Este artículo se publicó hace 16 años.
China no admite disidencias
El Gobierno vigila de cerca a los estudiantes, aunque la mayoría cree que los tibetanos deberían estar agradecidos
Andrea Rodés
Varios guardias de seguridad flanquean las puertas de acceso a la Universidad Central de las Nacionalidades de Pekín. Piden el carné de identificación y sólo dejan entrar a los estudiantes del centro.
Hace una semana, cualquiera podía pasear libremente por el campus, donde se encuentran las mejores facultades para el estudio de las minorías étnicas, como la tibetana, la mongola o la musulmana uighur. Las normas han cambiado desde que el pasado lunes, tres días después de que estallaran los violentos disturbios en Lhasa, un grupo de estudiantes de etnia tibetana se manifestara en silencio por las víctimas. "
No se sabe muy bien lo que ocurrió", explica un estudiante francés de intercambio en esta universidad. "Un grupo de estudiantes se sentó en el suelo, sujetando velas encendidas, frente al edificio número 5", dice.
Algunos testigos aseguraron a Reuters que se trataba sólo de una "vigilia por los muertos" pero la policía les acusó de pedir la independencia del Tíbet."Enseguida les obligaron a irse", añade el francés. Los tres estudiantes japoneses que le acompañan prefieren no opinar.
En el barrio universitario se observa una mayor presencia policial y los jóvenes no quieren meterse en problemas. La noticia de la manifestación corre por el campus gracias al boca a oreja y a los blogs pero es difícil averiguar qué pasó en realidad. La prensa china, controlada por el Gobierno, no informó de los sucesos. Los periodistas extranjeros fueron expulsados del recinto.
"Tengo varios amigos que estudian en esta universidad. Se han negado a contarme lo que pasó. El Tíbet es un tema delicado", explica Yang Zhongmiao, un estudiante de 21 años de la Escuela de Relaciones Internacionales de Pekín. Yang y sus amigos son de la etnia han, que representa al 92% de la población en China.
Como la mayoría de los jóvenes de su edad, no cuestionan la política de su Gobierno en Tíbet, donde la llegada de cientos de miles de ciudadanos chinos en los últimos 50 años han convertido la etnia tibetana en una minoría discriminada en su propio territorio.
"China ha hecho mucho por el desarrollo del Tíbet", dice una estudiante de primer curso de la Universidad de Pekín. Tiene 18 años y reconoce que de los tibetanos sólo sabe que son budistas y muy pobres. Hace tres días -mientras la represión policial sobre las comunidades tibetanas en distintos puntos del país se endurecía- conoció a un par de chicas de Lhasa, que participaban en un intercambio escolar en Pekín.
"No hablamos de los disturbios ni de sus familias", dice. Sólo hablaron de Pekín y de los Juegos Olímpicos. "Están deseando poder venir en verano. Son muy optimistas", asegura esta joven, mientras se ajusta la diadema dorada sobre el cabello.Ella y Yang estudiaron en distintas ciudades pero ambos aprendieron en la escuela que Tíbet forma parte de China desde el siglo XIII, cuando fue conquistado por el emperador mongol Kubilai Khan. Algunos historiadores cuestionan que el imperio mongol, un reino intercontinental, llegara a integrar la administración china y tibetana.
A pesar de las diferencias culturales, sociales y de lenguaje entre Tíbet y el gigante asiático, los estudiantes no cuestionan que el territorio, anexionado en 1950 por las tropas comunistas de Mao para "liberarlo" del feudalismo y de las fuerzas imperialistas, es parte integral de la nueva China.
"Alguien está manipulando a los tibetanos para que se rebelen", dice una estudiante de periodismo, de 21 años, en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. El primer ministro, Wen Jiabao, acusó la semana pasada al Dalai Lama, líder espiritual tibetano en el exilio, de ser el conspirador de los disturbios violentos. "Las diferencias religiosas son un problema", añade la futura periodista.
La profunda religiosidad de la sociedad tibetana, que ve al Dalai Lama como un dios viviente, contrasta con la China comunista y pragmática, donde la religión -sobre todo, el cristianismo y el budismo- vuelve a aparecer, pero más como una moda que como un fenómeno espiritual.
En la facultad han analizado hoy unas fotografías sobre los disturbios de Lhasa manipuladas, aparecidas en varios medios de comunicación occidentales, entre ellos la CNN. "Es una vergüenza cómo la prensa occidental manipula las noticias para atacar a China", dice la joven pequinesa, mientras sus amigas asienten con la cabeza.
No cree que la calidad de la información mejoraría si el Gobierno permitiera acceder a la prensa extranjera al Tíbet. La prensa nacional es suficiente: "Es rigurosa y, al menos, no miente".
En cambio, una estudiante de derecho de etnia uighur del mismo centro cree que los medios chinos apenas han informado de los disturbios y es imposible entender lo que sucede.
Sobre si las revueltas podrían contagiarse a la región de Xinjiang, habitada por la minoría musulmana uighur, como teme el Gobierno chino, prefiere no opinar. Tiene miedo.Internet sigue siendo el lugar para que los jóvenes den rienda suelta a sus comentarios sin imponerse autocensura, aunque varias webs -incluido YouTube, donde aparecen videos de los disturbios- permanecen bloqueadas.
Un grupo de 30 intelectuales chinos publicó el sábado en un blog de disidentes en el extranjero una carta para exigir a su Gobierno el cese de la represión violenta y una política más democrática con Tíbet.
Pero los comentarios nacionalistas siguen dominando en la red: "¿Qué persona china puede soportar ver cómo prenden fuego a su bandera o destruyen un soldado de terracota?", opina en su blog Heicatou, un estudiante chino en Inglaterra.
"Seguro que los occidentales piensan que la reacción china es consecuencia del lavado de cerebro o de un nacionalismocreciente", escribe.
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