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El Gobierno británico ya sólo es un matrimonio de conveniencia

En el primer aniversario del Gobierno de coalición, Nick Clegg marca distancias con los conservadores para compensar el castigo en las urnas

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

La reforma de la sanidad pública fue el motivo de una incómoda y reciente visita de Nick Clegg a David Cameron. El viceprimer ministro le dijo al jefe de Gobierno que había tres palabras que no quería ver juntas: “Tories, NHS (las siglas del sistema público de salud) y privatización”.

El relato que hace el columnista de The Observer Andrew Rawnsley coincide con las informaciones aparecidas en otros periódicos. El lunes, The Times abría una información con un titular revelador: “Cameron, dispuesto a humillar y sacrificar al ministro tory de Sanidad para calmar a Clegg”.

En el primer aniversario de la formación del Gobierno de coalición, lo que se llamó la historia de amor de conservadores y liberales demócratas ha pasado a ser un matrimonio de conveniencia. Y los liberales no quieren pagar todas las facturas.

La paliza sufrida en el referéndum de la reforma electoral y las elecciones locales ha surtido efecto. Clegg ha comprendido que no puede continuar siendo el mayordomo de Cameron, como aparece reflejado en muchas viñetas de humor. Ahora toca enseñar los dientes.

En un discurso para hacer balance de este primer año, el líder liberal dijo ayer que “esta es una coalición surgida de la necesidad, no de la convicción”.

Anunció que su partido será más exigente en la defensa de sus ideas y se atrevió a meter el dedo, y hasta la mano entera, en el ojo de sus socios con una referencia negativa a la idolatrada por los tories Margaret Thatcher.

“En los años 80, comunidades enteras se vieron castigadas. Muchas de ellas dependían de una sola industria, y cuando estas desaparecieron, también lo hicieron las comunidades. Eso no volverá a ocurrir”, prometió.

Clegg está tensando la cuerda porque su partido está harto de ser el que se lleva todos los golpes. Por extraño que parezca, el mayor desgaste por un año de difíciles decisiones económicas se lo ha llevado el socio menor de la coalición.

“Cameron ha conseguido eludir la responsabilidad sobre muchas decisiones”, dice el diputado laborista Douglas Alexander. “Los liberales demócratas son los que han pagado el precio de la coalición”, admite el tory David Davis.

Sólo el 46% de los votantes liberales está satisfecho con la actuación del Gobierno, frente al 72% de los conservadores, según un sondeo de Ipsos. De entrada, la misma idea del pacto con los tories fue un golpe duro de encajar para muchos de los votantes de Clegg.

La reticencia se convirtió en furia cuando el Gobierno autorizó a las universidades a subir las matrículas hasta 10.300 euros al año. En campaña, los liberales habían prometido exactamente lo contrario.

Para mayor escarnio, en uno de los anuncios Clegg aparecía en la orilla del Támesis con el Parlamento de fondo prometiendo que pondría fin a la era de las “promesas rotas”.

Por eso, no fue tan extraño que cuando los jóvenes quemaban o ahorcaban la efigie de un político durante las protestas estudiantiles, elegían a Clegg, y no a Cameron.

Pocos creen que los liberales se atrevan a abandonar el Gobierno. Unas elecciones anticipadas los destrozarían. Sin embargo, el primer ministro es consciente de que a medio plazo necesita dar aire a Clegg para que sobreviva como líder de su partido.

De ahí que haya dicho que es inevitable un cambio en las relaciones entre ambos partidos: “Habrá más ruido, más debate y más diferencias aireadas en público”.

Cameron puede incluso guardar en el cajón proyectos muy queridos por la derecha tory. La liberalización del NHS pretende favorecer a los centros privados. Los médicos podrán enviar a los pacientes a estos centros para recibir tratamientos específicos, aparentemente con la intención de reducir costes. La profesión médica se ha mostrado entre reticente y hostil a la propuesta.

Clegg la ha vetado tal y como está, y de momento el proyecto ha sido aparcado. Se suele decir que la sanidad pública es la única religión en la que creen los británicos.

En campaña, Cameron prometió que no recortaría el gasto sanitario y no querrá ahora sufrir una tormenta similar a la que han padecido los liberales a cuenta de las matrículas universitarias.

Donde Cameron no permitirá desmarques es en la política económica. Clegg aceptó el plan conservador de eliminar el déficit presupuestario en una sola legislatura y tendrá que tragar.

El momento difícil viene ahora cuando empiece a notarse el impacto del recorte del gasto público. La economía está estancada. No ha crecido nada en los últimos seis meses. El Banco de Inglaterra acaba de reducir la previsión de crecimiento en 2011 al 1,7% (en febrero la cifraba en un 2%) y de admitir que la inflación llegará al 5%.

La confianza del consumidor y del empresario está en niveles bajos. Todos dan por hecho que la salida de la crisis será un proceso largo y lleno de incertidumbres.

Muchos piensan que Cameron es un tipo con suerte y que la suerte no dura siempre, sobre todo si el 54% de los encuestados por YouGov desaprueba la gestión del Gobierno.

Pero los políticos viven en el presente, y este no es malo para Cameron. Ahora sólo tiene que intentar que no parezca que, en su matrimonio con Clegg, el liberal es el que le lleva siempre el desayuno a la cama.

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