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Sealand Invasiones, golpes de Estado y extras de James Bond: el loco principado inventado sobre un fuerte antinazis

Situada cerca de las costas británicas, Sealand lleva más de medio siglo convertida en una paradoja: la nación más pequeña del mundo o la más grande broma jamás llevada a cabo. Traficantes de armas, golfos y extras de James Bond se juntan en este relato fascinante.

Imagen de un joven príncipe Roy junto a su hijo Michael.
Imagen de un joven príncipe Roy junto a su hijo Michael. Instagram Principado de Sealand

Esta es una historia de sueños.

Sueño con invadir una plataforma de defensa británica, sueño con un principado independiente, sueño con acuñar mi propia moneda.

Sueños.

Paddy Roy Bates era un tipo raro. Sonrisa enorme, cabellera a veces larga (plateando desde joven), mirada inteligente. Uno de esos que siempre lleva dos botones sueltos de la camisa, ustedes me entienden. De costumbres poco tradicionales. Porque ya me dirán ustedes qué se hace en Nochebuena (al menos en las de antes). Cenar con la familia, discutir con tu cuñado, acabar con el azúcar por las nubes de tanto turrón. Esas cosas. Pues él no. A él no se le ocurre otra cosa que subirse a un barquito pequeño, echarse a las aguas y navegar siete millas náuticas (unos once kilómetros) hasta toparse con su objetivo. Grande, lleno de herrumbre, feo como solo pueden serlo los versos a medio trenzar. Sacó cuerdas y un garfio y empezó su escalada. Hop, ya. Llegué.

El 24 de diciembre de 1966 Paddy había tomado posesión de Roughs Tower.

Los dos, Bates y Roughs, tenían similitudes. Un pasado común, por así decir. Paddy Roy Bates nació en Londres, año 1921. Con quince primaveras ingresó en las Brigadas Internacionales y estuvo combatiendo por España. Después se alistó en el Ejército de su majestad. Subiendo escalafones. Comandante, nada menos. Durante la Segunda Guerra Mundial sirve en África, en Oriente Medio, en Italia. Cae, si hacemos caso a su relato, preso, lo condenan a muerte, se salva en el último momento (que es cuando uno se salva de estas cosas al contarlas más tarde en el bar)...

Roughs, por su parte, también tiene pasado marcial. Es uno de los cinco fuertes militares que se establecieron en el Mar del Norte para proteger el Támesis de los nazis. Allí llegaron a dormir hasta un centenar de soldados ingleses, protegidos por toda una parafernalia de cañones ligeros e incluso dos enormes Vickers de cuatro metros. Por aquel entonces el espacio era conocido como Knock John. Para que se hagan idea, hablamos de una llanada de hormigón cuya superficie es aproximadamente la mitad de un campo de fútbol, sostenida por dos torres del mismo material que la alzan unos veinte metros sobre la superficie marítima. Esquina suroeste de la costa británica. Pero lejos, muy lejos, de cualquier acantilado, islote o playa llena de gaviotas feas. Lo suficiente como para que se considere espacio internacional, pues por aquel entonces las aguas territoriales del Reino Unido se extendían hasta tres millas náuticas desde la costa.

Claro, tras el final de la contienda aquel feo armatoste quedó completamente solo, visitado únicamente por vientos, olas inmensas y cagadas de cormoranes. Hasta que a Bates se le ocurrió: Oye, pues sería un buen regalo para la moza, ¿eh? Oh, sí, nada menos que una isla. Ya te digo. A ver, no es una de esas paradisiacas con palmeras y corales, pero creo que puede valer. Mi Joan va a estar contentísima. No hay nada que el amor no pueda.

Llegar hasta allí no es fácil. O, más concretamente, acceder a la plataforma resulta complicado. Cuando Ian Urbina visitó este peculiar país lo izaron a pulso desde un esquife, sentado en algo que parecía columpio de madera. Piensen en la imagen... impone. Ian Urbina fue para entrevistar a Michael, segundo soberano de Sealand (tranquilos, ya llegaremos a eso), y luego recogió esa lisérgica experiencia en uno de los reportajes del maravilloso Océanos sin Ley (Capitán Swing, 2020). De ahí hemos tomado algunas de las afirmaciones que dejamos por aquí, negro sobre blanco. No sin antes cotejarlas hasta la extenuación, ojo, porque hay cosas que son de no creer.

Vale, entonces... ¿por qué quería Paddy Roy Bates llegar a ese sitio? ¿Por qué se llevó suministros (comida, agua, whisky) para varios meses? Admitamos que como regalo es llamativo, pero tiene poco gancho. La idea de Bates era convertir Roughs en sede de una emisora pirata de radio. Igual ahora la chavalería se sorprende, porque con internet tenemos opciones casi infinitas para el asunto de la música y el ocio, pero en aquel tiempo la cosa podía funcionar bastante bien. Por 1966 el monopolio radiofónico en Inglaterra lo ostentaba la BBC. Algo seriote, para entendernos, no piensen en Benny Hill ni nada por el estilo. Tanto que quienes pinchaban temas hacían boicot a esos absurdos melenudos que tanto parecían gustar a los jovenzuelos. Sí, grupos como los Beatles o los Rolling Stones o The Who (quizá les suenen) tan solo aparecían en horarios de madrugada, no vaya a ser que se nos pervierta la cándida mozandad. Así que, oye, radiar esas canciones a ratitos más accesibles pues tiene su lógica, ¿no?

Claro que hasta aquí la historia queda algo floja. A ver, emisoras de esas hay cientos en el mundo. Y ni siquiera ha aparecido aún el nombre Sealand. Quizá eso mismo pensaba Joan. Una noche, mientras estaba tomando unas copas con su esposa y varios colegas, el joven Bates empezó a pavonearse: Te he regalado una isla, Joan, cariño, ahora tienes un cachito de mundo para ti sola. Y ella, muy seria, respondió que sí, que vale, que muy bonito, pero que no había allí ni playa, ni hamacas, ni siquiera una bandera. Menudo regalo. (Joan tiende a la ironía, como irán ustedes viendo). Roy se quedó rumiando el asunto. Muy calladito: Joder, si es que tiene razón. Tiene toda la razón. Así que hizo lo que haría cualquier hombre enamorado.

Creó un nuevo país para su mujer.

Es el dos de septiembre de 1967. Cumpleaños de Joan, para más señas. En solemne ceremonia, Paddy Roy Bates proclama la existencia del Principado de Sealand. Al acto han acudido los Bates, sus hijos y algunos amigos de parrandas que debían estar alucinándolo bastante. Paddy izó la nueva bandera de su territorio, que era roja y negra, con una línea blanca que la cruza en diagonal (para los amantes de la vexilología aclaramos que el color rojo simboliza a Roy, el blanco la pureza del mar y ese negro recuerda los días en que aquello era una emisora pirata). También instauró una nueva moneda (el dólar de Sealand), un lema para esta nación (E Mare Libertas) y nombró a la cumpleañera princesa Joan de Sealand. Lo que se dice una tarde cargadita.

Bien, recapitulemos. Tenemos una panda de chiflados que viven de forma intermitente sobre cierta plataforma en mar adentro. Un sitio donde solo hay viento, hierro oxidado y frío como para despellejarte las manos. Uno que, además, han proclamado como territorio independiente. Vamos, que aquello es un nuevo país. Ya ven, la risión, ¿no? Pero había gente a la que no les hizo ni pizca de gracia. Los ingleses, que son muy suyos. Que si mira qué bonito es ese subcontinente, que si mira qué de recursos hay en las llanuras de África, que si toma una patente de corso y vas a cepillarte galeones... Como para tener un granito justo enfrente de sus costas. Aunque fuese bien pequeño, vaya.

La familia real de Sealand celebra la independencia del Principado.
La familia real de Sealand celebra la independencia del Principado. Instagram Principado de Sealand

Porque a ustedes esto les puede parecer una filfa, un chiste de mal gusto. Ese cacho de roca (que ni siquiera es roca) en mitad del ancho mar. Sin puerto, sin capacidad para albergar a más de un puñado de personas, sin infraestructuras para fabricar nada que no fuesen bateas de mejillones... Pero los hijos de la Gran Bretaña... pues eso, tipos previsores. Urbina habla de documentos desclasificados que muestran preocupación por tener tan cerca algo que podría acabar siendo una nueva Cuba. En fin, lo mismito. Un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores neerlandés llegó a sugerir la posibilidad de que un barco, así como quien no quiere la cosa, chocase contra la plataforma y derrumbase aquella molestia. También hubo problemas cuando la Guerra de las Malvinas, porque los british tenían miedo de que Sealand fuese utilizado como portaaviones avanzado del Ejército argentino. Vuelvan a leerlo, no tiene desperdicio. Como si estuviesen los argentinos para esas cosas.

Así que el gobierno de su graciosa majestad tiró por la calle del medio. Primero eliminamos toda amenaza potencial. Y eso, que bombardearon los otros cuatro fuertes militares parecidos a Roughs, dejando aquello hecho un cisco de basura y sin nadie que lo recogiese. Luego, ya que estaban, fueron a por Sealand. Con mal resultado, añadimos. Cuando un barco británico (con intenciones invasoras, decían los Bates; con el encargo de limpiar algas de unas boyas cercanas, argumentaban ellos) se acercó a la plataforma, Michael (actual príncipe de Sealand, hijo de Paddy Roy y digno heredero de su caliente sangre) sacó un revólver y empezó a disparar. Pam, pam. La Armada Británica, Rule Britannia! Britannia rule the waves, no había podido domeñar un territorio poco más grande que la pista central de Wimbledon. "Eran unos exagerados", dijo más tarde Michael, "si solo fueron tiritos al aire, para asustar".

Parece que los otros no pensaban lo mismo, y decidieron demandar a los Bates. Por tenencia ilícita de armas de fuego (que, coincidirán conmigo, era más bien poca cosa viendo la magnitud del tinglado). El 25 de noviembre de 1968 comparecen ante el Tribunal Superior de lo Penal de Chelmsford, Essex, un sitio con su catedral, sus canales y su privilegio de haberse construido allí la primera radio del mundo. Pues bien, los señores magistrados se inhibieron en el caso, al considerar que aquellos hechos se habían producido fuera de territorio y jurisdicción británica. Vamos, que Sealand no formaba parte de Gran Bretaña.

Se pueden imaginar las albricias y el alborozo. De facto aquellos tipos con pelucas ridículas habían reconocido la independencia de una plataforma en mitad del océano... Así que nuestro príncipe se puso manos a la obra con lo de la soberanía, que luego vas dejando cosas para más tarde y se te pasa. Emitir sellos. Expedir pasaportes. Acuñar monedas (con el perfil de su mujer en una cara, porque a estas alturas ha quedado claro que Paddy es un romántico). Regalar títulos nobiliarios a sus amiguetes (muy de monarquía moderna eso). Y legislar, claro. La Constitución de Sealand tiene solo siete artículos (las oposiciones deben de ser muy fáciles en ese país) y data de 1975. Vamos, que es más antigua que la nuestra. Lleva a reflexión.

¿Les parece raro? Pues esperen, porque aún queda lo mejor. Invasiones, golpes de Estado, gobiernos en el exilio. Todo eso.

El primer intento serio de tomar Sealand por las armas no correspondió a la Marina de Isabel II. No, fue todo más prosaico. Otro pirata. Se llamaba Ronan O'Rahilly, y tenía su propia emisora ilegal montada en un barco. Y, ya que andaba por allí cerca, decidió ampliar el negocio invadiendo Sealand. A Bates no le hizo mucha gracia la idea, así que lo rechazó amablemente lanzando cócteles molotov. Quién no ha tenido problemas con algún vecino, ¿verdad?

Pero el ataque más fuerte, ese día nefando que habría de recordarse por siempre en la gloriosa historia de Sealand, no llegó hasta 1978. Pongamos contexto. En 1977 llamaron por teléfono a Roy. Ringggg, ringggg. Al otro lado de la línea había gente muy maja. Tipos en quien confiar. Abogados de Holanda, también alemanes. Ah, y tipos que traficaban con diamantes. Ya ven, la clásica llamada comercial que te entra a media tarde. Que queremos hablar con usted, señor Bates. Sí, sí, es por un negocio. Uno gordo. Tenemos intención de hacer un casino en su plataforma. Imagine qué risas, todo con lucecitas de neón y gente perdiendo pasta. También queríamos agregar más espacio. Islas artificiales. Para hacer allí una placita, que está el asunto muy desangelado ahora. Con sus árboles y todo, sí. Y también una oficina de correos, un duty free, un banco, un hotel, un restaurante y varios bloques de apartamentos. Pensar a lo grande, ya que estamos... La cosa suena bien. A forrarnos todos. Así que, tras algunos tiras y aflojas, fijan una reunión para el año siguiente. En terreno neutral. Salzburgo. Lo dejamos para el diez de agosto, ¿vale?

El problema es cuando Paddy Roy Bates acude allí dejando Sealand bajo el gobierno de su hijo Michael. Cuídamela, ¿eh?, no vayas a dejar que se convierta en una monarquía absoluta durante mi ausencia. Y, una vez en tierra firme, espera. Y espera. Y espera. Y allí que no llega nadie. Algo mosqueado, intenta ponerse en contacto con Michael a través de pesqueros que faenaban por aguas cercanas (en Sealand aun no había conexión telefónica fiable). Nada, imposible. Hasta que uno le cuenta. Algo muy raro. Que ha visto un helicóptero aterrizando en su plataforma. Que tiene mala pinta, Paddy, colega, vuélvete para casa.

La cosa es que un aparato había lanzado sobre Sealand varios mercenarios armados hasta los dientes (frase hecha, pero armas llevaban) y con rostro cubierto por pasamontañas. Al mando (aunque ausente) estaba Alexander Gottfried Achenbach. ¿En pocas palabras? El promotor de todo aquel asunto del casino. Ah, y ministro de Asuntos Exteriores de Sealand, porque de aquella las adjudicaciones eran así de laxas. Encerraron a Michael en un cuarto (el primer preso político de la historia de Sealand) y tomaron posesión del país, derrocando al Gobierno y proclamando un nuevo rey en la figura de Achenbach. Días más tarde liberaron al hijo de Bates y lo encalomaron en un barco pesquero que iba para Holanda. Hala, ahora es problema vuestro.

Bien, a estas alturas ustedes podrán suponer que Paddy Roy Bates no se tomó nada bien la noticia. Vamos, que estaba algo enfadado. Así que hizo lo que seguramente hubiese hecho cualquiera. Contactó con John Crewdson, amiguete suyo que sabía pilotar helicópteros y había salido en alguna peli de James Bond. Luego ofreció dinero aquí y allá. A gente de esa, ustedes saben. Se los imaginan. Será poca cosa, casi un paseíto nocturno, la brisa marina, el olor a salitre. Revitalizador. Vengan, vengan ustedes. Al alba, y con tiempo duro de Levante, la familia Bates y aquellos simpáticos mercenarios recuperaron la soberanía sobre Sealand. No hubo que lamentar ninguna pérdida humana. Bueno, Gernot Pütz, que estaba allí defendiendo la plataforma, pasó algunos meses en la cárcel de Sealand, acusado de traición. La cárcel era un cuartucho en Roughs, bastante parecido a los que ocupaba la Familia Real. Su pena incluía limpiar los baños (limpiar los baños de todo el país, ojo) y preparar café. Terminó pagando 75.000 marcos alemanes a cambio de su liberación. Desde entonces la historia bélica de Sealand permanece en un impasse.

Hasta aquí la parte curiosa. Incluso humorística, si quieren. Un tipo con agallas, un sueño realizado. Toques de comedieta romántica. Y fueron felices para siempre en el país que se inventaron. Funde en negro. Pero hay más, porque el mundo es así de duro, el muy cabrón. Historias feas. Desagradables. Sórdidas a más no poder. Ni siquiera este minúsculo Principado se libra.

Ocurrió muy cerquita. Número 210 del Paseo de la Castellana, quizá les suena la calle. Allí estaba la Embajada de Sealand. No era la única oficina. Tenían otra en la calle Serrano, porque los sealandeses son gente de posibles, y una más en la calle Ferraz, regentada por un antiguo churrero de profesión que años atrás había pedido un préstamo de 3.600 millones de pesetas para adquirir dos aviones Boeing. Lo juro. Falsa, ojo. La embajada, digo, que jamás tuvo autorización alguna por parte de los Bates. En ese sitio detuvo la Guardia Civil, 4 de abril del año 2000, a Francisco Trujillo Ruíz, un almeriense veterano del benemérito cuerpo que había medrado tanto en la vida como para convertirse en excelentísimo regente del Principado de Sealand.

Desde aquel despacho actuaba, junto a su Consejo Privado, en representación de los 160.000 ciudadanos que decía tener ese país (sealandés arriba o abajo). Ya ven, todo apreturas. La cosa es que, desde hacía unos años, diversos sujetos habían ido vendiendo por internet pasaportes, pabellones marítimos, títulos universitarios (ninguno a políticos españoles, que se sepa), matrículas consulares y otros documentos administrativos en representación de nuestra amada plataforma de hormigón. Andrew Phillip Cunanan, asesino de Gianni Versace, usaba esas credenciales. Cunanan se suicidó en un barco que era propiedad de Torsten Reinech, cónsul de... vaya, no se lo van a creer... Sealand. Casualidades de la vida.

Sigamos con la falsa embajada española. Según informó en su momento José María Irujo para El País, Interpol había encontrado grupos vinculados a la delincuencia utilizando esos "salvoconductos" en países tan pintorescos como Estados Unidos, Alemania, Albania, Eslovenia o Hong Kong. Desde allí vendían un montón de cosas. Y tenían también relación con gente importante. Muy importante. Sabino Fernández Campo, la duquesa de Alba, Eugenia Martínez de Irujo. Casi nada. Era a través de la llamada Fundación Goya. Justo es decir que cuando todo el asunto se hizo público las celebrities dimitieron sin dilación.

Se puede bajar aún más en este mundillo sórdido. Tráfico de armas. Según recogió J. Luis Álvarez, de Colpisa, los cabecillas detrás de esta "falsa embajada" andaban interesados en adquirir a Rusia y algunas repúblicas exsoviéticas, tomen aire, 50 carros de combate M-55, diez aviones MIG-23, ocho helicópteros MI-24/M, tres aviones Antonov 32, 15 unidades de artillería D-30, 5.000 bombas de 100 milímetros. T-55, 20 misiles antitanque y 5.000 unidades de munición Katiuska. Todo ello valorado en 9.000 millones de euros. Lo típico que te compras para echar un fin de semana cazando codornices con los colegas, vaya. Al parecer la idea era servir de intermediarios con países africanos.

Los Bates siempre han mostrado su repulsa sobre estos hechos. "Nos están haciendo un daño tremendo", decía Michael, príncipe regente. La princesa Joan, por su parte, señalaba que "somos un Estado muy pequeño y vulnerable, no podemos cometer errores". Hizo estas declaraciones durante su descanso estival en la Costa del Sol, que es algo, sin duda, muy de la realeza.

En la actualidad, Sealand continúa con su estatus particular bajo el reinado de Michael I (Paddy Roy Bates murió en octubre de 2012). En su página web usted puede comprar merchandising del Principado (banderas, tazas, llaveros), adquirir una dirección de correo electrónico con base en Sealand y hasta ponerse antes del nombre un título nobiliario. Por 37 euros será lord, lady, barón o baronesa (yo creo que anda tirado de precio, amigos), y por 245 se agencia usted un condado, que es cosa muy de fardar ante las visitas.

Ah, Sealand también tiene selección de fútbol, aunque su territorio no sea suficientemente grande como para albergar un campo de medidas reglamentarias. Fue reconocida por la NF-Board, una federación alternativa a FIFA y UEFA que incluye países ficticios, naciones sin Estado y, en general, cuantas cosas usted pueda imaginar. Sealand ha jugado un total de doce partidos, ganando cinco de ellos ante rivales tan pintorescos como Alderney (dos veces), Islas Chagos, Recia o Seborga. Occitania, por el contrario, les endosó un 8-0 dolorosísimo que aún avergüenza a sus seguidores... Por tener tienen incluso su bandera en la cima del Everest. Por mayo de 2013 Kenton Cool dejó en el techo del mundo ese trapo que representa a un trozo de hormigón en mitad de la nada.

Y es que, a veces, tienes una idea extravagante y el asunto se te acaba yendo de las manos.

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