Este artículo se publicó hace 4 años.
Coronavirus WashingtonWashington DC, la capital fantasma
La actividad en el centro de la capital de Estados Unidos ha caído un 90% por la pandemia. En febrero, acudían a trabajar a esa zona de la ciudad 225.000 personas, frente a las apenas 22.000 actualmente. El 'downtown' del distrito de Columbia parece haber sido abandonado.
Manuel Ruiz Rico
Washington-
La pandemia ha convertido el centro de Washington en una zona fantasmal. El centro neurálgico de la capital de Estados Unidos, donde se encuentran la Casa Blanca, decenas de agencias federales y la sede de organismos internacionales como Naciones Unidas, el Banco Mundial o el FMI, parece desde marzo el escenario de una película apocalíptica. La población diaria en esa zona de la ciudad ha caído un 90% con la llegada del coronavirus. La capital tiene 705.000 habitantes y si en febrero acudían a trabajar 225.000 personas al downtown del distrito de Columbia (muchos de ellos desde sus hogares en los estados vecinos de Virginia y Maryland), en julio apenas lo hacían 22.000, según revela un informe de la organización sin ánimo de lucro Downtown DC BID (de Business Improvement District, en castellano: Desarrollo de Negocios del Distrito).
"La pandemia ha vaciado esta zona de la ciudad. No hay nadie", dice Kevin, que trabaja en el departamento de ventas externas de la empresa Parts Unlimited, con sede en Manassas, Virginia, a unos 50 kilómetros de Washington. La firma ofrece equipos y servicios de fontanería y aires acondicionados. "Antes trabajaba en el distrito todos los días, pero desde el comienzo del confinamiento en marzo eso se acabó: el contacto con los clientes es todo por correo y por teléfono y apenas vengo a Washington dos o tres veces al mes para gestionar algún asunto puntual y volver", señala, en el cruce entre la 18 y la H, enfrente de la enorme sede del Banco Mundial, un mastodonte blanco que se yergue hueco y sin vida.
Son las 13.30 horas y estas calles deberían ser un hervidero de gente yendo y viniendo, entrando y saliendo de edificios de oficinas, bares, restaurantes, sitios de comida rápida, cafeterías, tiendas. Pero apenas se ven cuatro o cinco personas caminando. Avenidas enteras de varios carriles están a menudo completamente vacías y hay gente que las cruza por cualquier parte como si nada y casi sin mirar: si viniera un coche, se oiría desde lejos.
Washington está actualmente y desde el 22 de junio en la fase 2 de un total de tres, que sería la relativa normalidad. Pero ni aun así la zona remonta. Casi todos los negocios permanecen cerrados, algunos ya para siempre y los pocos que están abiertos suelen ser cadenas (sobre todo cafeterías y establecimientos de comida rápida) y lo hacen a medio gas, tanto en clientela como en horario.
Según el informe de Downtown DC BID, la actividad económica del centro de Washington en julio estuvo al 12% que la de julio del año pasado. Con todo, los datos del paro en esa zona de la capital no se incrementaron de forma drástica, puesto que la gran mayoría de los trabajos son de oficina, relacionados directa o indirectamente con el Gobierno estadounidenses y los organismos internacionales, y se han podido mantener vía telemática. De hecho, en junio en el downtown washingtoniano había 179.700 personas empleadas, frente a las 188.600 de finales de 2019, una caída no muy pronunciada, del 4,7%. Por este motivo, en toda la ciudad la tasa de desempleo pasó del 5,2% en febrero al 8,6% en junio: un repunte significativo, pero no desproporcionado; este porcentaje fue más bajo que el paro nacional de julio, que se situó en el 10,2%, según la Oficina de Empleo de Estados Unidos.
"En abril, tras declararse la orden de estar en casa por parte de la alcaldesa, todas estas calles se quedaron vacías, sólo estábamos nosotros y poco más", dice Louis, un albañil que acaba de terminar de trabajar en un edificio en construcción en la calle 18 y Pennsylvania Avenue, a escasos metros de la Casa Blanca. La construcción fue considerada un servicio esencial y las obras siguieron su curso en la capital durante el confinamiento. "Por estas calles pasaba mucha gente antes de la pandemia y todo estaba abierto, pero cuando la alcaldesa ordenó el cierre de los establecimientos y las oficinas no se veía a nadie por aquí, prácticamente sólo nosotros y los policías que pasaban. Cerraron hasta los McDonald's así que empezamos a traernos la comida y la bebida de casa porque no había dónde comprar nada", dice Louis, nacido y criado en Washington, ciudad en la que ha vivido siempre salvo los 14 años que pasó en Nueva Orleans.
"Con la llegada de la fase dos las cosas cambiaron un poco, algunos establecimientos abrieron y se ve a alguna gente más, pero no mucha. Creo que muchos han cerrado para siempre", añade Louis. En efecto, abril y mayo fueron los meses oscuros de la pandemia. Marzo fue el mes que supuso el antes y el después en la capital. El 11 de ese mes, la alcaldesa, la demócrata Muriel Bowser, declaró la emergencia de salud pública en el distrito de Columbia cuando había apenas diez casos positivos confirmados; Bowser lo hizo incluso dos días antes de la declaración de emergencia nacional emitida desde la Casa Blanca para todo el país por el presidente Donald Trump.
A partir de ahí, las medidas se sucedieron a una velocidad inaudita: el 14 de marzo, la alcaldesa ordenó el cierre de las escuelas y se produjo la primera muerte por covid-19 en la capital; el 16 ordenó el cierre de todos los bares y restaurantes, cuya actividad quedó limitada al reparto a domicilio; el día 24 le llegó el turno a los negocios no esenciales y a la red de metro, que quedó prácticamente cerrada; y el 30 de marzo se emitió la orden de confinamiento. En ese momento, en la capital y la zona de influencia (los estados vecinos de Maryland y Virginia) había 2.900 casos y 39 muertes.
Como cuenta Louis, la capital empezó a ver la luz a final del túnel el 29 de mayo, cuando Bowser levantó la orden de confinamiento con la que Washington entró en la fase uno. La fase dos llegó el 22 de junio, fecha a partir de la cual el Gobierno local empezó a permitir las cenas interiores al 50% de capacidad, la compra interior en los comercios no esenciales y la reapertura de gimnasios con medidas de seguridad. El único traspiés a esta evolución fue un ligero repunte de casos registrados en julio; fue el 22 de ese mes cuando Bowser impuso la obligación de llevar mascarilla en la vía pública. En el plan de desescalada del Gobierno del distrito de Columbia existe una fase tres, el regreso a la casi plena normalidad (bajo ciertas restricciones y medidas de seguridad), pero la ciudad hasta ahora no ha cumplido las condiciones para entrar en la misma.
La fase tres implicaría, entre otras cosas, la apertura gradual de las oficinas. Sería el regreso a la vida de una ciudad cuyo centro de negocios y oficinas tiene ahora el aspecto de haber sido abandonado. Con las oficinas cerradas prácticamente en su totalidad en esta fase dos, hay avenidas enteras en las que no se ve ni un alma. La ausencia de tráfico genera una sensación incómoda de silencio, como de estar yendo hacia donde no es, una sensación que se acrecienta cuando se ven pasar autobuses urbanos con sus asientos casi vacíos yendo de una parte a otra de la ciudad. En Farragut Square, la plaza entre la K y la I con la 17 (en Washington no existe la calle J), pleno centro geográfico del downtown, varios autobuses hacen una parada de regulación a las 14.00 horas con sus conductores dentro para librarse del calor: ninguno de ellos ha logrado meter aún un pasajero.
Yendo más hacia el este, en la cafetería Paul ubicada en el cruce de la K con la calle 13, a escasos metros del edificio de The Washington Post, apenas entran dos clientes entre las 14.30 y las 15.00 horas. Han comprado algo para llevar y se van. En su interior sólo hay un hombre sentado con un café y un pastelito. "Llevamos así todo el día, no entra casi nadie. Antes abríamos de 6.00 a 20.00 horas y ahora sólo lo hacemos de 8.00 a 17.00 horas, pero da igual, entra tan poca gente que no se hace negocio", dice Jon, uno de los dos camareros del establecimiento. Jon señala como prueba de su relato el mostrador de la cafetería: casi siete horas después de haber abierto sigue repleto de cosas. "No hemos vendido casi nada", añade, "a esta hora habremos atendido a unas 40 personas en todo el día y antes de la pandemia habrían sido 400".
Según el informe de Downtown DC BID, el negocio de los restaurantes en esta zona de la capital cayó un 80% en julio mientras que para toda la ciudad ese porcentaje fue menos, pero aún así altísimo: del 52%. En cuanto a los hoteles, tuvieron en junio apenas el 6% de los ingresos del mismo mes de 2019. Unos datos que revelan por sí mismos el desplome colosal del sector servicios en la capital.
Son ya casi las 17.00 horas. El inicio de la hora punta en un día normal, antes de la pandemia. El cruce entre la calle 15 (que discurre en paralelo a un lateral de la Casa Blanca) y Constitution Avenue, una vía de seis carriles, debería estar repleto de vehículos, pero se podría cruzar la avenida por cualquier parte sin la menor prisa ni temor. De tanto en tanto, varios coches aparecen y se alejan hasta dejar libre la vía allá donde se mire. En otro cruce, el de la calle 13 y Pennsylvania, la situación es similar. Pennsylvania es en ese punto una avenida de seis carriles para coches y dos para bicis. Al fondo se divisa la mole del Capitolio (el edificio de 88 metros de altura que congrega las dos cámaras del país: el Senado y la Cámara de los Representantes).
Los cientos y cientos de coches que habría en enero a esta hora se han cambiado ahora por un par de autobuses y dos turismos. Los semáforos cambian del rojo al verde en un automatismo que sería descorazonador de no transmitir al menos la sensación de que el mundo quiere seguir girando y la promesa de que todo seguirá en su sitio y funcionando cuando la normalidad regrese y el ser humano vuelva a enfadarse por los atascos.
Pero no sólo es la zona centro, el downtown, también las zonas de alrededor. El restaurante español Joselito está precisamente en el entorno del Capitolio, de ahí que esa zona se llame Capitol Hill. Yendo al sudeste de la capital por Pennsylvania Avenue, el establecimiento se encuentra al otro lado del Congreso, del famoso (por las películas) National Mall, del Tribunal Supremo y de la Librería del Congreso. Hasta que llegó la pandemia, su clientela la formaban sobre todo trabajadores y políticos del Capitolio, lobistas y personas de otras partes de la ciudad, o de Virginia o Maryland, que querían disfrutar de la comida española.
Sin embargo, ahora la actividad del Congreso está bajo mínimos por las muchas restricciones que afectan también a la celebración de eventos y las reuniones en el recinto, por lo que parte del trabajo se realiza telemáticamente. Además, las dos cámaras no han tenido actividad todo el tiempo durante la pandemia. Por ejemplo, el jueves 13 de agosto el Senado cerró las puertas hasta el Día del Trabajo, el 7 de septiembre, a pesar de no haberse alcanzado un acuerdo para el nuevo paquete de ayudas por el coronavirus entre los republicanos, con mayoría en esa cámara, los demócratas y la Casa Blanca.
"Antes, los viernes, sábados por la noche y domingos por la mañana teníamos una media de cien clientes cada día, pero desde que empezó la pandemia el día más ocupado que hemos tenido ha habido 63 personas. Y fue una excepción junto a otro día que tuvimos otras 60 o 61", dice David Sierra, jefe de cocina de Joselito. Incluso, ha habido algunos días puntuales en los que el restaurante decidió no abrir por la falta de reservas y las escasas expectativas de que fueran a ir clientes. Así sucedió cuando se produjeron las protestas del Black Lives Matter en la capital tras la muerte de George Floyd asfixiado bajo la rodilla de un policía en Mineápolis el 25 de mayo.
Hoy es jueves y hay cinco personas trabajando en el restaurante. "Antes de la pandemia", dice Sierra, "éramos habitualmente entre 20 y 23 personas, depende del día". Joselito, como todos los establecimientos de restauración, tuvo que cerrar varias semanas tras la orden de la alcaldesa emitida el 16 de marzo. En ese tiempo sólo pudieron hacer reparto a domicilio. Con el inicio de la fase 1 el 29 de mayo, abrieron las terrazas y empezó a recuperarse una cierta actividad. Joselito tiene una terraza en la que el ayuntamiento del distrito le permite colocar cuatro mesas. Como los establecimientos aledaños (un Pain Quotidien y dos restaurantes) continuaron cerrados, obtuvieron permiso para poner seis mesas más en el exterior y tener un poco más de mimbres para aguantar el tirón que se le venía encima al sector. Y así, y con algún servicio interior permitido después, han estado desde entonces.
Pero, ¿y cuándo llegue el invierno y con él, el frío y las lluvias? "Hay varias opciones", dice Sierra. "Si el gobierno del distrito aprueba otro plan local de ayudas por la pandemia, podríamos aguantar hasta diciembre o enero. Eso nos vendría muy bien porque si la vacuna llega para esa fecha y en enero o febrero se empieza a vacunar, la gente empezará a estar más tranquila y poco a poco debería volver la normalidad y podríamos empezar a generar negocio. Pero si no se aprueba ese plan de ayudas, la única opción que nos queda sería abrir con el mínimo de personal, reducir el número de mesas para mantener así el local abierto y ver si podemos aguantar todo lo que podamos. Pero creo que la vacuna será la que lo decida todo y desde luego si la vacuna no sale y el gobierno local no aprueba ese plan de ayudas, lo vamos a tener muy difícil para seguir abierto", asegura Sierra.
El informe de Downtown DC BID, de hecho, alerta de que "es muy probable que se siga a este nivel de actividad [del 12% respecto a un año normal] durante los próximos meses". El pasado jueves, sin ir más lejos, Destination DC, la organización oficial de marketing de viajes a Washington, hizo un pronóstico demoledor: "Después de diez años de crecimiento, se estima que el total de visitas a DC caerá en más del 50% en 2020 antes de un posible repunte en 2021". Antes de la pandemia de coronavirus, añadió, el distrito de Columbia acogió a 24,6 millones de visitantes en total (22,8 millones de visitantes nacionales y 1,8 millones de visitantes extranjeros). De nuevo, todo dependerá de la vacuna. Con todo, la organización alerta: "A la industria de los viajes le llevó diez años recuperarse del 11-S".
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