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Jueves al sol

La huelga de transportes destapa las dos francias

ANDRÉS PÉREZ

Unos aprovecharon el bonito día soleado. Con la excusa perfecta de la huelga de transportes del jueves pasado en Francia, les dijeron a sus jefes de tienda, banco u oficina que no podían llegar al trabajo y holgazanearon todo el día por las calles, a menudo a bordo de los velib, las bicis municipales parisinas en autoservicio, que probaban por primera vez.
Otros empleados del sector privado emprendieron el camino inverso. Se empeñaron en hacer como si no hubiera paro de los transportes y se sintieron obligados a ir al trabajo, con la consiguiente jornada de perros en andenes o embotellamientos previa a un día más de curro.

Son las dos francias, el hombre y mujer de la calle, el grueso de la opinión pública que, a medio plazo, sin entrar en el conflicto, será juez implacable del enfrentamiento entre sindicatos y Gobierno por el recorte de las jubilaciones que prepara el presidente Nicolás Sarkozy.

Al final de la jornada de huelga de los agentes públicos el jueves y tras el divorcio esquirol de Nicolas y Cécilia, los millones de empleados del sector privado que habían sufrido o gozado con el parón de los transportes terminaban con opiniones enfrentadas: Unos daban las gracias por el descanso inesperado al sol y en bicicleta. Los segundos, apretujados para regresar a casa, clamaban su resentimiento contra 'esos privilegiados que todavía pueden hacer huelga'.

9:15 HORAS
Géraldine, Puerta de Vincennes

Curioso destino el de las Géraldines francesas. Fueron bautizadas con un nombre de pila que estuvo terriblemente de moda en los años setenta y primeros ochenta, antes de caer en desuso total por razones desconocidas. Sólo 27 Géraldines se bautizaron en toda Francia en 2004, frente a las 2.600 de 1975. Géraldine es hoy uno de esos nombres considerados ringard, es decir, carroza, no como el de Cécilia, que sí está de moda.

Una de esas géraldines de los setenta es la que se enfrenta a las nueve y pico de la mañana de un día de huelga a una estación de velib de la Puerta de Vincennes, una de las entradas este al París intramuros, corazón de una aglomeración gigante.

Decenas de miles de habitantes de la metrópolis se abalanzaron sobre los velib para poder circular, y el sistema biciurbano duplicó la cifra normal de usuarios. Como Géraldine, muchos banlieusards, la gente de los subiurbios, aprovecharon la huelga para probarlo, después de semanas de haber mirado estas coquetas bicicletas relamiéndose como un niño frente a una golosina, sin atreverse a echarles el guante.

La rubia oxigenada y entrada en carnes se lía un poco con el sistema electrónico de pago que permite descolgar el codiciado velib. Señal evidente de que ella es principiante en el pedaleo urbano parisino. Víctima propiciatoria para Público. Ahí vamos.

'Llevo mas de hora y media intentando encontrar la manera de llegar al trabajo, pero no lo consigo en transporte público, así que voy a probar en bicicleta', explica algo exasperada, pero sobre todo sorprendida por el súbito interés del humano que tiene enfrente y que ella llama 'galante periodista español'.

Metro-curro-al catre

Como cientos de miles de secretarias de esta metrópoli voraz en vidas, Géraldine trabaja en la periferia oeste, en el barrio de los negocios de La Défense. Pero con su sueldo no puede pagarse más que un piso en la periferia este, la de las ciudades dormitorio de dimensiones inimaginables para un español.

Esa ecuación este-oeste, también llamada metro-boulot-dodo (metro-curro-al catre) es conocida por 242,7 millones de viajeros al año. Se llama RER A, el metro regional de transporte masivo y subterráneo,paralizado el jueves totalmentepor los huelguistas.

Solución bicicleta, sí. Pero La Défense queda algo lejos y hacia el oeste. Qué sorpresa al dejarla partir y ver que, en lugar de dirigirse apuesta hacia su despacho, Géraldine pedalea con dudas técnicas, pero rumbo firme hacia el sureste.

En la Puerta de Vincennes, rumbo sureste, eso significa hacia el gran parque de Vincennes, uno de los dos bosques urbanos de París. Unos cien metros más allá, al doblar una esquina, Géraldine se para, se sienta en una terraza orientada al sol y saca su teléfono móvil.

'Yo voy a intentar llegar pero...', dice antes de que su interlocutor le corte. Diez segundos pasan y retoma: 'Pero si además me dice usted que Djamila tampoco ha podido llegar, vamos apañados...'. Su interlocutor vuelve a cortarle. 'Haré todo lo que pueda, pero no cuente conmigo'. Fin de la comunicación y cigarrillo.

Conclusión obvia: Géraldine aprovecha la huelga para hacer absentismo laboral y le miente a su jefe.

'Lo tienen bien merecido'

No se ríe en un primer momento al volver a ver al 'galante', pero una mirada de complicidad basta y, en unos segundos, la gorda que algún día fue bella estalla de risa. 'Si no puedo llegar, no puedo llegar y eso es todo', confiesa. Antes de añadir: 'Lo tienen bien merecido. La presión que sufrimos en el trabajo es enorme y cada vez más insoportable y es verdad que nosotros no podemos declararnos en huelga. Ellos sí pueden'.

10:50 HORAS
Charles, Boulevard Beaumarchais

En pleno corazón de París, antes de entrar al selectísimo barrio del Marais y sus callejuelas, aún queda alguna oficina bancaria en el espacioso boulevard. Una de ellas tiene un letrero colgado. 'A causa de las perturbaciones en los transportes, nuestra oficina probablemente abra con retraso este jueves' etcétera, etcétera. Firmado: 'El director'.
El director se llama Charles, uno de esos nombres que no se desgastan con el paso de los siglos. Al verle llegar con la gabardina transformada en envoltorio de momia y al verle abrir con una simple llave y mucha mala leche en el gesto la puerta de la agencia, queda claro que este hombre no lo ha pasado bien en las últimas cuatro horas de retraso con sus clientes. Lo peor es que lleva consigo a un individuo igualmente arrugado aunque trajeado y bastante más joven: su empleado.

'Hay que joderse'. El director ataca sin rodeos. 'Vengo de la periferia sur y he estado dando vueltas a pie en busca de un metro abierto. No había ni uno que coincidiera con mi trayecto. J'en ai plein le cul'. Nos abstendremos de traducir esta última expresión, sorprendente en boca de un director de agencia bancaria.

'Hay gente que quiere trabajar, en este país, ¿sabe usted? Y nosotros que sí trabajamos estamos hartos de esa banda de privilegiados que siempre está en huelga y hunde este país porque nos salen muy caros', añade.

El joven empleado va guardando las llaves de un coche, el mismo que sin duda sirvió para ir a rescatar al director, al precio de multiplicar los embotellamientos. Parece que quiere decir algo. Mira intensamente. Pero no lo dice.

¿Preguntarle algo yo, 'galante periodista extranjero'? Eso sería poner en un brete a un empleado que ha aceptado ir a rescatar a su jefe después de que éste le llamara por teléfono móvil.

Guerra de sondeos

Charles y Géraldine forman parte de los más de 17 millones de franceses empleados en el sector privado, frente a sólo unos 5,5 millones en el sector público y parapúblico. Sus jubilaciones ya fueron recortadas por las reformas anteriores y muchos de ellos han dejado que la envidia se transforme en resentimiento contra los que fueran la locomotora social de este país.

Gente como Charles y Géraldine son el principal terreno de enfrentamiento en la batalla de la opinión pública francesa, que será la que incline la balanza en el conflicto sobre las jubilaciones.

Según un sondeo publicado el viernes por el diario conservador Le Figaro, un 67% de los franceses quiere que el Gobierno de Sarkozy se mantenga firme frente a los huelguistas. Por el contrario, un sondeo del instituto CSA para el diario L'Humanité, que dejó de ser el órgano del Partido Comunista Francés para proclamarse el 'periódico de los movimientos sociales', indica que un 54% de los franceses apoya la huelga.

No llegan los resultados económicos

La clave, sin duda, está en el análisis publicado por varios expertos de opinión ayer en el diario económico Les Echos: El Elíseo mira atentamente la evolución de los sondeos. La cota de popularidad de Nicolas Sarkozy perdió siete puntos porcentuales en los días anteriores a la huelga.

Los buenos resultados económicos que prometía no llegan. Si los huelguistas consiguen imponer la idea de que están peleando por todos, el presidente podría verse obligado a dar marcha atrás. Sobre todo porque las elecciones municipales y comarcales están a seis meses vista.

Uno de los lugares más bellos de París, al caer una noche casi primaveral como la del jueves es el puente sobre el Sena que une la Isla de San Luis y la de la Cité. Allí puede uno comprar un helado tradicional francés, el Bertillon y, si no se mira al sur, olvidar que se está a sólo unos metros del horror del turismo de masas.

Géraldine mira hacia la Torre de la Universidad de Jussieu, que recuerda un World Trade Center de pie, porque está siendo desamiantada. 'Hace al menos quince años que no tenía tiempo de venir aquí. Bueno: ni tiempo, ni ganas. El fin de semana, al fondo de mi banlieue, lo que menos me apetece es volver a coger el metro, aunque sea para venir aquí'.
El velib se lo permitió. ¿Pongo la radio? 'Vale'. Aunque no le interesan las noticias del día agitado, la envejecida casi cuarentona divorciada acepta un trozo de información en continuo, France Info,al lado del helado.

Un ferroviario afiliado a Sud Rail, importante sindicato de base, explica: 'La huelga dura del 95 es la mejor inversión que he hecho en mi vida. Me han dejado tranquilo doce años y ahora voy a poder jubilarme con el 100% de mi sueldo'. Una duda atraviesa la mentede Geraldine. velib y huelga.Quizá funcione.

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