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Elecciones europeas 'Orbanizarse' o morir: el dilema del Partido Popular Europeo

El centroderecha se debate en las próximas elecciones al Parlamento Europeo entre radicalizar su discurso o mantener el espacio que históricamente ha ocupado. La figura del primer ministro húngaro podría salir reforzada a nivel europeo tras los comicios de mayo.

German Chancellor Angela Merkel speaks to Hungarian Prime Minister Viktor Orban during a news conference after the summit of the Prime Ministers of the Visegrad Group and Germany in Bratislava

Àngel Ferrero

Se hacen llamar “conservadores”, pero desde hace algún tiempo muchos de ellos se preguntan qué es lo que queda exactamente por conservar. Comenzaron a preguntárselo en 2016 después de dos acontecimientos que prácticamente nadie esperaba –el brexit y la victoria de Donald Trump– y el avance electoral de otros partidos a la derecha de los suyos en los años siguientes no hizo más que ahondar la duda. ¿Han de dar los conservadores tácticamente un golpe de volante a la derecha para cerrarle el paso a quienes vienen pisándole los talones o, por el contrario, han de mantenerse estratégicamente en el centro para ocupar el mayor espacio posible y no dejárselo a otros en el futuro?

Las elecciones de mayo al Parlamento Europeo se plantean como un desafío para el espacio político que históricamente ha ocupado el centroderecha, que contempla con inquietud el ascenso en las encuestas de intención de voto de los liberales y de la derecha nacional-populista, una subida que amenaza con romper el cómodo predominio con el que hasta la fecha ha disfrutado en las instituciones europeas. El Partido Popular (PP) español y el Partido Popular Austríaco (ÖVP), bajo la dirección de Pablo Casado y Sebastian Kurz respectivamente, representan la primera opción.

Según el politólogo alemán Sebastian Reinfeldt, el ÖVP de Kurz ya no busca neutralizar al Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) de Heinz-Christian Strache –con el que forma coalición de gobierno–, sino ocupar directamente sus posiciones en materia de inmigración o seguridad. El PP, a su vez, intentaría hacer lo mismo en España frente a Vox, pero sin obtener hasta ahora los mismos resultados que sus homólogos austríacos.

La Unión Demócrata Cristiana (CDU) alemana encabeza la segunda tendencia, al menos por el momento y de cara a la galería. Sin embargo, en la que habría de ser la plaza fuerte de esta corriente, los socialcristianos bávaros de la CSU con los que la CDU forma tándem electoral han mostrado abierta y repetidamente sus diferencias con sus socios –lo que ha provocado no pocas tensiones en la coalición de gobierno en Berlín–, con un ojo constantemente puesto en taponar la fuga de votos por la derecha hacia Alternativa para Alemania (AfD). Y, aunque la nueva presidenta de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, ha sido presentada de manera irreflexiva por los medios de comunicación como una "centrista" y "heredera de Angela Merkel" –en el supuesto de que la canciller simboliza una suerte de “conservadurismo amable” que en realidad nunca existió–, especialmente frente a quienes fueron sus rivales en las primarias, la realidad es otra muy diferente.

Ya sea por voluntad propia o por presión interna, lo cierto es que en las últimas semanas Kramp-Karrenbauer se ha distanciado de la alargada sombra de su predecesora declarando que no hubiera dudado en recurrir al cierre de fronteras en 2015 frente a la llegada de refugiados o atizando guerras culturales, algo de lo que Merkel se ha mantenido todos estos años alejada. En concreto, Kramp-Karrenbauer se burló en un acto en el carnaval de Baden-Württemberg de la cultura cosmopolita de Berlín afirmando que los baños unisex –que tienen como fin no discriminar a las personas transgénero– son "para los hombres que no pueden decidir si quieren hacer pis sentados o de pie". Cuando desde las organizaciones LGTBI e incluso el Ministerio de Justicia se le reprochó la broma, Kramp-Karrenbauer apeló al sentido del humor y la incorrección política, un lugar común en el discurso de los partidos de la nueva derecha. No es que las afirmaciones de la presidenta de la CDU sean pese a todo una sorpresa: en 2005 Kramp-Karrenbauer se declaró en contra del matrimonio homosexual –"en Alemania tenemos hasta la fecha una clara definición del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, si abrimos esta definición a una pareja de hecho entre dos adultos no cabe excluir otras posibilidades, como el matrimonio entre familiares o con más de dos personas", escribió en el Saarbrücker Zeitung– y también en contra de levantar la ley que impide a los médicos abortistas informar públicamente de sus servicios. “La CDU no teme el debate cuando se trata de proteger la vida de un no nacido”, sentenció en marzo de 2018.

Orbán como modelo y como desafío

En ningún otro lugar esta falla se deja notar más que en el Partido Popular Europeo (EPP). La fractura ciertamente ya se había producido, pero una reciente campaña del gobierno húngaro ha contribuido a ensancharla. En el cartel de la campaña aparecen el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y el empresario estadounidense de origen húngaro George Soros junto al lema "tienes el derecho a saber qué es lo que Bruselas planea", en referencia a la política comunitaria de inmigración y asilo.

A pesar de haber sido reelegido en abril con un 49,27% de los votos, el primer ministro húngaro, Víktor Orbán, se ha visto sometido en las últimas semanas a la presión de multitudinarias manifestaciones contra la aprobación de una reforma laboral que ha sido calificada por los sindicatos como "ley de la esclavitud". Ante los primeros indicios de descontento popular, su partido, Fidesz, parece haber optado por una de las salidas más fáciles y que más éxito ha demostrado hasta la fecha: intensificar sus ataques a la Unión Europea por su política de inmigración, aprovechando, además, la proximidad de las elecciones al Parlamento Europeo. La fotografía de Juncker en el cartel no ha sentado sin embargo nada bien en el EPP, cuyo presidente, Joseph Daul, acusó a Orbán en una entrevista con el diario Die Welt de haber "cruzado una línea roja". El próximo 20 de marzo el grupo debatirá la posible expulsión de Fidesz después de haber recibido una petición de 12 partidos reclamándola. El alemán Manfred Weber, candidato de los conservadores a la presidencia de la Comisión Europea, exigió desde las páginas del diario Bild al primer ministro húngaro que ponga fin a su retórica antieuropea, pida disculpas a los miembros del EPP y garantice que la Central European University (CEU) –fundada por Soros– pueda seguir funcionando en Budapest. Un impertérrito Orbán respondió en una entrevista el pasado fin de semana acusando a sus críticos del EPP de “tontos útiles” que ayudan a los intereses de “la izquierda”.

A pesar de los retratos habituales que la prensa hace del primer ministro húngaro, presentándolo como un fanático, la estrategia de Orbán obedece a un estudiado cálculo político. Dentro del EPP, Fidesz puede aprovechar las estructuras de un grupo parlamentario con historia, influyente y con recursos. A su vez, para los conservadores austríacos y bávaros, entre otros, Hungría es una especie de laboratorio político: si las políticas del gobierno húngaro tienen éxito, pueden tratar de adaptarse e importarse al resto de Europa. Lo mismo ocurre respecto a su retórica contra la propia UE, de la que, en el fondo, depende: Bruselas invirtió en 2017 más de 4 mil millones de dólares, un 3,43% de la renta nacional bruta (la suma de las retribuciones de todos los factores de producción nacionales) del país, uno de los porcentajes más altos de la Unión. La economía húngara está integrada en la de la UE con una importante presencia del capital alemán, austríaco y francés. Según un informe de la OCDE, casi el 80% de las mercancías exportadas por Hungría están producidas por empresas de propiedad extranjera, y las exportaciones (en términos de valor añadido), procedentes sobre todo del sector industrial, suponen hasta un 48% del PIB. En palabras del sociólogo Jószef Böröcz, Hungría se ha convertido en una economía del tipo “maquiladora”, “no muy diferente a la que se podía encontrar en algunas zonas de Latinoamérica hace una generación". 

Pero en Europa soplan nuevos vientos y Orbán, por el mismo cálculo político, podría orientar las velas de Fidesz a esta nueva corriente. “El debate puede que termine con (Fidesz) encontrando un lugar no dentro, sino fuera del Partido Popular Europeo”, dijo Orbán el viernes pasado en declaraciones a la radio húngara. “Si hemos de comenzar algo nuevo, el primer lugar donde obviamente habremos de mantener conversaciones será en Polonia”, añadió. El partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczinsky comparte, en efecto, muchos aspectos ideológicos con Fidesz, y Hungría y Polonia forman parte junto a la República checa y Eslovaquia del Grupo Visegrád, que ha emergido en los últimos años como un importante lobby de presión regional. Pero además, el grupo parlamentario al que pertenece el PiS en la Eurocámara, la Alianza de los Conservadores y Reformistas en Europa (ACRE), que cuenta actualmente 72 diputados, probablemente se disuelva tras la marcha del Partido Conservador del Reino Unido, que actualmente lo encabeza. La ruptura del grupo podría llevar a la formación de uno nuevo –en el que seguramente entraría también Vox– en el que, a pesar de contar previsiblemente el PiS con el mayor número diputados, Orbán se convertiría, por su cargo e historia, en mascarón de proa.

Otra opción para Víktor Orbán sería unirse al grupo de la Europa de las Naciones y la Libertad (ENF), que actualmente encabezan el FPÖ, la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen y la Liga Norte, y cuenta con 37 eurodiputados. No obstante, el secretario de la Liga, Matteo Salvini, viajó a comienzos de enero a Varsovia para reunirse con el presidente del PiS para conseguir sumar al partido polaco a un nuevo grupo parlamentario en la Eurocámara, con el que el espacio político a la derecha del EPP espera poder aumentar su representación hasta los 140 diputados o más ante la desaparición tanto de ACRE como del grupo euroescéptico Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD), que lidera el Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), y que, como los tories, ya no estará representado en el Parlamento Europeo en la próxima legislatura tras el brexit. Con la creación de este “supergrupo”, la derecha radical podría tener la fuerza suficiente como para presionar a los conservadores en materia de política de seguridad e inmigración y arrastrarlos a sus posiciones.

Pero Orbán tiene una tercera opción todavía, que sería la de sencillamente esperar a que en los próximos meses otros partidos tradicionalmente conservadores se “orbanicen” y mantenerse así en el hasta ahora mucho más estable EPP, pero con una posición reforzada. En definitiva, el primer ministro húngaro podría demostrarse nuevamente como un consumado táctico y convertir una situación en la que inicialmente parecía acorralado en una posición de fuerza para negociar. Por último, el líder de Fidesz podría convertirse asimismo en un activo para el EPP tanto antes como después de las elecciones si opta por buscar mantener a un determinado perfil de votante, especialmente cuando los partidos a su derecha escalan puestos en las encuestas de intención de voto.

El caso húngaro es paradigmático, pero probablemente no será el único. La medida definitiva de la grieta en el Partido Popular Europeo la tendremos después del próximo 26 de mayo. 

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