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Dorothy Butler Gilliam: "Si uno leía la prensa blanca de EEUU en los sesenta, parecía que los negros no existían"

La periodista Dorothy Butler Gilliam.
La periodista Dorothy Butler Gilliam.

Dorothy Butler Gilliam (Memphis, 1936) es un mito viviente del periodismo norteamericano. Se incorporó a The Washington Post en septiembre de 1961 y, salvo tres años en los que trabajó de freelance (1969-1972), hizo toda su carrera esa redacción. Fue su primera reportera negra y, más tarde, en 1979, su primera columnista negra. Se retiró en 2003, pero en estos 19 años ha seguido dedicada a la profesión, sólo que desde el ángulo institucional.

En sus 39 años en el Post ha cubierto y visto de todo: desde el movimiento de los derechos civiles de los años 60 hasta los atentados de las Torres Gemelas; llegó con Kennedy en la Casa Blanca y se retiró con George W. Bush. Entre una cosa y otra, el 26 de agosto de 1968 participó en la Marcha sobre Washington y escuchó a Martin Luther King proclamando su "He tenido un sueño", y estuvo allí cuando el Post publicó sus dos grandes exclusivas: los papeles del Pentágono (1971) y el caso Watergate (1972), compartiendo redacción, sudor y lágrimas con gente como Katherine Graham, Ben Bradlee, Bob Woodward y Carl Bernstein.

"Me gustaban todos ellos, pero mi favorito es Carl, es un auténtico periodista de calle", dice. En enero de 2019 publicó sus memorias, aún inéditas en castellano, Abriendo el camino. La pionera lucha de una periodista para que los medios de comunicación se parezcan más a Estados Unidos (Trailblazer. A Pioneering Journalist's Fight to Make the Media Look More Like America).

En sus memorias cuenta que cuando usted llegó a Washington por primera vez en septiembre de 1961 para incorporarse a la redacción de Post, le chocó lo segregada que estaba la capital del país, a pesar de que Abraham Lincoln había prohibido la esclavitud en tierras federales casi cien años antes, el 1 de enero de 1863.

Sí, me sorprendió, no había esperado que estuviera tan profundamente segregada como estaba. Yo había nacido y crecido en el sur segregado, nací en Memphis, Tennessee, y me crie en Louisville, Kentucky. En ambos lugares había una gran separación entre razas y de algún modo esperaba que, en Washington, la capital del país, su población fuera más democrática que la ciudad que encontré.

Eso además tuvo una consecuencia inmediata: era un obstáculo no ya para su vida personal, sino también para poder realizar su trabajo en The Washington Post en las mismas condiciones que sus compañeros blancos.

¡Lo era! Me era mucho más difícil salir de la ciudad en taxi para cubrir algo. No podía salir de la redacción y simplemente coger uno, tenía que plantarme allí, en la acera, y esperar a veces a que pasaran diez taxis hasta que uno paraba, se apiadaba de mí y me llevaba. Todo eso hacía que me fuera más difícil cubrir noticias, había muchos restaurantes en los que un negro no podía comer o barrios en los que no podías vivir. Fue una sorpresa enorme y me hizo vivir situaciones muy difíciles.

¿Cómo se reflejaba eso en la redacción del  Post en ese momento? Usted no sólo era negra, también era una mujer joven y soltera en el Washington de 1961.

Cuando yo llegué al periódico, muchas de las mujeres que trabajaban en el Post en ese tiempo trabajaban en la sección de mujeres, apenas había mujeres reporteras cubriendo informaciones nacionales o sucesos, ese tipo de asuntos. En esos tiempos el género era una enorme barrera también. 

Usted cuenta que pudo llegar al Post sólo tras tener credenciales de blanco: el posgrado de periodismo que hizo en la Universidad de Columbia, en Nueva York.

Sí, además cuando llegué al periódico nunca había trabajado, no sólo para un medio de comunicación blanco, sino tampoco para un periódico diario. Toda mi experiencia previa había sido con medios de comunicación negros y fundamentalmente revistas y semanarios. La diferencia entre éstos y un diario es que uno tiene que trabajar y escribir más rápido y aprender a resolver las cosas en el día. Pero al margen de eso, yo había trabajado en varios medios y había hecho coberturas en varias partes del país, así que al llegar al Post tenía las mismas credenciales que cualquier otro.

Dice que cuando se graduó en Columbia no quiso volver al sur a trabajar para un medio negro y que optó por seguir el consejo de Martin Luther King y prefirió buscar trabajo en el norte en un medio de blancos. ¿A qué se refiere?

No quería volver al sur para trabajar porque no quería trabajar en un lugar que estuviera racialmente segregado. En el libro menciono en esto a Martin Luther King y lo relaciono con mi llegada al Post en 1961, en el comienzo del movimiento por los derechos civiles, que tenía apenas unos años, desde el boicot de autobuses de Montgomery, Alabama [el llamado Montgomery Bus Boycott sucedió entre el 5 y el 20 de diciembre de 1955; se considera la primera protesta a gran escala de esta lucha: los negros se negaron a viajar en los autobuses de esa ciudad en protesta por la segregación de asientos]. Luther King decía que teníamos que abrirnos, sobre todo los jóvenes que empezábamos nuestras carreras, y yo interpreté esas palabras en el sentido de que teníamos que trabajar dentro de las instituciones para tratar de tener un impacto en el cambio social porque estaba claro que los afroamericanos, como nos llamábamos entonces, habíamos sido separados y expulsados.

Nosotros sabíamos que eso estaba mal y era discriminación. Por este motivo, queríamos salir de ese encajonamiento, queríamos trabajar en empresas de blancos y demostrar que podíamos hacer un gran trabajo en esos puestos, porque los blancos pensaban que los negros no podríamos hacerlo [el argumento fundamental en la época para mantener esa segregación residía en el concepto de separados pero iguales, que procedía de la sentencia del Supremo del caso Plessy contra Ferguson de 1896, que legalizó la segregación racial en Estados Unidos. La primera sentencia del Supremo que desmontó ese argumento fue la del histórico caso Brown contra el Consejo de educación de Topeka, de 1954].

El periodismo era fundamental en esto porque, como usted dice en el libro, los negros tenían que empezar a contar también la historia de Estados Unidos con ellos dentro.

Escribir historias sobre la comunidad afroamericana y sobre todo en medios blancos empezó a cambiar la actitud de muchos blancos, que tenían una visión muy estereotipada de los negros.

No debió ser fácil cambiar las cosas por dentro. Incluso en el Post, usted, como narra en sus memorias, se encontró al llegar con periodistas como John Riseling, el jefe de la edición de noche de local, quien se negaba a publicar noticias sobre negros asesinados porque decía que eran, literalmente, "muertes baratas".

Había gente así todavía en las redacciones de aquel tiempo. Eran gente muy de los viejos tiempos y aún tenían esas viejas ideas. Esta persona en particular estaba a punto de jubilarse cuando yo llegué, así que afortunadamente en breve se quedó fuera de juego, pero sí, en las redacciones había toda una mezcla de gente y había gente en la tradición de los llamados rednecks, personas que estaban llenos de prejuicios sobre los afroamericanos [el concepto de redneck, literalmente cuello rojo, es el arquetipo de personas que proceden de una clase trabajadora blanca, normalmente familias de bajos ingresos, políticamente reaccionarias y de zonas rurales].

Por esos años, pudo hacer viajes a Europa y a África que fueron muy importantes para usted. ¿Cómo le influyeron estos viajes?

A Europa fui ya con mi marido, que era pintor, visitamos Francia e Italia, y encontramos que los europeos no tenían los prejuicios raciales que había en Estados Unidos contra los negros, por eso nos sentíamos más libres en Europa que en nuestro país. A África fui tras graduarme en Columbia, en 1961. Recibí una beca para participar en el programa Operation Corssroads Africa ese verano. El objetivo del programa era enviar a estudiantes de Estados Unidos a ese continente para trabajar junto a estudiantes africanos en proyectos conjuntos para que ambos se pudieran conocer de primera mano, era un intercambio cultural. Aprendí mucho ese verano en África porque en esos años los países africanos empezaban a ganar su independencia. Estaban luchando por su libertad del mismo modo que los afroamericanos, que es como nos llamábamos esos días, estábamos luchando por nuestros derechos en Estados Unidos, a través del movimiento de los derechos civiles.

Un capítulo destacado en su libro es el caso de James Meredith en 1962, que fue la primera gran cobertura que usted hizo con The Washington Post. ¿Cómo fue cubrir aquel acontecimiento clave en la historia de Estados Unidos y que alcanzó casi las cotas de una guerra civil?

Fue horrible. Mi encargo no fue cubrir lo que sucedía en el campus de Oxford, Mississippi, porque el Post tenía a varios reporteros especializados en el movimiento de los derechos civiles que se encargarían de eso y además yo no podía haber cubierto nada en el campus ni cerca del mismo, de todos modos, porque los negros estábamos amenazados, ten en cuenta que Mississippi era un lugar particularmente malvado. Cuando James Meredith decidió que él sería el primer alumno blanco de la Universidad de Mississippi, en Oxford, él sabía que estaba atacando frontalmente toda la doctrina del supremacismo blanco. Sabía que estaba tomando una decisión de envergadura.

Mi encargo era cubrir a la comunidad negra y estuve encantada de ir para eso porque antes los medios blancos al no tener reporteros negros no cubrían esas comunidades, a veces incluso esas comunidades no querían ver a reporteros blancos por allí. Fue un encargo estupendo, aunque estaba horrorizada por los hechos de Oxford, en el campus se vivieron situaciones peligrosísimas [hubo varios muertos y decenas de heridos en tiroteos entre los supremacistas blancos y las fuerzas del orden]. Usted habla de guerra civil y es una buena manera de describirlo puesto que a la postre el estado de Mississippi tuvo que ser invadido por las tropas federales para frenar al gobernador, para que Washington impidiera que el gobernador hiciera lo que quería hacer [impedir la entrada de Meredith en la universidad, incluso aunque una sentencia del Supremo lo había ordenado así]. Meredith finalmente logró incorporarse y graduarse. Fue casi un milagro. Siento un respeto enorme por James Meredith.

Un año después, estando de baja maternal en el Post, participó en la Marcha sobre Washington del 28 de agosto de 1963, donde Martin Luther King pronunció su discurso de He tenido un sueño. ¿Era usted consciente de que aquello era un momento clave en la historia de Estados Unidos?

Oh, sí, quienes estuvimos allí fuimos completamente conscientes de que aquello era histórico, no sólo por quienes estaban en la marcha y por el número de personas que la integraban. Yo fui porque estaba de baja material, pero también porque esto ocurrió antes de que los medios prohibieran a los medios participar en manifestaciones. Fue un evento histórico, todos sabían que iba a serlo y las autoridades esperaban problemas, hasta Kennedy lo esperaba, ¡y no paso nada, fue pacífico! Nadie se sumó a la marcha para crear problemas sino para celebrar nuestra lucha.

En sus memorias cuenta que el Post no cubrió el discurso de Luther King. Y usted se queja, de hecho, de que los medios de los blancos ignoraban a los negros, a menudo éstos sólo aparecían en las páginas de los periódicos si se trataba de asesinatos, violaciones, altercados, etcétera.

Esos medios grandes, entre ellos el Post, no hacían muchas coberturas sobre la comunidad negra y lo que pasaba en esas comunidades. Si uno leía la prensa blanca, parecía que los negros no se casaban, no tenían hijos, era como si no existieran, salvo, claro, cuando había un crimen horrible o pasaba algo negativo y había algún negro implicado, entonces sí aparecerían. El día de la Marcha sobre Washington, el Post sí escribió sobre ella ¡pero no sobre el discurso de Luther King! Se perdieron la parte que hizo historia. Los periodistas que desplegó el Post cubrieron la marcha, el evento en sí, pero estaban tan centrados en la marcha que acabaron por no escribir nada sobre el discurso, que ha acabado siendo uno de los discursos más importantes en la historia de este país. De hecho, uno de los reporteros, amigo mío, me reconoció más tarde que aquel día andaban "buscando a los chicos malos".

En 1972, usted publicó un artículo en el que denunciaba que "los hombres y mujeres negros de los medios de comunicación blancos, tienen un alto grado de frustración" y que "al igual que la comunidad negra" estaban siendo "excluidos y explotados por los medios". ¿Cómo ha cambiado la situación en estos 50 años?

Aquí hay que hablar de la situación antes y después de internet, porque con internet hay un escenario diferente. Si consideramos los medios tradicionales, periódicos, televisiones, radios, la situación ha cambiado. Se han creado muchas instituciones para lograrlo. Entre otras, fundamos el Instituto Maynard para la Educación en Periodismo en 1972, dedicada a formar a periodistas jóvenes para que se incorporaran a las redacciones y mejorar su diversidad. Las cosas empezaron a cambiar así. Después, diferentes grupos de periodistas empezaron a organizarse y en 1975 se creó, por ejemplo, la Asociación Nacional de Periodistas Negros.

Más tarde, los periodistas latinos crearon la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos [en 1984], y lo mismo ocurrió después con periodistas asiático-americanos, con nativos americanos, etcétera. Ha habido mucho empuje desde estas asociaciones para los que medios tengan cada vez una mejor representación de la diversidad social del país y este trabajo empezó sobre todo a mediados de los años 70 y sin duda todo esto junto al movimiento de la lucha por los derechos civiles ha hecho que las cosas hayan mejorado desde la publicación del informe de la Comisión Kerner. El movimiento de los derechos civiles, una cosa muy importante que logró en este sentido, es que los medios del norte empezaran a publicar muchas historias de lo que estaba sucediendo en el sur del país.

Así fue como empezaron a aparecer informaciones, reportajes, y empezó a haber periodistas encargados de cubrir esos temas en los medios del norte, y poco a poco empezó a haber periodistas negros en esas redacciones, y luego jefes, editores negros, etcétera. Las cosas han cambiado mucho, pero aún así, cuando dejé de escribir en The Washington Post en 1997 [se retiró del rotativo finalmente en 2003], me incorporé a una organización dedicada a aumentar el número de periodistas negros [y de otras minorías] en el país porque sabíamos que eso seguía siendo necesario para contar qué está pasando en Estados Unidos [se refiere al Programa de Fomento de Jóvenes Periodistas que lanzó el Post en 1997].

¿Qué situación ve usted a este respecto tras la llegada de internet y de los medios sociales?

Lo que está sucediendo ahora, aunque no soy una experta en eso porque no he investigado lo suficiente, con la emergencia de internet y de los medios sociales, hay muchas cosas que es que han cambiado. El viejo escenario mediático ya no es el mismo y esto ha sucedido en un momento en el que hay más compañías mediáticas dirigidas por un periodista negro, hay como cinco o seis o puede que hasta más medios cuyo director es negro, eso es un progreso enorme, puede que haya ocho, ahora que lo pienso, no estoy segura, habría que comprobar ese dato con la Asociación Nacional de Periodistas Negros. Pero esas grandes compañías mediáticas no son ahora las mismas que eran, ni tienen la envergadura que tenían hace 25 años, no tienen el mismo dinero, ni la misma cantidad de periodistas, ni el mismo poder o la misma fuerza que tenían antes.

¿Le recordaron las protestas del Black Lives Matter desatadas tras el asesinato de George Floyd en Mineápolis el 25 de mayo de 2020 a las protestas por los derechos civiles de los años 60 y 70?

Sí, pero retomando lo que decíamos, todas esas protestas que se produjeron no usaron los medios tradicionales, para lanzar sus mensajes y sus denuncias, esos movimientos usaron sobre todo las redes sociales, hasta la muerte de Floyd emergió primero en un vídeo retransmitido en las redes sociales y a partir de él empezaron a informar primero los medios locales y luego el resto de medio, sin eso, aquellas protestas no se habrían extendido del modo en que lo hicieron. La diferencia principal entre la Marcha sobre Washington de 1963 y las de Floyd en 2020 es la explosión de las tecnologías que hicieron diferente un acontecimiento y otro. Hoy todo el mundo puede poner una opinión o denunciar un hecho online, publicar una foto, un vídeo.

En su etapa como columnista tuvo la oportunidad de poder fijar su agenda y contar las historias de los que no tienen voz para cerrar precisamente esa brecha.

Fue una oportunidad para dar mi opinión sobre hechos que aparecían en las noticias, cosas que sucedían, fue una oportunidad para acudir a expertos de muchos asuntos y estar en relación con otros columnistas del periódico, fue un trabajo muy satisfactorio, pero difícil porque uno tenía que generar una diferencia en las columnas.

Usted fue además la primera mujer negra columnista en la historia de The Washington Post.

El Post tenía ya a un columnista negro, William Raspberry [Raspberry llegó al Post en 1962, empezó su columna de asuntos locales en 1966 y ganó el Pulitzer en 1994. Murió en julio de 2012 a los 76 años], pero yo fui la primera mujer, sí. Pocos años después de empezar yo la mía, ya no era yo la única, por cierto. En esa etapa, en vez de hacer periodismo objetivo, que era lo que yo había hecho hasta ese momento, estaba encargada de dar una opinión. Y sobre esto quiero hacer una reflexión sobre lo que sucede hoy: cada vez hay más medios que no están interesados en contar al menos los diferentes lados de una historia. Es una tendencia que noto y que he comentado con mis compañeros de profesión.

Uno ve una televisión como Fox News y enseguida se nota lo tendenciosos que son. Si uno quiere hacer buen periodismo, no sólo puedes centrarte en la parte con la que estás de acuerdo, y siento que hoy, cada vez más, los medios de comunicación seleccionan las partes que le interesan de un hecho, en vez de tratar de informar sobre el hecho al completo. No se puede informar aplicando los prejuicios que uno tiene sobre un asunto y dar sólo una visión de parte, eso no es periodismo. Es muy decepcionante ver la brecha que se está abriendo entre los periodistas que intentan trabajar todas las partes de una historia y verificar los hechos frente a otros que tratan de promocionar al partido político que representan, porque ese no es nuestro trabajo, nuestro trabajo es presentarles hechos a los lectores.

En sus memorias usted cita como periodistas referencias a multitud de periodistas negros, como Ted Poston o Ethel Payne. Sin embargo, en las historias oficiales del periodismo casi sólo aparecen medios blancos y periodistas blancos. La profesión es más diversa hoy, pero ¿no se olvida a menudo integrar estos nombres en la historia general del periodismo estadounidense?

Me gustaría hacer una reflexión sobre esto. Es cierto que esto pasa. Se enseñan sobre todo lo que han hecho periodistas blancos. Sin embargo, los periodistas negros han jugado un papel muy importante en este país, sobre todo en la cobertura del movimiento de los derechos civiles, pero también cubriendo y desvelando la situación de racismo y segregación que sucedía en el sur. Muchos se jugaban la vida yendo al sur para destapar esas historias. Y contar esas historias te generaba problemas porque los blancos del sur sabían que uno estaba allí para contar al mundo lo que allí estaba pasando.

Usted comenta en sus memorias que cuando los periodistas negros en el sur segregado solían llevar biblias para hacerse pasar por pastores si la policía los detenía.

Así era. Realmente exponían su vida, un periodista negro me dijo una vez que cuando iba al sur era como ir a la guerra.

De esos periodistas, ¿cuál le ha influido más?

Es una pregunta interesante [piensa]. Robert C. Maynard. Coincidí con él en el Post [en los años 60]. Cuando yo estaba en la sección Estilo, él fue reportero, jefe de sección, defensor del lector. Lo admiraba mucho. Él fue además quien nos ayudó a comenzar el Instituto para la Educación en Periodismo [que más tarde recibió el nombre de Instituto Maynard], donde logramos captar a muchísimos jóvenes y formarlos para ser periodistas. Robert era un escritor brillante y quería ayudar a los demás también [Maynard nació en 1937, trabajó en el Post en los años 60 y 70, en 1979 se convirtió en director del The Oakland Tribune, en California, medio del que llegó a ser propietario en 1983. Fue así el primer periodista negro director y dueño de una cabecera local de referencia en Estados Unidos. Murió en 1993].

Usted ha coincidido en el Post con varias de las grandes referencias del periodismo moderno, como Philip y Katherine Graham, el director Ben Bradlee y los periodistas de investigación del Watergate Bob Woodward y Carl Bernstein. Cuando habla de ellos en sus memorias dice que, de todos ellos, su favorito era Bernstein.

Me gustaban todos ellos, cuando hablo de los que destaparon el caso Watergate, digo que Carl era mi favorito. Carl siempre tuvo los pies en la tierra, era un periodista de calle, salía a la calle, tocaba las puertas, hablaba con la gente… era muy buen periodista, con mucha perspectiva. ¡Pero me llevo bien con Woodward también! [sonríe].

Hizo casi toda su carrera en The Washington Post junto a Ben Bradlee como director. Usted llegó al periódico en 1961 y Bradlee se incorporó como director en 1965. ¿Cómo era Bradlee?

Me gustaba mucho Bradlee, tenía una enorme visión. Llegó con el objetivo de que el Post y The New York Times estuvieran al mismo nivel y lo logró. Era muy bueno encontrando talento y era un hombre que escuchaba. En el libro cuento que una vez discutimos y me gritó, pero me gustaba cómo era y desde luego con el Watergate se convirtió en el director de periódico más famoso del mundo. Cuando me jubilé, en la fiesta de despedida que me organizaron los compañeros del periódico, Bradlee fue uno los que tomó la palabra. Me dijo: "¡Me he dado cuenta de que has puesto a hablar primero a todos los blancos!" [ríe].

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