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La Junta apela al partido del sofá

Los militares afirman que 'Tahrir no es Egipto'

RICARD GONZÁLEZ

A falta de un día para sus primeras elecciones libres, se debería respirar en Egipto aires de ilusión y esperanza. Como sucedió hace apenas un mes en Túnez, la primera estación de la Primavera Árabe. Sin embargo, en las horas previas a la apertura de los comicios electorales, los egipcios sienten más bien confusión sobre el presente político, y angustia sobre su futuro.

Ni tan siquiera el hecho de que fuentes de la Junta Militar negaran un aplazamiento de las elecciones en El Cairo y Alejandría, tal como había sugerido por la mañana el presidente de la Comisión Electoral, ha servido para alejar de forma definitiva los rumores sobre la posible suspensión, que probablemente continuarán circulando hasta la misma víspera electoral.

Según la cúpula militar, la protesta no es representativa del pueblo egipcio

Si bien el duelo del viernes entre manifestaciones a favor y en contra de la Junta Militar ofreció un veredicto inapelable, con los revolucionarios de Tahrir multiplicando a los contramanifestantes en la plaza Abbasiya, los esfuerzos de los generales por restar legitimidad a las protestas ha cuajado en una parte de la población.

La frase 'Egipto no es Tah-rir', lanzada en una rueda de prensa por un miembro de la Junta, ha hecho fortuna y se ha podido oír a menudo en los debates sobre la situación política que tienen lugar en las esquinas de todo el país.

Sin embargo, no está claro que el llamado partido del sofá una versión de la 'mayoría silenciosa' de Richard Nixón adaptada al célebre sentido del humor egipcio apoye de forma incondicional a la Junta Militar.

Un furgón policial atropella mortalmente a un manifestante

Ciertamente, el Ejército, como institución, cuenta aún con las simpatías de la mayoría del pueblo egipcio. No hay que olvidar que su base está formada por los jóvenes que realizan el servicio militar obligatorio, de hasta tres años de duración.

No obstante, a menudo los egipcios diferencian entre la cúpula militar, que goza de muchos privilegios en un país humilde, y los oficiales de bajo rango.

De hecho, una treintena de ellos se encuentra en la cárcel por haber desobedecido órdenes, y haberse sumado a la masa revolucionaria, durante la revuelta de enero contra Mubarak. Habitualmente, sus fotografías cuelgan en las manifestaciones en Tahrir, y sus familiares y amigos reparten folletos en una campaña para conseguir su liberación.

Según las encuestas, cuya organización se ha convertido en un negocio boyante en los últimos nueve meses, una buena parte de la opinión pública egipcia simpatiza con las demandas de democratización y cambio político impulsadas desde Tahrir. Pero a la vez ansía recuperar la estabilidad para poder superar la crisis económica que sufre el país, provocada en parte por la caída del turismo y las inversiones extranjeras.

'Yo también quiero que Egipto sea una democracia Pero hemos de tener paciencia e irla construyendo despacio. A veces los cambios precipitados pueden llevar al caos', sostiene Mustafá, un abogado jubilado con inversiones en el sector inmobiliario.

Precisamente, este tipo de miedo era azuzado por el antiguo régimen para consolidar su poder. Mubarak solía presentar ante la sociedad egipcia una simple elección binaria: 'Yo o el caos'. Ante el nuevo pulso de Tahrir, la Junta Militar también recurre a esta estrategia defensiva. '¿Quién protegería Egipto si las fuerzas armadas dejaran el poder?', se preguntaba estos días el general Mojtar al-Molla.

Con la cúpula militar interesada en tener unas elecciones en paz, la plaza Tahrir vivió ayer un nuevo día de calma. No obstante, sí hubo enfrentamientos por la mañana frente a la sede del Gobierno egipcio que se saldaron con un manifestante muerto. Todo un recordatorio de que el conflicto no ha terminado.

Los disturbios se produjeron después de que varios centenares llegaran a la sede del Ejecutivo, procedentes de Tahrir, para evitar que el futuro primer ministro, Kamal Ganzuri, pudiera entrar en su nueva oficina.

La Policía lanzó gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes y, en un momento de confusión, uno de sus vehículos atropelló a un manifestante, provocándole la muerte.

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