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Sobre muros y marginados

Hace nueve años que la Corte Internacional de Justicia pidió a Israel que desmantelara el muro y reparara el daño causado, pero siguió construyéndolo a lo largo de toda Cisjordania, alegando que tiene una funci&oacut

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

'Cuando era pequeño e iba a la escuela de Saint George, antes de que se construyera el muro, tenía muchos compañeros de los pueblos vecinos, pero ahora los niños no pueden moverse libremente de un lugar a otro', comenta Ashraf al Khatib, un funcionario de la OLP que se crió en Jerusalén.

Eso significa que los niños no pueden acudir a los colegios de Jerusalén, pero también que no pueden ir a los hospitales de la ciudad ni acceder a numerosos servicios. También significa que miles de familias están separadas por el muro y que con mucha frecuencia necesitan permisos especiales para poder reunirse.

Trescientos mil palestinos tienen la tarjeta israelí de residentes en Jerusalén, pero 100.000 de ellos viven del otro lado del muro y solo pueden entrar en la ciudad cruzando alguno de los pocos puntos autorizados por el ejército. Quienes no tienen la tarjeta israelí se enfrentan a dificultades mayores.

El muro de hormigón adquiere en Jerusalén una altura de hasta nueve metros y en gran parte está rematado por alambres de espino que aseguran que los palestinos no lo saltarán. Esta semana se cumplen nueve años de la opinión y recomendación que emitió la Corte Internacional de Justicia acerca del muro, y la situación desde entonces ha empeorado sensiblemente. La CIJ pidió a Israel hace nueve años que desmantelara el muro, también el de Jerusalén, así como que Israel reparara el daño que había causado.

En lugar de obrar de esa manera, Israel siguió construyéndolo a lo largo de toda Cisjordania, alegando que tiene una función de seguridad para evitar infiltraciones de terroristas. El número de atentados en el interior de Israel se redujo drásticamente desde el cenit de la segunda intifada hasta hoy, pero en lugar de retirarse de los territorios ocupados, el Estado judío ha multiplicado la construcción en las colonias sin hacer caso de la ley internacional.

La construcción del muro en el área de Jerusalén ha dejado pequeñas bolsas de población palestina del lado 'israelí', aunque sus tierras pertenecen a municipios palestinos del otro lado del muro. Centenares de personas que se encuentran en esta situación están sujetas a un auténtico limbo.

Es el caso de Abu Ahmad Zawahri, de 75 años, que vive en Abu Ganeim. La mitad de sus tierras fueron confiscadas para construir el asentamiento de Har Homa, una decisión que adoptó el primer ministro Binyamin Netanyahu en 1996, durante su primer mandato, y que ha conducido a esta colonia a millares de colonos judíos. Las obras siguen su curso y desde la vivienda de Zawahri se ven, del otro lado de la pequeña vaguada, varias grúas que trabajan a pleno rendimiento.

'Cuando comenzaron las obras el ejército nos dijo que nos daría permiso para movernos libremente. Sin embargo, ahora solo nos dejan ir a Belén, y no a Jerusalén. Los soldados vienen con frecuencia y nos dicen que nos vayamos, que nunca podremos vivir bien al lado de los colonos', comenta Zawahri.

La familia extensa de Zawahri vive en Abu Ganeim desde siempre. Su abuelo se estableció en la zona y compró tierras en 1925, antes de que existiera el Estado judío. Ahora viven cincuenta personas, la mitad niños, en varias casas y estructuras. Hasta hace unos años Zawahri poseía más de cien ovejas y cabras, pero ha tenido que vender casi todo el ganado porque ya no tiene cómo alimentarlo.

La situación de esta familia es tan precaria que si alguno de sus miembros enferma, la única manera de salir de la reclusión a la que el ejército la ha confinado es llamar a un taxi israelí para que lleve al enfermo hasta el muro de Belén, y de allí, tras atravesar el muro, a algún hospital de Belén. Tradicionalmente la familia iba a hospitales de Jerusalén pero el ejército no se lo permite desde hace años, a pesar de las declaraciones en sentido contrario de los principales líderes políticos israelíes.

Pese a que sus casas están a solo veinte o treinta metros de Har Homa, la familia de Zawahri no puede pisar el colonia ni puede ir a trabajar al resto de Jerusalén.

Una situación similar es la de la familia de Fuad Yado, que vive a pocos kilómetros de distancia de Abu Ganeim, a solo dos kilómetros del muro de Belén, en Jirba Jamis, una pequeña extensión de terreno seco que comparten cinco familias palestinas y que en realidad es una isla.

La historia de los Yado recuerda la de muchos palestinos. Su familia vivía en Malha, en Jerusalén occidental, de donde fueron expulsados en 1948. Una parte de la familia fue a parar al campo de refugiados de Aida, en Belén, y otra parte emigró a Jordania. La familia siguió dispersándose y ahora algunos miembros viven en Canadá, Chile y otros países.

En 1964, cuando Yado era niño, su familia adquirió un terreno en Jirba Jamis. Luego, en 1980, el propio Fuad compró en la misma zona siete dunam (un dunam son mil metros cuadrados). La situación se complicó en 2001, cuando Israel comenzó a construir el muro muy cerca, y se complicó todavía más cuando el muro se terminó en 2004.

Desde entonces ya no pudieron ir ni a Belén ni a Jerusalén en coche, solo caminando hasta el campo de refugiados de Aida, por donde tenían que pasar para ir al hospital o a hacer las compras. El Tribunal Supremo de Israel ha ido dilatando los recursos de un año a otro. Después de más de veinte sesiones, el Supremo ha 'recomendado' al ejército que les deje ir Belén pero los soldados no siempre se lo permiten.

Fuad trabaja en Belén, adonde tiene que ir caminando a través del campo. Los niños también van al colegio caminando porque no pueden moverse en coche. En 2006, la madre de Fuad murió de un ataque al corazón sin que nadie viniera a socorrerla y sin que pudieran llevarla al hospital. Las cinco familia no pueden ir a comprar al supermercado de Beit Safafa, que está muy cerca, ni pueden ir a los hospitales de Jerusalén.

'Como potencia ocupante, Israel tiene la obligación de atender a la población y darles servicios, pero no lo hace', comenta Ashraf al Khatib.

'Pago a Israel todos los impuestos y no recibo a cambio ningún servicio. No sé cuánto tiempo podré vivir aquí, pero estoy dispuesto a resistir. Quizá llegue un día en que mis hijos, cuando se hagan mayores, se cansen de vivir de esta manera y se marchen, pero yo no lo haré. Eso es lo que quieren los israelíes', dice Fuad Yado.

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