mercados occidentales para sus compañías de servicios y de infraestructuras. Tanto de su sector civil como militar. El cobre, el hierro, el petróleo y la soja copan las tres cuartas partes de sus adquisiciones. A precios muy ventajosos. Un reciente estudio de Boston University asegura que el comercio de materias primas latinoamericanas a China generó un 17% menos de gastos laborales y costes de empleos, medidos en dólares, que las exportaciones hacia la Gran Factoría Mundial de los mismos productos procedentes de otras partes del planeta. Es decir, que a pesar de que las manufacturas que adquiere China son baratas y de que su insaciable lista de la compra ha propiciado no pocos procesos de desindustrialización y baja calidad de empleo, o de que la balanza comercial es deficitaria para la región, las necesidades de abastecimiento y acopio de la segunda economía global siguen siendo de sumo interés para las autoridades económicas latinoamericanas.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pone datos a este comercio. Desde 2000, los intercambios con China se han multiplicado por 22, una relación mucho más intensa que con el conjunto del planeta, con el que las relaciones comerciales de Pekín apenas se han triplicado desde entonces. También, a juicio de este organismo de análisis socio-económico regional vinculado a la ONU, la presencia compradora china ha intensificado en un 9% los intercambios entre países de la zona. Hasta el punto de que, en la actualidad, China es el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú.

“Los bancos chinos se han convertido en los últimos años más en instituciones de inversión que en entidades comerciales”

En el lado inversor destacan megaproyectos de infraestructuras como el Corredor Ferroviario Bioceánico con el que el capital oficial chino pretende unir la costa pacífica peruana con la atlántica brasileña, el Túnel Transoceánico, que conectará los puertos chilenos con los argentinos para facilitar la salida de mercancías por ambos océanos, o el Canal de Nicaragua que, con un desembolso de 50.000 millones de dólares, busca rivalizar con el tránsito naval de Panamá y, de paso, facilitar el acceso y la presencia activa de las firmas chinas en el mercado centroamericano. Para ello, Pekín llegó a conceder, en 2014, créditos financieros que superaron los 94.000 millones de dólares, lo que le ha convertido en el mayor prestamista de la región, hasta prácticamente igualar las líneas crediticias multilaterales del Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Confederación Andina de Fomento (CAF). En especial, a Venezuela, Brasil, Argentina y Ecuador. Sin descuidar a la comunidad centroamericana.

Todo ello, jalonado con acuerdos comerciales ─tanto bilaterales como con bloques aduaneros─, pactos de swaps monetarios para controlar los tipos de cambio de las divisas en las transacciones y la involucración de los bancos chinos en financiaciones encaminadas a garantizar el abastecimiento en un país que ha cambiado su modelo de crecimiento, basada hasta ahora en las exportaciones masivas, hacia otro de fomento de la demanda interna; es decir, del consumo doméstico. Un proceso que explica de manera elocuente Christophe Ricetti, responsable de mercados globales de Natixis: “Los bancos chinos se han convertido en los últimos años más en instituciones de inversión que en entidades comerciales”.

Basta con apreciar el salto en sus asientos contables de las inversiones en relación a las concesiones de créditos, aclara antes de augurar un incremento de entre el 27% y el 30% de su total de activos en 2016 a este nuevo concepto y de presagiar que el próximo ejercicio “asumirán nuevos riesgos corporativos”. Sobre todo, por ser el encaje que Jinping les ha pedido en su cometido de reorientar el sistema productivo chino, que acaba de publicar el Diario del Pueblo, la voz oficial del régimen de Pekín, en pleno revés de las potencias industrializadas, que acaban de negarle el estatus de economía de mercado después de quince años de su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y complica su poder de resolución de conflictos en sus paneles de arbitraje y, en consecuencia, su estrategia de dumping comercial.

La actividad predominantemente económica de China en América Latina “tendrá consecuencias geoestratégicas a largo plazo para EEUU y Europa”

Pero no sólo la financiación estatal está inmersa en este proceso. También el sector empresarial chino opera a pleno rendimiento. Desde 2010 ─dice Cepal─, sus compañías han invertido, de media, 10.000 millones de dólares anuales en América Latina, con presencias accionariales estratégicas en industrias como la energética o la minera. Eso sí, sin demasiada conciencia medioambiental ni garantías de empleo o salariales, matiza. Aunque con gran margen de maniobra si su principal inversor, EEUU ─que acaparó en 2015 el 25,9% de los flujos de capital a la región (Holanda con el 15,9% y España con el 11,8% completan el pódium inversor)─ inicia con Trump el esperado repliegue táctico. Sólo en Brasil, en los últimos años, la china State Grid compró el 23% de las acciones de CPFL, la energética de la mayor economía latinoamericana; mientras se formalizó la alianza entre la brasileña WTorre y el emporio internacional ChCCCI para construir el Puerto de Marañao, al norte del país, el banco de inversión Fosun adquirió el control de Rio Bravo, referente en la gestión de activos o, al igual que otra entidad financiera china (BC) se hizo con el 80% de la prestamista brasileña BBM.

Bajo este escenario, voces políticas de primer nivel como la del ex ministro de Exteriores mexicano, Jorge Castañeda, señalan que la elección de Trump supone “un completo desastre” para la región que no sólo está aprovechando China, sino que obliga a aliados de Washington a virar sus posiciones. Como Australia, que ha ido de la mano de Pekín y ha suscrito el acuerdo con otros dieciséis países del Pacífico asiático y americano ─sin la inclusión de EEUU─ por la aversión al libre comercio del sustituto de Obama y para aprovechar la cosecha china, especialmente en Suramérica ─la zona de interés económico para Sidney─, a donde Pekín ha dirigido 125.000 millones de dólares en la última década.

Mikael Wigell, analista en el Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales también anticipa que la actividad predominantemente económica de China en América Latina “tendrá consecuencias geoestratégicas a largo plazo para EEUU y Europa”, que se verán abocados a reducir su influencia inversora y política en una región que podría abandonar el multilateralismo y primar acuerdos geo-económicos bilaterales de relevancia con Pekín. Wigell alude a los cambios en las industrias energéticas (dos terceras partes de las fusiones con empresas extractivas de petróleo, gas y minerales metálicos las han protagonizado, en el último lustro, firmas chinas) de la región; al escenario que Latinoamérica supone para transformar las compañías chinas en multinacionales o a la conversión del yuan como divisa de referencia en las cestas monetarias de los bancos centrales del área, pero también, en el plano de seguridad, a la exigencia diplomática de aislar a Taiwán y a las alianzas militares que promueve entre sus aliados latinoamericanos.

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