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"No puedo dormir. Sólo pienso en mi hijo y marido muertos"

Entre el 4 y el 5 de enero, el Ejército israelí mató a 48 miembros de la familia Samuni en Gaza

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Entre el 4 y el 5 de enero, durante el segundo y el tercer día de invasión, los soldados israelíes mataron a 48 miembros de la familia Samuni, incluidos niños de corta edad, ancianos y mujeres en el barrio de Zaytun, al este de la ciudad de Gaza.

Las huellas de los tanques todavía se perciben con claridad en el sendero sin asfaltar que conduce hasta el terreno donde el clan Samuni tenía sus casas. Ahora sólo dos edificios permanecen en pie. Ni siquiera la mezquita Al Tawhid se libró de las bombas. Es ahora un montón de vigas de hormigón quebradas y hierros retorcidos que apenas sobresalen del nivel del suelo. Por todas partes hay cascotes.

Cuando los servicios de socorro recogieron al labrador Atia Samuni, su cadáver llevaba 17 días en el suelo. Los soldados israelíes llamaron a su casa y preguntaron quién era el responsable. Atia se asomó a la puerta, dio unos pasos para hablar con los soldados y allí mismo le dispararon una ráfaga que acabó con su vida. 'Nos dijeron que no lo tocáramos, porque si lo tocábamos nos matarían', cuenta su esposa Zinat.

Dentro de la habitación había 17 personas de todas las edades. Los soldados se acercaron a la puerta, abrieron fuego y mataron a un niño de cuatro años, hijo de Atia y Zinat, y a una mujer. Su sangre aún puede verse en las paredes de la habitación.

'Había alrededor de 50 soldados que se reían y se gastaban bromas', continúa Zinat. Las tropas pertenecían a la unidad Golani, formada por soldados de élite, que operan sin contemplaciones en los territorios ocupados y que constituyeron la vanguardia del Ejército durante la operación.

Llegaron poco después de que los tanques hubieran destruido casi todas las casas del clan, una docena aproximadamente, en una extensión de un campo de fútbol. Como recuerdo, dejaron pintadas en hebreo e inglés que todavía se ven en los muros. 'Haced la guerra, no la paz', 'Los árabes tienen que morir' o 'Árabes 1948-2009' son algunas que reflejan el sentido del humor de la unidad Golani.

'¿Qué piensas de lo que han hecho los soldados? ¿Debían morir estos niños?', pregunta Zinat. 'Todos éramos civiles', subraya señalando a alguno de sus ochos hijos supervivientes que miran con extrañeza a su alrededor.

'Ellos no son judíos', interviene otro miembro de la familia, que escucha la conversación con atención: 'Son peores que los animales porque van matando a mujeres, niños y enfermos'.

Durante varios días quisieron sacar a los heridos para llevarlos a los hospitales, pero los soldados no se lo permitían. Los tanques y los militares les disparaban cada vez que alguien intentaba abandonar la única habitación de la casa que las bombas no demolieron, dice Zinat. 'Desde aquel día no puedo dormir. Sólo pienso en mi hijo muerto y en mi marido muerto'.

A una niña de nueve años, hija de Zinat y Atia, y que se llama Amal, que significa esperanza, le entró metralla en la cabeza y le ha dañado el cerebro. La pequeña herida se la han curado en el hospital con varios puntos de sutura, pero desde entonces ha perdido la vista. No ve nada con un ojo y apenas ve con el otro.

Ahmad Samuni, un adolescente de 16 años, camina entre las ruinas de una casa vecina donde vio morir a toda su familia. Vaga de un lado a otro como si estuviera inconsciente, 'sin saber lo que hace ni lo que dice', explica otro muchacho del clan.

De otra casa muy próxima ni siquiera se ha conservado el cuarto donde los soldados encerraron a unos 50 miembros de la familia Samuni. Ahora hay en su lugar un gran cráter, amplio y profundo. Les dijeron que se quedaran dentro de la habitación y no les pasaría nada.

Unas horas después bombardearon el lugar. 24 miembros de la familia murieron en el acto. El resto resultaron heridos. El Ejército no permitió que se acercaran las ambulancias. Cuatro días después los heridos salieron y abandonaron en burros la zona en dirección al hospital.

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