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BCE Lagarde rubrica la politización del BCE, aunque defiende los tipos bajos y los estímulos de Draghi

El BCE entra definitivamente en una nueva era. Con un Comité Ejecutivo de perfil político. Espita que abrió Luis de Guindos, su actual vicepresidente, al asumir el cargo directamente desde la cartera de Economía de un socio del euro. El nombramiento de Christine Lagarde, primera mujer al frente de la institución, inaugura otro estilo de liderazgo, distinto del técnico y arriesgado de Mario Draghi, pese a que la ex directora gerente del FMI mantendrá inicialmente la hoja de ruta de su antecesor.

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde.-EFE

DIEGO HERRANZ

Christine Lagarde no sólo pasará a la historia de las instituciones comunitarias por ser la primera mujer en tomar las riendas del BCE. También será la primera política que ocupará el sillón de la presidencia del organismo regulador del euro. Lagarde, que ha dejado la dirección gerente del FMI, el cargo institucional mejor pagado del planeta, al que accedió en julio de 2011, deja atrás la consigna que ha caracterizado a los tres presidentes que ha tenido la autoridad monetaria del euro desde su constitución: el holandés Wim Duisenberg, el francés Jean Claude Trichet y Mario Draghi, el italiano que dejará la sede de Fráncfort el próximo mes de octubre. Todos ellos, con una trayectoria profesional vinculada a la gran banca y, durante más o menos años, como los máximos responsables de los bancos centrales de sus países. El currículum Lagarde, en cambio, presenta una formación jurídica y, sobre todo, un largo periplo político que le llevó a ser titular de Hacienda en el gobierno conservador de Nicolas Sarkozy. De allí, dio el salto a los cuarteles generales del Fondo Monetario, en Washington. Con ella, el BCE se adentra, inevitablemente, en otro estilo de presidencia.

Lagarde, de 63 años, no ha hecho carrera en la institución monetaria de su país. Ni en el BCE, la otra opción que, hasta ahora, ha certificado las candidaturas a la regencia del banco central del euro. “Es realmente una figura política mucho más que economista o banquera”, explicaba hace unas fechas a Bloomberg TV la estratega jefe de mercados en BNY Mellon Investment, Alicia Levine. “Pero es también inteligente, sabe dirigir equipos y maneja las soluciones imaginativas, un puzle con el que puede liderar la gestión del organismo” en los próximos años, en los que se avecinan nubarrones y riesgos de alto voltaje, junto a los cargos del BCE, de alta cualificación financiera y económica. Al fin y al cabo, los dos aspirantes que han encabezado las quinielas para suceder a Draghi durante más de un año -el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, férreo detractor de la política del gobernador italiano, y su homólogo del Banco de Francia, François Villeroy-, van a seguir formando parte del mismo Consejo de Gobierno de la institución que ha tomado las grandes decisiones monetarias durante la crisis de la deuda de la zona del euro.

En su debe, por el contrario, destaca su experiencia al frente de la organización multilateral que supervisa la coyuntura de la práctica totalidad de las economías del planeta, que tiene el estatus de guardián del sistema financiero global. Y su largo recorrido en el G-7, primero como ministra de Finanzas gala y, luego, como responsable del FMI. Previamente, hizo carrera como letrada en el despacho Baker & McKenzie. Hasta su desembarco en política. Antecedente que comparte con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Las dos autoridades de los principales bancos centrales del mundo proceden del ámbito jurídico.

Una coyuntura de nuevo en riesgo

Lagarde posee una formación jurista que le asemeja a la de Jerome Powell, presidente de la Fed, pero le aleja de la trayectoria como banqueros de sus tres antecesores en el BCE: Wim Duisenberg, Jean Claude Trichet y Mario Draghi

La futura dirigente del BCE se encontrará con una economía del euro a la deriva y con el motor alemán gripado por la drástica caída de su industria manufacturera, catapulta de su poderoso sector exterior, bordeando peligrosamente los números rojos, e Italia, tercera economía de la zona monetaria, en recesión y con un sistema bancario en riesgo de bancarrota. Con urgentes necesidades de recapitalización. También el Deutsche Bank se afana por salir de las penumbras en las que se ha sumergido en los últimos años. De hecho, con Lagarde como directora gerente del FMI, este organismo calificó al gran banco germano como el “mayor riesgo sistémico” dentro del sector financiero mundial. La gestión de Lagarde al frente del Fondo deja críticas rotundas sobre las guerras comerciales libradas desde la Administración Trump y sobre la doble y agresiva doble rebaja impositiva del presidente republicano -a las rentas personales y los beneficios de las empresas- medidas que calificó de “amenazas latentes” no sólo para la coyuntura global sino también para la norteamericana.

Con estos antecedentes, ¿cómo será la gestión monetaria de Lagarde? Y, sobre todo, ¿defenderá los estímulos que hereda como legado de Draghi? En principio, la respuesta es afirmativa. Con la salvedad de que las decisiones de los bancos centrales siempre operan con ases en la manga a la hora de justificar decisiones poco esperadas por los inversores. En la actualidad, además, se ha iniciado un periodo en el que se han redoblado las presiones de las autoridades políticas para acomodar el precio del dinero a sus intereses personales. Trump es el mejor ejemplo. Si bien, la lista de injerencias en la independencia de las autoridades monetarias se expande por varias latitudes, desde Turquía, con cambios en la dirección de su banco central por designación directa del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, hasta Brasil, con Jair Bolsonaro reclamando rebajas de tipos para espolear la economía, igual que en Sudáfrica o México, mercados asolados por las consecuencias sobre sus monedas de un dólar demasiado fuerte y un precio del dinero excesivo en EEUU que dificulta el acceso a la financiación internacional de las empresas.

Christine Lagarde, Mario Draghi y Jean-Claude Juncker en una reunión informal del Eurogrupo en Nicosia (Chipre). AFP/ Yiannis Kourtoglou

Christine Lagarde, Mario Draghi y Jean-Claude Juncker en una reunión informal del Eurogrupo en Nicosia (Chipre), en una imagen de archivo. AFP/ 
Yiannis Kourtoglou

El ideario de Lagarde en el FMI

Lagarde se ha mostrado partidaria del Quantitative Easing (QE), el programa de adquisición de deuda soberana y corporativa que emprendió Draghi en contra de los criterios del Bundesbank y del gobierno de Berlín en 2015 y que se suspendió a finales del pasado ejercicio. Es de prever que la idea de su antecesor de rescatar de nuevo estos estímulos esté entre sus prioridades si la coyuntura del euro se debilita substancialmente. Y 2020 es un año que anticipa aterrizajes con cierta brusquedad. O periodos recesivos. Con Europa y EEUU en el disparadero. El consenso del mercado apuesta por la continuidad en los pasos marcados por Draghi en alguien que no tiene experiencia en política monetaria y que llega con un perfil político. De cambiar el rumbo, tendría serias dificultades para explicar las razones, añaden los analistas, para los que no creen que vaya a cometer ese error. Además, de su reciente misión al frente del FMI, se pueden extraer otras de sus valoraciones que corroboran el augurio de que emprenderá una postura de wait and see. Muy utilizada desde los bancos centrales. Cautela, a la espera de acontecimientos que obliguen a tomar una dirección u otra.

Su gran desafío es restablecer un dinamismo económico en la zona del euro que se ha debilitado por la ralentización alemana, la recesión en Italia y los riesgos sistémicos del Deutsche Bank y del sistema bancario trasalpino

Desde su atalaya del FMI ha dejado otras apreciaciones que invitan a pensar en que la segunda divisa internacional seguirá la misma senda. Tal y como espera, por ejemplo, el primer ministro de Portugal, Antonio Costa, para quien “tenemos [al frente del BCE] a alguien que dará garantías de que no habrá ruptura” con las directrices de Draghi. Por ejemplo, Lagarde dijo sobre el plan de compra de bonos del BCE, en 2012, que compartía la visión de su antecesor de “hacer lo que sea necesario” para salvar el euro. En un momento de máxima presión por parte de Weidmann y la cancillería germana. Y lo trasladó también a la gestión de la Fed americana y del Banco de Japón. Sus programas de compra de activos -dijo- “son grandes señales de expansión monetaria en la dirección correcta”. También apoya, en casos excepcionales, los tipos de interés negativos, el otro caballo de batalla con el que ha tenido que lidiar Draghi. Lo hizo en 2016, cuando Japón los situó en este espacio inhóspito tras seguir la estela bajista del BCE. “Se necesita más tiempo para que los activos cobren dinamismo y surtan efecto sobre las economías”. Un asunto que, sin duda, se va a plantear en el Consejo de Gobierno del BCE en sus primeros meses de mandato. A pesar de las reticencias de los bancos a tener que cargar sus costes de intermediación por esta hipotética medida a sus reservas de futuro. “Si no hubiéramos tenido tipos próximos a cero o, incluso, negativos, el escenario actual hubiera sido mucho peor, con los precios cercanos a una fase de deflación y un crecimiento pírrico”. Palabras de Lagarde en 2016.

Otro de sus signos de identidad con el que acude a su nuevo despacho oficial es el apoyo a los planes de estímulos económicos. Ha urgido a las naciones con superávit fiscal o una adecuada estabilidad presupuestaria a activar planes de estímulo. En línea con Draghi. El último botón de muestra lo ha dirigido a Alemania. Como su antecesor. Para impulsar la economía, estabilizar el pago de las deudas y aumentar las políticas sociales. A Berlín le pide, en concreto, que eleve sus partidas en infraestructuras, que acelere cambios laborales, fondos de ayuda a la industria y la creación de centros educativos y sanitarios infantiles. El caso alemán -escribió unos días antes de su designación por parte del Consejo Europeo- es “particularmente urgente”, dado que es la mayor economía del euro y dispone de arsenales financiero para ello. El FMI cifraba en 289.000 millones de dólares el superávit por cuenta corriente alemán en 2017, el más elevado, y se hacía una pregunta clave: “¿por qué las familias y las empresas alemanas son tan propensas al ahorro e invierten tan poco? Hay políticas para resolver esta tesitura, explicaba. “Nuestra visión es que un crecimiento sostenido a largo plazo incrementa la prosperidad y ayuda a costear el fenómeno del envejecimiento de la población”.

Como directora del FMI ha aplaudido los estímulos de Draghi, los tipos de interés próximos a cero -incluso negativos-, defiende las inversiones presupuestarias en países con equilibrio o superávit fiscal y apoya las reformas del euro

Sobre la agenda reformista que precisa el euro se declara partidaria de avanzar en cohesión, un desafío ineludible para apaciguar el populismo en Europa, aclara. Entre sus propuestas destacan reglas más flexibles de contratación laboral, cambios en los mercados de alquiler y compraventa de viviendas, la modernización y armonización de las normas de insolvencia y más recursos para innovación. “El objetivo es restaurar la convergencia y asegurar que los frutos del crecimiento económico se propaguen por toda la UE. Así contribuiremos a restaurar la fe en el proyecto de Europa”. Y, desde el Viejo Continente, restituir el multilateralismo, dañado por el viraje hacia un nuevo orden económico internacional por la errática política exterior y las guerras comerciales de la Administración Trump: “Cada día, se oscurece aún más la economía” alertaba en una cita reciente del G-7. Lagarde unió la postura del FMI a la de la OMC o la de Naciones Unidas, y otras instituciones multilaterales, como el G-20, críticas hacia el unilateralismo impuesto desde EEUU.

Juego de tronos en el seno del BCE

Entre los puntos negros de Lagarde, que tendrá que lidiar con defensores de la ortodoxia monetaria en el BCE, sobresale su imputación por negligencia de dinero público, delito por el que se la acusó en el caso Bernard Tapie

Sin embargo, no conviene olvidar que su designación ha aireado un claro intercambio de apoyos políticos entre las distintas familias europeas. Adam Tooze lo plasma en Foreign Policy de forma elocuente: su nombre y la de la futura presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen, la hasta ahora ministra de Defensa alemana, proceden del mayoritario Grupo Popular, procesos que “están sometidos a un complejo equilibrio de nacionalidades, partidos y diversidad técnica y por el que los elegidos adquieren compromisos de lealtades nada transparentes”. Y como sus dos jefes en los gobiernos franceses -los conservadores Jacques Chirac y Sarkozy- ha pasado por los tribunales, acusada de “negligencia con dinero público” en el affaire Bernard Tapie. Igual que está citada para declarar como testigo por el asunto Bankia en España, donde ha retrasado su declaración. Lagarde “formará parte del envoltorio político que siempre existe en las instancias de la UE”, recalca Tooze.

De su habilidad en estas lides dependerá la estrategia futura del BCE, donde cohabitarán Weidmann o Luis de Guindos, procedente de la esfera gubernamental, como halcones de un endurecimiento de la gestión monetaria del banco -del retorno a la ortodoxia, según la jerga neoliberal al uso-, aunque con menos insistencia de Berlín, porque un precio del dinero más caro obstruiría cauces de recuperación de su economía. Junto al irlandés Philip Lane, que disputó el puesto a Guindos, y ahora ocupa el trascendental puesto de economista jefe de la institución, o figuras aliadas de Draghi como el reputado economista Benoit Coeuré. De este complejo juego de roles surgirá la apuesta de su presidencia por una orientación ideológica a favor o en contra de la austeridad.

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