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Donald Trump El ruido y la furia: balance de cuatro años de 'trumpismo'

2020 termina en los días de la recta final del mandato de Donald Trump y abriéndole la puerta a Joe Biden, como el presidente de la nueva década, que resolverá el rumbo de estos Estados Unidos y sobre todo si el 'trumpismo' se ha acabado con la presencia del magnate en la Casa Blanca o si vino con Trump para quedarse.

El presidente saliente de EEUU, Donald Trump, en un acto de la pasada campaña presidencial, en el Aeropuerto de Cecil, en Jacksonville (Florida). REUTERS/Tom Brenner
El presidente saliente de EEUU, Donald Trump, en un acto de la pasada campaña presidencial, en el Aeropuerto de Cecil, en Jacksonville (Florida). Tom Brenner / REUTERS

Puso toda la carne en el asador para las elecciones del 3 de noviembre, para las que llegó a decir que su oponente Joe Biden era un candidato "malísimo" y que si él, Donald Trump, perdía las elecciones se marcharía del país. Las perdió por cinco millones de votos y ahora 2020 lo despide a punto de hacer las maletas para su próximo destino: sus dominios privados en el Estado de Florida, el destino de sol y playa de cualquier jubilado estadounidense que se precie. Sus cuatro años en la Casa Blanca dejan una huella profunda en el país que el próximo 20 de enero heredará la administración Biden-Harris: el mayor grado de polarización política y social en décadas, y una ideología, la el trumpismo, la antipolítica, que se enfrentará en los próximos años al reto de apagarse por la ausencia del líder que le da nombre o de acabar por invadir el espíritu tradicional del Partido Republicano y de sus votantes.

Trump llegó a la Casa Blanca el viernes, 20 de enero de 2017, cuando tomó posesión como el 45º presidente de Estados Unidos; sucedió a Barack Obama, demócrata y el primer presidente negro de la historia del país y quien tuvo que lidiar con la crisis de 2008 nada más acceder a su cargo en enero de 2009. Obama dejó la Casa Blanca el mismo mes de 2017 y no pudo ver cómo era relevado por su compañera en el Partido Demócrata Hillary Clinton, a pesar de que ésta logró más votos que Trump en las elecciones presidenciales de noviembre de 2016.

Al magnate de Nueva York, un trasunto americano de Jesús Gil o de Silvio Berlusconi, le habían funcionado sus mítines demenciales, su espectáculo de showman televisivo, sus maneras broncas en las antípodas de lo políticamente correcto, su discurso antiestablishemt, su Make America Great Again, su America First y su muro con México, toda una artillería diseñada por su jefe de campaña, Steve Bannon, detenido e imputado el pasado agosto por haber desviado fondos a sus cuentas personas procedentes de una fundación que había creado para ayudar a construir el muro con el país vecino.

Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia política ni militar previa. Éste es el balance que deja su legislatura, los cuatro años de trumpismo en la Casa Blanca, en Estados Unidos y, en definitiva, en el mundo.

Menos impuestos para los ricos y ataques al 'Obamacare'

Todo le salió bien y ganó a Hillary Clinton contra todo pronóstico así que desde el primer día se creyó el Rey Midas de la política estadounidense. Gobernaría a golpe de desinformación, fake news, mentiras, ocurrencias, broncas, bombardeo de tuits y recurriendo al poder presidencial sin acompañarlo de las molestas instituciones como el Senado o la Cámara de los Representantes, a pesar de que las dos cámaras, al iniciar la legislatura estaban en poder del Partido Republicano, una coincidencia no tan frecuente como podría parecer y mucho menos en el lado republicano: por el lado demócrata, le había pasado a Obama entre 2009 y 2011, a Clinton entre 1993 y 1995, a Jimmy Carter toda su legislatura 1977-1981 y los dos mandatos de Lyndon B. Johnson (1961-1969; los dos primeros años, bajo el gobierno de John F. Kennedy, del que Johnson fue vicepresidente); sin embargo, por la parte republicana, apenas se habían visto en esa privilegiada situación Bush hijo entre 2003 y 2007 y, tras él, Dwight Eisenhower hacía más de medio siglo y sólo durante dos años, de 1953 a 1955.

Donald Trump en una imagen de archivo.
Donald Trump en una imagen de archivo. REUTERS

Sin embargo, a Trump le pasaría lo mismo que a este último. "¡Pobre Eisenhower!", decía Harry Truman, predecesor en la Casa Blanca del exgeneral, "se sentará aquí y dirá: ¡haced esto! ¡haced lo otro! ¡Y no sucederá nada! Esto no es como el ejército", según la anécdota que cuenta el periodista Chris Wipple en The Gatekeepers, su libro sobre los jefes de gabinete de los presidentes.

Efectivamente, algo parecido le sucedió a Trump quien, poco acostumbrado y despreciativo con la institucionalidad política del país, viéndose como a un Rey Midas, centró todos sus esfuerzos en gobernar a borbotones y a golpe de órdenes presidenciales (una especie de equivalente en España a gobernar por decreto-ley), sobre todo destinadas a laminar el Obamacare, con lo que quitó el seguro médico a millones de ciudadanos, y la legislación sobre clima y emisiones de Obama, para que las grandes empresas pudieran contaminar más y más impunemente (puesto que según el silogismo trumpiano, cuanto más se contamina, más empleo se crea y mejor va la economía…).

La única legislación federal de calado que sacó adelante su administración en ese tiempo fue la Ley de Bajada de Impuestos y del Trabajo, aprobada por el Senado como es preceptivo y que entró en vigor en noviembre de su primer año de mandato, 2017. Se trató de una ley que bajó enormemente los impuestos a las grandes fortunas, es decir, al propio Donald Trump.

Pero en el cuento del Rey Midas, la capacidad de convertirlo todo en oro no es un don de los dioses sino una maldición. De pronto, el viento dejó de soplarle a Trump de cara. En noviembre de 2018 había elecciones de mitad de legislatura en el Congreso: se renovaban 35 de cien escaños del Senado y toda la Cámara de los Representantes. Los republicanos lograron mantener la cámara alta, pero los demócratas le dieron la vuelta a la Cámara de los Representantes y lograron tener mayoría. Desde ese mismo momento, una congresista de 79 años se iba a convertir en la peor pesadilla del presidente. La diputada por California Nancy Pelosi. Entre las competencias de esa cámara: lanzar los procesos de revocación del presidente.

El impeachment: de la trama rusa a la trama ucraniana

Dos meses después de la toma de posesión de Trump, comenzarían las investigaciones del llamado Informe Mueller, sobre la presunta interferencia rusa en las elecciones presidenciales y la posible colaboración del equipo de Donald Trump en la trama rusa. En noviembre de 2018 los demócratas se hacen con la Cámara de los Representantes y en marzo de 2019 llega el otro golpe para el presidente. Se publican las 448 páginas de dicho informe sobre la trama rusa, cuya conclusión dice: "Si tuviéramos la confianza, tras una investigación exhaustiva de los hechos, de que el presidente no cometió claramente una obstrucción a la justicia, lo afirmaríamos. Basándonos en los hechos y en las normas legales aplicables, no podemos llegar a ese juicio. Por consiguiente, si bien este informe no concluye que el presidente cometió un delito, tampoco lo exonera".

Foto de julio de 2014, antres de su llegada a la Casa Blanca, de Donald Trump con sus hijos Eric, Donald Jr., e Ivanka, en la inauguración del Trump International Hotel en el Old Post Office Building, en Washington. REUTERS / Gary Cameron
Foto de julio de 2014, antres de su llegada a la Casa Blanca, de Donald Trump con sus hijos Eric, Donald Jr., e Ivanka, en la inauguración del Trump International Hotel en el Old Post Office Building, en Washington. Gary Cameron / REUTERS

Fue un golpe a la línea de flotación de la credibilidad de Trump en la Casa Blanca. Los demócratas lo aprovecharían para morder el tobillo del presidente y no soltarlo. Entretanto, eligen candidato a Joe Biden para disputarle la presidencia de noviembre a Trump. La temperatura política empezaba a subir hasta que en septiembre los medios revelan una llamada de Trump a su homólogo de Ucrania, en la que el mandatario norteamericano le pide a su homólogo que anuncie una investigación contra el hijo de Joe Biden como contrapartida a unos fondos militares que Ucrania usaría en su guerra con Rusia. El escándalo es mayúsculo y los demócratas tienen lo que andaban buscando: el 24 de septiembre, Pelosi anuncia la apertura del proceso de revocación (impeachment) contra Donald Trump.

El impeachment fue una radiografía clara de la situación del Partido Republicano en ese momento. En las primarias para hacerse con el liderazgo del partido para las elecciones de 2016, Trump había recibido ataques durísimos de pesos pesados de ese partido como los senadores Marco Rubio, Ted Cruz o Lindsey Graham. Al fin y al cabo, Trump era el típico millonario sin una ideología estructurada que venía de fuera para hacerse con el control del partido por puro afán de poder personal. Pero llega el impeachment y prácticamente todos son una piña en torno al presidente. ¿Por qué? El caso Amash lo explica.

Justin Amash era congresista en la Cámara de los Representantes por Michigan. Un tipo de carácter liberal y conservador. Tras la publicación del informe Mueller, Amash se declaró a favor de un impeachment a Trump. Como ha escrito el politólogo Roger Senserrich: "Dos días después, dos republicanos anunciaron que se presentaban a las primarias contra él. Los líderes del Partido Republicano en la Cámara de los Representantes le echaron de todas las comisiones y grupos de poder dentro del partido. En julio, harto de ser ninguneado, Amash abandonaba el partido republicano para convertirse en el único independiente de la cámara, y pasaba a convertirse en un paria sin ningún poder real ni puesto en ningún comité legislativo". La estrategia era clara: el que se mueva, no sale en la foto, que dijo aquél. Y el que se porte bien, recibirá su parte, que no es sino una versión política del plata o plomo de Pablo Escobar.

Con la amenaza y las maneras mafiosas como método, Trump habían cosido al Partido Republicano en torno a su liderazgo. Durante el proceso de impeachment, sólo el senador Mitt Romney, otro peso pesado, lo criticó abiertamente. Otras veces Trump recibió críticas menores de los senadores Susan Collins y Lisa Murkowski. Pero ya. El proceso del impeachment pasó al Senado para su votación final y la cámara alta, de mayoría republicana, exoneró al presidente. Sólo Romney votó contra él. Trump lo amenazó.

El presidente había superado el Informe Mueller y ahora el impeachment. Era el mes de enero y había elecciones en noviembre. El paro alcanzaba desde el octubre anterior sus mínimos históricos. Prácticamente había pleno empleo y los datos macroeconómicos (la bolsa, las fortunas de los ricos, etcétera) estaban mejor que nunca. Trump lo había apostado todo a esos resultados y la jugada le salía bien. La deuda estudiantil estaba también en récords históricos, por no hablar de la sanitaria, los desahucios y las desigualdades sociales, pero esas cosas a Trump parecían no menoscabarlo.

La pandemia y la muerte de George Floyd

La recta hacía la Casa Blanca parecía abrirse clara y cuesta abajo. Sólo había que bajar la ventanilla, meter la quinta y dejar que el viento le atusara el inefable flequillo. Pero entonces llegarían los dos golpes que acabarían con su presidencia: primero, la pandemia de coronavirus; segundo, ¡la muerte en Mineápolis de George Floyd bajo la rodilla de un policía el 25 de mayo mientras gritaba I can’t breath! (¡No puedo respirar!).

Esos dos hechos en sí en poco o en nada podían haberle afectado de cara a las elecciones, pero su gestión de ambos le pasó factura. Menospreció desde el principio la importancia de la pandemia ante el temor que acabara con la única carta que tenía para la reelección: los datos económicos; y en cuanto a la muerte de Floyd, ¡en vez de alinearse con el I can’t breath!, acusó a quienes protestaban de promover la violencia y el caos y hasta de ser terroristas, y en Washington decidió utilizar al ejército para disolver con gases lacrimógenos y balas de goma una manifestación pacífica. En vez de ¡No puedo respirar!, Trump gritaba desde la Casa Blanca ¡Ley y orden! para insistir en su deriva de polarizar más y más al país.

Después de esto, no le fue todo lo bien que habría querido en los debates electorales. Se ponía nervioso y agresivo y hasta llegó a celebrar "a nuestros Proud Boys", en un giro supremacista criticado hasta por los senadores de su partido. Mientras el ejército acordaba retirar símbolos, banderas y estatuas confederadas de sus bases, Trump protestaba y llamaba a no fomentar la cultura de la cancelación. El Rey Midas parecía haber perdido la tecla, el aura, parecía no dar una.

En el plano doméstico, a pesar de usar las redes para seguir desinformando, polarizando y creando ruido y bronca, no dejaba de atacar a Google y a Twitter, a los que amenazó con cerrar y hasta llegó a firmar una ley presidencial para coartar su actividad. Según el recuento de mentiras o medias verdades elaborado por el Washington Post, Trump llegó a tener rachas de 50 diarias durante la campaña electoral y para el día de las elecciones había superado las 25.000 durante su mandato.

En el plano internacional, atacó a la OMS en plena pandemia de coronavirus y le retiró sus fondos, se salió del Acuerdo del Clima de París, golpeó con aranceles a la Unión Europea y a China y saboteó la actividad de la Organización Mundial del Comercio. Con Trump. El escenario internacional estaba hecho unos zorros: el modelo anterior ya no valía, pero , la improvisación y los pulsos constantes para ver quién es más fuerte. Si su modelo era el caos a medio o largo plazo esa estrategia era mejor para Estados Unidos, ya no lo sabremos. Desde luego, los estadounidenses han dejado una cosa clara en las elecciones: prefieren el método Biden, el regreso al estilo clásico de la política, la vuelta al diálogo y al escenario internacional, desde luego, en asuntos como el clima: Biden volverá a introducir a Estados Unidos en el Acuerdo del Clima de París.

Trump llegó al día de las elecciones con un paro por las nubes y decenas de miles de muertos por covid-19. Su mandato no ha terminado y ya son más de 300.000 las personas fallecidas y el país en medio de una tercera ola mucho más violenta que las dos anteriores. Cuando el propio Trump se infectó de coronavirus, acabó transmitiendo que el virus no era para tanto y que, además: "Probablemente, yo sea inmune", dijo, en un vídeo en el que era obvio que le costaba respirar.

El brillo, el relumbrón, quizás el morbo que había despertado cuatro años atrás se había esfumado por completo. Biden, de 77 años en el momento de las elecciones, apelando simplemente a la normalidad y la solvencia de su bagaje político, le ganó el 3 de noviembre por cinco millones de votos. Trump planteó una guerra judicial para tratar de ganar por la puerta de atrás lo que no pudo ganar en las urnas. "He ganado. Y por mucho", volvió a decir esta semana. En su deriva demencial sigue polarizando al país con un objetivo: que el trumpismo no se apague sin Trump en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, ha perdido las elecciones por mucha diferencia, pero ha tenido casi 75 millones de votos, más que nadie en la historia del país, salvo Joe Biden.

El presidente, a través de su entorno, ha filtrado a los medios que aspira a presentarse de nuevo en 2024. Trump hará las maletas y se irá, pero la gran incógnita de Estados Unidos y del Partido Republicano es si el trumpismo se irá con el Rey Midas de la Casa Blanca, ese Trump que celebró que todo lo que tocaba lo convertía en oro hasta sin darse cuenta jamás de que ese oro acabaría siendo irremediablemente el material de su ruina.

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