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Cambiar el mundo desde Nepal, a la espera de un seísmo devastador

Una ingeniera española relata para 'Público' el día a día de su experiencia como cooperante en el país asiático

Los voluntarios Adriana López y Enrique Martínez durante su estancia en Nepal.- A. L. H

ADRIANA LÓPEZ HIGUERAS

El pasado verano, recién graduada en Ingeniería Civil y Territorial en la Escuela de Caminos de Madrid, me comprometí junto a un compañero de estudios, Enrique Martínez Mur, a trabajar durante un mes en un proyecto de cooperación de la ONG anglo-nepalí Education & Health Nepal (EHN). Nuestra misión debía consistir en el estudio del terreno y los cálculos estructurales preliminares para la construcción de un edificio sismorresistente destinado a convertirse en un centro para mujeres en una aldea cercana a Pokhara, puerta al turismo de aventuras del país. Se trata de una región pobre, pero de deslumbrante belleza y con gran potencial turístico.

Se espera que, en los próximos años, se produzca en el país asiático un terremoto devastador, como el que en 1934, con una magnitud de 8,1 en la escala de Richter, causó más de 11.000 muertos y destruyó la mayor parte de los edificios de Katmandú, Bhaktapur y Patán. De ahí la voluntad de empezar a construir edificaciones sólidas resistentes a la acción de un terremoto mediante métodos de bajo coste desarrollados localmente.

"Cuando vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que no se puede cambiar en un mes la vida de toda una comunidad"

Nuestro propósito no era otro que el de ser útiles, aportar nuestro granito de arena. Cuando vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que no se puede cambiar en un mes la vida de toda una comunidad y, lo más importante, que la experiencia resultó sumamente enriquecedora. En definitiva: que recibí más de lo que di.

La mejor forma de definir Nepal es la palabra caos. No hay organización alguna, nada se puede dar por sentado. El tráfico en Katmandú está descontrolado y la conducción por la carretera principal del país, toda ella un interminable puerto de montaña, resulta peligrosamente rápida. Sin embargo, al llegar a nuestro destino, todo fue calma y sosiego. Tan sólo el autobús local rompía ocasionalmente el silencio con su bocina.

Ahí nos instalamos mi amigo y yo, en una pintoresca aldea situada entre dos lagos, en las estribaciones del Himalaya. Begnas Tal, como muchas otras localidades rurales, está poblada por mujeres, niños y ancianos. La práctica totalidad de los hombres ha emigrado a Oriente Próximo para poder alimentar a sus familias.

Nuestra madre de acogida, Chanda, de 25 años y casta Chhetri, se había casado hacía cuatro años con un desconocido elegido por su familia, que ya por entonces trabajaba en Abu Dhabi y con el que apenas ha podido convivir cuatro meses. Ahí acaba la historia de su vida: dejó los estudios de Magisterio y hoy trabaja muy duro en sus tierras para sacar a su hijo adelante. Pese a todo, dice que es feliz.

"La cultura nepalí, de fuerte influencia india y tibetana, es muy machista. El trabajo de la mujer apenas se valora"

Chanda está lejos de su familia y ahora vive con Sita, su suegra, como es costumbre en la cultura hindú. Aama (madre), como la llama ella, cuenta apenas 50 años, aunque parece mucho mayor. A pesar de sus dolencias, tiene mucha fuerza y trabaja de sol a luna en los campos de arroz sin perder nunca la sonrisa. Nadie se lo agradece, puesto que así es como deben comportarse las mujeres, pero a nosotros nos alegraba los días. Kike y su diccionario pasaban largos ratos conversando con ella, que no habla una palabra de inglés.

La situación es parecida en los demás hogares de la aldea, por lo que una ONG local (Seed Foundation, en estrecha colaboración con EHN) decidió construir un centro social para que las mujeres pudieran reunirse y trabajar juntas, y así socializar y ganar cierta independencia económica de sus maridos. Con suerte este proyecto, del que apenas si pudimos realizar el trabajo técnico preliminar, aunque en estas condiciones no es necesario mucho más, se hará realidad en poco tiempo. Ya están empezando las obras.

"Nuestra labor debía ser ampliar sus horizontes, explicarles cómo funcionan las cosas en nuestro rincón lejano del planeta"

La cultura nepalí, de fuerte influencia india y tibetana, es muy machista. El trabajo de la mujer apenas se valora y ellas deben dedicarse por entero a los hombres que las rodean a lo largo de sus vidas: padres, suegros, maridos, hijos… Mientras que los hombres son muy abiertos, ellas suelen ser tímidas, hablan poco inglés y les cuesta coger confianza. Pero con tiempo y paciencia, conseguimos por fin que Chanda nos abriera su corazón y descubrimos que ella aceptaba su situación sin rebeldía, como algo totalmente normal. Ni siquiera consideraba una opción razonable el matrimonio por amor.

Así, decidimos que parte de nuestra labor también debía ser ampliar sus horizontes, explicarles cómo funcionan las cosas en nuestro rincón lejano del planeta. Sacarlas temporalmente de su universo y abrirles los ojos a otras realidades, para que pudieran forjarse una opinión propia y, quién sabe, quizás cambiar la situación algún día.

Para ello nos involucramos en la vida de la comunidad. Fuimos a las clases de costura con las mujeres, a pescar con los hombres. Hicimos largas caminatas cuesta arriba bajo el sol tropical y las lluvias torrenciales. También decidimos entrar a colaborar en el colegio local como profesores de informática. Gracias a la Seed Foundation, el colegio Shree Rupa Joyti se había beneficiado de la donación de una decena de ordenadores, aunque los cortes de electricidad —frecuentes y a veces de casi 24 horas— limitaban su uso constantemente. Probablemente las palabras “Boti chaina!” (“no hay luz”), sean, después del alegre “Namaste”, las que más se oyen en el país.

La cooperante Adriana López Higueras abraza a unos niños nepalíes

Allí conocimos a Laxmi, una de las profesoras de inglés. La enseñanza de este idioma es obligatoria en todos los colegios nepalíes, pero la mayor parte de los profesores apenas lo hablan y sólo repiten lo que viene en los libros, que además están llenos de errores. Fue una alegría para nosotros averiguar que ella estaba más abierta a las influencias externas y cuestionaba fuertemente la situación, lo que en la práctica la convertía en nuestra aliada.

Por las tardes, yo solía reunirme con ella en el patio de su casa, me contaba lo que le habían dicho voluntarios anteriores, y me preguntaba si de verdad todo era tan diferente en otros países. Era muy curiosa y tenía un fuerte sentido crítico. Creo que fue la única mujer que conocí allí que pensaba que la situación era insostenible, aunque se consideraba relativamente feliz con la vida que llevaba, y no pretendía cambiarla.

"Los problemas que tenemos son insignificantes frente a las dificultades que se cruzan en el camino de otros"

Aunque las cosas no sean fáciles, la gente y la espléndida naturaleza hacen que cualquiera se acostumbre rápidamente a la vida en Nepal. El verde de los campos de arroz, los lagos, las montañas y las lluvias torrenciales son impresionantes. Pero lo más inolvidable son todas esas personas con las que desarrollamos lazos muy estrechos.

Cuando volvimos a casa, algo había cambiado. Después de vivir una vida simple y feliz, entiendes que todo es exceso en nuestro mundo. Los problemas que tenemos son insignificantes frente a las dificultades que se cruzan en el camino de otros.

Es entonces cuando te asalta el anhelo de cambiar el mundo, de cambiar de vida. Y, sin embargo, poco a poco, vuelves a la rutina de siempre, y todas esas ideas empiezan a desvanecerse. Caemos de la nube, volvemos a la normalidad y aquella experiencia inolvidable queda atrás como una aventura más.

La pequeña contribución que hicimos en Nepal está más en los corazones de la gente que conocimos y con la que convivimos, que en la ayuda que pudimos prestarles.

Creo que nunca olvidaré como mi madre nepalí imploraba durante nuestra última semana que no la olvidáramos, que nosotros éramos especiales, que viniéramos a verla cuando volviésemos a Nepal, que somos sus mejores amigos. Que no la olvidáramos, porque ella no nos olvidaría, que mantuviéramos el contacto.

Se me rompe el corazón sólo de pensar que no puedo comunicarme con ella. Nos dejó su email y su Facebook, pero no tiene conexión a internet y sólo puede acceder a ellos su marido. Hablar por teléfono es prácticamente inviable. Así empezamos a escribirle a él, pidiéndole siempre noticias de su mujer, su madre y su hijo, y rogando que les transmita siempre las mismas palabras: que les echamos de menos, y que no les olvidamos.

Espero que estas palabras lleguen hasta ella.

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