Este artículo se publicó hace 17 años.
"Gane quien gane"
Chávez promete que aceptará cualquier resultado de una consulta celebrada con normalidad
El presidente, Hugo Chávez, no aguardó a las interminables colas. Mostró su documento de identidad, imprimió su huella dactilar, estampó su firma en el acta y depositó su voto a las 12.45 horas (hora de Venezuela, cinco menos en España) en el Liceo Manuel Felipe Fajardo, una escuela escarbada en el humilde cerro La Cañada.
Gritos de júbilo le acompañaban. Y una pléyade de cámaras de televisión, que hacían difícil el trabajo de sus guardaespaldas. Luego habló por espacio de tres cuartos de hora de la necesidad democrática de aceptar los resultados, "gane quien gane".
Luce un sol caribeño en las calles de Caracas. En una casita del barrio del Observatorio, Armando Venales hace suyo el mensaje del presidente: "El ‘sí' a la reforma se hará con el voto popular. El ‘no' ganará en los barrios de los escuálidos. Ya ha ocurrido antes". A la sombra de un pequeño alféizar en la Avenida Bolívar, Juan vive la jornada pegado a un transistor, una cajita negra envuelta en una liga para que no se le caigan las pilas. Este hombre conserva la férrea confianza en el presidente Chávez con la misma intensidad que trata de disimular sus encías huecas.
La radio reproduce las palabras del confiado vicepresidente, Jorge Rodríguez, quien asegura que el proceso electoral venezolano es el más transparente del mundo y que gane quien gane deberá reconocer los resultados con deportividad "pero sin violencia". Entonces, Juan sonríe y delata su dentadura rota. Uno de sus nietos le entrega un jugo de naranja con bondad de un samaritano. "Reconciliación", dice el viejo, y vuelve reír.
Una venezolana de Sevilla
El barrio de Santa Rosa es un oasis caraqueño claramente antirreforma. Pisos de clase media con jardines abiertos al juego. El colegio electoral no es un hervidero y la gente parece preocupada. Antonia Benegas, que es española "de la calle Miguel del Cid, de Sevilla" lleva 44 de sus 65 años viviendo en Venezuela. Y aquí quiere quedarse. "Pero sin Chávez", añade. Cuenta que su hijo fue despedido de Petróleos de Venezuela (PDVSA) por su oposición a la nacionalización de la empresa decretada por el presidente y tuvo que emigrar a España para volver a trabajar. "Si sale adelante la reforma, me marcho de este país con mi esposo", advierte con tristeza. Su amiga Isabel Ramos la intenta animar con ternura y lanza un "viva el rey de España, su majestad".
Sin embargo, las cábalas de expertos refinados en la sociología electoral venezolana intuyen una abstención superior al 60%. "Este porcentaje perjudica claramente al bloque opositor. Es una pena después de tantos días de batalla, de compromisos por la movilización masiva. Veremos lo que pasa", dice un observador que prefiere no citar su nombre. Los sondeos están prohibidos por el Gobierno y los casi 100.000 miembros del Ejército desplegados por todo el país vigilan con extremado celo que así sea. La secuencia electoral vivida en el cerro 23 de Enero es otro cantar. Aquí, muchos llegaron una hora antes de que se abriera la asamblea del voto. Otros vienen a pasar el día entero esperando pacientemente, con una entereza conmovedora, a que les llegue el turno.
Jessica es estudiante de administración laboral en la universidad privada IUTA. Es la primera vez que vota a sus 20 años, gracias a la iniciativa de su primo Vladimir, que la sacó de la cama. Lo hará a favor de la reforma, porque considera "que servirá para mejorar la vida de los pobres y situar a Venezuela a la cabeza del mundo". Vestida con una impecable traje blanco, Jessica asegura que la nueva Constitución permitirá que ya no tenga que pagar los 900.000 bolívares al semestre que hoy cuesta estudiar en la IUTA. "Trabajaré para el pueblo, recaudando impuestos", concluye.
Cansados de luchas
Omar Gómez la escucha con atención. No quiere ni oír hablar de enfrentamientos tras el veredicto de las urnas. "Estamos cansados de pelear. Ya ha habido suficiente para todos. Salga el resultado que salga debemos mirar hacia delante", indica.
Apoyado en una balaustrada que da al centro de Caracas no se suelta de la mano de su esposa Gualdistruddi Pantoja. No saben cómo celebrarán el triunfo del ‘sí', que es lo que ambos desean. "Quizá con los amigos del barrio, bailando hasta el amanecer", afirman sonriendo.
A la medianoche, a un tiro de piedra de la escultura de Simón Bolívar que todos idolatran sin distinción de siglas, en dos hoteles casi parejos, opositores y chavistas celebrarán la victoria o beberán el amargo zumo de la derrota. El misterio toca a su fin y comienza una nueva historia.
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