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Debates con letra pequeña

Internacional Redactor

Richard Nixon estaba incómodo, embutido en un traje gris de funcionario. Una lesión en la rodilla le había dejado lívido y los focos le hacían sudar. John F. Kennedy, el jóven senador por Massachusetts, maquillado y arreglado, apareció distendido.

Era el 26 de septiembre de 1960. Hubo otros tres debates, en los que el candidato republicano aportó mejores respuestas que su contrincante, pero la televisión no olvidó nunca la imagen de aquel día.

Los enfrentamientos televisivos son el momento estrella de la campaña presidencial estadounidense. Se trata de ceremonias mediáticas, bastante sobrevaloradas, en las que todo cuenta: un gesto de más, una palabra de menos, un tono, un tropiezo.

Pocos votantes verán a su presidente en otro formato que el de la pequeña pantalla e, independientemente de sus ideas, la mayoría lo juzgará en función del grado de empatía que sepa despertar.

La televisión tardó en hacerse un hueco. Después de la experiencia de 1960, hubo que esperar a 1976 para ver frente a frente a Jimmy Carter y Gerald Ford y a 1984 para institucionalizar los debates entre los aspirantes a vicepresidente.

Tradicionalmente la organización de estos enfrentamientos políticos corría a cargo de una organización cívica femenina (la Liga de Mujeres Votantes) hasta que desistieron en 1987 tras conocerse que los dos candidatos, George Bush padre y su oponente demócrata, Michael Dukakis, se habían puesto de acuerdo sobre las preguntas.

Tomó entonces el relevo la Comisión sobre Debates Presidenciales, una entidad privada, codirigida por los dos grandes partidos, que se aseguraron así el control de la vida política del país ante cualquier espontáneo independiente.


Una negociación ardua
Los encuentros siguen unas pautas negociadas con meses de antelación por los dos partidos. Son contratos extremadamente detallados que fijan las fechas, el lugar, los temas a debatir, el moderador o las intervenciones de los espectadores.

En 2004, George Bush y John Kerry hicieron públicas 32 páginas de tecnicismos legales en un amago de transparencia que sólo sirvió para demostrar la rigidez del formato.

La televisión no reveló nada que los votantes no supieran ya y la controversia se centró en lo superficial: en el bulto de la chaqueta de Bush, lo que despertó todo tipo de especulaciones sobre si llevaba o no un transmisor; en el hecho de que Kerry, contrariamente a lo pactado, sacara una chuleta, que luego resultó ser un bolígrafo, para contestar a algunas de las preguntas.


Siempre ha sido difícil valorar el impacto de estos debates, sobre todo porque van perdiendo audiencia. En su día, 66 millones, más de la mitad del país, vieron el enfrentamiento Nixon-Kennedy. En 2004, tan sólo una quinta parte de los estadounidenses se interesó por la contienda televisiva.

Los aspirantes a la Casa Blanca utilizan cada vez más Internet para seducir a sus votantes, en páginas como YouTube.

Pero los debates siguen siendo una parte esencial de la campaña porque son el único sitio donde los rivales pueden medir sus fuerzas cara a cara. Los candidatos a las primarias demócratas ya han celebrado 14 encuentros y tienen previstos otros seis hasta finales de enero.

Los republicanos se han enfrentado en ocho ocasiones -la última sirvió para presentar al nuevo contrincante, Fred Thompson- y les quedan siete hasta primeros del 2008.

Ningún debate ha tenido gran éxito de audiencia, pero han servido de ensayo general para que los asesores vayan puliendo asperezas hacia la carrera final.

Dos patinazos y una pregunta ganadora 

Se le olvidó Polonia

El error de kerry

En 2004, Kerry criticó la coalición internacional de Bush para apoyar la guerra de Irak con el argumento de que se limitaba al Reino Unido.
La ilusión de Ford

La guerra fría

'No existe dominación soviética en Europa del Este', dijo Gerald Ford. Luego, tuvo que explicar que se refería al 'espíritu' de los habitantes de Europa del Este,ue no se podía conquistar.

El acierto de Reagan

Una sola pregunta

'¿Está mejor que hace cuatro años?' Con esa frase, Ronald Reagan marcó el tanto definitivo ante Jimmy Carter en 1980. 

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