Este artículo se publicó hace 16 años.
Los italianos votan con poca fe en su clase política
La crisis económica agudiza el desánimo, sobre todo en el sur del país
“Hace unos días tuve una pesadilla: se me caía encima una montaña de basura y me quedaba atrapada en ella. Pero lo peor es despertarse, mirar por la ventana y ver que la basura no ha desaparecido, que sigue ahí tirada por la calle”, explica con desesperación Carla Rodari, estudiante napolitana de Ciencias Políticas.
Dice que la crisis de los residuos es una metáfora de lo que ocurre en Nápoles y en toda Italia: “Hay un problema grave pero nadie le mete mano, sólo se ponen parches. Los residuos los mandamos temporalmente a Alemania hasta que se acabe el dinero. Los políticos prometen que sacarán al país de la crisis pero cuando llegan al poder sufren amnesia súbita. […] Italia está al borde del caos”.
El Fondo Monetario Internacional anunció hace un par de días que el crecimiento del PIB italiano para 2008 y 2009 será del 0,3%; es decir, casi nulo. Una previsión cuatro veces por debajo de la media europea, que certifica el actual estancamiento económico que sufre Italia y del que Nápoles se resiente aun con mayor intensidad.
Los napolitanos arrastran la crisis de la basura desde hace quince años. Pero ahora han saltado todas las alarmas: la mozzarella –el ingrediente estrella de las pizzas que devoran con pasión a cualquier hora–presenta unos índices de dioxinas superiores a los permitidos y constituye un riesgo potencial para la salud.
El motivo principal, según los ecologistas, ha sido la mala gestión continuada de los vertederos de residuos tóxicos, que ha permitido la filtración de las dioxinas en el subsuelo y su absorción por la vegetación. La paralización de las exportaciones y el descenso de las ventas de la mozzarella ha tenido un efecto dominó sobre todos los demás productos agrícolas de la zona, hundiendo aún más la economía de los campesinos de la región campana. Aunque países como Francia y Japón han levantado el boicot a la mozzarella, los productores estiman que tardarán al menos un mes en superar los efectos de un boicot internacional, que ha dejado pérdidas de medio millón de euros diarios. El turismo tambien se ha resentido por la crisis de la basura y, según datos del gobierno regional campano, los daños al turismo suman 70 millones de euros.
Los campesinos no venden por miedo a las dioxinas. Los turistas no vienen porque no les gusta ver basura por todos lados. Las fábricas cierran y se van a China.
“A mis hijas les digo que se vayan de aquí, que salgan de este agujero”, dice el dueño de una tienda de mozzarella cerca de la estación central. Como bastantes comerciantes, se decanta por Silvio Berlusconi por su mentalidad empresarial pero está poco convencido.
También votará al magnate televisivo Pignatiello Pasquale, de 55 años, dueño de una tienda de ropa infantil de marca en Pomigliano d’Arco, una de las ciudades de la periferia de Nápoles. Entre zapatitos diminutos de Dolce&Gabanna, que cuestan más de 100 euros, y cinturones de poco más de un palmo de Armani de un precio similar, Pasquale critica con entusiasmo al Gobierno de Prodi y afirma que si vuelve a ganar la izquierda “será una catástrofe”.
“Han bloqueado toda la economía de las pequeñas empresas. Necesitamos una persona que sea un emprendedor, que entienda que el país necesita un empujón”, explica Pasquale.
“Entiendo que hay que sanear la economía, pero, ¿cómo se puede sacar a flote un negocio si no hay trabajo en negro? Por ejemplo, al principio yo tenía cuatro empleadas pero las he tenido que despedir y ahora me ayudan mis hijas y mi mujer. Porque si contrato a un empleado, ¿sabes lo que debo pagar? 1.100 euros a él y otros 1.100 euros a la Seguridad Social. Además pago, 2.000 euros al mes de hipoteca, más además esto y lo otro. Y esta es una situación generaaaaaaaal”, proclama mientras gira el brazo alrededor de su preciosa tienda, como si fuese una representación en miniatura de Italia.
“Quien tiene el estómago lleno no sabe cómo se hace para tenerlo vacío”, dice Giovanna, conteniendo mal su rabia, al abandonar la tienda de Pasquale.
Su marido, que trabaja en la fábrica de la FIAT de esa ciudad desde hace 35 años, no menciona nunca el nombre de Berlusconi, al que reconoce odiar: “Aquellos que le votan lo único que quieren es evadir los impuestos”, sentencia y explica que los problemas son otros: “¿Cómo puede mantener una familia de tres o cuatro personas un obrero de la cadena de montaje que gana sólo 1.000 euros? Yo, que soy jefe y estoy a punto de jubilarme, no llego a los 2.000”, añade.
Vayan a votar a uno u otro candidato, incluso aunque no vayan a votar, todos se ponen de acuerdo al admitir la omnipresencia de la mafia. Está detrás de la capa grisácea que oculta los colores originales de muchos edificios de esta ciudad portuaria, sus paredes desconchadas y los carteles anticuados de los comercios.
“Si quieres dar una capa de pintura, cambias la puerta, pones un rótulo bonito y llamativo, viene la Camorra y te pide más dinero”. Esta frase se repite de forma más o menos parecida al preguntar a los comerciantes. Muy pocos se atreven a denunciar. Y los políticos aprueban leyes antimafia pero no garantizan su aplicación.
“No las vencerá nadie, estas elecciones. Porque si no se planta cara a las mafias las ganarán siempre ellas”, escribe en La Repubblica Roberto Saviano, autor del bestseller
Gomorra, en el que ha denunciado con nombres y apellidos al crimen organizado italiano.
Están en todas partes: ayuntamientos, juzgados, hospitales, organismos regionales. La mafia es la primera empresa de Italia, con una facturación anual de alrededor de 90.000 millones de euros, el equivalente al 7% del PIB del país.
Una pequeña parte de ese volumen de negocio la dedican a comprar votos para políticos que les favorecen. El periodista advierte que esta practica se repetirá en las elecciones y que la gente cada vez vende su papeleta por menos.
“Cuando era pequeño, un voto era igual a un puesto de trabajo […] En las penúltimas, la novedad era un teléfono móvil modificado para que no hiciese ruido al fotografiar la papeleta en la cabina. En las últimas, el valor del voto ha descendido a menos de 50 euros”, explica.
Muchos napolitanos reconocen que la crisis económica está acompañada también de una crisis de valores y a la desilusión se le une la ira, aunque Carla dice que a última hora, bajo el pesimismo latente y la crítica rápida, casi todos encuentran algo a lo que agarrarse: “Gente como Saviano, que no tiene miedo de hablar, a mí me da esperanza. La política y la burocracia se han convertido en una gran maquinaría lentísima y oxidada. Pero con mucha presión social a lo mejor se pone en marcha”.
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