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Frágil sólo en apariencia

 

La presidenta argentina es ahora más poderosa que cuando vivía su marido

MAR CENTENERA

Pocos animales políticos han sabido cultivar una aureola de misterio como la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner (CFK). La apariencia frágil de esta abogada de 58 años, que llevó al Departamento de Estado de EEUU a solicitar un informe sobre su salud física y mental, según los documentos filtrados por Wikileaks, se ha intensificado tras la muerte súbita de su marido, Néstor Kirchner. 'Mi compañero de vida, de lucha, de ideales', como lo describió la mandataria al borde de las lágrimas.

Pero quienes creían que la desaparición de Kirchner, hace ya casi un año, empujaría a la mandataria a retirarse de la carrera presidencial y disminuiría su influencia, infravaloraron su resistencia. A las puertas de ser reelegida con un apoyo sin precedentes desde la restauración de la democracia, Fernández acumula en solitario más poder del que tuvo nunca la pareja gobernante. Mientras, sus rivales políticos, a una distancia insalvable, han pasado la campaña electoral dándose codazos por el segundo puesto.

Su patrimonio ha crecido tanto como su poder: un 160% en cuatro años

Nacida en La Plata en 1953, Fernández fue arrastrada por Kirchner a su ciudad natal, Río Gallegos, durante la dictadura. Fue también en esa localidad patagónica donde el matrimonio tuvo a sus dos hijos, Máximo y Florencia, y donde CFK entró en política: primero como diputada por Santa Cruz, luego como senadora y, finalmente, en 2007, como la primera mujer argentina elegida en las urnas.

No fue este el caso de Eva Perón, pero las comparaciones con el mito argentino por excelencia se repitieron hasta la saciedad y la presidenta no hizo nada por frenarlas.

La presidenta es comparada con el mito argentino por excelencia: Evita

Sí intentó atajar las críticas a sus operaciones de estética la reina del botox, la apodaron y a los coloridos y llamativos modelos que vistió durante sus primeros años en la Casa Rosada. '¿Tendría que vestirme como pobre para ser una buena líder política'?, preguntó. Pero, desde hace un año, guarda un luto riguroso que ha favorecido la compasión de los argentinos. Y al cambio de vestuario se sumó un cambio de discurso, más suave y conciliador.

Con excepciones. Sus ataques al grupo multimedia Clarín, el más poderoso del país, no perdieron un ápice de agresividad. Y, de forma más soterrada, se vengó de la vieja guardia peronista que soñó con robarle el puesto, como el exvicepresidente Julio Cobos, al imponer en las listas oficialistas para el Congreso y el Senado a numerosos jóvenes vinculados al kirchnerismo.

La influencia de Fernández crece paralelamente a su patrimonio, valorado ya en 17,5 millones de dólares tras un aumento del 160% en cuatro años que ha despertado sospechas de corrupción y tráfico de influencias.

'No he llegado a presidenta para caerle simpática a los poderosos', dijo poco después de su investidura. Pero pocos hay ya en Argentina más poderosos que ella.

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