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Racismo en Estados Unidos El supremacismo blanco de EEUU sale a defender las estatuas de conquistadores españoles ante los ataques de "pieles rojas"

Ni la furia iconoclasta se ha ensañado especialmente con las estatuas de españoles ni la hostilidad a los conquistadores procede esencialmente de los anglosajones. La mayoría de los "caídos" son misioneros, esclavistas, militares y colonizadores británicos o norteamericanos. Del lado de las piedras españolas se han situado los supremacistas blancos, la Alt-Right, los liberales y los amigos de las armas.

Estatua de Juan de Oñate, en Albuquerque, Nuevo México, EEUU, en medio de una protesta contra el racismo.
Estatua de Juan de Oñate, en Albuquerque, Nuevo México, EEUU, en medio de una protesta contra el racismo.

"Esa gente [que derribó la estatua] no son los típicos negros ni el clásico soyboy de izquierdas. Nuevo México está fuertemente dividido entre blancos y mexicanos. La Policía es mayoritariamente mex y el gobernador también es una zorra mex. Por eso se ensañaron con el monumento de un muchacho que luchó duro contra los pieles rojas. El odio entre los blancos y los mex es bastante denso en Nuevo México", dice un simpatizante de David Duke y el Ku Klux Kan a propósito del tiroteo que tuvo lugar en la ciudad norteamericana de Albuquerque hace un par de semanas.

Un miembro de una milicia local, Steven Ray Baca, se zafó a balazos de un antifa, Scott Williams, poco después de protagonizar un altercado junto a la estatua del conquistador Juan de Oñate, al que los indios del pueblo trataban de apear del pedestal, arrebatados por la furia revisionista e iconoclasta que ha desencadenado la muerte de George Floyd.

Baca se había erigido en defensor del monumento a Oñate junto a otros supuestos miembros de lo que la prensa local denominó "milicia". Para el supremacista blanco, "la mayoría de la policía era obviamente mex o estaba dirigida por un honcho (gerifalte) mex, así que solo se activaron cuando uno de sus chicos recibió un disparo. Antes habían visto como atacaban a un hombre blanco y no habían movido un puto dedo".

El muchacho que luchó contra los pieles rojas al que se refiere el supremacista blanco era, de hecho, el militar de origen vasco Juan de Oñate (1550-1626), un héroe de la conquista para algunos, un asesino despiadado a los ojos de los indios pueblo que han tumbado sus estatuas en las poblaciones norteamericanas de Alcalde y Albuquerque con la ayuda de los antifa y otras fuerzas progresistas.

En el verano de 1598, Oñate remontó el río Bravo hasta alcanzar lo que hoy es el norte del estado norteamericano de Nuevo México, donde acampó entre los indios pueblo. Sus partidarios le recuerdan, entre otras cosas, por ser el primer gobernador de esa provincia en el virreinato de Nueva España. Los nativos pueblo, sin embargo, lo mencionan como el criminal que lideró la expedición militar punitiva a la que ellos se refieren como "la masacre de Acoma". El bronce pedestre derribado por los indios fue esculpido por Reynaldo Rivera y se hallaba situado frente al museo local. Muestra a un grupo de colonos liderados por Oñate, entre quienes hay soldados, mujeres y niños.

Inmediatamente después del tiroteo atribuido a Steven Ray Baca —hijo de un antiguo sheriff local—, centenares, si no miles, de pequeños grupos de simpatizantes del agresor se apresuraron a desmenuzar, fotograma a fotograma, los vídeos disponibles de los hechos con el fin de demostrar que el "vigilante" actuó en legítima defensa y de acuerdo a la ley.

Fotograma de un clip en el que se muestra el momento en el que Baca dispara su arma.
Fotograma de un clip en el que se muestra el momento en el que Baca dispara su arma.

Entre sus defensores había liberales moderados —no pocos, hispanos—, conservadores y grupos radicales de la Alt-Right, abiertamente neonazis o del entorno del supremacismo blanco, los mismos que han abogado estos días por las estatuas de esclavistas norteamericanos, misioneros y colonizadores anglosajones, militares confederados y, también, por supuesto, de Colón, Fray Junipero Serra, Diego de Vargas o el propio Oñate.

El primero y el último son los más cuestionados por los grupos antisemitas, pero no por sus orígenes italiano/catalán o español, sino por sus genes judíos. A ambos se les atribuye un linaje sefardí. Para acreditar que Baca era uno de los suyos, pese a ser un hispano, los supremacistas blancos han recurrido a algunas fotos donde lucía una barba con destellos arrubiados. Su definición de afiliación posee, en este caso, bases claramente raciales.

De lo que no parece existir alguna duda a juzgar por la secuencia de imágenes es de que, en primer lugar, Steve Ray Baca provocó y agredió a varios de los activistas que se habían congregado junto a la estatua de Oñate en Albuquerque. Llega, de hecho, a empujar a varias de las mujeres que se habían congregado junto al pedestal de Oñate y a protagonizar un incidente con gas pimienta. Como tampoco la hay de que al menos dos personas salieron tras de él y le golpearon con un monopatín mientras una de ellas sostenía algo parecido a un cuchillo.

No solo los supremacistas blancos y la Alt-Right alegan que el hijo del sheriff actuó en legítima defensa. Del lado del grupo armado que defendía la memoria del conquistador de origen vasco y otros españoles como Diego de Vargas o Fray Junipero Serra se han posicionado, sin fisuras, la llamada gun people, la gente de las pistolas. En este caso, menos para defender a Oñate que para abogar por lo que ellos consideran su legítimo derecho constitucional a poseer un arma, otro de los debates colaterales reavivados por los derribos de las estatuas de conquistadores.

Steven Ray Baca, en la oficina del sherif, tras ser detenido por disparar contra un 'antifa', junto a la estatua del conquistador Juan de Oñate.
Steven Ray Baca, en la oficina del sherif, tras ser detenido por disparar contra un 'antifa', junto a la estatua del conquistador Juan de Oñate.

"No tengo ninguna opinión sobre el español. Ni siquiera había oído hablar de él hasta ahora", nos dice a propósito de ello Peter T., un exveterano norteamericano de la unidad internacional de las YPG, que combatió contra el Daesh en Raqqa junto al gallego Arges Artiaga.

Peter acostumbra a definirse como un liberal, miembro de la gun people y, al igual que la mayoría de sus camaradas, ha seguido con interés los sucesos acaecidos en Albuquerque. "Lo que yo he visto ahí es un hombre que podría haber estado defendiendo la estatua de Oñate, y que era cazado y golpeado en la calle por una turba, mientras uno de los atacantes sostiene un cuchillo en la mano. Y eso, de acuerdo a la ley de cualquier Estado es más que suficiente para disparar en defensa propia. Medios progresistas como The Guardian sugirieron que algún tarado de derechas se volvió loco y disparó al azar contra los activistas. Por el contrario, lo que allí pasó son las situaciones de las que algunas personas racionales de este país estamos cansados y que nos llevan a comprar tantas armas de fuego". Lo que la mayor parte de los europeos vieron en el vídeo fue una versión contemporánea y latina del Wyatt Earp de Ok Corral. Es el salvaje Oeste en su versión más genuina.

Ha resultado que, al final, Steven Ray Baca ni siquiera tenía licencia de armas. También está probado que fue él quien originó la situación que desencadenó su persecución y el tiroteo final. La prensa norteamericana ha repetido igualmente hasta la saciedad que Baca era miembro de una milicia armada o grupo paramilitar similar a otros existentes en Texas o en el resto de Nuevo México. Este Estado se ha convertido en el epicentro del movimiento contra las estatuas de los conquistadores españoles debido, entre otras cosas, a que esta es la tierra donde sobreviven los nativos subyugados por Oñate o Diego de Vargas.

Tanto entre esa partida armada que defendió a los conquistadores como entre los activistas que apearon a Oñate de su pedestal de Albuquerque o Alcalde había indígenas con apellidos hispanos, lo que confirma, de algún modo, que las simpatías o antipatías por los colonizadores no se han articulado únicamente en torno a cuestiones de identidad racial, sino ideológica.

Aunque presenta excepciones, la norma general es que las fuerzas conservadoras son las que más se han comprometido en favor de las estatuas. Solo los más retrógrados han salido en favor de la pléyade de confederados esclavistas y racistas cuya memoria todavía se honra en los estados sureños.

"Las milicias son personas normales con rifles que respetan la ley y que se organizan por sus propios motivos"

Por lo demás, los argumentos que se esgrimen en defensa de esos símbolos de piedra, españoles o no, han reverberado en todo el mundo con similares ecos."¿Debería pedir perdón por mi origen y mi identidad?", dice Peter T. "Soy estadounidense, de modo que, ¿debería ir a Europa y echar abajo las estatuas de esos terribles violadores llamados sajones y francos? Y después, dado que también soy medio sajón y medio franco, ¿tendría que ir a Roma y derribar las estatuas de los latinos? Dicen, por otra parte, que Steven Ray Baca formaba parte de una milicia armada, pero no hay pruebas de ello. Además, las milicias son personas normales con rifles que respetan la ley y que se organizan por sus propios motivos. No son narcos. No andan por ahí asesinando gente y haciéndolas desaparece. Algunas son racistas y en otras hay negros. Hay algunas hostiles a la Policía y otras que la defienden. ¿Sabes?, se habló mucho de todo esto en los años 90, cuando el poder quería que las milicias parecieran lo más terribles posible y las vinculaba con terroristas como Timothy Mcveigh. Pero escucha bien, las milicias en este país no están unificadas. A menudo, se usa esa palabra para despertar el miedo, cuando en realidad es un partido político o un club de armas del que forman parte ocho tipos".

Para Peter T., lo más probable es que Baca fuera un miembro del Tea Party de Albuquerque. "Los que se enfrentaron allí o en el resto de América son dos grupos en conflicto. Hay algunas turbas que pertenecen a la Alt-right. Al igual que hay algunos manifestantes que son totalmente comunistas. Pero estoy harto de escuchar cómo los nazis se están apoderando del país, cuando tienen foros como Stormfront y no han llegado a tener más de 10.000 miembros activos en su pleno apogeo. ¿Y quién sabe cuántos de ellos son bots? No sigo a David Duke. Soy solo un liberal. He conocido a mucha basura blanca, pero rara vez he visto que alguno de esos tipos se mostrase abiertamente al mundo como un racista. Estoy cansado de que se refieran a ese diminuto grupúsculo de racistas para pintar a todos los que no nos definimos como izquierdistas. Yo estuve, como sabes, en el agujero, siendo disparado [combatiendo en Raqqa contra el Daesh] porque me disgustaba ver cómo esos tipos arrojaban a los gays desde los edificios. Y ahora resulta que si digo que me gusta la idea de libertad personal soy un supremacista blanco. Y todo, porque los noticiarios de la noche quieren asustar a mis paisanos gordos y estúpidos; gente que no puede tomarse el tiempo preciso para leer un libro de Historia. Están destrozando el país y provocando la muerte de personas que ni siquiera conocen su propia ideología".

El fenómeno de las estatuas ha sido mundial y se ha registrado en lugares tan distantes entre sí como Groenlandia, Nueva Zelanda, Estados Unidos o la propia España, donde Vox apeó a Abderramán III de un pedestal situado en la población aragonesa de Cadrete. Quienes se oponen a su derribo comparan a menudo a los nativos, los afroamericanos o los antifa con los Talibán o el Daesh. Ese ha sido, de hecho, uno de los argumentos más unánimemente repetidos en el mundo para condenar lo sucedido.

En España, además, se ha extendido la idea de que los estadounidenses se han ensañado preferentemente con símbolos y estatuas vinculadas a la herencia hispana, mientras respetaban, por ejemplo, las figuras del esclavista George Washington. Eso es radicalmente falso si se examina lo ocurrido.

Una lista de derribos 

De acuerdo a las listas que se han confeccionado hasta la fecha, 60 estatuas o placas conmemorativas o símbolos asociados a militares o personalidades confederadas han sido eliminadas o serán eliminadas como consecuencia de los sucesos desencadenados por la muerte de George Floyd. Otros 28 memoriales dedicados a diversos personajes (y entre ellos, Thomas Jefferson o el mentado Washington) han corrido idéntica suerte. Otras, como las de George Custer en Monroe, terminarán cayendo. Se iniciaron ya campañas para solicitar su retirada por la vía institucional. El general es de infausta memoria para los lakotas.

¿Cuántos conquistadores han sido apeados de sus pedestales? Hasta la fecha, solo siete. Cayeron las mencionadas dos estatuas de Oñate en Alcalde y Albuquerque; las del mallorquín Fray Junipero Serra, en las poblaciones californianas de Ventura, San Francisco, Carmel y Los Ángeles y la de Diego Vargas, en Santa Fe (Nuevo México). 22 estatuas de Colón diseminadas por Estados de todo el país han sido o serán pronto retiradas, la mayoría por decisión de las autoridades municipales, que intentan impedir mayores altercados de orden público.

Algunos políticos como el gobernador neoyorquino Andrew Cuomo se han destacado en la defensa del navegante genovés, mientras los nativos no albergan duda alguna de que era otro genocida más, la cabeza de lanza de una invasión que aniquiló y devastó a sus pueblos. Las versiones de la historia de unos y otros resultan, a menudo, simplificadoras, maniqueas e interesadas, pero lo que parece fuera de duda es quiénes fueron las víctimas del encontronazo de ambos continentes.

Otro medio centenar de insignias y obras de arte han caído en los Estados Unidos y el Reino Unido. El capitán John Hamilton ha sucumbido al resquemor de los maoríes, en Nueva Zelanda, o Leopoldo II ha sido defenestrado en Bélgica. En ningún caso, estos ataques se han ensañado de forma preferente con lo hispano. No se ha respetado a nadie con un pasado dudoso. Winston Churchill, Rhodes... Todos están en entredicho, y además, el movimiento no es nuevo. A finales del año pasado, antes de la muerte de Floyd, el concejo local de un pueblo neozelandés prohibió que atracara en su puerto una réplica del Capitán Cook, tan reverenciado por algunos británicos, y hace años que las ciudades sudafricanas eliminaron el rastro de colonizadores como Rhodes.

"Oñate era un asesino y un violador", denuncian sus detractores

Frente a quienes comparan la suerte corrida por las estatuas de conquistadores españoles con las de, pongamos por caso, los lamasu asirios destruidos en Nínive por el Estado Islámico o los budas de Afganistán se interponen los sencillos argumentos de nativas como Elena Ortiz, cabeza visible de la Nación Roja, en Santa Fe, directamente implicada en la defenestración de símbolos asociados al pasado colonial español.

"Oñate era un asesino y un violador", afirma. "En el transcurso de un ataque al pueblo de Acoma, su sobrino Juan de Zaldívar fue asesinado, así que Oñate se vengó destruyéndolo. Mil personas murieron y el español ordenó a sus soldados que se le cortara el pie derecho a todos los varones mayores de 25 años". En otras palabras, eliminan las estatuas porque no quieren volver la cara y toparse con el rostro en bronce del individuo al que atribuyen el genocidio de su pueblo.

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