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El paisaje después de la
batalla de Nueva York

La victoria de Trump entre los republicanos es muy relevante, pero todavía no
concluyente, mientras que la de Clinton entre los demócratas prácticamente
despeja su camino hacia la nominación a la Casa Blanca.

Hillary Clinton saluda a sus seguidores durante la noche de primarias en Nueva York. - REUTERS

ÓSCAR SÁNCHEZ MUÑOZ*

Tras las primarias de Nueva York, los equipos de campaña de los diferentes candidatos y los analistas políticos sacan sus calculadoras:

En el campo republicano quedan por repartirse 700 delegados y Donald Trump, para llegar a la “cifra mágica” de 1.237 que aseguraría su nominación en la primera votación de la Convención, necesita 390 de ellos. Aunque, a primera vista, parece que lo tiene al alcance de la mano, dado el sistema electoral mayoritario o cuasimayoritario que utilizan los republicanos en la mayoría de los Estados que quedan por votar, no puede decirse que lo tenga completamente asegurado. De llegarse a la Convención sin una mayoría clara, tras la primera votación en la que los delegados están obligados por las normas del partido a votar por el candidato al que representan, en sucesivas votaciones los delegados son libres y podrían nominar a otra persona, incluso a alguien que no hubiera concurrido a las primarias.

Ted Cruz lo sabe y por eso está empleándose a fondo, no sólo en ganar adeptos entre los delegados que han quedado “huérfanos” tras el abandono de otros candidatos como Marco Rubio, sino también en asegurarse que los delegados que resultan finalmente elegidos en las convenciones estatales, incluso aquellos que supuestamente “pertenecen” a Donald Trump, se comprometan a votar por él si se llega a una Convención disputada y no hay un ganador en la primera votación. El multimillonario, que se mueve como pez en el agua en los medios, está siendo en cambio tremendamente torpe a la hora de manejar los engranajes de la maquinaria partidista y está torpeza le podría costar muy cara, pues el Senador por Texas ya le ha “robado” al multimillonario varias decenas de delegados que, cambiarían de bando en el caso de que Trump no llegase a los 1.237 en la primera votación.

John Kasich también lo sabe y por eso se resiste a abandonar la carrera. El Gobernador de Ohio no descarta que, ante una Convención disputada en la que Trump no tuviese la mayoría y en la que los delegados más moderados se resistiesen a nominar al extremista Cruz, su figura, más moderada, pudiese emerger como una solución in extremis. Cuenta a su favor con las encuestas, que le presentan como al único candidato republicano que tendría realmente opciones de ganar frente a Hillary Clinton.

Incluso Paul Ryan, el Speaker de la Cámara de Representantes –en estos momentos el cargo electo de mayor nivel que tienen los republicanos–, también lo sabe y por eso no descarta totalmente que pueda lanzar su candidatura en el supuesto de que se llegase a una Convención disputada.

A Clinton le salen las cuentas

En el campo demócrata la situación es muy distinta, debido a las diferentes normas que se aplican: Hillary Clinton necesita unos 940 delegados para llegar a la cifra mágica, que en este caso es de 2.383. Quedan por repartirse 1637 delegados en primarias, pero hay que tener en cuenta también que hay 714 “superdelegados” (cargos electos y líderes del partido) que tienen su presencia asegurada en la Convención y que en principio tienen libertad de voto. De ellos, 500 más o menos han anunciado ya que votarán por Hillary Clinton, lo que significa que la ex secretaria de Estado solo necesitaría 440 de los 1637 delegados en juego para asegurarse su nominación. Es cierto que si Bernie Sanders hubiese tenido una ventaja clara entre los delegados electos, probablemente muchos superdelegados habrían podido cambiar de opinión, pero en estos momentos esa hipótesis está completamente descartada.

Incluso si prescindiésemos de los superdelegados a la hora de hacer las cuentas, a la ex secretaria de Estado le bastarían 580 de los 1637 delegados que quedan en juego para asegurarse la mayoría de los delegados electos. Teniendo en cuenta que los demócratas utilizan un sistema proporcional a la hora de repartir los delegados de los Estados, la conclusión es de una claridad meridiana: aun perdiendo en muchos o en todos los Estados que quedan por votar, Hillary Clinton sería sin duda la candidata nominada.

Bernie Sanders, durante un acto de campaña en Erie, Pensilvania. - EFE

Bernie Sanders, durante un acto de campaña en Erie, Pensilvania. - EFE

Pero es que, además, Clinton no va a perder en la mayoría de los Estados que quedan por votar. Su contundente victoria en Nueva York ha confirmado, una vez más, que ella es la candidata más fuerte en los blue states (Estados que tradicionalmente votan demócrata) más poblados y con una población más diversa (con fuerte presencia de las minorías hispana y afroamericana). De acuerdo con esta pauta, que se ve confirmada en todas las encuestas, Clinton dominará también con claridad en otros grandes blue states como California, New Jersey, Pennsylvania y Maryland.

De hecho, lo más probable es que, tras el próximo “mini-supermartes” (26 de abril) en el que se celebran primarias en Connecticut, Delaware, Maryland, Pennsylvania y Rhode Island (los Estados del “corredor Acela”), repartiéndose en total 462 delegados, la nominación de Hillary Clinton como la candidata demócrata a la elección presidencial quede ya totalmente asegurada. Se trata, además, de primarias cerradas (excepto en Rhode Island), lo que favorece a Clinton, pues Sanders obtiene mejores resultados entre los independientes, y se trata de Estados con un electorado étnicamente diverso, lo que favorece también a Clinton. Sanders tiene centradas sus ya escasas esperanzas en Pennsylvania, con una importante población estudiantil y con núcleos progresistas muy vivos en Philadelphia y Pittsburgh.

Sólo un acontecimiento ajeno a la propia competición electoral, como podría ser la imputación de Clinton por revelación de información clasificada a través de sus correos electrónicos en su etapa como secretaria de Estado, podría alterar el curso de la historia que, de momento, parece conducir a que Hillary Clinton se convierta en la primera mujer Presidenta de los Estados Unidos de América.

Las claves de la victoria de la ex secretaria de Estado

¿Cuál es la clave de la victoria de Clinton en este proceso de primarias? Sin duda, su capacidad para representar de manera efectiva a los diversos electorados que conforman el complejo puzzle electoral estadounidense. Ella ha sido capaz de lograr amplias victorias en la América del Profundo Sur, en la América industrial y en la América del electorado multiétnico de las grandes urbes. Su único punto débil –y el punto fuerte de su rival– ha sido la América desencantada del electorado menor de 35 años, los llamados millennials, que han visto empeorarse sus perspectivas de futuro como consecuencia de la crisis. Como en otros lugares del mundo capitalista, la generación joven del presente es la primera, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que no tiene garantizada una vida mejor que la de sus padres.

De cara a la elección general de noviembre, el equipo de Clinton deberá tender puentes para superar el foso que parece separarla de las generaciones más jóvenes, pero será una tarea difícil, pues la ex secretaria de Estado, ex senadora y ex primera dama es vista como la encarnación más perfecta del establishment. Traducido al idioma español político actual, Hillary huele a “casta” a cien metros de distancia. Los jóvenes que han abarrotado los actos de Bernie Sanders se han acercado a la política con una aproximación muy distinta a la de épocas anteriores. Para ellos, no se trata de apoyar a un candidato o a otro, se trata de cambiar la forma de hacer política y, en ese sentido, Hillary Clinton representa el pasado.

La pregunta que empiezan a hacerse los analistas próximos al Partido Demócrata es si el propio Sanders, una vez se constate su derrota, será un buen jugador de equipo y ayudará a ganar el voto de los millennials para Clinton. Muchos dudan de que sea así y recuerdan que hasta hace unos meses, el Senador de Vermont no estaba ni siquiera afiliado al Partido Demócrata. No parece que el temperamento de Sanders vaya en esa dirección: él siempre ha estado más preocupado por la pureza ideológica que por los pequeños logros que puede reportar el ejercicio del poder en la vida real, en la que siempre es necesario mancharse y hacer renuncias. No es, pues, una persona que tienda al compromiso. Su proyecto político, tal y como él mismo lo ha definido, es una revolución y los revolucionarios, por definición, no se retiran en el momento oportuno y arriman el hombro. Ahora bien, ¿cuando acabe este proceso, ¿sobrevivirá el movimiento creado por Sanders al propio Sanders? Veremos.

*El autor es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Valladolid. Ha sido investigador visitante en el Washington College of Law (American University) y en la Universidad de Toronto.

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