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Las mujeres argelinas, a la reconquista de un espacio público en ebullición

Su masiva implicación en las protestas que agitan Argelia desde febrero es inaudita y ha conseguido fisurar barreras tradicionales a su participación política.

Una mujer, durante las protestas en Argel el 8 de marzo. - REUTERS

Durante toda la mañana del pasado viernes 8 de marzo, Mounia Boudjellaba se dedicó en cuerpo y alma a preparar carteles y componer consignas para lo que estaba a punto de arrancar. En su conservadora ciudad de Jijel, al este de Argelia, había manifestaciones antigubernamentales convocadas a las dos de la tarde, poco después del rezo del mediodía, y la joven de 32 años sentía que, de algún modo, el país la estaba esperando.

“Realmente sentí que el día era especial y que Argelia estaba aguardando la reacción de las mujeres para mostrar que las manifestaciones concernían a todos los estratos de la población”, evoca Mounia, que recuerda como, a la hora de la verdad, “la multitud se agrupó rápidamente y las mujeres eran muy numerosas”. “La gente pedía cambio”, señala, “y los más mayores de entre nosotros dijeron que nunca antes habían visto nada similar” a aquellas protestas que, por tercer viernes consecutivo, volvían a hacer historia.

Argelia está viviendo las movilizaciones más multitudinarias que ha registrado el país desde la consecución de su independencia en 1962

Desde el pasado 22 de febrero, Argelia está viviendo las movilizaciones más multitudinarias que ha registrado el país desde la consecución de su independencia en 1962. Aunque estalladas poco después de que el Presidente de la República, Abdelaziz Buteflika, anunciara que optaría a un quinto mandato presidencial, un cargo que ocupa formalmente desde 1999, las protestas radicalizaron rápidamente sus objetivos y se han transformado en una condena íntegra al intricado régimen corrupto y autoritario que encarnan el rais y su círculo más cercano.

Junto con las elevadas cifras de participación y la perseverancia de las protestas, la fuerza del movimiento popular en Argelia deriva del carácter transversal que ha sido capaz de imprimir desde el inicio. En este sentido, las movilizaciones se han celebrado a lo largo y ancho del país, y han contado con la implicación de todos los segmentos de la sociedad. De entre ellos, uno de los casos más destacados es el de las mujeres, que con una presencia inaudita en las calles, están a la par reivindicando y apropiándose de sus derechos.

“Durante la primera protesta de 22 de febrero había menos mujeres de las que esperaba, lo que me decepcionó un poco”, señala Zohra, una matemática de Argel de 64 años que ha participado en las movilizaciones desde el principio. “Puede que [muchas] dudaran del rumbo que tomarían las protestas, con violencia y disturbios, pero nada de eso ocurrió”, continúa, por lo que “del 24 de febrero en adelante, veo a muchas más”.

Una mujer sujeta un cartel durante una de las movilizaciones del último mes contra Buteflika. - REUTERS

Una mujer sujeta un cartel durante una de las movilizaciones del último mes contra Buteflika. - REUTERS

Uno de los rostros más populares que ha desfilado por las calles del país ha sido Djamila Bouhired, heroína de la guerra de independencia contra Francia, y figuras como Zoubida Assoul, portavoz de la organización opositora Mouwatana, y Louisa Hanoune, Secretaria General del Partido de los Trabajadores, se sitúan al frente de grupos muy activos en las protestas. Sin embargo, la participación masiva de mujeres anónimas ha sido la que ha desbordado las calles del país y en última instancia tensado las cuerdas del régimen.

Las manifestaciones del viernes 8 de marzo, además, coincidieron con el Día Internacional de la Mujer, y fue cuando la convergencia de la lucha contra el régimen y por una participación de la mujer en la sociedad en pie de igualdad fue más aludida. “El 8 de marzo fue grandioso y festivo”, recupera Lynda Abbou, una periodista argelina de 29 años y miembro del colectivo Jóvenes Comprometidos por Argelia. “Su presencia fortaleció [al movimiento],” observa la joven, que considera que aquella jornada se convirtió en todo un ejemplo “para que muchos argelinos se unieran al movimiento”.

La participación masiva de mujeres anónimas ha sido la que ha desbordado las calles del país

Hasta hace poco, este nivel de movilización parecía impensable, ya que, durante años, el espacio público en Argelia ha estado cerrado a cal y canto por la represión y el miedo infundidos por el régimen. Igualmente, el trauma de la violencia vivida durante la cruenta guerra civil de los años noventa, así como la negación de justicia y memoria que la siguió, clausuró aún más unas calles y plazas obligadas a olvidar o a guardar silencio.

“El efecto de esos diez años fue traumatizar tanto a la gente que incluso el espacio público ya no era ni siquiera una idea, y solo el espacio comunitario pasó a garantizar una cierta estabilidad y seguridad”, nota Ghaliya Djelloul, investigadora en la Universidad de Lovaina. “A la gente ya no le importaría la política, solo la religión”, agrega.

Paralelamente, el auge del islamismo en Argelia a finales de los setenta empezó a introducir en el país un orden moral urbano que regula el acceso de las mujeres en los espacios exteriores, limitándolos aún más para ellas. Esta tendencia, que dota de cobertura moral al sistema patriarcal, empezó en la periferia de las grandes ciudades para luego irse extendiendo hasta alcanzar su cénit en los años noventa, y se ha mantenido tras la guerra.

Varias profesoras argelinas protestan en Argel. - EFE

Varias profesoras argelinas protestan en Argel. - EFE

“El orden moral urbano son los discursos de la familia, la sociedad y las autoridades religiosas que intentan contener el acceso de las mujeres al exterior, [hasta el punto de crear] una geografía moral para ellas”, observa Djelloul, que entre 2014 y 2016 estudió la movilidad espacial de las mujeres en la periferia de Argel. “Su acceso al exterior está restringido por valores morales y normas que diferenciarán a la mujer buena de la mala, siendo esta última la mujer de la calle que no tiene acceso limitado al exterior”, agrega.

Para la investigadora, los anteriores factores son en buena medida los responsables de haber reducido con el tiempo el espacio exterior de las mujeres al espacio comunitario, donde el vínculo entre las personas es la religión, y el mercantil, donde la presencia de las mujeres se tolera en tanto que consumidoras. No ha sido hasta la oleada de protestas en curso en Argelia que el espacio público del país ha sido realmente abierto por y para las mujeres argelinas.

"El despertar de conciencia en Argelia es ya un signo de cambio, y esta revolución es una esperanza para el país, y también para la mujer"

“Ahora las mujeres tienen legitimidad para salir [a la calle] no en tanto que hermanas en el islam o consumidoras, sino porque son ciudadanas y quieren decir algo sobre política, por lo que pueden gritar, bailar y marchar sin ser acosadas y sin que se les diga que no deben hacerlo”, señala Djelloul. “En comparación con eventos anteriores, me siento más libre [en las protestas]”, señala Abbou. “En el movimiento popular hay más libertad”, añade, “y la gran cantidad de manifestantes me transmite una mayor sensación de seguridad”.

Aunque este espacio público no sea uniforme en todo el país y no esté garantizado debido a la incertidumbre que plana sobre el futuro de Argelia, en especial sobre la futura reacción del régimen, el hecho de que las movilizaciones hayan tenido lugar de forma pacífica favorece a su mantenimiento. “Durante las manifestaciones hay un gran respeto entre personas, un nivel muy alto de civismo, y no hay ni hostigamiento, ni agresiones ni comentarios negativos hacia las mujeres”, apunta Abbou. “Antes de la revolución era diferente”, reconoce, pero “desde [el inicio de] este levantamiento popular, yo misma no he sufrido comentarios negativos”.

Del desenlace de la saga argelina dependerá en buena medida que las transformaciones que ya se han experimentado en el país se expandan y se cimienten. Pero para muchos, ahora que se ha podido abrir la ventana del cambio, cerrarla no va a ser tarea fácil. “Este despertar de conciencia en Argelia es ya un signo de cambio, y esta revolución es una esperanza para el país, y también para la mujer”, considera Djouama Kenza, artista argelina de 26 años. “Si hablamos de revolución en Argelia, hablamos de mujeres”. “Una vez probado este aire fresco, la gente no reculará mañana y simplemente se callará”, considera Djelloul. “Ahora ya se han sentido vivas”, concluye, “por lo que esto durará mucho tiempo, independientemente de los resultados.”

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