Este artículo se publicó hace 3 años.
Sergio Ramírez: "La única manera de no ser un exiliado sería ser un preso político y no pienso darle ese gusto a la dictadura"
Acusado por Daniel Ortega de un rimero de supuestos delitos en Nicaragua, Ramírez no se plantea regresar a su país mientras el actual mandatario siga en el poder. España será su destino hasta que decida su destino definitivo.
Madrid-Actualizado a
La vida de Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) se asemeja a una de esas tramas de la literatura latinoamericana del siglo XX trufadas de personajes desmesurados y escenas hiperbólicas. Se exilió en Costa Rica durante la dictadura de Somoza a finales de los años 70 y hoy, casi medio siglo después, se ve de nuevo abocado al destierro por la persecución política que sufre en Nicaragua por parte de quien fuera su compañero de viaje en la última revolución romántica de América Latina. Acusado por Daniel Ortega de un rimero de supuestos delitos, Ramírez no se plantea regresar a su país mientras el actual mandatario siga en el poder. Compartió el gobierno con Ortega en la década de los 80, cuando los sandinistas tuvieron que hacer frente a las sanciones de Washington y a la guerrilla de la Contra financiada por la CIA. Durante ese tiempo vertiginoso, aprovechaba el silencio de las madrugadas para escribir una novela (Castigo divino).
Tras la derrota sandinista en 1990, Ramírez fue alejándose de Ortega, y también de la política, para dedicarse a escribir. Su última novela, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), acaba de publicarse en España mientras se prohíbe en Nicaragua, donde solo puede leerse de manera clandestina. La obra refleja los abusos de poder del régimen de Ortega, el antiguo revolucionario devenido autócrata esotérico. Ramírez, Premio Cervantes 2017, recibe a Público en un céntrico hotel de Madrid. Es consciente de que tendrá que vivir una buena temporada, tal vez el resto de su vida, fuera de su país. España será su refugio en los próximos meses, hasta que tome una decisión sobre su destino definitivo. Sobre su segundo exilio.
El régimen de Daniel Ortega lo ha acusado de varios delitos, entre ellos la conspiración y la incitación al odio. Una persecución que lo obliga a un nuevo exilio. El filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, exiliado español en México, decía que el exilio es una herida que no cicatriza. Usted ya acumula dos de esas heridas.
En la vida se presentan circunstancias que uno no busca, pero que hay que asumirlas cuando llegan. Uno no puede cambiar cosas que le imponen. Una dictadura te impone un exilio y entonces la única manera que yo tendría de no ser un exiliado sería ser un preso político, y no estoy dispuesto a ser un preso político. A la edad que yo tengo [79 años], la dureza del aislamiento en una cárcel, en una celda de castigo, como le han impuesto a gente de mi edad que está presa allí... Ni siquiera les dejan tomar sus medicamentos, no tienen asistencia médica, están deteriorando su salud, están sometidos a interrogatorios... No pienso darle ese gusto a la dictadura.
El lanzamiento de su nueva novela, 'Tongolele no sabía bailar', ha coincidido con las imputaciones en su contra por parte del régimen y la prohibición de su libro en Nicaragua, aunque circula ya de forma clandestina.
El hecho de que la gente haya copiado la novela de manera libre es algo que yo no puedo respaldar desde el punto de vista de un escritor que respeta las leyes de derechos de autor. Como un hecho político, me parece un acto de resistencia, que los jóvenes, sobre todo, hayan reproducido esta novela para leerla dentro de Nicaragua, donde está prohibida. Yo creo que los libros prohibidos son los que más llaman la atención, y el hecho de que se supiera que en la aduana de Nicaragua este libro no podía entrar, no podía ser leído, movió a muchos jóvenes a buscar cómo hacerlo. Unos compraron la edición digital y otros han acudido a la circulación de la novela por medio de PDF.
Galeano siempre recordaba cómo 'Las venas abiertas de América Latina' pasaba de mano en mano clandestinamente en las dictaduras del Cono Sur.
No hay que olvidar que la tradición de los libros de contrabando en América Latina viene desde la colonia. El Quijote estaba prohibido porque contaba mentiras, y para los poderes de entonces, la Corona, la Iglesia, no era conveniente que la gente leyera mentiras. Entonces El Quijote entraba en barriles de tocino, en barriles de vino, camuflados con tapas falsas, y así ha pasado con otros muchos libros que la gente busca cómo agenciarse y cómo leerlos.
Usted fue vicepresidente del gobierno de Ortega entre 1985 y 1990. Años después, alertó sobre la deriva autoritaria del líder sandinista, de sus pactos con personajes corruptos, como el derechista Arnoldo Alemán, y de la persecución de sus adversarios políticos. ¿Hacia dónde camina Nicaragua tras las próximas elecciones de noviembre?
Claramente hacia el partido único, pero no como en Cuba, donde solo existe el Partido Comunista, si no quizás como la RDA, que además del partido oficial comunista permitía la existencia de una serie de partidos que adornaban el paisaje político, pero no tenían ninguna incidencia. El régimen quería pretender con eso tener un carácter pluralista. Ahora, en Nicaragua, los que van a competir con Ortega en estas elecciones son partidos fabricados por él mismo de la antigua oleada, o de gente que se presta y a los que les prometen que, a cambio de este ardid, les van a dar uno o dos asientos en la Asamblea Nacional.
Ortega seguramente se va alzar con el 80 o el 90 por ciento de los asientos de la Asamblea, y el resto los va a repartir entre sus aliados. Esto es una canonjía personal: el salario de un diputado, más determinada cantidad de combustible, un vehículo libre de impuestos... Los diputados reciben también una cantidad de dinero para repartir a sus partidarios… Entonces, para muchos es un bonito negocio ser diputado. En Nicaragua, la gente llama a estas personas "zancudos", los mosquitos que chupan la sangre del presupuesto.
¿Cree usted entonces que se va a perpetuar el régimen después de las elecciones presidenciales de noviembre?
Creo que la ambición es quedarse solos en el poder, pero lo malo de estas ambiciones es que siempre demandan más acumulación de poder, porque el que actualmente tienen no les presta las seguridades que ellos buscan. El poder absoluto siempre es inseguro y eso lo lleva a su propio desastre.
Usted ha recibido el apoyo de muchos intelectuales. ¿Piensa que ese respaldo puede servirle como un escudo protector?
Bueno, no veo ninguna posibilidad de que Ortega vaya a ser doblegado pese al respaldo internacional, por muy abrumador que sea. Lo que siento es que, a través de la exposición de mi caso por parte de tanta gente, se pueda abrir la puerta de saber con mayor profundidad lo que está pasando en Nicaragua y la naturaleza que tiene la represión. Porque al fin y al cabo, el caso de Nicaragua no termina en Sergio Ramírez.
Es apenas un hueco para asomarse a las iniquidades que se cometen a diario con 140 presos políticos, centenares de miles de exiliados en Costa Rica, en los Estados Unidos o en México; gente que tiene que abandonar todo por miedo a ser prisionera. Estamos frente a una tiranía que no tiene límites, que no se pone límites, de manera que el hecho de que mi caso sirva para que la gente tome conciencia de lo que está pasando, eso me parece muy valioso.
Su nueva novela indaga en los abusos de poder en Nicaragua y en los acontecimientos de protestas y represión acaecidos en 2018. ¿Es un reflejo de la realidad del país?
Sí, yo creo que de alguna manera la literatura hispanoamericana está reflejando la realidad contemporánea y la realidad también del pasado, en la medida en que los ojos del novelista parecen ser capaces de entrar en el flujo de acontecimientos. Este es el sentido que para mí tiene abril de 2018. La novela tiene una dinámica también contemporánea, y la misma saga del inspector [Dolores] Morales lo va acercando al tiempo presente. Y al regresar a Nicaragua del exilio, en la frontera con Honduras, donde había quedado al final de Ya nadie llora por mí, pues es inevitable que se encontrara en el año 2018 con lo que estaba pasando en las calles.
¿El inspector Dolores Morales, que ya aparece en dos novelas anteriores, 'El cielo llora por mí' y 'Ya nadie llora por mí', es de alguna manera un 'alter ego' de Sergio Ramírez?
Pues de muchas maneras. Los dos entramos en el año 79 en acontecimientos que buscaban cambiar el país, solo que él era más joven, era un adolescente que había empuñado el fusil, había perdido una pierna, ahora usa una prótesis, pero él se ha venido haciendo mayor con el tiempo, a través de sus distintas experiencias de vida. Desde que termina el régimen sandinista en el 90, él tiene que enfrentarse desde su posición de investigador a todos los cambios políticos, primero desde la policía frente al narcotráfico, después al regreso de Ortega en 2006, a hechos de corrupción, ya marcados por la presencia de nuevos ricos creados por la misma revolución. Y esto de que la revolución cree nuevos ricos parece ser un destino inalienable de las revoluciones mismas.
¿Cree que la ficción es una herramienta más idónea que el ensayo para reflejar la realidad de América Latina?
Siempre ha sido la ficción un arma más poderosa. Primero, porque la gente lee más novelas que ensayos. En la trama de una novela, los hechos que tienen que ver con la historia resultan mucho más atractivos. Yo creo que, si buscamos un libro de historia que refleje el caudillismo del siglo XIX, por ejemplo, no sería fácil encontrarlo, pero sí en una novela como la de Sarmiento (Facundo). Ahí está esa figura del caudillo, pero es una novela. O si queremos saber lo que pasa con un revolucionario en México que se vuelve un banquero corrompido, poderoso, pues La Muerte de Artemio Cruz [de Carlos Fuentes] es lo mejor. Si buscamos encontrar la guerra de Canudos en Brasil, está La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. Yo creo que la historia siempre está contada de forma muy atractiva por las novelas.
El régimen de Ortega muestra desde hace años, por influencia de Rosario Murillo, esposa del mandatario y vicepresidenta, una dimensión esotérica que parece salida de una ficción.
Yo creo que el ejemplo de un régimen como el de Ortega lo encontramos mucho en las novelas, de estas figuras que asumen el poder absoluto y se vuelven extravagantes. En El Salvador, en los años 30, el presidente Maximiliano Hernández Martínez practicaba él mismo la brujería, él se creía dueño de poderes extraordinarios, desde descubrir agua con un palo hasta controlar las pestes por medio de papeles de colores que mandaba pegar en el alumbrado público. Y tenía en la radio un programa diario sobre asuntos esotéricos, sobre la comunicación en el más allá con los espíritus. Y era el presidente de la República.
Algunos sectores de la izquierda todavía ven con cierto romanticismo la figura de Ortega por lo que significó en la revolución sandinista, y alegan que aún conserva una mirada social.
Esto me parece una especie de cinismo envejecido. En Nicaragua no hay programas sociales que Ortega esté desarrollando. Y aunque los hubiera, ningún programa social justifica el atropello a los derechos humanos. Me parece realmente una atrocidad que alguien pueda llamarse de izquierda y justifique violaciones a los derechos humanos, asesinatos de jóvenes por la espalda, cárcel, exilio, en nombre de una idea.
Eso ni siquiera es ya romanticismo. Yo lo veo como un oportunismo cínico muy trasnochado. Son gente que se quedó mirando al pasado, o sabe lo que [Ortega] está haciendo y tiene el cinismo suficiente para respaldar regímenes dictatoriales que no se diferencian en nada de los regímenes de derecha. No veo yo cuál es la diferencia entre la dictadura de Franco y la dictadura de Ortega. Cuando alguien usa los mecanismos de poder y se apodera de todas las instituciones, y tiene un control absoluto del Estado, y quiere tenerlo también de la sociedad, yo creo que no hay discusión ninguna. ¿Cuál es la diferencia entonces entre derecha e izquierda?
¿Cree que son comparables?
Hay brutalidades que no se pueden comparar, pero se pueden medir en intensidad. El hecho de que en tres o cuatro meses en Nicaragua hayan matado en la calle a 420 muchachos, me parece que es una atrocidad suficiente para que alguien que está pensando que en Nicaragua existe una revolución romántica, pudiera darse cuenta, si tiene ojos para ver.
¿Cómo se plantea su futuro en el exilio? ¿Dónde va a vivir y a escribir?
Estos meses me voy a quedar en España, después voy a regresar a Costa Rica y tengo que ir a México. No me he sentado a meditar sobre este tema aún. Estoy en el proceso de asimilar todo lo que ha pasado. Para un escritor, el exilio no es más que una manera de cómo cambiar de lugar su ordenador. Comprarse una mesa firme sobre la cual asentar un ordenador. El acto de escribir es un acto solitario, y uno puede escribir en el lugar donde se asiente. El exilio tiene que ver con otra cosa. El exilio tiene que ver con la imposibilidad del retorno al país donde uno nació, donde uno tiene sus afectos, pero si uno es escritor, cargará con su escritura allá donde vaya.
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